𝟓𝟎. 𝐂𝐔𝐋𝐏𝐀 𝐌Í𝐀
Capítulo 50
HILLCASTER – CASTILLO LOANCASTOR
—Nuestras estrategias han sido infructuosas, señores —habló Lord Eldfert, sentado en la cabecera de la mesa del consejo de Hillcaster como su representante—. Ya es más que un hecho que el rey de la casa Worwick está de regreso en el castillo, después de estar días desaparecido en la casa de algún campesino de este reino. Esto es demasiado.
—¡Este hombre no puede sobrevivir siempre! —intervino uno de los miembros, quien golpeó la mesa exaltado—. ¡Él no es inmortal!
—No lo es, lord —Elfred levantó la mano, tratando de calmar al lord miembro—. Solo ha tenido muchos golpes de suerte, mismos que se acabarán en cualquier momento. Nada es para siempre.
—¿Tiene usted alguna idea de quién lo ayudó? —indagó otro miembro.
—No, pero lo averiguaremos. Y cuando tengamos a la persona que lo hizo, no dude usted que esta será ejecutada.
Un breve e irritante silencio se apoderó de la sala tras las palabras de la cabeza del consejo, mismo que fue interrumpido por otro de los miembros en la mesa.
—¿Qué se supone que deberíamos hacer ahora? —Indagó otro lord—. Nuestra supuesta sumisión a la casa Worwick sigue intacta ante los ojos del rey, y nadie sabe que fuimos nosotros quienes le seguimos el plan al príncipe Verti de atacar el castillo en Southlandy; ni el mismo príncipe sabe que la emboscada disfrazada de cangrinos, fue planeada por nosotros.
—El príncipe Verti debe saberlo, ¿no cree? —cuestionó otro lord, mirando a Lord Eldfert.
—Quizás —respondió la cabeza del consejo con cautela—. Pero no lo sé. He dejado de recibir comunicados del príncipe Verti desde hace varios días, así que no sé exactamente qué está sucediendo dentro del castillo Worwick en este momento, pero eso no nos debe detener. —El hombre se levantó de su silla, y con la mirada fija en los ojos de los demás miembros, agregó—: Debemos recordar que estamos peleando por la liberación de Hillcaster de la opresión que los Worwick han ejercido hacia nosotros durante años, y recuperar nuestro reino nunca ha sido más imperativo. Por eso creo que lo mejor sería atacar de una vez, pero no al rey directamente.
—¿Seguirá con la estrategia del príncipe Verti de atacar el castillo? —preguntó otro miembro, con cautela.
—Me refiero al niño, señores. Ese niño debe morir; ese será el primer paso para socavar las bases del reinado del rey Valerio.
—Pero la única forma de que eso suceda, mi lord, es atacando el castillo —dijo Lord Efran.
—Y eso es lo que se hará, pero no de la manera en la que el príncipe Verti lo planteó. Esto se hará a nuestro modo, porque todos en ese lugar deben morir; el niño, la reina, el rey, y con ellos, Verti Worwick.
SOUTHLANDY - CASTILLO WORWICK
Las puertas de la biblioteca del castillo se abrieron y la reina Irenia entró, buscando la presencia de su hijo Verti, pero en su lugar encontró a una sirviente que estaba reemplazando la jarra de vino vacía por una llena.
—Por favor, deje eso y salga —ordenó Irenia sin levantar la voz.
La sirviente detuvo su tarea, y después de hacerle una reverencia apresurada a la reina madre, salió de la biblioteca, cerrando la puerta tras de sí. En ese instante, la figura del príncipe Verti se hizo visible, saliendo de entre los libreros con un libro en mano.
—Madre —murmuró, caminando hasta el escritorio, donde dejó el libro y se sentó, mientras sus ojos observaban a Irenia con desdén.
—Tenemos que hablar, Verti —dijo la reina, permaneciendo de pie frente al escritorio.
—¿Y de qué deberíamos hablar usted y yo?
—De tu hija, Alaska.
—¿Y ahora qué pasa con Alaska? —él dejó escapar un suspiro de molestia—. ¿Acaso viene a darme una cátedra de cómo tengo que ser padre?
—No, Verti —Irenia se mantuvo serena—. No vengo a decirte cómo debes ser padre ni a imponerte nada. Lo que quiero es hablar contigo sobre ella porque se me informó a primera hora de la mañana, que desde que tu esposa dio a luz y estuviste con ella, no has ido a verla ni una sola vez, y has dejado sola tanto a tu esposa como a tu hija.
Verti frunció el ceño, dejando ver la irritación en su mirada.
—¿Quién se lo dijo? ¿Fue ella? ¿Fue Kathrina quien se fue a quejar con usted?
—Parece que se te olvida que aquí todos ven lo que haces, Verti. Estás rodeado de muchas personas que observan cada uno de tus movimientos, y porque sé que lo que estás haciendo no está bien, vine aquí a hablar contigo —Irenia se acercó un poco más hacia el escritorio, con la mirada esquiva de Verti clavada en ella—. ¿Qué es lo que te tiene descontento?
—Lo que sea que me irrite sobre Kathrina y su hija, se lo dejé en claro a ella.
—¿Su hija? —recalcó con desconcierto al oír las palabras de su hijo, sintiendo el desprecio en ellas—. Te recuerdo que también es tu hija, y no sé por qué siento en tus palabras que estás renegando de ella.
Verti se levantó de golpe, estrellando su puño contra el escritorio.
—¡Pues lo hago! —gritó—. Y no intente obligarme a pensar diferente porque no lo haré. ¡Yo no necesitaba tener una niña! Yo necesitaba un niño.
—¿Necesitar? —preguntó, alzando una ceja, mientras luchaba por mantener la calma—. ¿Para qué necesitabas un niño, Verti? Niño o niña, lo que sea, Alaska es tu hija y no deberías expresarte de esa manera.
—Ay, por favor, madre —Verti sonrió con sarcasmo—. No venga aquí a exigirme que sea un buen padre cuando usted jamás ha sido una buena madre.
—Y tienes razón —reafirmó Irenia sin retroceder, dejando a Verti sin palabras al darse cuenta de que no logró ofenderla—. Quizás no fui la madre que necesitabas, y no voy a discutir contra eso. Pero jamás, Verti, nunca hice lo que tú pretendes hacer ahora.
Él giró su rostro hacia un lado, mirando a su madre de soslayo mientras ella continuaba hablándole.
—Yo jamás basé mis ambiciones o mis deseos ni en Valerio ni en ti, y el día que te tuve en mis brazos por primera vez, te acogí con cariño y te cuidé como mi hijo que eres; nunca te rechacé, nunca renegué de ti, y eso no me lo vas a cuestionar. Yo sé por qué querías un hijo varón, Verti; todo esto es por tu ambición de poder.
—¿Ahora piensa cuestionarme y acusarme? —reclamó Verti, intentando victimizarse para recuperar terreno en la conversación.
—¡Lo único que te cuestiono y reclamo es la forma en la que estás tratando a Alaska! —refutó Irenia, elevando su tono de voz—. Sé que no amas a Kathrina, y lo entiendo, pero Kathrina es una cosa, y Alaska es otra muy distinta. Mi nieta no tiene por qué pagar ni por tus culpas, ni por las mías, ni por las de nadie.
El rubio sonrió con burla. —¿Y por qué usted está tan comprensible ahora con todo esto?
—¡Porque no quiero que te pase lo mismo que a mí!
Un abrumador silencio se escuchó en la biblioteca tras las palabras de Irenia, mientras que la sonrisa burlona de Verti iba desaparecía poco a poco con la mirada aún clavada en su madre.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó, desafiante.
—Soy consciente de que cometí errores con Valerio y contigo —dijo ella, tratando de mantener la postura sin bajarle la mirada a su hijo—. ¡No me quiero justificar, pero todo lo que hice, lo hice pensando que estaba bien, porque así me enseñaron a mí!
Verti continuó mirándola con prepotencia.
—Tus abuelos nos instruyeron a tu padre y a mí para que fuéramos los futuros reyes de la casa Worwick, y desde niña se me dijo cómo debía portarme, qué debía hacer, cómo debía enfrentar ciertas situaciones, anteponiendo siempre la razón y el bienestar de esta casa sin sentimentalismos, pero, incluso bajo esa crianza, ni tu padre ni yo renegamos jamás de ustedes dos; todo lo contrario a lo que estás haciendo tú, Verti.
El príncipe apretó los puños, al sentirse confrontado y sin razones.
