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𝟓𝟖. 𝐋𝐋𝐔𝐕𝐈𝐀 𝐃𝐄 𝐏É𝐓𝐀𝐋𝐎𝐒

Capítulo 58

—En las horas de la mañana, el cuerpo del príncipe Verti fue sepultado, y junto a él, el de la princesa Kathrina Filty, como su esposa que era —rompió Valerio el silencio mientras frotaba con insistencia el anillo en su dedo anular, mientras los miembros del consejo lo observaban con atención—. Con todo lo demás explicado, sobra decir que lo que sigue ahora es dar una breve explicación a los Filty sobre lo sucedido con la princesa, sin profundizar en las razones.

Un ligero murmullo recorrió la mesa hasta que un lord miembro de la estrategia, se removió en su lugar con cierta incomodidad y alzando la mano, tomó la palabra.

—Disculpe, majestad.

—Dígame, lord.

El hombre carraspeó, aclarando su garganta.

—Con respecto a lo sucedido con el príncipe Verti, creo que, como miembros del consejo de la casa Worwick, merecemos una explicación más razonable de parte de la reina Irenia.

Valerio entrecerró los ojos. —¿Está diciendo que mis explicaciones no son razonables, lord?

—No, majestad, en ningún momento insinué eso, pero con el respeto que su majestad y la reina merecen, creo que es insuficiente decir simplemente que la reina madre tuvo que asesinar a un príncipe Worwick por su conspiración contra la corona, ya que después de todo, el príncipe Verti sirvió lealmente como estratega hasta que la reina Luna lo destituyó, y todos aquí fuimos testigos de que aquella destitución fue injustificada.

Valerio se inclinó hacia adelante en la mesa con la mirada fruncida, fija en el lord.

—¿Está cuestionando las razones de su reina, aun sabiendo todo lo que el príncipe Verti había hecho?

—No las cuestiono, majestad. —El hombre giró la vista hacia los otros miembros del consejo, buscando apoyo—. Pero, para quienes trabajamos con el príncipe Verti, es difícil creer que haya cometido todas las atrocidades que usted menciona. Por ello, creo que la reina Irenia debería explicarnos sus razones.

Valerio apretó los puños sobre la mesa. —La reina Irenia no explicará nada ante ustedes, y le exijo que respeten el duelo de una madre que tuvo que sacrificar a su propio hijo para salvar la corona. Al igual que ustedes, a mí me costó creer que mi propio hermano asesinó al rey que era mi padre y el de él, e intentó asesinarme a mí también, pero por más duro que esto fuera; yo acepté dicha realidad, aunque me doliera.

—¿Existe algún testigo que pueda afirmar que el príncipe confesó sus crímenes regicidas y conspiraciones ante la reina Irenia? Porque si es así, creo que todos aquí merecemos una prueba real de los hechos; y no es que dude de usted, majestad, pero su padre siempre se aseguró de validar sus decisiones con pruebas contundentes ante su corte.

—La guardia es testigo de la conspiración del príncipe Verti —intervino el primer jefe comandante, quien se encontraba presente en la mesa—. Sabemos que fue él quien utilizó guardias que estaban bajo el mando de Sr Dorco en ese momento; además de eso, se tienen pruebas de los comunicados que el príncipe enviaba a Hillcaster, donde conspiraba con la cabeza del consejo contra la corona, lord.

—Yo soy testigo de ello —intervino otro lord miembro—. Muchos de nosotros aquí presentes fuimos testigos de cómo la reina Irenia tuvo que pedirle al príncipe, en reiteradas ocasiones, que se apartara del lugar del rey por respeto a su posición, y me parece que esa es una clara señal del nulo respeto que él tenía por la posición de su hermano como heredero y rey.

—Eso es cierto —afirmó otro consejero—. El día de su destitución, el príncipe ocupó el lugar del rey Valerio en la cabecera de esta mesa y se atrevió a declarar que el rey estaba muerto, y fue por ese accionar arbitrario que la reina Luna decidió destituirlo.

