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𝟒𝟗. 𝐃𝐈𝐂𝐎𝐓𝐎𝐌Í𝐀

Capítulo 49

En medio de la tranquila y fresca mañana, la princesa Kathrina yacía aún en la cama, acunando a la pequeña Alaska en sus brazos, disfrutando de la suave brisa que se filtraba a través del ventanal, mientras que la señorita Margot recogía el ligero desorden que había en la habitación, cuando  la puerta se abrió con cuidado, y la reina Irenia entró en los aposentos, captando la atención de la princesa y de la mujer que la acompañaba.

—Buenos días, Kathrina —saludó la reina con su habitual postura.

—Buenos días, reina Irenia —dijo Kathrina, viendo cómo la reina madre se dirigía hacia ella.

Irenia dirigió su mirada hacia Alaska, quien dormía plácidamente en los brazos de su madre, y al observar el delicado brillo de los pequeños cabellos dorados de la niña, una ligera sonrisa se dibujó en sus labios, y la reina extendió la mano hacia la pequeña con cuidado para acariciar la cabecita de Alaska.

—Es hermosa —dijo en voz baja.

Kathrina sonrió. —Sí, es adorable.

Tras el gesto de cariño que tuvo hacia su nieta, Irenia retrocedió hacia los pies de la cama, retomando su postura, y observando a Kathrina, preguntó:

—¿Cómo te has sentido, Kathrina?

—Bien, reina —dijo, con una sonrisa un tanto confusa por el interés que Irenia estaba mostrando hacia ella—. Gracias por preguntar.

—Gracias a los dioses —respondió Irenia con un ligero suspiro—. Solo quería saber si tú y mi nieta estaban bien, así que no quiero importunar demasiado; supongo que debes querer descansar un poco más.

—Gracias, reina, pero descansar no es una opción en estos momentos. —Kathrina se giró hacia su nana, entregándole a la bebé, quien la colocó cuidadosamente en su cuna—. Si no fuera por mi nana, creo que habría pasado toda la noche en vela.

—¿Cómo? —Irenia frunció el ceño—. ¿Acaso Verti no quiso ayudarte con mi nieta?

Kathrina y Margot intercambiaron miradas, y un silencio pesado se apoderó de la habitación.

—¿Qué sucede, Kathrina? —insistió Irenia, sabiendo que tras esa mirada y ese silencio algo no estaba bien.

La joven princesa dudó en ese momento si debía hablar con Irenia y decirle todo lo que Verti había hecho, sabiendo que esa era la  única oportunidad de mantener segura a su hija y a sí misma, ya que Kathrina era consciente de que la reina era la única que podía ponerle un límite a Verti y evitar que él se acercara solo para hacerles daño.

—¿Sabe usted de alguna tierra en las montañas que esté deshabitada, pero que se conserve en buen estado, lord? —preguntó Valerio, apartando uno de los papeles en su escritorio de su sala privada, mientras lord Havel lo observaba sentado frente a él.

—Sí, mi rey —respondió el lord con un poco de extrañeza—. Hay una propiedad que pertenece a uno de sus vasallos más importantes, lord Rowen. Dicha tierra está actualmente desocupada, pero es fértil, y la estructura principal está bien conservada.

—¿Está usted seguro de que la casa es cómoda y está equipada con lo necesario para habitarla? —Valerio se inclinó en el escritorio, mirando a su consejero—. La tierra que quiero debe ser apta para sembrar cultivos como trigo, cebada, avena y también cultivos frutales, especialmente manzanos y perales. También quiero que haya suficiente espacio para criar animales, como corderos, cabras, gallinas y al menos una vaca que produzca leche.

—Claro, majestad —el lord consejero asintió con extrañeza por la petición de su señor—. El pedazo de tierra que posee lord Rowen es justo como usted la está buscando.

—Perfecto. Quiero que si es posible, hoy mismo usted se presente ante lord Rowen y le haga saber que por mandato de la corona, estas tierras serán ocupadas y que la corona asumirá el censo correspondiente, pero sin el impuesto adicional que se le suele pagar a la corona.

