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𝟓𝟑. 𝐅𝐀𝐋𝐀𝐂𝐈𝐀

Capítulo 53

HILLCASTER - CASTILLO LOANCASTOR

Las antorchas ardían en el pasillo que conducía hacia la sala privada del castillo de Hillcaster, mientras Lord Efran caminaba con un papel en mano, cuidando cada paso que daba.

Una vez el lord llegó hasta aquella sala, los guardias que custodiaban las puertas permitieron su ingreso, encontrándose con Lord Eldfert, solo dentro de la sala.

—Mi lord —se reverenció Lord Efran, entregándole el papel sellado que llevaba en sus manos a la cabeza del consejo.

—Dígame, lord.

—Ha llegado este comunicado explícito desde Southlandy. Lo envía el príncipe Verti de parte de Barcal.

—¿Barcal? —arqueó una ceja el lord con aparente impresión.

—Sí, al parecer algo sucedió con Sr Dorco.

Lord Eldfert tomó el papel en sus manos, y  sin prisa rompió el sello, abrió el papel, comenzó a leer las líneas de aquel comunicado, y durante unos segundos, el silencio se hizo denso, hasta que Lord Efran preguntó:

—¿Ha enviado el príncipe nuevas instrucciones?

—Sí —contestó el lord, levantando la mirada del papel—. El príncipe Verti nos informa sobre la situación real dentro del castillo y advierte que, aunque la guardia ha sido reforzada, el rey aún no ha hablado con el consejo.

—Eso es muy extraño.

—Sí, pero por lo que menciona el príncipe Verti, al parecer el rey tuvo ausencia de recuerdos después de su desaparición; lo que nos facilita esto, lord. El rey podría ser pasado por desequilibrado, y aunque no lo menciona explícitamente, creo que esos son sus planes.

—Mi lord, cuando usted dijo en el consejo que en el castillo debían morir todos; incluso el príncipe Verti ¿Hablaba en serio?

—Por supuesto —contestó Eldfert, tomando lugar tras el escritorio—. Si estamos usando al príncipe Verti para este propósito, es porque necesitamos a alguien dentro que nos facilite información, pero no se equivoque, lord; eso no significa que le daremos el trono. Una vez acabemos con ellos, él también morirá.

—No quiero sonar en contra de esta causa, pero por un momento pensé que no sería buena idea acabar con todos ellos por completo. Eso sería retar a los dioses de la casa Worwick.

—No tengo duda de que los dioses de la casa Worwick protegen la casta ancestral y la que deriva de ella, pero recuerdo que ellos también cortan la vida de los que la profanan y la maldicen. Según el contenido de este papel, el príncipe Verti vendió la vulnerabilidad de su rey por treinta piezas de oro Nordhes a un renegado que traicionó su caballería para convertirse en mercenario. ¿Acaso dejaría usted su futuro en manos de un hombre que mancha su propia sangre, ambicionando un poder que es claro que no va a poder manejar al carecer de inteligencia y sin el menor código de honor?

—No, lord. Claro que no.

—Entonces ahí tiene la respuesta, Lord Efran. Nuestro objetivo es recuperar el apellido Loancastor, recuperar las tierras de Hillcaster y eliminar a los Worwick del sur de una vez por todas.

—¿Seguirá las instrucciones del príncipe?

—No, solo usaré la información para organizar mi propia estrategia. Así que quiero que envíe la respuesta que el príncipe quiere escuchar y también quiero que se mantenga al pendiente, porque quizás necesitemos recurrir a métodos más  efectivos, y algo más —el hombre hizo una breve pausa—. Procure que cuando envié de vuelta la respuesta, envié también a los renegados que se esconden en la calle libre y sus alrededores el precio de la cabeza de Barcal.

—¿Algún motivo en particular, lord?

Lord Eldfert se acomodó en su asiento. —Barcal no trabaja solo lord, lo peor que puede hacer un renegado no es unirse a los Estenos, si no trabajar para una figura de autoridad importante, y según dicen las malas lenguas, ese hombre tiene tratos con un príncipe Blackroses, así que antes de correr el riesgo de que diga lo que sabe a uno de ellos se debe acabar con él.

—Como diga, lord.

Efran asintió ante las órdenes de la cabeza del consejo y abandonó la sala, listo para cumplir sus órdenes.

SOUTHLANDY - CASTILLO WORWICK

Valerio se encontraba solo en su sala privada, revisando algunos pergaminos frente a su escritorio, cuando las puertas se abrieron, y al despegar la vista de sus papeles para saber de quién se trataba, se encontró con su consejero, quien cerró las puertas tras su entrada.