—La reina Luna estaba alterada por la ausencia del rey —alegó de nuevo el lord miembro de la estrategia—. Incluso la reina insinuó abiertamente que el príncipe Verti lo había asesinado, lo que resultó ser falso, ya que el rey está aquí con nosotros. ¿No creen que una reacción como esa es inapropiada para una reina que se sienta en esta mesa y tiene poder de conocimiento y decisión política?

El fuerte estruendo que ocasionó el puño de Valerio contra la mesa frenó las palabras del lord, mientras este se colocaba en pie con el rostro enrojecido y la mirada fija en aquel hombre.

—La reina Luna siempre tuvo razón en sus palabras, lord. Mi propio hermano planeó toda una sucia estrategia con la cabeza del consejo de Hillcaster para que yo muriera en aquel ardid de supuestos cangrinos en el bosque. Por eso se levantó contra mí con seguridad, convencido de que yo estaba muerto, pero las cosas no salieron como él esperaba y pude regresar. ¡Así que bajo ningún motivo permitiré que ni mi esposa ni la reina Irenia den explicaciones sobre esto a nadie!

Las puertas de la sala del consejo se abrieron de golpe, captando la atención de los miembros y del rey, quienes giraron sus rostros hacia la entrada de la sala, viendo cómo la reina Irenia entraba con la cabeza en alto y con esa imponente presencia que siempre la había caracterizado.

—Madre —susurró Valerio, sorprendido de verla allí, al no esperar que por su estado, ella se presentara.

Irenia se acercó hasta su hijo, y  colocándose a su lado, pasó su mano por el hombro de Valerio y dijo:

—Tranquilo, hijo.

—Madre, usted no debería estar aquí.

—Lo sé —respondió ella, observándolo con esa mirada inquebrantable que ella solía tener—. Pero no podía dejarte solo ante esto.

Irenia dirigió su vista hacia los miembros del consejo, dejando ver en ella esa mirada gélida y autoritaria que le era propia.

—Parece que muchos de ustedes, sobre todo aquellos que trabajaron de la mano del príncipe Verti, se rehúsan a aceptar las explicaciones de mi hijo y exigen las mías; y como no tengo absolutamente nada que ocultar con respecto a este tema, hablaré.

Los miembros se miraron entre sí, mientras un silencio abrumador se apoderaba de la sala.

—Les confirmo aquí y ahora que fui yo quien tuvo que poner fin a la vida de mi propio hijo para salvar la corona —declaró ella sin titubear—. Yo fui testigo de los intentos de asesinato que el príncipe Verti ejecutó contra el rey Valerio, en repetidas ocasiones y en aquella última y desafortunada lucha que tuve contra mi hijo cuando llegué a la habitación; me encontré una escena que ninguno de ustedes tuvo que presenciar ni sentir.

La voz de Irenia se quebró por un instante, pero como era propio de ella, logró contenerse de inmediato y continuó:

—Después de haberle quitado la vida a su esposa, mi propio hijo intentó matarme, y en medio de nuestra lucha, él confesó haber asfixiado al rey Dafert; confesó haber intentado asesinar a su hermano y admitió que deseaba hacer lo mismo conmigo, y lo intentó. Por esa razón lo detuve de la única forma en que pude, y ninguno de ustedes tiene derecho a cuestionar lo que hay detrás de eso ni a cuestionar la palabra del rey.

Un silencio denso se apoderó de la sala, mientras los lores aceptaban sin cuestionar las palabras de la reina madre. Valerio pasó la mano por su rostro, y tras un breve suspiro; afirmó su cuerpo contra la mesa.

—Teniendo claro este asunto, creo que sobra decir que las excusas que recibirán los Filty serán simples y contundentes. La princesa Kathrina murió tras el difícil parto de la princesa Alaska, de la cual aún no se ha anunciado su nacimiento, y con respecto al príncipe Verti, él murió atendiendo un ataque de Cangrinos en el bosque. Esto es una afirmación por declaración real, por lo tanto, no debería traer problemas.

