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𝟓𝟐. 𝐕𝐔𝐋𝐍𝐄𝐑𝐀𝐁𝐈𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃

Capítulo 52

—Creo que deberías tener cuidado con lo que haces y en cómo te acercas al rey, mi niña —advirtió la señorita Margot a Kathrina, mientras esta doblaba unas telas sobre un mueble cerca de la cama.

—Estoy cansada de esto, de vivir así, nana —murmuró la princesa sin dejar de acunar a Alaska en sus brazos.

—Lo sé, mi niña. Solo digo que debes tener cuidado por la reina. Si ella llega a saber lo que piensa y siente…

—Pues lo lamento por ella —interrumpió Kathrina, mirando a su nana—. No quiero su posición de reina ni los privilegios de los que goza por ser quien es. Solo quiero a alguien que nos cuide a Alaska y a mí. Ella ya tiene muchas cosas, incluso el corazón del que se dice ser mi esposo.

—Tenga mucho cuidado con él, mi niña. Si él llega a enterarse de lo que pretende, podría ser muy peligroso.

—No lo creo, nana. A Verti no le importamos; y si quiere que le sea sincera, nana, Verti ya no me importa. Así que espero que siga manteniéndose lejos, porque ya no estoy dispuesta a soportarlo, y sé que el único que puede mantenernos a salvo, a mi hija y a mí, es Valerio.

Las ruedas de la carroza que iba junto a la formación dirigida por Valerio y el lord Comandante se detuvieron al llegar a las tierras de las montañas. La guardia se alistó para rodear el lugar y el rey se bajó de su caballo para después desplazarse hacia la carroza en compañía de un guardia.

Valerio abrió la puerta de la carroza y el guardia extendió la mano para ayudar a descender a la abuela de Lurdes, quien se cubrió con su chal al apoyar los pies en la tierra mientras observaba el lugar.

—Gracias, joven —murmuró la señora con amabilidad, mientras avanzaba junto al guardia observando el paisaje con admiración.

Tras la mujer, Colibrí saltó ágilmente de la carroza, sacudiéndose al tocar el suelo, y tras el perrito, apareció Lurdes, a quien Valerio le extendió la mano.

—Con cuidado —dijo él, ayudándola a bajar de la carroza.

Lurdes tomó la mano de Valerio con fuerza y bajó del vehículo sintiendo la brisa fresca de la montaña contra su rostro, mientras su mirada recorría cada rincón del paisaje ante ella, observando el verde de los árboles y la vegetación que se extendía en todas las direcciones, junto a los cultivos que crecían allí y más allá, los pastizales que albergaban cabras, gallinas y una vaca que pastaba con tranquilidad.

Al mirar en otra dirección, vio un conjunto de árboles frutales que se podían apreciar a cierta distancia, hasta que su vista se enfocó en una linda y acogedora casa de madera con techo de paja, un pequeño cobertizo y una chimenea que le daba una sensación de calidez y seguridad.

—Este lugar es muy lindo, Angel —susurró Lurdes, maravillada.

—Y espera a que veas la casa por dentro. —Valerio comenzó a caminar a la par de Lurdes, mientras ella seguía observando todo a su alrededor—. La casa es lo suficientemente amplia y está bien equipada por dentro para que tú y tu abuela vivan cómodas. Aquí podrán sembrar y cuidar estos animales sin preocupaciones. Pero lo más importante. —Él se detuvo por un instante, mirándola a los ojos, y agregó—: Ya no tendrás que vivir con la puerta cerrada por miedo a que alguien venga a hacerte daño.

Con las mejillas rojas resaltando sus pecas y sus brillantes ojos verdes, Lurdes lo miró y se arrojó hacia él abrazándolo con ternura.

—Gracias, Angel.

Sintiendo la gratitud genuina de aquella jovencita, Valerio sonrió correspondiendo a aquel abrazo, hasta que la voz de un guardia interrumpió el momento.

—Mi rey.

Lurdes soltó a Valerio con afán al oír la voz del guardia, mientras él giraba su rostro hacia el hombre.

—Dígame.

—El fardo de la reina Luna fue colocado dentro de la casa, Majestad.

—Gracias —asintió Valerio, indicándole al guardia que se podía retirar, y al girarse hacia Lurdes con un gesto cordial, la invitó a que lo acompañara.

Juntos caminaron hacia la casa de madera, y al cruzar la puerta, Lurdes se quedó maravillada con todo lo que había en el interior. Ella observó a simple vista una salita amplia con un par de muebles junto a una chimenea de ladrillos con leña lista para ser encendida.