—Entendido, majestad, pero en caso de que lord Rowen se rehúse a aceptar las condiciones, ¿qué razón le doy de su parte?

—No lo estoy mandando a negociar, lord Havel —Valerio apoyó sus manos sobre el escritorio—. Esto no es un pedido, es un mandato dictado por la misma corona. Así que dígale que es simple voluntad del rey y como tal, debe ser obedecida, y que bajo ningún motivo mientras esa tierra esté en poder del rey, él debe aparecerse a hostigar de ninguna manera en ese lugar.

—Muy bien, majestad —el consejero se levantó de su lugar.

—Cuando haya comunicado mi voluntad a lord Rowen, quiero que redacte un edicto real en el que quede estipulado que estas tierras, durante mi reinado y el de mi hijo, permanecerán en posesión de la persona que las habitará. Incluya también que el censo será cubierto íntegramente por la corona y que ningún señor feudal ni vasallo podrá revocar esta orden bajo ninguna circunstancia.

Impresionado por los deseos de su señor, lord Havel se reverenció diciendo: —Así será, mi rey. Me encargaré personalmente de que su voluntad sea cumplida; ahora me retiro para encargarme de su petición. Con permiso, majestad.

—Propio —respondió Valerio, mientras tomaba otro pergamino, volviendo su atención a los asuntos que estaba tratando inicialmente, al tiempo que lord Havel dejaba la sala.

Segundos después de la salida del lord, Valerio decidió tomarse un respiro y suspendió momentáneamente su trabajo, recogiendo los papeles que había estado revisando y dejándolos ordenados sobre su escritorio. Él se levantó de su silla con cuidado por el ligero fastidio que había quedado en su rodilla, salió de la sala privada y comenzó a caminar por el pasillo que lo llevaba hacia su habitación.

Valerio solo había dado un par de pasos cuando vio a Luna asomarse desde la esquina, y su ceño se frunció observándola tras la pared, mientras ella le ladeaba la cabeza con una sonrisa en su rostro y Valerio no pudo evitar sonreír de vuelta, permitiendo que su sola presencia iluminara su rostro.

Ambos caminaron el uno hacia el otro tras aquel intercambio de sonrisas cómplices y al estar frente a frente; Luna se empinó un poco hacia él con dulzura, y Valerio se inclinó hacia ella, compartiendo ambos una amplia sonrisa antes de que sus labios se encontraran en un beso cargado de deseo.

—¿Qué hacías ahí escondida? —preguntó Valerio, observándola con curiosidad.

—Estaba esperando que salieras porque quería hablar contigo —respondió ella con dulzura y picardía, mientras Valerio la tomaba de la mano para empezar a caminar junto a ella por el pasillo.

—Amor, no entiendo. Si querías hablar conmigo, pudiste haber entrado a mi sala privada; sabes que puedes hacerlo cuando quieras.

—Lo sé, solo que no quería hablar ahí. Ese no es el lugar en el que quiero hablar contigo de lo que quiero hablar.

Valerio la miró de reojo, captando el coqueteo discreto en su tono de voz, entendiendo a qué se refería, pero decidió hacerse el tonto y seguirle el juego.

—A ver, ¿y qué es eso de lo que mi luz de luna desea hablar, que no se puede hablar en mi sala privada?

Luna se quedó en silencio por un segundo, buscando las palabras adecuadas para expresarse, y tras un breve suspiro, habló:

—Es que últimamente te siento distante, Valerio.

—¿Distante? —Él frunció el ceño mirándola—. ¿Qué quieres decir con distante?

—Sí —ella se giró hacia él, buscando acaparar toda su atención—. Es decir, desde que volviste y te recuperaste, a veces te siento distante, como si tu mente y todo de ti estuviera lejos de aquí y lejos de mí, incluso cuando estamos solos.

