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𝟗. ¿𝐘 𝐐𝐔É 𝐒𝐈?

Capítulo 9

ISLAS DE MARES TURBIOS (PALACIO ESCANDINEVA)

Las horas de la noche habían caído sobre el Palacio Escandineva, y todo transcurría en completa calma tras la llegada del príncipe Valerio y su esposa, Lady Luna.

Desde su arribo, Valerio se había retirado a la sala privada del palacio, donde se dedicó a realizar más modificaciones a la propuesta de Hillcaster. Su intención era que tanto su hermano como su padre, el rey, pudieran encontrar una forma de contener los deseos del consejo de ese reino por recuperar su soberanía. Además, ordenó que se preparara el patio de armas para no abandonar su rutina diaria de entrenamiento.

Por otro lado, Luna despertó de un profundo sueño y decidió vestirse para buscar a su esposo. Ella se sentía un tanto desorientada, pues desconocía el lugar donde se encontraba, y deseaba hablar con él.

La mujer caminaba por los pasillos cuando se encontró con Lord Jensen, quien se inclinó ante ella, reconociendo que sería la futura reina y señora del reino.

—Mi princesa, estoy a sus órdenes. ¿En qué puedo servirle?

—Gracias... —respondió Luna, algo apenada pero con amabilidad.

—Soy Lord Jensen Whitemount, el encargado de Escandineva.

—Lord Jensen —Luna le sonrió con cortesía—, muchas gracias por su amabilidad. Solo quisiera saber dónde está mi esposo, necesito hablar con él.

—Por supuesto, su alteza, sígame.

Lord Jensen guió a Luna hasta las puertas de la sala privada donde se encontraba el príncipe. Una vez allí, ella se detuvo, dudando si debía anunciarse antes de entrar, ya que con Valerio, y su temperamento impredecible, nunca se sabía.

—Lord, no sé si sea buena idea entrar sin anunciarme.

—Si lo prefiere, puedo hacerlo yo mi Lady —se ofreció el hombre amablemente.

Luna estaba a punto de responder cuando una voz femenina detrás de ellos llamó su atención.

—Buenas noches, Lord Jensen —dijo la joven con una sonrisa, entrando a la sala sin reverenciarse ante Luna, algo que no pasó desapercibido para el Lord, quien frunció el ceño con disgusto. Luna, por su parte, se sintió confundida por la actitud osada de la muchacha.

La joven se situó al lado del príncipe mientras Luna y Lord Jensen entraban a la sala y sin tiempo que perder, la muchacha dijo:

—Mi príncipe, sus aposentos están listos para que pueda descansar.

Luna sintió una oleada de confusión ante la familiaridad con la que aquella mujer se dirigió a Valerio y decidida, intervino llamando la atención de su esposo:

—Valerio.

El príncipe levantó la vista hacia Luna, se levantó de su lugar y ella continuó:

—Disculpa por no haberme anunciado al entrar, pero necesito hablar contigo.

—No te preocupes, no tienes por qué anunciarte para entrar aquí.

—¿Príncipe, lo espero para guiarlo a sus aposentos? —interrumpió de nuevo la joven, interponiéndose entre Valerio y Luna como si ella no estuviera allí.

—Señorita Lexa —intervino Lord Jensen con firmeza—, venga conmigo. Los príncipes necesitan privacidad.

—Pero, Lord, el príncipe me pidió que me encargara de sus cosas, y eso es lo que estoy haciendo.

—Lexa —intervino Valerio con voz sería—, no es necesario que me esperes. Retírate, quiero estar a solas con mi esposa.

Lexa miró a Luna con molestia, pero esta mantuvo la mirada alta, ignorándola por completo y con evidente desagrado, Lexa se reverenció ante Valerio.

—Claro, mi príncipe. Con su permiso.

Antes de que la joven pudiera salir, Lord Jensen la detuvo discretamente, agarrándola del brazo.

—Señorita Lexa —le susurró—, por respeto a la corona, debe reverenciarse ante Lady Luna.

Lexa, visiblemente irritada, se acercó a Luna y se inclinó con recelo.

—Con su permiso, mi Lady.

Una vez que Lexa y Lord Jensen abandonaron la sala, Luna se quedó de pie frente a Valerio, quien se sentó ligeramente en el borde de su escritorio, observándola con una mirada indescifrable que ella intentaba evitar.

—¿Dormiste bien? —preguntó Valerio.

—Sí, logré descansar. Gracias por el gesto que tuviste conmigo en el camino.

—No estás acostumbrada a viajes tan largos, es normal que te canses. Me alegra que hayas podido descansar.

Luna sonrió con timidez y rápidamente cambio de tema:

—¿Estás ocupado?

—Sí, bastante. Pero si necesitas decirme algo, puedo escucharte.

Ella tragó saliva, lista para hacer la pregunta que tanto la inquietaba.

—Valerio, ¿fuiste tú quien me llevó a la habitación?

—Sí.

—Y ¿me acomodaste en la cama?

—Sí.

—¿También me desvestiste? —preguntó Luna, visiblemente incómoda.

Valerio se levantó para acercarse a ella.

—¿Y qué pasa si lo hubiera hecho?

La maliciosa voz de Valerio la puso nerviosa.

—Respóndeme, Valerio.

—Respóndeme tú a mí —dijo él, acercándose aún más—. Me lo preguntas como si fuera lo peor del mundo. Eres mi esposa, y si quiero, puedo desvestirte las veces que yo desee.

Luna bajó la mirada, avergonzada, y se preparó para retirarse, pero Valerio la detuvo tomándola del brazo.

—Espera.

—¿No te cansas de hacerme sentir mal? —preguntó ella, alejándose de él.

—¿Te molesta que contemple tu desnudez?

—Este matrimonio no es normal.

—Luna, si lo piensas bien, ningún matrimonio lo es en este régimen.

—Tal vez, pero al menos esos matrimonios intentan llevarse bien y se dan la oportunidad de conocerse. Nosotros ni siquiera nos soportamos.

—¿Quieres que lo intentemos? —Valerio la tomó delicadamente por la cintura—. Dime lo que piensas.

Luna lo miró sin saber qué responder, desconcertada por el cambio en su actitud, que pasaba de la hostilidad a la cordialidad, dejándola aún más confundida. Ante su silencioso rechazo, Valerio soltó su agarre y regresó a su escritorio.

—Puedes estar tranquila. Tu nana te desvistió. Yo solo te llevé a la habitación. Pensé que ya habías hablado con ella.

—No la he visto.

—Bien. Puedes ir a buscarla y corroborarlo. No te preocupes, no me aproveché de ti.

Luna tragó saliva, sintiéndose algo culpable por la distancia que Valerio había tomado. Sin embargo, un alivio la invadió al saber que él no la había visto desnuda. Aún así, había algo más que necesitaba saber.

—¿Quién es ella, Valerio?

—¿Quién? —preguntó él, frunciendo el ceño.

—La joven que estaba aquí.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Es necesario saber cómo debo tratarla. Si es tu concubina, prefiero no cruzarme con ella.

—¿Concubina? ¿Acaso no sabes que para los Worwick eso es una falta de respeto? Nuestros dioses no permiten tal ofensa.

—¿Ofensa? —replicó Luna con sarcasmo—. Pensé que era normal para ustedes hacer lo que quisieran con los demás.

Valerio la miró con una mezcla de sorpresa y desdén. —Si alguna vez tomara una concubina, no creo que te importara ¿o sí?

Luna rodó los ojos.

—Haz lo que quieras —dijo ella, dándose la vuelta para salir, pero Valerio la detuvo nuevamente.

—No es mi concubina. Ella es mi sirviente personal y se encarga de mis cosas cuando estoy aquí.

—Está bien. Te agradezco por traerme aquí. Ahora me retiro, no quiero molestarte más.

—Luna —dijo Valerio, acercándose—, ¿sabes cómo regresar a tu habitación?

—No, pero encontraré el camino.

—Yo te llevo.

—Valerio, no tienes que...

—Vamos —ordenó él, cortándola con autoridad.

Luna suspiró, sabiendo que no tenía sentido discutir y ambos salieron de la sala, caminando en silencio por los pasillos. Valerio la observaba de reojo, mientras ella intentaba no mirarlo, siguiendo su paso con cierta incomodidad.

Al llegar a la habitación, Luna se dispuso a entrar, pero Valerio la detuvo una vez más.

—Espera.

Ella lo miró a los ojos.

—¿Ya comiste algo? —preguntó él, con una suavidad inesperada.

—No...

—¿Te gustaría algo en especial?

—No, puedo comer lo que me den.

—Está bien.

Luna sintió un extraño calor en su pecho ante la preocupación de Valerio, un gesto que, aunque inusual, era reconfortante y eso la hizo tener un impulso de corresponder a su interés.

—¿Tú ya comiste?

—Sí —respondió él, despreocupado—. Daré la orden de que te traigan algo ligero.

—Gracias.

—Luna, siéntete con total libertad de hacer y disponer como quieras aquí. Eres mi esposa, y tu palabra tiene mucho peso. Si algo no te gusta o simplemente quieres dar una orden o compartir tu opinión, hazlo. No me molestará en absoluto.

—¿Estás seguro?

—Sí, ahora ve y descansa tranquila. Aquí nadie está pendiente de lo que hacemos.

—Gracias.

Valerio se acercó a Luna, casi insinuando que le daría un beso y esto puso muy nerviosa a la joven Lady, pero rápidamente él desvió su rostro y llevó sus labios a la frente de ella, depositando un suave beso.

—Buenas noches —se despidió con una breve sonrisa.

—Buenas noches —contestó Luna, con una dulce y delicada voz.

Luna entró a la habitación, mientras Valerio se daba la vuelta, alejándose de la puerta de su esposa al tiempo que en el otro extremo del pasillo, Lexa había presenciado en silencio todo lo que acababa de suceder entre la pareja.

Los aires en el castillo Worwick se sentían más tranquilos para este momento.

El príncipe Verti caminaba por el patio de armas, dirigiéndose al jardín delantero del castillo, cuando fue interrumpido por su espada jurada, con quien había solicitado hablar.

—Mi príncipe, ¿me ha llamado?

—Sr Dorco, ¿cómo le ha ido?

—Bien, mi príncipe, muchas gracias.

—¡Qué bueno! Sr, necesito hacerle una pregunta.

—Claro, príncipe.

—¿Sabe usted si los piratas Eslovas siguen acechando las costas del Mar Turbio?

Sr Dorco frunció el ceño ante la extraña pregunta del príncipe. Los Eslovas eran enemigos naturales de los reinos debido a sus constantes saqueos y otros infortunios.

—Sinceramente, no lo sé, mi príncipe.

Verti lo miró con una serenidad que se sentía inquietante.

—Tiene conocidos en las Islas del Mar Turbio que están al tanto de las andanzas de los Eslovas, ¿no es así?

—Sí, príncipe, lo sabe bien.

—Perfecto. Quiero que averigüe si aún rondan las costas. Si es así, enviará un comunicado con las indicaciones que yo le dictaré.

—¿Indicaciones?

Verti sacó un papel del bolsillo de su pantalón y se lo entregó al Sr Dorco, quien lo tomó con cierta reticencia.

—Recuerde Sr, que su lealtad hacia mí debe ser inquebrantable. Si el rey llegara a saber que usted tiene nexos con los piratas del Mar Turbio, las cuevas de tortura serían su destino. Si hace lo que le digo y se mantiene en silencio, yo también guardaré silencio, como siempre lo he hecho.

El hombre tragó saliva, claramente asustado.

—Por supuesto, príncipe. Haré lo que usted diga.

Verti se alejó de la presencia de su espada jurada, mientras el hombre, al leer detenidamente las indicaciones en el papel, se horrorizaba. El hombre no quería al parecer cumplir con la tarea que el príncipe le había encomendado, pero su vida estaba en juego si desobedecía.

Mientras el príncipe Verti se adentraba en el castillo, Lord Havel lo abordó apresuradamente ya que había algo urgente que debía comunicarle al segundo hijo del rey.

Al ver la prisa del Lord, Verti preguntó, con una leve preocupación en su voz, qué estaba ocurriendo y el lord respondió:

—Mi príncipe, es el rey Dafert. Su madre me ha enviado por usted; su padre está muy mal en sus aposentos.

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