Junto a la ventana había una mesa de madera con un pequeño racimo de uvas, manzanas y peras frescas, y al lado de la mesa había un par de asientos, y de fondo se podía ver una pequeña cocina con una escalera estrecha a un lado que conducía al piso superior donde seguramente estarían las habitaciones.

Valerio se mantuvo en silencio dejando que Lurdes soñara observando todo lo que había ahí, mientras él tomaba el fardo que Luna le había dado para Lurdes, y después de unos segundos, se acercó a ella y con una ligera sonrisa le extendió el paquete diciendo:

—Lurdes, esto es tuyo.

—¿Qué es esto? —preguntó, confusa, observando lo que él le estaba dando.

—No lo sé —Valerio miró el fardo—. Lo único que sé es que te lo manda mi esposa.

Lurdes tomó el paquete con cuidado, lo puso sobre la mesa y comenzó a abrirlo, desatando el lazo con delicadeza, y de su interior sacó un vestido de color lila con un delicado bordado dorado en los puños y en  el escote. Al ver ese lindo vestido, sus ojos brillaron de asombro mientras lo sostenía entre sus manos.

—Es hermoso —susurró, observando cada detalle de la prenda con fascinación.

—Y parece que dentro hay más.

Lurdes volvió a mirar dentro del paquete, encontrándose con más vestidos de telas ligeras y colores suaves, además de unas zapatillas cómodas de cuero blando.

—¡Son muy lindas! —sonrió con alegría, volviendo la vista hacia Valerio—. Dile a tu esposa que muchas gracias y gracias a ti por esto.

—Hija, hay un huerto de legumbres en… —Las palabras de la mujer se cortaron en seco al encontrarse con Valerio frente a ella, y con respeto, hizo una pequeña reverencia—. Mi rey, muchas gracias por permitirnos vivir en este lugar. Mi nieta y yo prometemos que pagaremos muy bien este favor.

—No, mi señora, no se preocupe. No tienen que pagar nada; esto no es un favor, es una deuda que yo tenía con Lurdes, así que la corona se hará cargo de ello. Ustedes solo disfruten este lugar y vívanlo con tranquilidad. —La anciana sonrió, agradecida—. Bien, hay que seguir viendo todo el lugar. Vamos.

Guiándolas con calma, mientras los guardias aguardaban en los alrededores, Valerio les mostró cada rincón de la propiedad.

Ellos recorrieron los campos de cultivo, donde crecían hortalizas y legumbres; pasaron junto al cercado donde las cabras y la vaca pastaban en calma; caminaron bajo los árboles frutales, que ya dejaban ver sus frutos, y en cada paso, Lurdes y su abuela admiraban con ilusión el futuro que les esperaba en aquellas tierras.

Por primera vez en mucho tiempo, Lurdes sintió que podía respirar sin miedo, mientras recordaba con nostalgia que esta realidad fue alguna vez el sueño de sus padres.

La tarde había caído sobre Southlandy, y para ese momento, el rey Valerio ya se encontraba de vuelta en el castillo y después de haber pasado un rato junto a su esposa y su hijo, se dirigió a los aposentos de su madre para hablar con ella a solas.

En sus aposentos, Irenia se encontraba sentada en uno de los muebles, en calma, con un libro en mano, y al escuchar la puerta abrirse, levantó la mirada y una suave sonrisa apareció en sus labios al ver a su hijo entrar.

—Valerio, ya estás de regreso.

—Sí, madre —respondió él, reverenciándose con respeto antes de tomar asiento frente a ella—. ¿Está usted ocupada?

—No, hijo. Ya me habías dicho que querías hablar conmigo, así que te estaba esperando. Pero dime, ¿cómo te fue con la jovencita del Claro?

—Bien —dijo con una leve sonrisa—. A Lurdes y a su abuela les gustó mucho el lugar, estaban muy emocionadas.

—Me alegra escuchar eso. Fue un lindo gesto de tu parte lo que hiciste, pero no sé por qué razón veo y siento que no es eso de lo que me quieres hablar. ¿Todo está bien, hijo?

Un breve silencio se adueñó de la habitación mientras Valerio bajaba la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.

—Madre, yo. —Él la miró a los ojos—. Yo necesito su consejo.

—Claro que sí, hijo. Dime qué necesitas.

Valerio tomó aire, como si estuviera buscando la forma adecuada de expresarse.

—Necesito que me ayude con todo esto, con el reino, con mi gestión.

—Claro, hijo. Sabes que cuentas con mi ayuda y mi apoyo para lo que necesites.

—Se lo agradecería mucho, madre, porque todo lo que ha pasado me ha descolocado, y a veces mi mente se hunde en el vacío sin saber qué hacer.

Tras las palabras de su hijo, Irenia percibió un extraño temblor en su voz y tuvo la leve sensación de que él estaba intentando contenerse de algo.

—Hijo, ¿te pasa algo? El tono en el que me dices esto me resulta muy extraño.

—Solo necesito sentir que tengo apoyo en esto, madre. —Él se levantó de su lugar e hizo una pausa en medio de un suspiro, como si estuviera intentando ahogar un llanto que quería explotar—. Necesito que alguien me diga si lo estoy haciendo bien o no, porque, después de todo lo que ha pasado, después de toda esta lucha, a veces simplemente no sé ni a dónde voy, ni qué estoy haciendo y…

—Valerio. —Con confusión en su mirada, ella lo interrumpió antes de que él se ahogara en sus propias palabras.

Observando a su madre con la mirada quebrada, Valerio confesó:

—Tengo miedo, madre. —Él regresó a su asiento, pero esta vez se sentó en el mueble junto a ella, buscando su cercanía—. Tengo miedo y siento esto como una carga con la que intento lidiar, pero a veces siento que no puedo.

Irenia posó sus manos sobre las de su hijo y dijo: —Hijo, en tu posición es natural que sientas esa presión.

—¡No se trata de si es natural o no! —exclamó él, estallando con frustración—. ¡No quiero sentirme así!

Él pasó las manos por su rostro, reflejando el agobio que sentía por dentro.

—La posición que tienes ahora no es fácil, y créeme que te entiendo. Solo quiero que sepas que sentirte abrumado es normal.

—Lo que quiero decir es que ya no sé si quiero esto —alzó él la voz, dejando ver su mirada empañada—. Ya no sé si voy a ser capaz de dar lo que se espera de mí.

Valerio hizo una pausa, dejando ver cómo su pecho agitado luchaba por respirar.

—Me siento paralizado e incapaz de hacer algo. Ni siquiera he podido enfrentar al consejo, y tengo encima la amenaza constante de Verti, que ha intentado joderme tantas veces, que insiste en molestar a Luna, y no solo temo por mi vida, madre, sino por la de mi esposa y la de mi hijo…

Irenia sintió un fuerte apretón en su pecho al escuchar la desesperación en la voz de su hijo.

—Y para colmo, tengo la corona sobre mis hombros —continuó Valerio—. Tengo las exigencias del consejo, la insistencia de algunos en que elimine a Verti, la mirada inquisidora de otros, y lo único que tengo como prueba son esos malditos sueños que no me dejan dormir. ¡Estoy cansado, madre! No puedo hacer esto, no puedo…

La voz de Valerio se apagó en un sollozo, y sin poder contenerse más, se derrumbó junto al mueble, hundiendo el rostro entre sus manos, mientras su cuerpo temblaba con la fuerza de su llanto.

Sintiendo el peso de su hijo hasta lo más profundo de su ser, Irenia se inclinó hacia él y lo abrazó con fuerza, acunando su cabeza contra su pecho, como solía hacerlo cuando era niño.

—Cálmate, mi amor —susurró, acariciando su cabello—. Respira.

—No quiero ser rey, madre —sollozó él con su voz rota—. No quiero que todo dependa de mí. No quiero tener en mis manos el futuro de esta casa; me agobia. Ni siquiera sé cómo mantener a Luna protegida cuando Verti siempre encuentra la forma de hostigarla. Sé que usted lo ha mantenido a raya, pero yo,  yo no he hecho nada.

Irenia lo sostuvo con fuerza, y levantando el rostro de su hijo con suavidad para mirarlo a los ojos, dijo:

—Sí has hecho algo, hijo. Has hecho mucho. Te has mantenido en pie a pesar de todo lo que ha pasado, lo que demuestra la enorme resiliencia que tienes. Dime, ¿has hablado de esto con Luna?

—No. —murmuró—. No puedo; no soy capaz de decirle todo esto. No quiero que sienta que no seré capaz de mantenerla a salvo o que soy un cobarde.

—No creo que tu esposa te vea de esa manera —respondió Irenia con ternura—. Estoy segura de que, al igual que yo, ella también ve lo valiente que has sido.

Valerio bajó la mirada, tratando de procesar aquellas palabras.

—Ser rey no significa que no puedas sentir miedo, hijo. Tu padre también sintió miedo muchas veces, y lo que siempre admiré en él fue su capacidad de reconocer lo que lo perturbaba y le robaba el sueño en ocasiones.