—No logro entender eso de que estoy lejos de ti…

—¡Valerio, desde que te sentiste mejor ni siquiera me has tocado! —interrumpió ella con prisa, sintiéndose frustrada por no poder darse a entender bien, pero al darse cuenta de lo que había dicho, se giró apenada, dándole la espalda a su esposo y él sonrió de medio labio, fascinado por la sinceridad tras los deseos de su delicada Luna.

—¿Cómo puedes pensar que no quiero tocarte? —susurró él, rodeándola con sus brazos por la cintura, mientras le daba un suave beso en el cuello.

Ella cerró los ojos, dejándose arrastrar por la sensación que le producían los labios de él en su piel y él continuó: —Sabes que te deseo tanto como tú a mí.

Él volvió a besar su cuello una vez más, deslizando sus labios cerca de la oreja de ella, haciéndola estremecer, y si rodeos, ella se giró para mirarlo y así mismo se lanzó a sus brazos, besándolo con desesperación, mientras él correspondía a aquel beso con las mismas ansias que ella, entrelazando sus lenguas y saboreando sus labios sin ánimos de parar.

En medio de aquel beso ansioso, ambos comenzaron a caminar sin rumbo fijo por el pasillo, dejando que el deseo que sentían los controlara, al tiempo que Luna intentaba  soltar el cinturón que revestía el camisón del traje de Valerio, mientras él sujetaba los hilos de su vestido como si buscara zafarlos, ignorando el lugar donde estaban o quién los pudiera ver.

Sin intenciones de detenerse, ambos siguieron besándose mientras caminaban en cualquier dirección, hasta que Valerio se percató de la puerta que había junto a ellos en el pasillo; él tomó la cerradura sin separarse de ella y la abrió, arrastrándola junto a él hacia la habitación; una vez dentro, él cerró la puerta tras de sí mientras continuaban besándose, dejando que todo a su alrededor se detuviera y solo quedaran ellos dos.

En completa privacidad, Luna y Valerio comenzaron a perder la noción del momento, dejándose envolver por la necesidad que tenían el uno por el otro, y en medio de besos, Valerio sujetó con fuerza  la cintura de Luna, acercándola aún más a él, mientras ella rodeaba el cuello de su esposo con sus brazos, sintiendo bajo aquel tacto el calor de su piel y la suavidad de esos cabellos dorados deslizarse entre sus dedos.

Cada beso se volvía más intenso y más exigente, mientras las manos de Valerio comenzaban a deshacer los hilos del vestido de Luna, y con la misma impaciencia, ella comenzó a desabrochar el camisón de Valerio, buscando con ansias sentir la piel de su torso. Ese camisón fue lo primero que cayó al suelo, dejando su torso al desnudo, y casi al mismo tiempo, él logró arrancarle el vestido a Luna, dejándola cubierta solo por un delicado y delgado forro que llevaba debajo.

Al tropezar con la cómoda detrás de ellos, sumidos en sus besos, Valerio tomó a Luna de la cintura y la subió sobre aquel mueble, mientras las manos de ella arrojaban al suelo lo que ocupaba su espacio. Él se posicionó entre sus piernas, sujetándola con más fuerza, y mientras seguían saboreando sus labios, él rompió la parte superior del forro del vestido, al tiempo que ella buscaba con sus dedos el broche del pantalón de él para desajustarlo.

Al lograr desajustar el pantalón, Valerio comenzó a besar el cuello de Luna, dejándole sentir lo que había debajo de ese pedazo de tela que ya estorbaba, mientras él terminaba de romper aquel forro, descubriendo su desnudez; besando así cada rastro de su piel, mientras se deslizaba por su cuello y sus hombros, hasta llegar a sus senos, los que disfrutó tomar entre sus labios, escuchando como los jadeos de Luna comenzaban a percibirse en la silenciosa habitación.

En medio de la agitación, Valerio sujetó con fuerza los muslos de Luna, la pegó más a su cuerpo y se hundió dentro ella, haciéndola jadear al sentirlo dentro de ella. Luna se apoyó con sus manos sobre la cómoda para sujetarse con fuerza, mientras que el mueble se estremecía como si estuviera sobre un temblor de tierra, pero ella quería más, y él también.

Luna lo jaló hasta ella, buscando nuevamente sus labios, mientras que  en medio de aquel temblor y de aquellos besos, él le decía cuánto la amaba, y ella le respondió con un "te amo" en medio de un jadeo, sosteniéndose de sus brazos para no perder el ritmo.

Sin previo aviso, el rey sujetó a su reina de los muslos y la levantó de la cómoda, para llevarla hasta la amplia cama, mientras ella enrollaba sus piernas alrededor de sus caderas, y al llegar al lecho, él la colocó con delicadeza, entre las suaves sábanas.

Viendo su pecho enrojecido subir y bajar, recostada en la cama, Valerio se terminó de quitar la ropa que le estorbaba, entrando junto con ella en la cama, y como si quisiera someterse a él y que la hiciera sentir suya, jugando con cada centímetro de su cuerpo, ella se rindió ante él, disfrutando de cómo él exploraba cada rincón de su piel, aferrándose a las sábanas con fuerza, sin poder reprimir más todo lo que eso le causaba.

Valerio sujetó las manos de Luna contra la cama, y sin aviso se unió a ella, mientras la escuchaba jadear, rogando por más cerca de su oído; lo que provocó que él empezara a perder el control. Él quería más de ese placer que estaba experimentando, así que comenzó a acelerar sus movimientos, al querer sentir aún más de eso tan adictivo que lo dominaba, y sin aviso él enrolló a Luna entre sus brazos y la sujetó con fuerza, mientras se embestía con más ansias contra ella, en medio de susurros, declaraciones de amor mutuo, besos y caricias, encontrándose el uno con el otro.

Teniendo la necesidad de hacerlo suyo también, Luna se subió a horcajadas sobre Valerio, mientras la embriagaba la sensación de los labios de Valerio degustando sus senos, al tiempo que ella se embestía contra él, mientras era sujetada las caderas por su rey, quien guiaba sus movimientos en medio de más besos desesperados y apasionados, como si aquella fuera la última vez.

Juntos y desnudos bajo las sábanas, Valerio y Luna descansaban con sus cuerpos entrelazados, contemplándose el uno al otro como si fuera la primera vez que experimentaban el placer de estar juntos, donde todo a su alrededor parecía no existir.

Él inclinó la cabeza, dejando un beso suave en los labios de Luna mientras la sostenía contra su costado, y cuando el beso terminó, él atrapó el rostro de ella en sus manos y asegurándose de que lo estaba escuchando, dijo:

—Te amo —la besó una vez más, antes de continuar—: Te amo, mi reina.

Luna buscó su mano bajo las sábanas, entrelazando sus dedos con los de él y apretándolos con fuerza, musitó: —Yo también te amo, y como no tienes idea.

En medio de aquella silenciosa veneración, en el rostro de Valerio apareció una sonrisa traviesa, como si estuviera admirando algo en ella que lo fascinaba, y al notar esa expresión, ella frunció el ceño un tanto extrañada, y preguntó:

—¿Por qué me miras así?

—Por nada —respondió, observándola con la misma sonrisa pícara—. Es solo que acabo de descubrir que me encanta tu forma de hablar.

—¡Valerio! —exclamó Luna, sonrojándose mientras se daba la vuelta para ocultar su rostro entre las sábanas.

Él soltó una risa baja, deslizando una mano por el delicado brazo de ella para atraerla de nuevo hacia él, e inclinándose, dejó un beso en la piel desnuda de la espalda de su reina.

—Tranquila, mi reina —susurró cerca de su oído—. No tienes por qué sentir pena de hablar conmigo de esta forma, pero quiero que quede claro que fui yo el usado esta vez.

—¿Usado? —Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

—Sí, quiero recordarle que yo era un ser muy tranquilo e inocente caminando por los pasillos hasta que llegaste a querer aprovecharte que me quedo ido todo el tiempo.

Valerio comenzó a reírse, mientras ella escondía su rostro sonrojado en su costado, pero con sutileza la buscó descubriendo su sonrisa tímida, y agregó:

—No me hagas caso. De verdad me encanta cómo te gusta hablar, y quiero que lo sigas haciendo.

—¿De verdad quieres que lo siga haciendo?

—Siempre —respondió Valerio, sin titubear.

Incapaz de resistirse a la calidez de su mirada y de su voz, Luna se inclinó hacia él, dejando un suave beso en sus labios, mientras él la abrazaba con fuerza contra su pecho.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó Luna mientras acariciaba el rostro de Valerio con la yema de sus dedos.

—¿Sentirme mejor?

—Sí —ella lo miró con ternura—. ¿Ya no sientes la necesidad de estar ausente y lejos de mí?

—Mi ausencia, o la forma en la que me pierdo en el vacío, no tiene nada que ver contigo, mi amor —respondió él con una sonrisa—. Quiero que sepas que, incluso cuando no tenía recuerdos claros de ti, mi alma sentía que te amaba, así que mi ausencia en ocasiones se debe a otra cosa.

Un breve silencio se hizo presente entre ambos, y como si dudara de lo que pensaba y quería decir, ella bajó la mirada antes de tomar la palabra con cautela:

—Si no es por mí, entonces creo que ya sé qué te tiene así.

—¿Qué crees que sea?

—Es por Verti, ¿verdad?

Valerio la miró de reojo y después dejó salir de él un suspiro, mientras se acomodaba boca arriba en la cama y tras unos segundos de silencio, lo admitió:

—Sí, es por él. Verti y todo este asunto con él me está rompiendo la cabeza, y no solo es por esto; es por todas las veces que ha intentado joderme y acabar conmigo, y esto último que sucedió me tiene abrumado. Creo que lo único que me detiene de ir más allá con él es la poca cordura que me queda, y el hecho de que aún no se ha atrevido a tocar lo que realmente me importa.

Luna posó una mano en su pecho, tratando de calmarlo. —Tienes que tratar de mantenerte en calma, amor.

—Lo sé, y trato —respondió él, llevándose una mano al rostro con frustración—. Verti puede meterse conmigo todo lo que quiera, pero si llega a intentar tocarte a ti o a Bastian, no responderé de mí.

—Él no se ha metido con nosotros, no te preocupes —aseguró Luna, tratando de no agobiarlo más—. Cuando desapareciste, fue muy angustiante para mí, y por un momento sentí que iba a perder la razón. No dormía, no vivía. Incluso llegué a sentir que me dolía hasta respirar, y lo único que me mantenía en pie era nuestro hijo y la esperanza de que volvieras.

Valerio la miró con compasión, sintiendo el dolor en sus palabras, y ella continuó: —Mientras yo pasaba por eso, tu madre cuidaba de Bastian. Ella se lo llevaba a sus aposentos por las noches para cuidar de él y mantenerlo seguro de Verti, porque ella, al parecer, ya sabe que Verti está detrás de todo, incluso del ataque en Turbios y de la muerte de tu padre.

—¿En serio? —preguntó él, sorprendido.

Luna asintió. —Debo reconocer que la actitud de tu madre durante esos días me sorprendió. Gracias a ella y a su intervención, pude mantenerme en pie frente a los demás, ella tiene temple y un carácter de acero, así que con ese mismo valor me ayudó con los miembros del consejo, y mantuvo cierto orden en el reino, mientras yo no podía dejar de llorar; incluso logró mantener a Verti a raya.

Valerio sonrió con cierto orgullo al oír todas aquellas palabras. —Bueno, es una Worwick de casta blanca. Esa es su naturaleza.