—Mi rey —se reverenció.

—Dígame, Lord Havel —respondió Valerio, volviendo a enfocar su vista en los pergaminos.

—Lamento molestarlo, mi rey, pero le ha llegado un comunicado desde Dersia, y viene firmado con el sello del príncipe Leukes Blackroses.

Al oír aquel nombre, Valerio frunció el ceño, tomó el papel de inmediato, lo abrió y lo miró detenidamente, mientras la expresión de su rostro se tornaba aún más confusa con cada movimiento de sus ojos.

—El comunicado está en Finse, Lord. ¿Por qué Leukes me enviaría un mensaje en Finse desde Dersia?

—¿Es muy largo el comunicado, majestad? —preguntó el lord.

—Son solo seis líneas —respondió Valerio, volviendo a colocar su vista sobre el papel—. Conozco algunas palabras, pero no lo domino del todo; jamás lo he estudiado, así que no puedo concluir qué dice.

—Quizás el príncipe Leukes pensó que, siendo el Finse la lengua ancestral de los Worwick, usted lo entendería.

Valerio continuó mirando el comunicado con extrañeza y luego dijo:

—Quizás, pero no. Lleve este comunicado donde un daskalo para que lo descifre, y cuando sepa lo que dice, infórmemelo de inmediato.

—Sí, mi rey —asintió Havel, quien se inclinó una vez más ante Valerio.

Tras salir de la sala, Lord Havel cerró las puertas y comenzó a caminar por el pasillo, perdiéndose en la distancia, mientras que del otro lado del corredor, Kathrina observaba con cautela su salida, y con el mismo sigilo con el que había llegado hasta ahí; decidió acercarse a la sala, sin notar que alguien más la estaba observando.

A una distancia prudente, la señorita Helen se dirigía a la sala en busca del rey a petición de su niña, y fue entonces cuando vio a la princesa Kathrina no solo acercarse, sino también abrir las puertas y entrar, creyendo que nadie la había visto.

Al abrirse nuevamente las puertas, Kathrina entró y encontró a Valerio aún de pie junto a su escritorio, revisando con atención algunos pergaminos, y él volvió a alzar la mirada, encontrándose con Kathrina, quien cerró la puerta tras de sí.

—Mi rey —saludó ella, inclinándose ante él.

—Kathrina —murmuró Valerio con cierto desinterés, volviendo a fijar su vista en sus papeles sin moverse de su lugar.

Ella avanzó unos pasos hacia él, sin notar que desde afuera, la puerta se entreabría con cuidado, dejando ver parte del rostro de la señorita Helen, quien desde ese punto lograba observar y ver lo que ahí dentro sucedía.

—Disculpa si te importuno, Valerio, pero solo pasaba a darte mis agradecimientos.

—No tienes que preocuparte —dijo él sin mucho interés, dándole una mirada rápida a Kathrina antes de volver al pergamino en su mano—. Pero no entiendo bien a qué agradecimientos te refieres.

Kathrina se acercó un poco más hasta quedar a su lado.

—No había tenido la oportunidad de agradecerte por lo atento que fuiste el día de mis dolores de parto —dijo ella con un tono más delicado—. Además, supe que le exigiste a Verti que fuera a apoyarme, y aparte de eso, quiero agradecerte por ser tan gentil con Alaska, a pesar de que no es tu hija —Kathrina sonrió—. Te vi jugando con ella en la sala.

Valerio la miró de reojo y sonrió vagamente al recordar el momento, pero enseguida volvió su atención a los pergaminos.

—Creo que tú serás lo más cercano a una figura paterna que Alaska podrá tener —añadió Kathrina, con una sonrisa sutil.

—No tienes que agradecerme por eso, Kathrina. Como rey de esta casa, es mi deber velar por sus miembros, porque más que ser mi sobrina, Alaska es una Worwick, y siempre que pueda, voy a velar por ella.

Kathrina sonrió de medio labio ante sus simples palabras, porque aunque el tono de él era distante, la princesa eligió ver en esas palabras lo que ella quería ver, mientras que su mirada se perdía en el perfil de Valerio.

Su corazón latía con fuerza ante cada movimiento que él hacía, y antes de que la razón pudiera detenerla, ella llevó sus manos al rostro de Valerio e inclinándose hacia él, le dio un beso en los labios, con la intensión de prolongarlo, pero Valerio reaccionó al instante, sujetándola de los brazos y la apartó de él sin cuidado alguno.