—Majestad, no creo que…

Valerio desenfundó una daga pequeña que tenía en su cinturón, y haciendo uso de su puntería impecable, la arrojó directamente hacia el lord, hundiendo la hoja afilada en el ojo derecho del hombre, quien apenas tuvo tiempo de soltar un quejido ahogado antes de desplomarse sobre la mesa.

El sobresalto de los demás miembros del consejo, al no esperar dicha reacción del rey se hizo más que evidente, y un silencio aún más denso, cargado de terror; se apoderó de todos en la sala.

—Esto va para todos los que están aquí. Cualquiera de ustedes que intente cuestionar o traicionar la lealtad que dicen tener hacia esta casa tendrá el mismo fin, porque no me temblará la mano para matarlos. Yo hablo y escucho una vez; tal vez dos, pero no habrá una tercera para nadie.

Sin más que agregar a la situación, Valerio se movió de su lugar y salió de la sala junto con la reina Irenia, mientras que los guardias presentes removían el cuerpo sin vida del lord, dejando tras el arrastre de su cuerpo un espeso rastro de sangre.

Los días siguientes a la reunión con el consejo transcurrieron en completa calma, y, tal como el rey lo había estipulado, se envió un comunicado a la casa Filty informando del lamentable fallecimiento de la princesa Kathrina a causa del complicado parto que había sufrido.

Aunque trágica, la noticia dejó tranquilo al rey de aquella casa al saber que los Worwick habían honrado a su hija sepultándola junto a su esposo, y el evento fue tomado como un desafortunado giro del destino, sin mayores sospechas, ya que la señorita Margot decidió quedarse en Southlandy para convertirse en la nana de la princesa Alaska.

Para esos días, el castillo Worwick comenzaba a recuperar su ritmo habitual, y el silencio que lo había envuelto tras la muerte del príncipe Verti se disipó poco a poco, pero a pesar de que todo estaba en relativa calma, Valerio no permitió que el asunto de los guardias al servicio de Verti quedara atrás sin consecuencias.

Él ordenó al primer jefe comandante que apresara a todos los guardias que sirvieron abiertamente a su hermano, y él mismo los ejecutó uno a uno en el patio de ejecuciones del castillo, sin aceptar ni otorgarles el derecho a una rendición.

Valerio también ordenó al lord comandante que impusiera una vigilancia minuciosa y silenciosa sobre otros guardias que se sospechaba habían servido al príncipe Verti en secreto, asegurándose de erradicar cualquier resto de deslealtad hacia la corona.

Tras una breve reunión con su consejero y algunos miembros de la corte en su sala privada, Valerio se dirigió a sus aposentos, y al entrar, él se encontró con su esposa bordando, sentada en el amplio mueble de la sala, mientras la señorita Helen y la señorita Margot estaban junto a las nanas, atendiendo a Bastian y Alaska.

Valerio cerró la puerta con cuidado, se acercó a Luna, e inclinándose, depositó un beso en la mejilla de su esposa.

—¿Cómo se están portando?

—Bien —respondió Luna, regalándole una sonrisa a su esposo.

Valerio observó a Bastian, dormido en su pequeño lecho sobre el suelo, junto a su nana, y después dirigió su mirada a Alaska, quien estaba despierta, observándolo fijamente con sus grandes ojos grises, parecidos a los de su padre.

—¿Y por qué esta pequeña no está durmiendo? —preguntó él con una sonrisa.

Luna levantó la vista de su bordado. —Seguramente te está esperando para que la duermas tú.

—¿Yo?

—Sí, tú —Luna sonrió—. Ya la acostumbraste.

Valerio miró a Alaska, arqueándole una ceja, y una ligera risa en medio de un balbuceo salió de la pequeña.

—Veamos —dijo él, levantando a Alaska con delicadeza en sus brazos, acunándola en su regazo—. Tú también estuviste con mi madre —le murmuró a la pequeña, como si ella pudiera responderle.

—Sí —contestó Luna—. Ambos pasaron un rato con ella en sus aposentos.

—¿Tú la acompañaste?

—Sí, pero después de un rato la dejé sola con ellos.

—¿Cómo la viste?

