𝟒𝟖. 𝐀𝐋𝐀𝐒𝐊𝐀 𝐖𝐎𝐑𝐖𝐈𝐂𝐊
Capítulo 48
Los días posteriores al regreso de Valerio junto a su familia transcurrieron en aparente calma, pero a pesar de la probable tranquilidad, una extraña tensión se sentía en el aire.
Los encargados atendieron al rey con mucho cuidado, evaluando las heridas que traía consigo, porque aunque había recibido cuidados en el Claro, estos no fueron suficientes para curarlo por completo de las heridas y los dolores provocados por los golpes que recibió tras el ataque en el bosque y el arrastre que su cuerpo sufrió por el río.
Aceptando una vez más su derrota con soberbia, el príncipe Verti se mantuvo en silencio desde la llegada de Valerio al castillo, y solo se le podía ver atravesar los pasillos. Durante esos días, su presencia fue tan irrelevante que todos en el castillo parecían ignorarlo, excepto Irenia, quien a pesar de todo lo ocurrido, siempre preguntaba por él a diario, pero manteniendo la distancia.
Una vez que Irenia encontró algo de alivio con el regreso a casa de su hijo Valerio, ordenó que se colocaran guardias en las puertas de sus aposentos, no solo para protegerlo, sino también para mantenerlo tranquilo al saber que, en medio de su incapacidad de moverse, su esposa Luna y su hijo estaban seguros. Mientras tanto, ella comenzó a dedicar un poco de su tiempo cada día a preguntar por el estado de Kathrina, al ser consciente de que el parto estaba cerca y de que en cualquier momento, la princesa presentaría dolores.
Aunque su mejoría era evidente, Valerio optó por permanecer encerrado en sus aposentos durante varios días en compañía de Luna, quien no se apartaba de su lado, pero incluso ella comenzó a notar algo extraño en la actitud de su esposo.
Valerio permanecía más callado de lo habitual, y su mirada a menudo parecía perdida, dejándose hundir en sus pensamientos. Él ya no mostraba esa chispa irreverente que lo definía ni ese brillo que solía iluminar su rostro, mientras que aquel letargo solo se rompía cuando Luna lo buscaba con la mirada o con sus palabras, porque, aunque la reina se sintiera preocupada por verlo tan distante, ella decidió esperar, dándole el espacio que él parecía necesitar.
Quedando solo un poco de fastidio en su pierna derecha, Valerio yacía sentado en la silla de su sala privada con la mano sobre la rodilla, que masajeaba de forma casi involuntaria, mientras su mirada estaba fija en un punto indefinido de la sala. Sin previo aviso, la puerta de la sala se abrió y Lord Havel entró, cerrándola de nuevo tras de sí.
—Mi rey.
Habló el lord junto a la puerta, pero el silencio se prolongó, y Valerio no dio muestras de haber oído a su consejero, y notando la ausencia del Worwick hacia sus palabras, Lord Havel se acercó un poco más hasta posicionarse frente al escritorio del rey.
—Mi rey —repitió el hombre, intentando captar su atención.
Al oír su nombre, Valerio parpadeó lentamente, levantando la mirada hacia el lord como si aquella voz lo regresara de algún lugar lejano.
—Lord Havel —murmuró, retirando la mano de la rodilla.
—Disculpe si interrumpo sus pensamientos, majestad. ¿Se encuentra usted bien?
Valerio suspiró con cansancio. —Sí, estoy bien, no se preocupe. Dígame, ¿qué sucede?
—Disculpe si lo molesto en estos momentos, majestad, pero solo pasaba a recordarle que tiene una reunión pendiente con el consejo. Ellos están esperando que usted se presente en la sala por las razones que ya conoce.
—Ah, es eso —Valerio desvió la mirada con cierto desdén, y tras un breve silencio continuó—: Lord, para serle sincero, en este momento no tengo ni el más mínimo deseo de hablar con el consejo, y mucho menos de discutir sobre el asunto del príncipe Verti, porque sé que eso es lo que los tiene tan ansiosos.
—Comprendo, majestad. Pero usted sabe que tarde o temprano deberá enfrentar ese problema.
—Lo sé, lord, pero también sé lo que ocurrirá en esa sala. —Él se inclinó sobre su escritorio—. Uno de ellos, desde hace tiempo busca la destitución, el exilio y la muerte de Verti por todo lo que ya sabemos, pero no puedo embarcarme en esa lucha ahora. Usted sabe bien que, por más aliados que yo tenga, esa mesa está llena de mentes racionales que esperarán que sustente mis razones, y en este momento no soy capaz de hacerlo.
Tras cada una de sus palabras, Lord Havel notó una fuerte irritabilidad en su señor y, tomando el rol que le correspondía, se acercó un poco más al escritorio, quedando frente a Valerio, y sin miedo a tomar la palabra, dijo:
—No quiero ser imprudente, majestad, pero siento que algo lo está abatiendo más allá de este asunto.
—Yo esperaba un ataque directo al castillo por parte de la guardia de Hillcaster —dijo él, fijando su vista en el lord—. No esperaba una emboscada en el bosque ni lo que ocurrió después. Sé que mi hermano está detrás de esto, pero no sé cómo demostrarlo. También sé que él ha hecho otras cosas mucho más graves, pero no tengo pruebas más que mis sueños lúcidos, y por más que sepa que eso es tan real, no puedo emitir un juicio sin sustento.
Valerio hizo una pausa, bajando su mirada hasta el escritorio, y continuó:
—En esa mesa hay quienes apoyan mi gestión, pero aunque también hay quienes no son aliados de Verti, trabajan a su lado como estratega. Ellos siempre han visto en él, el lado cándido de un hombre incapaz de fomentar la guerra, y si los hago dudar sin pruebas concretas, no solo perderé credibilidad, sino que le abriré la puerta al príncipe para que conozca mis estrategias, y ya tengo suficiente con lo que ha pasado; además, él sabe que perdí mis recuerdos durante los días que estuve lejos, y temo que use eso en mi contra si lo acuso sin fundamento.
La sala quedó en un pesado silencio tras las palabras ansiosas de Valerio, porque Lord Havel era consciente de la realidad de cada una de ellas y del peso que cargaba su señor.
—Lo que sea que usted decida hacer, mi rey, siempre contará con mi apoyo.
Sintiendo un poco de alivio, Valerio se recostó en su silla y dijo:
—Por ahora solo dígales que el rey aún está indispuesto, y que cuando esté completamente recuperado, los convocaré personalmente a una reunión.
—Como usted ordene, su gracia.
El lord se reverenció y salió de la sala, dejando al rey solo con sus pensamientos. Tras unos segundos sentado en su silla, Valerio se levantó, acomodó el camisón de su traje y salió de la sala privada.
Dudando entre ir a sus aposentos o salir al exterior, él caminó en silencio por el pasillo que llevaba al corredor principal, decidiendo ir al patio de armas, hasta que desde otro pasillo cercano, escuchó los sollozos de dos mujeres, lo que captó su atención.
Valerio dirigió su mirada hacia el lugar de donde provenía el sonido y vio a la señorita Margot tratando de sostener a Kathrina, quien caminaba con dificultad mientras sollozaba con quejidos ahogados y de inmediato, Valerio se acercó a ellas.
—¿Qué sucede? —preguntó, preocupado.
—Mi rey, ya va a nacer el bebé.
—¿Ya no había nacido? —La señorita Margot miró al rey, confusa, y al darse cuenta de lo que había dicho, él añadió apresurado—: ¡Ay, no me haga caso! Hay que llevarla a sus aposentos.
Sin tiempo que perder, Valerio tomó a Kathrina entre sus brazos y con cuidado, la cargó, dirigiéndose con prisa hacia el siguiente pasillo mientras los quejidos de ella aumentaban. Al doblar la esquina, Valerio se encontró de frente con una sirviente que venía en dirección contraria; él se detuvo un momento y le ordenó que buscara a la reina Irenia y le informara que la princesa Kathrina estaba a punto de dar a luz, para que ella fuera en busca de un encargado y las parteras.
La mujer se movió de inmediato ante la orden del rey, y él continuó avanzando con Kathrina en brazos, mientras ella trataba de controlar su respiración, siguiendo las indicaciones de su nana, quien permanecía a su lado, mientras sus manos se aferraban al camisón del rey.
A pocos metros de los aposentos de la princesa, una sirviente acababa de salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, pero al ver al rey cargando a Kathrina, se detuvo alarmada y abrió la puerta de inmediato.
—Por favor, avísele al príncipe Verti que su esposa está a punto de dar a luz. ¡Vaya rápido! —ordenó Valerio.
—Sí, mi rey —respondió la mujer antes de salir corriendo por el pasillo.
Valerio cruzó la puerta de la habitación y con cuidado, él colocó a Kathrina en su lecho, mientras la señorita Margot preparaba algunas mantas limpias, sabiendo lo que se venía.
—Ya pronto vendrán a atenderte, no te preocupes —dijo Valerio con intención de alejarse, pero antes de que pudiera dar un paso, sintió cómo Kathrina lo sujetó de la mano.
—Espera, Valerio, no te vayas —dijo ella en medio de un quejido, pero en ese instante la puerta se abrió y él se soltó de su agarre.
—¿Qué sucedió? —preguntó Irenia, dirigiéndose con prisa hacia Kathrina, junto al encargado, las parteras y Luna.
—Creo que va a tener al bebé, madre —dijo él, observando a Luna cerca de la puerta, y sintiendo un tanto de inquietud por lo que ya habían hablado una vez, él se acercó a ella—. Me encontré a la señorita Margot y a Kathrina en el pasillo mientras iba hacia el jardín —explicó Valerio, como si quisiera justificar su presencia allí.
—Está bien, mi amor. No te preocupes —ella le sonrió con dulzura, acariciándole el brazo—. Nosotros nos encargaremos.
Valerio le sonrió, dejando ver su alivio. —Ya mandé a llamar a Verti, así que me quedaré afuera por si necesitan algo más.
—Está bien, mi amor.
Sin decir nada más, Valerio inclinó su rostro y le dio un beso a Luna en los labios, y después salió de la habitación justo cuando otras dos parteras ingresaban con cuencos de agua y más paños limpios.
Aunque el proceso de parto de Kathrina se tornó un tanto lento, no hubieron complicaciones fuertes, y con la ayuda de la reina Luna, la reina Irenia y las parteras, decidieron colocar a Kathrina en cuclillas sobre la cama para facilitar la salida del bebé, mientras que ambas reinas la sostenían desde los costados, asegurándose de que pudiera mantener la posición mientras pujaba.
Viendo que pasaba el tiempo y Verti no se hacía presente en la habitación de su esposa, Valerio decidió ir a buscarlo, sabiendo exactamente dónde podía encontrarlo, y al cruzar las puertas de la biblioteca, lo primero que escuchó fue la voz de Verti interrogando a un guardia que estaba dentro:
—¿Cómo está el movimiento en el castillo? ¿Has visto al rey?
—Aquí estoy, Verti —interrumpió Valerio, sorprendiendo a su hermano—. Salga de aquí ahora mismo —continuó, dirigiéndose al guardia—. ¡Su lugar como guardia está en la fortaleza, no aquí! Así que no vuelva a este lugar a menos que yo mismo lo ordene. Y más le vale que cumpla mis órdenes si no quiere terminar como Dorco o como el guardia que cuidaba las puertas del castillo el día que volví.
—Sí, mi rey —respondió el guardia, nervioso, antes de abandonar la sala con prisa y al cerrar la tras de sí, Valerio se dirigió a Verti con cierta irritabilidad en la mirada.
—Ordené tu presencia hace varios minutos en la habitación de tu esposa. ¿Acaso no sabes que está dando a luz a tu hijo?
—Sí, lo sé —respondió con su típica indiferencia, levantándose de la silla—. Pero también sé que es ella la que está dando a luz, no yo, así que no creo que mi presencia sea necesaria.
—¡Es necesaria! —alegó Valerio, dando un paso hacia él—. Y aunque no lo fuera, te di una orden, y mis órdenes se respetan.
—Yo no tengo por qué acatar una orden tuya con respecto a mi esposa —alegó, acercándose un poco más a su hermano—. Sé que eres el rey, pero eso no te da derecho a decirme qué hacer con mi matrimonio.
Valerio soltó una risa irónica mientras Verti lo miraba con rabia, sabiendo que su hermano se estaba burlando de él. —¿Y así quieres gobernar algo alguna vez?
—Detente, Valerio.