—¿Él se lo decía? —Él miró a su madre con los ojos empañados por las lágrimas.

—Sí. Él me contaba todo lo que lo agobiaba y, como su esposa, siempre busqué la manera de apoyarlo y hacerlo sentir seguro. —Irenia tomó las manos de su hijo con cariño—. Estoy segura de que Luna hará lo mismo contigo, porque te ama.

Las lágrimas volvieron a llenar los ojos de Valerio, pero esta vez no eran solo de angustia, sino de alivio.

—Ella no solo ve al rey que eres —continuó Irenia—, sino al hombre detrás de la corona, y ese hombre ha sido valiente.

Valerio inclinó la cabeza, dejando escapar un sollozo silencioso.

—Así que no tengas miedo de ser fuerte —susurró su madre, abrazándolo una vez más—. Porque ser fuerte no significa no sentir miedo, sino la capacidad de enfrentarse a él y de seguir adelante a pesar de todo.

En ese momento, por primera vez en mucho tiempo, Valerio se permitió sentirse vulnerable.

—Quiero ser suficiente, madre, y sentir que no pierdo el control, porque es mucho lo que está en mis manos.

—Eres suficiente, y si necesitas de mi ayuda para enfrentar al consejo y mantener tu estrategia, lo haré —Irenia le regaló una ligera sonrisa a su hijo—. Cuenta conmigo para eso.

—Madre, quiero agradecerle por todo lo que hizo en mi ausencia, por la forma en la que protegió este lugar, a Bastián y a Luna, pero también quiero disculparme.

—¿Disculparte? ¿Por qué tendrías que disculparte?

—Porque ahora lo entiendo, madre. Yo siempre pensé que usted era demasiado insensible y frívola, pero ahora que estoy en esta posición, entiendo por qué es como es, y admiro la forma en la que se mantiene firme a pesar de todo, porque yo…

La voz de Valerio se quebró nuevamente, dejando escapar un suspiro agitado de sus labios.

—A mí me cuesta mantener la sangre fría, madre. Más con esta rabia constante que siento, con la que lidio todos los días y que intento reprimir para que no me domine.

—Hijo, no se trata de reprimir.

—Pero usted, madre. Usted lo controla todo muy bien.

Irenia suspiró, sabiendo que ese era el momento de romper el ciclo del que ella fue víctima alguna vez por su crianza, y dijo:

—Valerio, tú no eres como yo. Tú tienes tu propia forma de ser, que es muy distinta a la mía, y no puedes pretender hacer lo que yo hago ni lidiar con las cosas como lo hago yo. No tienes que hacerlo.

—¡Es que lo que me atormenta de todo esto es que yo sé lo que quiero hacer, madre! —exclamó con la voz quebrada y llena de rabia—. ¡Quiero matarlo! ¡Quiero matar a Verti! Y si quiere que le sea sincero, deseo clavarle una flecha en la cabeza y ver cómo la vida se escapa de sus ojos…

Él se detuvo por un momento, intentando respirar después de dejar salir esa rabia y esos deseos que tenía en su interior.

—Pero después simplemente me siento miserable al pensar en eso. Y me da rabia, porque sé que cuando él piensa en matarme, lo disfruta. Yo sé que él ama la idea de verme muerto, y eso me hace sentir tonto y débil.

—No eres débil, hijo. Solo eres consciente, porque, a pesar de sentir tanta rabia y tener esos pensamientos en tu interior, sabes hasta dónde llegar, y eso es lo que te hace fuerte. —Ella le acarició el cabello con dulzura—. Sé que no es fácil, pero no te dejes llevar por la rabia y la frustración, y mantente en pie, porque eso es lo que necesitamos de nuestro rey; que tenga la capacidad de decidir cuándo ejecutar y cuándo parar; y sé que lo lograrás, porque ya lo estás haciendo.

Valerio se aferró a las manos de su madre, que lo rodeaban, mientras seguía en el suelo, atento a sus palabras.

—Así que, si necesitas llorar, llora. permítete sentir tristeza, si lo necesitas, pero después de admitir todo lo que sientes levántate, hijo, levántate y sigue; no permitas que esto te rebase. Recuerda que los dioses te protegen y te respaldan.

En un impulso emocional, Valerio jaló los brazos de su madre, hundiendo su rostro en el regazo de ella, mientras las lágrimas seguían cayendo por su rostro.

—Recuerda que Luna y yo estamos aquí para ti.

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