—¿Qué te pasa, Kathrina? —reclamó Valerio con la mirada fruncida.

—Valerio, yo.  —Ella dio un paso hacia él.

—No te acerques —advirtió él, levantando una mano para marcar distancia.

—Valerio, por favor, no te molestes —suplicó—. Solo no aguanté la tentación de besarte porque ya no puedo seguir escondiendo lo que siento por ti.

—¿Qué? —Valerio sonrió con ironía.

—Me he dado cuenta de lo delicado y atento que eres conmigo —dijo ella con la voz temblorosa—, y cuando algo me sucede, tú siempre estás ahí para ayudarme, y yo…

—Kathrina —la interrumpió él, alzando la voz—, escucha bien. No sé qué hice para que creyeras que me interesas, pero quiero dejarte en claro que no es así.

El dolor en el rostro de Kathrina se hizo evidente al oír las palabras de Valerio.

—No me digas eso, Valerio.

—¡Tú eres la esposa de mi hermano!

—A Verti no le importamos. Yo nunca te lo dije, pero Verti no quiere a Alaska y me trata mal —ella sollozó—. Cada que puede, me amenaza e incluso me golpea, mientras que tú me ves y te preocupas por mí; como aquel día en el jardín, o ese día en los pasillos.

—Kathrina, has malinterpretado las cosas —aclaró él—. Como cualquier hombre decente en mi posición, te he tratado con respeto, sin cruzar los límites, y si soy cariñoso con Alaska, es porque ella es mi sobrina. Pero nada más.

—Lo único que quiero es que sigas cerca de nosotras —susurró ella, con los ojos empañados, luchando por no derrumbarse.

—¡Por los dioses! —exclamó Valerio, elevando su tono de voz—. Eres más que consciente de que tengo esposa, quien es tu reina, y no tengo ninguna intención de ver a otra mujer que no sea ella.

—¡Ella no te necesita! ¡Yo sí! —alegó con descaro, dando otro paso hacia él.

—No te acerques.

—Valerio, por favor. —Ella se detuvo en medio de un sollozo.

—¡Kathrina, ya basta! Ahora te voy a pedir amablemente que salgas de aquí y que no vuelvas a entrar a mi sala privada para nada. Si necesitas algo para mi sobrina, habla con mi madre, porque hasta donde sé, ella ha estado al pendiente de ti y de Alaska. Ahora, retírate.

Kathrina abrió la boca para protestar una vez más, pero Valerio no le dio oportunidad.

—¡Sal de aquí, Kathrina! —ordenó él, elevando su tono de voz.

Desde afuera, la señorita Helen se retiró de la puerta tras haber visto y oído toda la escena.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Kathrina mientras se estrellaba contra su realidad, y con el corazón desgarrado, ella salió de la sala, mientras que Valerio se quedó inmóvil frente a su escritorio, procesando lo sucedido, y en ese momento, comprendió que Luna tenía razón al desconfiar de ciertas actitudes de Kathrina que él no vio, pero de las que su esposa si se percató.

En la tranquilidad de sus aposentos, Luna se encontraba sentada en un mueble amplio junto a la ventana, mientras sus dedos deslizaban la aguja sobre una fina tela azul que bordaba con delicadeza, al tiempo que veía con ternura frente a ella al pequeño Bastian, quien descansaba en compañía de una nana sobre un suave y pequeño lecho de lino extendido en el suelo.

Luna sonreía al ver los ojitos de su hijo clavados en ella, atento a cada movimiento de su madre, observando cómo la aguja atravesaba la tela que tenía en las manos, y al notar cómo su hijo la observaba con insistencia, ella sonrió con ternura e inesperadamente, Bastian le devolvió la sonrisa a su madre.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe y la señorita Helen entró en la habitación con la respiración agitada junto a sus  manos temblorosas, y Luna la miró, dándose cuenta de la actitud extraña de su nana.

—Nana, ¿qué te pasa?

La mujer tragó en seco, y con la voz entrecortada, dijo:

—Ay, mi niña.

El tono angustiado de la señorita Helen alarmó a Luna, quien dejó el bordado a un lado y se levantó del mueble para acercarse a la mujer.

—¿Qué pasa, nana? ¿Dónde está Valerio?

La mujer tomó aire, sabiendo que lo que iba a decir era muy delicado, pero a pesar de eso, la mujer intentó tranquilizarse, y en medio de su nerviosismo, dijo:

—Mi niña, es que acabo de ver en la sala privada cómo la princesa Kathrina le dio un beso a tu esposo.

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