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𝟖. 𝐕𝐀𝐋𝐄𝐑𝐈𝐎

Capítulo 8

VALERIO

Todo cambió tan rápido para mí, en un abrir y cerrar de ojos.

Aquella mañana me encontraba terminando de alistarme para partir a Turbios junto con Lady Luna, mi esposa.

Mis emociones estaban revueltas. Apenas hace poco tiempo, estaba comprometido con una hermosa princesa de cabellos oscuros y ojos azul claro, quien me había conquistado con cada palabra de sus cartas. Cada una de ellas iba acompañada por un pétalo de rosa negra, una flor especial que crecía en los jardines y bosques de los Blackroses y era algo tan raro como hermoso.

Pero todo dio un giro inesperado. De repente, una mañana desperté ya casado con una Lady de cabello castaño y ojos cafés. Debo admitir que sus ojos son hermosos, tienen un brillo especial que noté desde el primer día en que los vi, pero la rabia que sentía en ese momento no me permitió profundizar en ellos y ella pareció descarada y pretenciosa.

Ella era la prometida de mi hermano menor, y yo había tenido que casarme con ella por imposición de mis insensibles padres. Esa noche, al despertarme en mitad del sueño, me encontré pensando en cómo terminaría todo esto y por alguna razón, imaginé cómo padre había enamorado a madre y la escena que se formó en mi mente, en la que madre le pedía frívolamente que consumaran el matrimonio, me hizo reír. Ahí me di cuenta de que debía dejar de burlarme de los demás y simplemente dormir.

Tal vez deba buscarle el lado positivo a todo esto. Mi madre ha insistido en que consuma el matrimonio, lo que me tiene irritado por muchas razones. Y, por algún motivo, no logro repudiar completamente a Luna.

Todo comenzó el día en que cometí la estupidez de besarla y ella me gritó, llena de rabia, que le daba asco, y tontamente pensé que ese beso aumentaría su desprecio hacia mí. Yo quería molestarla, hacerla sentir mal porque creía que ella, al igual que los otros, había sido parte de esta estúpida alianza, pero al final, quien terminó jodidamente confundido fui yo.

Fingí indiferencia, cortando el beso justo cuando sentí que estaba cediendo, pero al cruzar la puerta de su habitación, aún podía sentir la suavidad de sus labios sobre los míos y me molestaba sentir eso. Se suponía que debía hacerla la persona más infeliz del mundo porque, en mi mente, ella tenía la culpa de muchas cosas que me habían sucedido y me sentía terriblemente oprimido.

Debo reconocer que cada palabra y acción que usaba para someterla tenía el propósito de quebrarla, y disfrutaba haciéndolo. Hasta esa mañana, cuando mi madre me pidió que consumara el matrimonio, fuera como fuera.

Sentí rabia. Rabia con todos. Con mi padre, por ser tan blando en algunas cosas donde debía ser firme y tan rígido en otras donde debería ser comprensivo. Con mi madre, por su falta de tacto y sensibilidad, parecía tener un bloque de hielo en lugar de un corazón. Con mi hermano Verti, por quejarse de todo sin darse cuenta de que él disfrutaba de muchos más privilegios por no ser el heredero. Y con Luna, porque no se había negado a este matrimonio.

Como heredero, no tengo el lujo de rebelarme como quisiera, pero ella... Ella era una simple Lady de otro reino y pudo haber dicho que no. Según escuché, cuando mi padre propuso la alianza entre ella y Verti, su padre pidió tiempo para consultarlo con su hija y si lo consultó con ella, es porque valoraba su opinión. Así que, por obvias razones, debió suceder lo mismo con nuestra alianza. Y ella aceptó.

O al menos eso pensaba hasta esa mañana, cuando salí molesto de mi habitación para hablar con ella. La noche de bodas no resultó como todos esperaban y no consumé el matrimonio. Por más que lo intenté, mi conflicto interno me estaba matando y lo único que deseaba era verla asustada, acorralada y  disfrutar de su desesperación, pero, al estar solos y pensar en acostarme con ella, me invadió una extraña sensación y recordé ese beso que le di, así que intenté huir de ese recuerdo, y decidí no besarla porque temía que, si lo hacía, me gustara.

Para humillarla, le pedí que se desnudara frente a mí. Ella accedió, y una corriente extraña comenzó a recorrerme. Su silueta femenina, iluminada por la luz de la luna, era hermosa y me llené de ira por permitirme sentir algo por ella, así que antes de que se diera cuenta de mi atracción, la arrojé sobre la cama y comencé a tocarla y besarla. Pero eso no fue una buena idea, ya que empecé a excitarme, y eso era algo que no esperaba. Traté de controlarlo, pero no pude y su llanto, en lugar de satisfacerme, me hizo sentir miserable; entonces me pregunté qué demonios estaba haciendo.

No podía hacerle eso. Sí, sentía rabia por todo lo que había sucedido en esos malditos cuatro días, pero no soy ese tipo de persona. La vi llorar, y me pregunté si realmente ella era tan mala como creía, me llené de rabia conmigo mismo y por eso le pedí que se fuera y ella se veía sorprendida ante mi exigencia, ya que al parecer no se esperaba que la dejara ir después de todo lo que le había dicho que le haría. Pero ese no era yo y antes de estallar más de lo debido, decidí salir de la habitación.

Al día siguiente, lo único que obtuve fue una bofetada de mi madre por haber sido consciente de que no debía someter a Luna a eso. La bofetada y sus palabras me sacaron de quicio, así que decidí que no tendría más contemplaciones con ella, y me dirigí a su habitación para hacerla sentir mal y tomarla en ese momento, sin importarme nada. Pero, justo cuando estaba a punto de hacerlo, escuché una conversación que Luna tenía con su nana, frenándome en seco.

Oí cada una de sus palabras y la escuché ser sincera; ambas estaban solas, así que ella no tenía razones para mentirle a su sirviente y ahí descubrí que ella había sido obligada a esto, al igual que yo y no quería estar aquí. Luna empre me lo había dicho, pero nunca le creí y algo en mí se conmovió al oírla hablar de mí y cómo me percibía; entonces supe que estaba actuando mal y agradecí haberla escuchado, porque eso me ayudó a entender que ambos estábamos siendo víctimas.

Un viaje a Turbios resolvería el problema. Aún sentía rabia, pero ya no tanto hacia ella, sino hacia los demás y hacia todo lo que había tenido que sacrificar por este matrimonio. No planeaba ceder, pero entendí que, aunque no hubiera amor entre nosotros, podía ser menos hostil con ella.

Llevarla a Turbios sería la solución. Allí, ambos estaríamos lejos de las presiones de mi madre y de las insinuaciones de Verti, que siempre intentaba acercarse a mi esposa, lo cual me irritaba profundamente, aunque no sabía por qué.

En Turbios, podríamos ser libres de vernos o no, sin que nadie nos juzgara. Y tanto ella como yo encontraríamos algo de paz.

La noche anterior, dormí en la biblioteca. No quería estar en sus aposentos, tentado a tocarla o besarla solo para provocar su rechazo. Así que opté por descansar en otro lugar.

Como ya lo había planeado, esa mañana partimos hacia Turbios. Durante el trayecto, me mantuve distante, ocupándome de que todo marchara bien y asegurándome desde las sombras de que Luna estuviera lo suficientemente cómoda como para que su incomodidad no me molestara a mí y lejos de todos, finalmente sentí que podía descansar.

El príncipe Valerio y Lady Luna llegaron al puerto de Turbios, donde los esperaba una carroza que los llevaría al Palacio de Escandineva.

Luna lucía visiblemente cansada e incómoda, algo que Valerio notó mientras desembarcaban. Él se acercó a ella por la espalda, colocó una mano en su cintura y, con la otra, tomó su mano para darle apoyo mientras bajaban del barco.

—Mantén la postura, aún no llegamos al palacio —susurró él con algo de dureza.

—Estoy cansada, disculpa por sentirme así —respondió Luna, con evidente fastidio por el regaño.

Valerio no replicó, limitándose a esbozar una media sonrisa mientras caminaban hacia los carruajes. La pareja subió a uno, mientras la señorita Helen subió en otro, y de inmediato  partieron hacia Escandinava.

Luna se sentó frente a Valerio, evitando su mirada. Él, por su parte, sacó un pequeño libro de su bolsillo y se dispuso a leer, ignorando aparentemente la presencia de ella. Al menos, eso pensaba Luna, pues Valerio dividía su atención entre las páginas y su esposa, notando cómo el cansancio comenzaba a vencerla. Sin embargo, el constante movimiento del carruaje le impedía conciliar el sueño por completo.

—Luna.

Ella se sobresaltó y lo miró.

—Lo siento, no debí dormirme —dijo frotándose los ojos, aún con sueño.

—¿Tienes mucho sueño?

—Solo estoy cansada.

—Ven.

Luna frunció el ceño, confundida por lo que Valerio le pedía.

—¿Qué?

—Si estás cansada, ven.

—Sí, lo estoy.

—Entonces ven —repitió Valerio, serio. Su tono parecía una orden más que una invitación. Luna, aunque insegura, se levantó y se sentó junto a él, sintiendo una ligera aprensión por no saber qué pretendía.

Valerio pasó su brazo por detrás de su espalda y la acercó a su costado, donde la acomodó con cuidado y Luna, sorprendida por el gesto, no se movió ni se resistió, pero ella no se esperaba esa actitud de su parte.

—Duerme un rato. Te despertaré cuando lleguemos.

Con una voz carente de emoción, Valerio le ofreció su pecho como almohada, mientras él volvía a concentrarse en su lectura, como si nada extraordinario estuviera ocurriendo.

Luna intentó relajarse, cerrando los ojos y dejándose llevar por el cansancio. Su respiración se hizo más ligera, pero un suave roce en su brazo la hizo abrir los ojos levemente; entonces notó que la mano y los dedos de Valerio se deslizaban con calma en su brazo, como una caricia lenta y repetitiva.

Sin pensarlo mucho, ella alzó la vista para observarlo, mientras él seguía concentrado en su libro, sin prestar atención a su propio gesto. Luna, creyendo que tal vez era un movimiento involuntario, decidió no darle más vueltas y cerró los ojos, permitiéndose descansar.

El tiempo pasó y las carrozas finalmente llegaron al palacio y Luna seguía dormida, acurrucada junto a Valerio. Un guardia abrió la puerta del carruaje, pero Valerio levantó un dedo frente a sus labios, indicándole que guardara silencio.

Con cuidado, el príncipe sostuvo a Luna en sus brazos y descendió del carruaje, llevándola dormida hacia el interior del palacio.

Al llegar a las puertas principales, se encontraron con Lord Jensen Whitemount, el encargado del lugar, quien se inclinó en señal de respeto al ver al príncipe.

—Bienvenido a Escandineva, mi príncipe.

—Gracias, Lord. Por favor, indíqueme la habitación preparada para mi esposa.

—Por supuesto, mi príncipe. Sígame.

Lord Jensen guió a Valerio hasta la habitación dispuesta para Luna. El príncipe entró con ella en brazos, y el lord cerró la puerta para ofrecerles privacidad.

Valerio la depositó con delicadeza sobre la cama, observándola en silencio durante unos segundos y deslizó su mano por las mangas de su vestido, contemplando si debería quitárselo para que ella estuviera más cómoda. Al fin y al cabo, ella era su esposa, y él podía hacerlo si lo deseaba.

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