—Ya veo por qué nada te sale bien —continuó Valerio, sin dejar espacio para que Verti siguiera hablando—. Sé que no debería decirte cómo convivir con tu esposa, pero como rey y protector de esta institución, es mi deber velar por su bienestar. Tu matrimonio no solo es tuyo, Verti, también es parte de esta familia, de esta casa y de este reino. ¿O acaso olvidaste el honor de un Worwick como hombre y esposo? Parece que incluso eso también te ha quedado grande.
Sintiendo las palabras de Valerio como puñales que herían su orgullo, Verti no tardó en dejar que la furia se reflejara en sus ojos, y sin medir sus actos, llevó la mano a su cinturón, donde descansaba una pequeña daga, pero en ese instante la puerta se abrió, interrumpiendo el enfrentamiento, y Verti sujetó el cinturón de su camisón, intentando fingir que solo lo estaba ajustando, pero Valerio no era estúpido y pudo percibir sus reales intenciones.
—Mi rey —dijo un guardia, inclinándose hacia Valerio, antes de dirigirse a Verti—. Príncipe Verti, me enviaron para informarle que su esposa, la princesa Kathrina, acaba de dar a luz.
Sin decir una palabra, Verti pasó al lado de Valerio mientras ambos hombres se miraban sin disimulo, mostrando la rabia y el hastío que se tenían. Finalmente, Verti salió de la biblioteca, y al quedar solo, Valerio suspiró, aguardando por unos segundos mientras intentaba recuperar la calma, y después salió de la biblioteca para dirigirse hacia la habitación de la princesa.
Verti cruzó las puertas de los aposentos de su esposa, siendo recibido por el llanto agudo de un bebé, y al entrar, sus ojos se encontraron con los de Kathrina, quien aunque agotada por el esfuerzo, le sonrió mientras sostenía en brazos a la pequeña criatura, pero él se detuvo a pocos pasos de la cama, mirando a su alrededor como si no supiera cómo actuar, mientras Valerio entraba a la habitación buscando el lado de Luna.
—Verti, ya nació —dijo Kathrina, extendiéndole al bebé.
Con cuidado, Kathrina le entregó la criatura a la reina Irenia, quien se acercó a Verti con delicadeza y así mismo, colocó a la bebé en los brazos de su hijo, y él la recibió dejando ver en su rostro una ligera sonrisa, junto con cierto nerviosismo e inexperiencia, que reflejaba una torpeza natural al sentir el peso de la criatura en sus brazos por primera vez.
—Sosténla bien, hijo —susurró Irenia con calma, mientras tomaba una de las manos de Verti para guiarla y asegurarse de que cargara a la bebé con el cuidado necesario—. Así, con cuidado.
Pero en el instante en que Irenia pronunció la palabra "sosténla", algo cambió en la forma en la que Verti miraba a su bebé. El rostro del Worwick se tensó aún más y su ligera sonrisa se desvaneció poco a poco, mientras fijaba sus ojos en la pequeña criatura que balbuceaba y movía sus diminutos brazos. «Es una niña», se lamentó en sí mismo al darse cuenta de que no era un niño, como él había esperado.
—¿Sostenerla? —repitió Verti con un ligero murmullo.
—Sí, mi príncipe —intervino el encargado, ajeno a la incomodidad del rubio—. Es una hermosa niña de casta dorada.
Las palabras del encargado golpearon a Verti con más fuerza de la que habría admitido, y su mandíbula se tensó, mientras su mirada permaneció fija en la bebé. Tanto Irenia como Valerio no tardaron en percibir el cambio frío y decepcionante en la mirada de Verti, por más que él tratara de disimularlo.
—¿Qué nombre tendrá la pequeña Worwick, mi príncipe? —preguntó el encargado, interrumpiendo el extraño silencio, pero Verti permaneció callado, observando a la niña, y ante su ausencia de respuestas, Kathrina intervino.
—Se llamará Alaska —dijo ella con una sonrisa, mirando a Verti con la esperanza de que él reafirmara el nombre de la pequeña con el apellido Worwick.
Verti tardó unos segundos más en reaccionar, como si estuviera luchando internamente con sus emociones, lo que comenzó a ser extraño para todos en la habitación, pero finalmente él levantó la mirada, y con cierta sequedad en su voz, dijo:
—Se llamará Alaska Worwick.