—Ella fue quien le dio la orden al Lord Comandante de asesinar a Dorco y colgar su cabeza en el patio de ejecución como advertencia, ya que ella se dio cuenta de que él era quien sacaba y traía información a Verti. Bueno, eso ya lo sabes. El asunto es que él fue quien dio la orden a los guardias de Hillcaster de buscarte y matarte en ese claro, y cuando supe lo que hizo con la cabeza de ese hombre, quedé fría.

—¿Cómo? —Él miró a Luna confuso—. Tenía entendido que a Dorco lo habían mandado a ejecutar por su nulo servicio a la corona.

—Pues ya sabes que no fue por eso —dijo Luna, jugando con los dedos de Valerio—. Verti no cruzó los límites en tu ausencia, gracias a que ella siempre estuvo ahí marcándole su lugar, así que no debes preocuparte porque él jamás logrará lo que quiere. Incluso después de lo que me hizo cuando…

Luna se detuvo abruptamente, dándose cuenta de lo que acababa de decir.

—Espera, ¿qué? —Valerio se giró hacia ella, alarmado por sus últimas palabras—. ¿Qué fue lo que dijiste?

Ella cerró los ojos, consciente de que había hablado de más, mientras Valerio la observaba, esperando una respuesta.

—Luna, ¿qué fue lo que te hizo? —insistió.

—Cálmate, Valerio. Él no me hizo nada, solo que…

—¿Solo qué?

Luna tomó aire antes de continuar: —Solo aprovechó que estaba sola en mis aposentos con Bastian; entró sin anunciarse, y me aseguró que estabas muerto.

El rostro de Valerio se llenó de ira al oír lo que Verti se había atrevido a hacer en su ausencia.

—Durante tu desaparición siempre pensé que él sabía dónde estabas y que te tenía en algún lugar lejos de aquí, para que no volvieras. Pero cuando me afirmó que estabas muerto con tanta seguridad, asegurando que jamás te encontrarían, me aclaró que lo mejor que podía hacer era rendirme ante él.

—¿Qué? —Valerio apretó sus puños.

—Además de eso, me dijo que era lo que realmente me convenía y que nadie me creería, porque según él todos se estaban dando cuenta de lo alterada que estaba por tu ausencia, y que eso lo usaría en mi contra, para tratar de convencer al consejo de que yo había perdido la razón.

—¡Voy a matarlo! —Valerio se sentó de golpe en la cama—. ¡Voy a matar a ese miserable, Luna! ¡Lo juro!

—Amor, por favor, cálmate —rogó ella, colocándose a su lado.

—¿Cómo quieres que me calme después de lo que hizo? —Valerio elevó su tono de voz—. Él se quiere burlar de mí, de ti, de nuestro hijo, de su reina madre, de mi poder como gobernante de esta casa y ¡no puedo tolerarlo más!

Luna lo sujetó con más firmeza, buscando su mirada. —Escúchame, Valerio. Tu madre supo manejar la situación cuando esto pasó, ¿sí? Ella le está cerrando los caminos y ahora él sabe que no tiene cómo justificar sus acciones. Él sabe que está acorralado, y no podemos permitir que nos arrastre a su juego. No pierdas el control.

Valerio cerró los ojos e intentó respirar para calmar su rabia, y después de unos segundos, se dejó caer de nuevo en la cama.

—Tengo que hacer algo con él —murmuró con frustración—. Se me está haciendo insoportable lidiar con sus estupideces de víctima que ya no le van. Solo usa su papel ridículo de rechazado para justificar sus acciones y manipular a los demás.

Luna se inclinó hacia su esposo y dejó un beso en su mejilla, buscando tranquilizarlo.

—Lo sé y tienes razón. Lo que sea que deba pasar con él, pasará, Valerio. Pero por ahora, por favor, cálmate, ¿sí?

El Worwick cerró los ojos mientras ella seguía dejando pequeños besos en su rostro, y poco a poco, su respiración se fue relajando bajo el toque cálido de Luna, mientras ella le regalaba una tierna sonrisa, notando que, aunque el enojo seguía presente, al menos había logrado contener su impulsividad.

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