—Quisiera decir que mucho mejor —Luna dejó el bordado a un lado—, pero siento que sus ánimos no han mejorado del todo, o al menos eso parece. Yo creo que estar cerca de Bastian y de Alaska la ayuda a sentirse un poco mejor; ellos le dan una pequeña alegría.

—Al menos. Espero que estas dos criaturas la motiven un poco más.

—Sí, yo espero lo mismo. ¿Irás a verla?

—Sí, pero más tarde.

Unos golpes en la puerta se hicieron audibles en la habitación, y cuidando el sueño de Bastian, Valerio ni tardó en abrir  la puerta.

—Adelante.

La sirviente tras la puerta entró en la habitación, hizo una ligera reverencia, y dirigiéndose al rey, dijo:

—Lamento interrumpir, majestad, pero la reina Irenia desea hablar con usted en sus aposentos. Dice que es urgente.

—Claro. —Valerio se dirigió a Luna y le entregó a Alaska con cuidado. —Vuelvo después, mi amor.

—No tengas afán.

Regalándole una sonrisa a su esposa, Valerio salió de la habitación y caminó por los pasillos en dirección a los aposentos de su madre. Al llegar, él entró y cerró la puerta con cuidado, encontrándose con Irenia sentada en una silla junto a la pequeña mesa de té, mientras dejaba a un lado la taza del té que acababa de tomar.

—Madre.

Irenia levantó la mirada ante la voz de su hijo y al verlo, sonrió.

—Hola, mi amor. Viniste.

—Sí. Una de sus sirvientes me dijo que quería verme. ¿Sucede algo?

Irenia extendió una mano hacia Valerio y él se inclinó, dejando que ella acariciara su cabello con una ternura que rara vez fue capaz de mostrar, y mirándolo directamente a los ojos, dijo:

—Perdóname, hijo.

—¿Perdonarla? ¿Por qué, madre?

—Por todo —susurró ella—. Por todo lo que nunca hice, por todo lo que nunca dije; por todas las veces que fui dura contigo y por todo lo que te exigí sin medida ni razón.

—Madre, eso ya pasó —él tomó la mano de ella entre las suyas—. No tiene que pedirme perdón por eso.

—Sí, sí lo tengo que hacer.

La voz de Irenia se quebró con ligereza y, por primera vez en mucho tiempo, Valerio vio en los ojos de su madre algo más que su usual severidad. Él vio arrepentimiento.

—Madre…

—Hijo, escúchame, por favor. Lamento no haber hecho nada para defender tu compromiso con Venus, porque sé cuánto significaba para ti tu compromiso con ella en ese momento. Lamento no haber apoyado tu deseo de pertenecer a la guardia arquera; lamento aquella carta sobre Venus que escribí para que dejaras de insistir en ella y te resignaras —Irenia sollozó—. Y lamento haberte presionado tanto con la consumación de tu matrimonio, porque sé que mis presiones te llevaron al límite. Por eso quiero pedirte, por favor, hijo, que me perdones.

—Madre, por favor.

—Yo sé que no es excusa, hijo, y no las estoy buscando, pero yo creí en ese momento que tu padre y yo estábamos haciendo lo mejor para ti.

—Y lo fue —afirmó, sujetando las manos de su madre con más fuerza—. No puedo odiarla por haberme llevado a la mejor experiencia de mi vida, madre. Sé que las decisiones que tomaron en su momento no fueron las mejores, pero gracias a ellas hoy estoy con Luna, y puedo decirle con certeza que cuando me fui a Escandineva viví uno de los momentos más significativos de mi vida, porque al estar a solas con ella en ese lugar, me enamoré de mi esposa.

Irenia dejó escapar un sollozo y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.

—Hijo…

—Madre, por favor, no llore.

Ella lo miró por unos segundos y, con dolor en su voz, susurró: —Dime, ¿qué fue lo diferente que hice contigo? ¿Por qué no me reprochas nada? Todo también fue igual con tu hermano; yo también fui fría y dura contigo.

—Madre, esto no es culpa suya, y lo que pasó con Verti no es su responsabilidad. Él eligió el camino que lo llevó a su propia ruina y usted no es responsable del odio y rencor que él albergaba por desear más de lo que debía. Solo míreme a mí —él acarició la mejilla de su madre—. A pesar de todo lo que pasó, yo elegí ver a Luna. Elegí darme una oportunidad con ella, elegí amarla y abrir mi corazón a una vida a su lado, y no me quedé atrapado en el odio y el resentimiento solo porque no pude casarme con Venus o porque no pude ser el arquero que tanto deseaba, y muchas otras cosas más.

—Quizás, quizás a él le faltó amor —susurró Irenia con la voz rota.

—Quizás, madre. Pero que yo recuerde, él recibió el mismo amor que yo de su parte. Sé que puede ser duro para usted, pero debemos aceptar que hay personas que por más que intentemos salvarlas, ellas mismas deciden hundirse, y Verti eligió hundirse. Usted luchó demasiado por él, dio todo lo que pudo con todo lo que le enseñaron. ¿Cómo podría yo juzgarla por eso?

Valerio la abrazó con fuerza, sintiendo su fragilidad, y ella lo apretó con la desesperación de una madre que quería sostener lo único que le quedaba, y después de aquel abrazo, ella buscó la mirada de Valerio y volvió a acariciar su cabello.

—Prométeme que lo harás.

—¿Hacer qué, madre?

—Que serás lo que siempre deseaste ser. Que harás con esta casa lo que una vez peleaste entre tantas discusiones con tu padre y conmigo, al intentar validar tu visión. Necesito que me digas que lo harás.

—Madre, ¿por qué me dice esto? ¿Por qué habla así?

Las manos de Irenia temblaron y ella las apretó como si no pudiera controlarlas.

—Hijo, por favor, prométemelo. Ya no tengo mucho tiempo.

—¿Qué? —Su mirada se fijó en la mesa, justo en la taza de té que ella había terminado de tomar cuando él entró, y entonces lo supo—. ¿Qué, qué hizo, madre? —Él agarró la taza en sus manos—. ¡¿Qué tomó?!

Irenia lo miró con tristeza. —Belladona.

Valerio soltó la taza, sabiendo que no había nada que pudiera cortar el efecto del té que ella había tomado, mientras que el sonido del cristal rompiéndose en el suelo se agudizaba en sus oídos, y sin pensarlo dos veces él corrió hacia el pasillo, mirando a todos lados con la esperanza de encontrar a alguien que pudiera ayudarlo, pero no vio a nadie.

—¡QUE ALGUIEN BUSQUE UN ENCARGADO! ¡AHORA!

Con la respiración acelerada ante el silencio de los pasillos, él corrió de vuelta a la habitación y encontró a su madre de pie, aferrándose a la silla, luchando contra el temblor de su cuerpo.

—¡Madre, no! ¿Por qué hizo esto? ¡Madre, usted es fuerte, no puede irse así, no me puede dejar solo!

Irenia sonrió con tristeza. —No es cierto, y lo siento, mi amor, pero no puedo más con esto.

El cuerpo de Irenia cedió, desplomándose en los brazos de Valerio, quien cayó de rodillas al suelo, sujetándola en medio de un terrible jadeo, como si el aire se le escapara del cuerpo.

—¡No, no, madre, por favor, no cierre los ojos! ¡Ya viene un encargado! ¡Por favor!

—Necesito que me digas que te convertirás en el rey que siempre soñaste ser. En ese rey que no se conforma con solo estar sentado en el trono sin hacer nada, y que no te importará si otros dicen que estás loco por ser distinto. Dime que serás un guerrero de casta dorada, que cambiarás el destino de esta familia y te convertirás en el rey arquero.

Valerio sollozó, sujetándola con fuerza. —Lo haré, lo haré. Le juro por los dioses que lo haré. ¡Pero por favor, madre, resista! ¡No cierre los ojos!

Irenia esbozó una última sonrisa con los ojos empañados de lágrimas y dijo: —Estoy orgullosa de ti.

—¡MAMÁ! —gritó Valerio con todo el dolor de su alma, viendo cómo la mirada de su madre se dilataba, quedando fija en un punto de la habitación—. ¡MAMÁ, NO! ¡MAMÁ!

El desgarrador llanto de Valerio estremeció la habitación, mientras él seguía aferrado al cuerpo sin vida de su madre, sintiendo cómo su propio mundo se despedazaba mientras lloraba como un niño inconsolable, apretándola contra su pecho.

En medio de un jadeo, donde parecía que el mismo llanto lo estaba ahogando, él volvió a mirarla, sosteniendo en sus ojos la negación de su partida, mientras su mente se nublaba, perdiéndose en el vacío de su dolor.

Valerio miró a todos lados, desorientado, sin saber qué hacer, sin saber cómo respirar, sin saber ni siquiera cómo hablar, y dejando el cuerpo de su madre en el suelo, él se arrastró en medio de un ligero temblor, como si estuviera perdido, hasta que vio cómo la puerta de la habitación se abrió.

Él se inclinó hacia adelante, esperando ver a un encargado o un sirviente que quizás había escuchado sus ruegos, pero cuando la figura de la persona que había entrado se hizo visible ante sus ojos, su cuerpo entero se paralizó.

—¿Padre? —susurró él, confuso y aturdido por lo que estaba viendo.

Valerio retrocedió, con la respiración entrecortada, observando con horror cómo Dafert se inclinó hacia el cuerpo de Irenia, pero se estremeció aún más cuando ella abrió los ojos ante el llamado de su esposo,  extendió la mano hacia Dafert, y ante la mirada atónita de Valerio, Irenia se levantó.

Al tenerla justo frente a él, Dafert le dedicó una sonrisa tierna a Irenia, y entrelazando su mano con la de ella, dijo:

—Es hora de irnos, mi reina. Ya hiciste lo que tenías que hacer. Ya todo está cumplido.

Las manos de Valerio comenzaron a temblar con más fuerza y su boca se entreabrió, como si tuviera intenciones de llamarlos para que lo vieran, pero ningún sonido logró salir de su boca.

Agarrados de la mano, Irenia y Dafert caminaron hacia la puerta, saliendo al pasillo, y en ese momento Valerio sintió como su cuerpo despertó de golpe.

—¡No! —gritó él, arrastrándose en el suelo para luego levantarse y salir corriendo tras ellos, pero cuando cruzó la puerta, y salió al pasillo ya no había nadie.

Valerio se quedó de pie, con la mirada perdida en el vacío, y los ojos llenos de lágrimas, sintiendo un fuerte miedo estremecer su corazón, y al girar poco a poco su rostro hacia la habitación, se encontró con el cuerpo de su madre aún en el suelo.

Con el aire de una esperanza rota, él comenzó a llorar, y así cayó de rodillas frente a la puerta, dejando escapar un grito desgarrador, que pareció liberar un intenso  dolor contenido en su pecho, mientras que desde un lado del pasillo, Luna lo observó con tristeza, viéndolo destruido, y sin pensarlo dos veces, ella corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

Afuera del castillo, la actividad de los guardias y demás sirvientes que ignoraban la muerte de la reina, continuaba con normalidad, mientras la brisa se tornaba más densa y soplaba con más fuerza, llamando la atención de los que se encontraban en el patio de armas y el jardín.

Uno de los guardias miró hacia el cielo al sentir la fuerte ventisca, hasta que un pétalo cayó estrellándose contra su rostro, y antes de que pudiera preguntarse de dónde había salido aquel pétalo; comenzaron a descender del cielo lo que parecían ser pétalos blancos con los bordes ligeramente quemados.

Aquellos pétalos cayeron sobre los jardines, sobre el patio de armas, sobre los muros y torres del castillo, cubriéndolo todo, mientras los guardias y sirvientes alzaban la vista, contemplando la lluvia de pétalos.

Y mientras la lluvia de pétalos cubría el castillo, Dafert e Irenia caminaban sobre ellos, alejándose poco a poco de aquel lugar, pasando desapercibidos ante la vista de todos, y tomados de la mano, se perdieron juntos en el infinito.

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