A pesar de sus palabras, la tensión en su rostro y la frialdad en su voz no pasaron desapercibidas, y ante la evidente incomodidad en la habitación, Luna se acercó a Kathrina y le regaló una ligera sonrisa.
—Felicidades por tu bebé, Kathrina —susurró Luna, recibiendo de vuelta una débil sonrisa de la joven madre—. Nos gustaría quedarnos más tiempo celebrando el nacimiento de tu pequeña, pero sé que estás agotada y creo que es momento de que descanses, así que nos retiramos.
Consciente de la tensión por la actitud de su hermano, Valerio tomó la mano de Luna, y antes de salir, dijo:
—Ordenaré que se declare el nacimiento de mi sobrina Alaska Worwick a todos en el castillo, y una vez más, felicidades.
Con esas palabras, Valerio salió de la habitación junto a Luna, dejando a Verti con la bebé aún en brazos frente a Kathrina.
—Iré a ordenar que algunas sirvientes te asistan y ayuden a tu nana por estos días —le susurró Irenia a su nuera, y antes de dirigirse hacia la puerta, se acercó al encargado y dijo—: Encargado, venga conmigo, por favor.
Irenia abandonó la habitación, seguida por el encargado, y más atrás por las parteras, quienes recogieron los paños manchados de sangre y los cuencos de agua que se habían usado, mientras que la señorita Margot se preparaba para cambiar el tendido de la cama, pero Verti se giró hacia la mujer y ordenó:
—Salga.
—Príncipe, debo ayudar a mi niña a...
—¡Que salga, le dije! —repitió Verti, alzando la voz, logrando intimidar a la señorita Margot, quien contrariada por la actitud del Worwick, se retiró dejando a Kathrina sola junto a su esposo.
—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Kathrina, desconcertada—. ¿Por qué te...?
Antes de que pudiera terminar su frase, Verti se acercó y le entregó a la bebé sin tacto alguno, como si fuera un muñeco o un objeto sin importancia, y asustada, Kathrina reaccionó de inmediato, recibiendo a la pequeña con cuidado.
—¿Qué te pasa, Verti? —reclamó, mientras la bebé comenzaba a llorar otra vez—. ¡Ten cuidado! Acaba de nacer, es muy frágil.
—¡Cállate! —gritó Verti, mirándola con rabia, mientras Kathrina se quedó inmóvil ante su grito, observándolo con temor y molestia.
—¿Por qué actúas así, Verti? ¿Que no me quieras a mí está bien, pero a tu hija...?
—¡Yo no quería una niña! —La señaló con rabia, interrumpiéndola—. Dime, ¿de qué me sirve tener una niña? Eso que tienes ahí no me sirve para nada.
—¡No te refieras así de tu hija!
—¡No me importa! —alegó—. Solo tenías que hacer una cosa, ¡una sola cosa! Darme un hijo varón, pero ni para eso sirves.
Las palabras de Verti hirieron profundamente a Kathrina, y ella estrechó a la bebé contra su pecho, como si intentara protegerla de las palabras de su padre.
—Eres despreciable, Verti, y no eres mejor que yo, así que ¡baja la voz! Tus gritos la asustan, ¿acaso no te das cuenta?
En una clara actitud amenazante, Verti dio unos pasos hacia Kathrina, y ella se levantó de la cama con prisa, ignorando lo adolorida que estaba, dejando ver su bata manchada de sangre, y con la bebé en brazos, retrocedió hacia el rincón de la habitación junto a la cama, intentando ponerse a salvo.
—No, Verti, por favor, no lo hagas —gritó ella entre ruegos—. No nos hagas daño, por favor.
Verti frenó su paso y se quedó inmóvil, observándola con burla, al tiempo que una risa ligera, audible y maliciosa escapaba de sus labios, como si disfrutara verla muerta de miedo y rogando porque no le hiciera daño.
Sin decir nada más, él se dio la vuelta y salió de la habitación, mientras su risa burlona seguía en el aire, y cuando la puerta se cerró al fin, Kathrina respiró agitada, sus lágrimas comenzaron a rodar sin control, sintiendo el dolor que le producía moverse y así mismo se dirigió hacia la cama; dejándose caer en ella, mientras sus manos temblaban acomodando a su hija con cuidado, en medio de su agitado llanto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro