La vida de un Dios era dura o por lo menos, para Hermes lo era.

Su deseo de vivir una vida como los mortales, siendo felices conviviendo con sus hijos era un ahnelo que por siglos lo perseguirá.

Pero el sabía que eso no era posible, ser un Dios era todo menos felicidad y libertad, muchas veces el se cansaba de la monotonía de su vida, ser un mensajero de los Dioses, ir de aquí a allá ya lo estaba cansando.

Irónicamente rezaba por un cambio en su vida, el cual nunca sería escuchado.

Sin imaginar, que las Moiras junto a Hécate le darían el mejor regalo en su vida.
                           

 Rosé Sitaara Potter-Black-Lestrange siempre deseó formar una familia, sentir esa sensación de ser madre, tener un esposo, un compañero de vida que la amara al igual que a sus hijos, tener esa calidez de formar su propia familia.

Cada noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Rosé soñaba con el día en que sostendría a su primer hijo en brazos, sintiendo su pequeño corazón latir junto al suyo. Imaginaba las risas que llenarían su hogar, los abrazos cálidos que compartiría con su esposo después de un largo día, y las historias que contarían juntos a sus hijos antes de dormir.

El deseo de Rosé no era solo un anhelo pasajero; era una llama ardiente en su corazón, una esperanza que la mantenía fuerte en los momentos más oscuros. Soñaba con un hogar lleno de amor y comprensión, donde cada miembro de la familia se sintiera valorado y querido. Anhelaba la complicidad de un compañero que la apoyara en cada paso del camino, alguien con quien compartir sus alegrías y tristezas, sus triunfos y desafíos.

Rosé sabía que la vida no siempre era fácil, pero estaba dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo con tal de alcanzar su sueño. Porque para ella, no había mayor felicidad que la de ver a su familia unida, creciendo y prosperando juntos, en un hogar donde el amor fuera el pilar fundamental.

Dicho deseo se cumpliría con la intervención de cuatro deidades. Y con ella, su corazón y magia bailaría de felicidad.

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