—Tú sabes que estás haciendo daño —continuó Irenia—. Eres consciente de lo que puedes destruir y, aun así, persistes en tu insensatez, y temo por lo que los dioses puedan hacer contigo.
—¡Pues lo que los dioses hagan conmigo será su culpa! —gritó él, incapaz de aceptar que esa era su responsabilidad—. Todo lo que soy, todo en lo que me he convertido, ¡todo es su culpa!
—¡Está bien! —gritó ella, señalándolo con el dedo—. Échame la culpa de todo. Acepto tus culpas, Verti; son mías y esto es mi responsabilidad. Yo soy la culpable de tus rencores, de tus odios, de tus frustraciones, de tus inseguridades, de todo lo que has hecho por avaricia. Soy culpable de tus deseos de muerte contra tu hermano, y si has asesinado a alguien, también soy culpable —las palabras de Irenia se rompieron en medio de un sollozo—. Tu ambición desmedida por querer el trono a cualquier costo también es mi culpa. Incluso también tengo la culpa de cómo tratas a tu esposa y de no querer a tu hija.
—¡Ya cállese! —gritó él, sintiéndose confrontado una vez más, pero Irenia continuó:
—Cúlpame de lo que quieras, si eso te hace feliz y te hace sentir libre, Verti Worwick, pero recuerda que no eres el único que ha sufrido.
Entendiendo a qué se refería ella, Verti apretó la mandíbula y dio un paso hacia su madre, señalándola con el dedo.
—¡Valerio jamás ha sufrido! Todo lo tiene fácil, todo siempre es para él. ¡Todo siempre ha sido para él, y eso también es su culpa!
—¡También acepto que es mi culpa que Valerio lo haya tenido todo! —replicó Irenia, con lágrimas en los ojos—. Pero reconoce de una vez que es injusto decir que solo tú has sufrido.
Verti giró la cabeza, mirando a un lado, al quedarse sin argumentos.
—Sé que no lo hice de la mejor forma —continuó Irenia, suavizando su tono de voz—. Y me arrepiento. Lo único que siempre quise fue que encontraras tu lugar, pero desde niño, cuando descubriste el poder que tenía el trono, te obsesionaste con quererlo, al punto de no querer buscar tu propio camino, y lo único que hiciste fue malgastar tu tiempo y esfuerzo en desear el camino de tu hermano, y eso te ha consumido, Verti. Tú pudiste haber tenido tus propios logros, tu propio destino, pero elegiste esta obsesión.
—¡Pues no me importan esos logros! Yo no quiero ser un maldito estratega. ¡No quiero ser la sombra de nadie! ¡Yo quiero tenerlo todo para mí, y usted siempre supo leer mis intenciones; por eso siempre se cruzaba en mi camino, estropeando mis planes!
Irenia suspiró, mientras observaba en silencio la nula intención de Verti por rectificar, y con la mirada llena de tristeza, al saber cuál sería su destino, dijo:
—No te olvides de la sangre que corre por tus venas, hijo. Tampoco olvides que una afrenta hacia el rey es una afrenta hacia los dioses, y aunque no me creas, no deseo que ellos corten tu vida. Aún estás a tiempo de recapacitar, y puedes empezar por tu hija.
Con esas últimas palabras, Irenia se dio la vuelta y salió de la biblioteca, dejando a Verti solo, apoyado en el escritorio, con el rostro enrojecido por la rabia. En un intento desesperado por liberarse de ese peso, tomó un pequeño candelabro que estaba sobre la mesa y lo estrelló contra la pared, rompiéndolo en pedazos, pero ni siquiera ese estallido de furia logró calmar la amargura que lo consumía por dentro.
Valerio llegó hasta la sala de los príncipes en busca de su esposa, encontrándose con las puertas de la sala abiertas y custodiadas por dos guardias, quienes al verlo llegar hicieron su respectiva reverencia sin decir palabra alguna.
Al entrar en la sala, sus ojos se encontraron con la presencia de dos nanas; una de ellas estaba junto a la señorita Helen, quien tenía a Bastian en brazos, y la otra estaba junto a la señorita Margot, quien sostenía a Alaska en su regazo.
—Buenas tardes, señoritas —saludó Valerio, mientras se acercaba con cuidado hacia la señorita Helen.
—Mi rey —respondió la mujer, bajando la mirada en señal de respeto.
—¿Todo está en orden aquí, señorita Helen? —preguntó él, curioso.
—Sí, mi rey. Todo está en orden.
Valerio asintió satisfecho y acercándose con cuidado, tomó a Bastian en brazos, mientras miraba a su hijo con orgullo y no pudo evitar sonreír con ternura, dejando que la delicadeza del momento lo envolviera.
—Pensé que mi madre y mi esposa estarían aquí.
—Mi niña Luna está en el cuarto de costura, y la reina Irenia estuvo aquí hace unos momentos, pero me dijo que iba a atender un asunto y que no se demoraría en volver.
Valerio asintió, comprendiendo la explicación de la mujer, y volcando la mirada hacia su hijo, dijo:
—¿Debo preocuparme porque no esté llorando? —preguntó con una ligera sonrisa, mientras le entregaba a Bastian de vuelta a la mujer en brazos.
—Claro que no, mi rey —sonrió la mujer con dulzura, recibiendo al pequeño—. Es que creo que no llora porque sabe que la niña Alaska está aquí. Su madre le habló cuando llegó y le dijo que no debía llorar mientras su prima estuviera intentando dormir, porque estaba más pequeña que él.
—Vaya, veo que este muchacho ya es todo un caballerito —Valerio miró a su hijo con una sonrisa, encontrándose con los ojos del pequeño observándolo fijamente.
Él se acercó un poco más y con cuidado, besó la frente de Bastian, quien desvió la mirada hacia el techo, con despreocupación.
Al despedirse de su hijo, Valerio se acercó a la señorita Margot, quien aún tenía a Alaska en brazos, y cuidando su tono de voz, preguntó:
—¿Cómo está mi sobrina?
La señorita Margot se giró hacia él, y mostrándole a la bebé, dijo:
—La pequeña está bien, majestad.
Valerio observó cómo la niña balbuceaba, moviendo los brazos en un intento tímido de capturar la atención de quien la miraba. En ese momento, Kathrina intentó entrar a la sala, pero se detuvo al ver a Valerio junto a su hija, y antes de que la vieran, se ocultó tras la puerta, observando la escena en silencio.
Valerio se acercó y acarició los cabellos de Alaska con cuidado, y cuando deslizó su mano para acariciar la mejilla de la pequeña, ella le apretó el dedo, aferrándose a él con fuerza, logrando que una risa divertida saliera no solo de los labios de la señorita Margot, sino también del Worwick.
—¡Dioses, qué fuerte aprieta esta niña, cómo duele! —La niña balbuceó algo, moviendo su pequeña mano como si intentara sonreír al oír la voz de su tío.
Las mujeres sonrieron con admiración ante la clara broma del rey, mientras que con cuidado, Valerio se atrevió a levantar a Alaska por un momento, y al verlo con su hija en brazos, Kathrina sintió cómo una emoción y un anhelo intenso se apoderaron de su pecho.
Tras unos segundos, Kathrina decidió entrar a la sala, y con una sonrisa en sus labios, se acercó a Valerio, y dijo:
—¿Se están divirtiendo?
—Sí —respondió él, con una sonrisa, mientras le devolvía a Alaska a la señorita Margot—. ¿Ya te sientes mejor? —preguntó con amabilidad, procurando guardar cierta distancia, como si tratara de evitar que su tono se volviera demasiado personal.
—Sí —ella contemplaba con un brillo especial en la mirada, mientras la señorita Helen observaba con atención los evidentes gestos de la mujer—. Gracias por preguntar, Valerio.
—Me alegro —dijo dirigiéndose hacia la puerta—. Bien, yo me voy para que sigan en lo suyo. Permiso.
Cuando Valerio salió de la sala, Kathrina se sentó en el mueble junto a la nana y permaneció inmóvil por unos segundos, observando la puerta, hasta que un fuerte impulso por ir tras él la dominó.
Ella se levantó del mueble, salió de la sala y al volcar la mirada hacia el final del pasillo; lo vio doblar la esquina, así que comenzó a caminar hacia él con la intención de alcanzarlo, pero al doblar el pasillo, se detuvo al verlo a lo lejos, hablando con Luna.
La imagen ante ella, viendo cómo Valerio abrazaba a Luna, la besaba y la miraba a los ojos mientras ella le hablaba, la hizo sentir un fuerte vacío en el estómago, sucumbiendo ante una extraña sensación de celos que la llevó a apretar con fuerza la falda de su vestido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro