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𝟔𝟏. 𝐋𝐄𝐆𝐀𝐃𝐎

Capítulo 61

Desde la ventana de sus aposentos, Luna observaba con insistencia parte de la entrada del castillo, detallando con atención cada figura que se movía cruzando las puertas, con la esperanza de que Valerio apareciera en cualquier momento, ya que habían pasado un par de días desde que su esposo había partido, y ella se aferraba a la esperanza de que él regresaría pronto, hasta que un leve sonido seco tras de ella la sacó de sus pensamientos.

Al girar su rostro, Luna se encontró con la nana que cuidaba de Bastian, tratando de acomodar un poco la cuna, mientras el pequeño se encontraba envuelto en una fina toalla de lino, acostado sobre la cama después de haber tomado un pequeño baño, a la espera de que lo vistieran.

—No se preocupe —dijo Luna con dulzura, acercándose a la cama junto a su hijo—. Yo lo visto. Ya es hora de que el príncipe tome su alimento; tráigale, por favor, un trozo de pan blando remojado en leche tibia.

—Como ordene, mi reina —respondió la mujer con una leve reverencia antes de salir de la habitación.

Al estar a solas con su bebé, Luna lo tomó entre sus brazos con delicadeza y lo colocó sobre el suave lecho  de lino dentro de la cuna, mientras el pequeño seguía con la mirada todo lo que su madre hacía.

Luna sonrió con ternura al ver como su bebé observaba cada movimiento que ella hacía, mientras deslizaba con cuidado un pequeño camisón de lino blanco sobre su cuerpecito, asegurándose de que los bordados dorados quedaran en su lugar.

Tras darle un pequeño mimo a su bebé, Luna cubrió sus piernecitas con unos pantaloncitos de algodón, y después cubrió sus piececitos con unos pequeños escarpines de terciopelo blanco. Por último, colocó una pequeña y ligera capa de brocado azul con un delicado bordado en hilo de oro sobre sus hombros, ajustándola con un pequeño broche en forma del escudo de la casa Worwick.

—Ya está listo mi pequeño rey —susurró Luna, acariciando la mejilla de Bastian con dulzura—. Pronto llegará tu alimento.

Bastian balbuceó y extendió una de sus manitas hacia ella, provocando que Luna sonriera y se inclinara hacia él, dejándole un tierno beso en su frente. En ese instante, la puerta de la habitación se abrió, captando la atención de Luna al ver a su nana Helen entrar con cierta prisa.

—¡Mi niña, ahí viene! —dijo la mujer con afán en su voz.

Al oír aquella frase, Luna miró a su nana con un confuso brillo en la mirada que se debatía entre la esperanza y el temor; y conteniendo la respiración, preguntó:

—¿Es Valerio, nana? Dime que es Valerio —Su voz se quebró producto del miedo, rogando que fuera él quien se acercaba.

—Sí, mi niña, es él. Tu esposo se acerca junto a la formación de soldados.

Llena de emoción y con el corazón acelerado por la noticia de que Valerio ya estaba de vuelta, Luna tomó a Bastian entre sus brazos y salió de la habitación con prisa, mientras que la señorita Helen la seguía de cerca, sujetando con ambas manos el faldón de su vestido para no tropezar.

Al lograr salir de los pasillos, Luna caminó un poco más rápido mientras cruzaba el jardín, hasta que llegó al patio de armas, donde pasó entre los guardias que se movilizaban de un lado a otro; logrando cruzar las puertas del castillo, y una vez afuera, ella fijó sus ojos en la formación de soldados que se acercaban; observando entre ellos a Valerio, montado en su caballo blanco.

Tan pronto como Valerio vio quiénes lo estaban esperando, tiró de las riendas, acelerando el galope de su equino con rapidez hasta llegar a las puertas del castillo.

Con la respiración entrecortada y al borde del llanto, Luna se quedó inmóvil por un momento, observando a su esposo bajar del caballo, y en el instante en que él se acercó, Luna se arrojó a sus brazos junto con Bastian, sintiendo cómo la calidez y la fuerza de los brazos de Valerio la envolvían.

—Volviste —sollozó contra su pecho, dejando que la lágrima le ganara—. Yo sabía que ibas a volver, lo sabía.

Valerio la sostuvo a su lado, apoyando su frente contra la de ella. —Lamento no haber vuelto antes ni haberte enviado un mensaje; no era seguro hacerlo, y debía dejar en orden el castillo antes de partir.

Luna lo miró con ternura, pasando su delicada mano por el rostro de su esposo. —Lo sé, y no te preocupes. No tienes que excusarte, sé que ese es tu deber como rey.

El balbuceo de Bastian interrumpió el momento entre sus padres y cuando Luna bajó la mirada, vio a su pequeño estirando sus bracitos hacia Valerio, pidiendo que él lo sostuviera.

—Él también te estuvo esperando.

—A ver, mi pequeño rey —Valerio sonrió, tomando a su hijo en brazos con cuidado—. ¿Cuidaste bien de tu madre?

Bastian respondió con un dulce balbuceo, como si hubiera entendido cada palabra de su padre, lo que provocó que Valerio y Luna sonrieran, mientras el pequeño aferraba su manita a la tela del camisón de su padre.

Valerio besó la frente de Bastian y luego miró a su esposa, que lo observaba con cariño, dejando de lado todo lo vivido días atrás; permitiéndose descansar por fin en el calor de su familia.

—Vamos dentro —dijo Luna, tomando la mano de Valerio—. Debes descansar, y un encargado debe atender esas heridas.

Mientras la guardia entraba al castillo y se reorganizaba, Luna y Valerio caminaron juntos hacia sus aposentos para por fin descansar.

Después de haber dejado solo un par de horas a su esposo para que pudiera descansar, Luna entró con cuidado a sus aposentos, encontrando a Valerio despierto y sentado en la cama con Bastian a su lado, aún dormido entre las suaves sábanas.

—¿Ya estás despierto? —musitó ella, acercándose.

—Sí, logré descansar —Valerio le sonrió—. Aunque el que parece estar mucho más cansado que yo es este pequeño caballerito.

Luna esbozó una tierna sonrisa mientras ambos contemplaban la tranquila respiración de su pequeño hijo y la calma que emanaba de su delicado rostro.

—No hagamos mucho ruido —susurró Luna, inclinándose con cuidado hacia Bastian para tomarlo entre sus brazos y pasarlo de la cama a la cuna, donde lo acomodó con cuidado.

—¿Le enviarás un mensaje a tu madre? —Luna volvió su mirada hacia Valerio, observándolo con un papel sin lacrar en su mano—. Lo encontré sobre la cómoda.

—Sí —respondió ella, caminando de vuelta hacia la cama—. Mientras no estabas, ella me envió un mensaje, y yo le escribí para responderle.

Valerio dejó el papel sobre el buró. —Entrégaselo a Lord Havel para que lo envíe.

—¿No te molesta que comparta comunicados con mi madre?

—No. Además, ya sabía que lo hacías. —Luna arqueó una ceja al oír que él ya sabía que había estado compartiendo comunicados con su madre—. Al final, ellos son tus padres. Tal vez al principio pensaste que fueron crueles contigo por todo lo que pasó, pero también sé que no necesariamente tiene que ser así, por eso no tengo por qué molestarme. —Él extendió su mano hacia ella—. Ven.

Luna se acercó y se sentó a su lado, sintiendo la calidez de su tacto.

—Gracias por entender —ella le sonrió—. ¿Me vas a decir ahora cómo solucionaste el problema de Hillcaster? ¿Fue muy difícil?

—Fácil no fue, mi reina, pero lo importante es que ya acabé con todo el consejo de esa casa.

—Si acabaste con todos, ¿quién quedó a cargo?

—Citaré una reunión con el consejo para informarles de la situación y ahí anunciaré quién de ellos me servirá para estar al frente del castillo Loancastor, así que por ahora, el jefe comandante que me acompañó está cuidando del castillo junto con algunos de los  soldados de la formación. Mejor dime cómo estuvieron las cosas aquí en mi ausencia.

Luna bajó la mirada, pensativa y tomando la mano de Valerio entre las suyas, dijo: —Di la orden de que sepultaran a Alaska junto a Verti y Kathrina.

—Hiciste bien.

—¿De verdad?

—Sí. Al final, esa era la familia de Verti, aunque él no la valorara en su momento —Valerio suspiró, llevando a Luna hacia su pecho—. Es irónico pensar que el mismo Verti dio las indicaciones exactas para que esos hombres entraran aquí en busca de mi familia, y al final, quien murió fue el único legado que de alguna forma, pudo haber continuado su sangre.

—Al menos ahora ya está junto a ellos, ¿no?

Valerio asintió, mirándola con una leve sonrisa, y después se inclinó hacia ella, uniendo sus labios a los de Luna en un beso suave y profundo, mientras que en la cuna; Bastian seguía dormido, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.

DOS AÑOS DESPUÉS

—Agradezco mucho que hayan atendido a mi llamado para esta reunión de último momento —habló Valerio, sentado en la cabecera de la mesa del consejo, observando a sus miembros—. Como ya les había informado, estuve reformando algunas de las leyes de esta casa y les dije que en cuanto la reestructuración de dichas leyes estuviera lista, yo mismo se los informaría, y por eso los cité aquí.

Valerio se inclinó, apoyando sus codos en la orilla de la mesa.

—Como pueden ver, frente a cada uno de sus lugares se encuentran los pergaminos con cada una de las leyes que entraron en reforma.

Cada uno de los lores sentados en la mesa tomó los respectivos papeles frente a ellos y comenzó a leerlos en silencio.

—Estas reformas fueron redactadas por mí, con la guía y el consejo de los Daskalos de esta casa, pero antes de continuar con esta reunión quiero ofrecerles excusas por la ausencia de la reina Luna en esta mesa, ya que como ustedes saben, ella se encuentra en las últimas semanas de su gestación y hoy amaneció un poco indispuesta.

—Entendemos la condición de la reina Luna y le deseamos que pronto se sienta mejor, Majestad —habló un lord miembro—. Con respecto a estas leyes que usted ha reformado, queremos saber si cada una se reestructuró siguiendo las tradiciones dictadas por los ancestros de esta casa, conforme a la ley de los dioses.

—Agradezco sus buenos deseos para la reina, mi lord, y en cuanto a la reforma quiero dejar claro algo; jamás iría en contra de la ley de los dioses de mi casa, ignorando el poder de estos; de hecho, considero fundamental y agradezco que todos aquí tengan esto en cuenta.

Valerio se recostó en el espaldar de su silla, dejando el pergamino sobre la mesa antes de continuar:

—Durante estos dos años, pedí instrucción a los Daskalos para comprender mejor a los dirigentes y príncipes cuyos pensamientos quedaron escritos como un legado para futuros gobiernos. Por eso me encargué de estudiar los pergaminos que el mismo rey Aiseen dejó y en los que quedó por sentado su apoyo a los pensamientos de varios príncipes, pero dentro de estos, al que más apoyó fue al príncipe Vermilion, un Worwick que en mi opinión, fue un revolucionario en su tiempo.

Los lores se miraron entre sí, entendiendo hacia dónde iba dirigida la intención del rey al conocer bien la historia de aquel príncipe de casta dorada.

—¿Usted espera que aprobemos estas leyes, Majestad? —habló un lord miembro, dejando el papel sobre la mesa.

—No. No les estoy pidiendo que aprueben estas leyes; solo les estoy compartiendo las reformas que se hicieron, porque estas mismas ya fueron aprobadas.

—Los pensamientos del rey Aiseen y del príncipe Vermilion, especialmente de este último, eran demasiado ambiciosos, Majestad —murmuró un lord mientras examinaba el pergamino con detenimiento.

—Lo sé —Valerio asintió con una ligera sonrisa—. Por eso el rey Aiseen los valoró y conservó cada una de sus palabras para que sobrevivieran en el tiempo. El único error del príncipe Vermilion fue haber sido un Worwick de casta dorada con la mentalidad de un Worwick de casta blanca, porque creo que sobra decir, que en aquel tiempo ni el consejo ni su rey estaban preparados para él, y el rey Aiseen lo dejó por escrito. Por eso la nueva reforma no solo se basará en esos pensamientos, sino también en los míos y en lo que he vivido hasta ahora, porque, si no nos adaptamos, moriremos; y eso es algo que no podemos permitir.

—Agradecemos su compromiso como rey para con la casa Worwick, Majestad, y sobra decir que todos los que estamos sentados en esta mesa apoyamos sus decisiones y órdenes.

La puerta de la sala del consejo se abrió de golpe, llamando la atención de los presentes, que volcaron su atención hacia la entrada, observando a un guardia que entró con prisa y tras hacer una reverencia hacia el rey, dijo:
 
—Mi rey, es la reina Luna.

—¿Qué sucede?

Aferrada con fuerza al dosel de la cama, Luna trataba de respirar profundo, mientras las contracciones la hacían gruñir de dolor, al tiempo que ella pujaba con fuerza al sentir la necesidad.

La señorita Helen entró a los aposentos con prisa, mientras los gritos ahogados de su niña se escuchaban en toda la habitación, confundiéndose con las indicaciones urgentes de las parteras.

—¡Puje, Majestad, ya falta poco!

Luna pujó con fuerza, volviendo a escucharse un gruñido desesperado salir de su interior, mientras la señorita Helen sostenía con firmeza su mano.

—¿Le, le avisaste a Valerio, nana? —preguntó Luna entre jadeos, con la voz quebrada por el esfuerzo y el dolor.

—Sí, mi niña, no te preocupes. Mandé a un guardia por él; en cualquier momento tu esposo llegará.

Otra contracción recorrió el cuerpo de la reina, arrancándole un grito desgarrador, mientras las parteras permanecían atentas a la llegada del bebé.

—¡Puje, Majestad! —habló la partera delante de Luna, viendo cómo al fin se asomaba la cabecita de la criatura—. ¡Ya viene!

Luna apretó los ojos para tomar aire y al sentir la urgente necesidad, ella pujó una vez más con todas sus fuerzas, justo cuando la puerta de la habitación se abrió y Valerio entró, observando cómo Luna se retorcía con un último esfuerzo sobre la cama, dando a luz a su segundo hijo, pero al dar un paso hacia ella, él se detuvo al oír un llanto agudo apoderarse de la habitación.

Agotada tras su gran esfuerzo, Luna descansó sobre la cama, mientras la señorita Helen la acomodaba con cuidado sobre los almohadones, hasta que su mirada se encontró con Valerio, quien avanzaba hacia la partera con una ligera sonrisa en los labios, mientras la mujer sostenía en brazos a la pequeña criatura, limpiándola con delicadeza antes de que otra de las parteras la envolviera en una fina y delicada manta blanca.

—Es una hermosa niña de casta dorada, Majestad —anunció la partera antes de extenderle la pequeña a su padre.

Valerio recibió en brazos a su pequeña con delicadeza, sintiendo por primera vez el cálido peso de su hija, al tiempo que observaba con maravilla cada rasgo diminuto de la bebé, junto a esos ligeros mechones de cabello dorado que brillaban en su cabecita.

—Quiero verla —pidió Luna, captando la atención de Valerio, quien alzó la mirada hacia ella, regalándole una sonrisa, y acercándose a la cama con cuidado, él se sentó a su lado y depositó a la pequeña en su regazo, permitiendo que Luna la abrazara por primera vez.

—Lo hiciste increíble, mi amor —susurró Valerio, dejando un tierno beso en la frente de su esposa.

Luna sonrió con los ojos empañados mientras contemplaba los delicados movimientos de su pequeña junto a Valerio, hasta que la puerta de la habitación se abrió de golpe y el pequeño Bastian entró corriendo, seguido por su nana, quien trataba de mantenerle el paso para que no se cayera.

—¡Mamá, papá! ¿Ya nació? ¿Ya nació? —preguntó el pequeño con impaciencia.

Luna asintió en medio de una sonrisa. —Sí, mi cielo, ya nació.

—Ya tienes una hermana, pequeño guerrero.

Los ojos de Bastian brillaron de emoción, mientras saltaba de alegría, celebrando que ya tenía una hermana. —¡Sí! ¡Sí! ¿Ya puedo jugar con ella?

Todos en la habitación rieron ante el entusiasmo del pequeño.

—Aún no, hijo —habló Luna con dulzura—, pero cuando sea un poco más grande, podrás jugar con ella.

Curioso por ver a su hermana, Bastian se recostó sobre el lecho, tratando de empinarse para tratar de mirar hacia los brazos de su madre, pero Valerio lo tomó en sus brazos y lo sentó sobre sus piernas para que pudiera verla mejor de cerca.

Guiado por su padre, Bastian extendió un dedo y lo deslizó sobre la diminuta manita de su hermana, acariciándola con cuidado, tacto al que la bebé reaccionó moviendo su bracito.

—¿Le gustó? ¿Le gustó? —celebró el pequeño, buscando la mirada de su padre, quien asintió sonriendo—. Yo la cuido hasta que sea grande —dijo el niño, pasando una vez más su dedo por la pequeña mano de su hermana.

—¿Qué nombre tendrá la pequeña princesa, Majestad? —preguntó el encargado presente en la habitación, dirigiéndose al rey.

Valerio miró a Luna, quien asintió en medio de una sonrisa cómplice y bajando la mirada hacia su pequeña, él dijo:

—Valaska. Se llamará Valaska Worwick.

El encargado asintió y salió de la habitación, mientras la pequeña Valaska seguía envuelta en los brazos de su madre, junto a la presencia de su hermano y su padre, el rey.

Fin.

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