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𝟒𝟕. 𝐌Á𝐒 𝐂𝐄𝐑𝐂𝐀. 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈𝐈

Capítulo 47

La sala privada del rey respiraba una acogedora tranquilidad, mientras que Luna se encontraba sentada, observando con inquietud a la reina Irenia hablar con una mujer cerca de las puertas, al tiempo que la señorita Helen acunaba al pequeño Bastian.

Una vez la conversación culminó, la mujer hizo una reverencia ante la reina y abandonó la sala, mientras Irenia se dirigía de vuelta hacia su nuera, tomando lugar en un sillón junto a ella.

—¿Sucedió algún inconveniente, reina? —preguntó Luna, inclinándose hacia Irenia.

—No, hija—respondió Irenia, tras un leve suspiro—. Lo que sucedió yo no lo vería como un inconveniente. —La mujer miró a Luna—. Ayer entré al altar de los dioses y elevé un ruego.

—¿Un ruego?

Irenia asintió lentamente mientras tomaba la taza de té que estaba en la mesita frente a ella.

—Ayer fui al templo y rogué como no lo hacía desde hace años. Supliqué a los dioses que nos ayudaran, que protegieran a nuestra familia y que no permitieran que la casa Worwick cayera en desgracia por mi insensatez y las de Verti.

—Disculpe si pregunto demasiado, pero ¿eso tiene algo que ver con la presencia de esa mujer? —inquirió Luna con cautela.

—No, hija, no te preocupes —Irenia le regaló una ligera sonrisa a Luna—. Es bueno que sepas todo lo relacionado con la fe de los dioses de esta casa, que ahora es tu casa. Esa es una de las pocas personas autorizadas para entrar allí, y me acaba de decir que hoy al amanecer todas las velas del templo, sin excepción, estaban apagadas. La sacerdotisa vino ante mí, siendo yo la última persona que entró ayer al altar, porque encontrar todas las velas apagadas solo significa una cosa.

—¿Significa algo malo?

—No, hija. Eso solo ocurre cuando los dioses han estado allí —Irenia hizo una pausa, mientras sus manos temblaban ligeramente—. La última vez que esto sucedió fue en tiempos del rey Aiseen el Conquistador, cuando rogó a los dioses que mantuvieran a la casa Worwick en pie al estar siendo atacados. Él les rogó por la victoria y les pidió que le entregaran las cabezas de los desleales que los abandonaron cuando los Kokthen los estaban masacrando en la antigua Northlandy, y Southlandy fue la respuesta de los dioses.

—Entonces... —susurró Luna, mirándola fijamente—. ¿Eso significa que ellos escucharon su ruego?

Antes de que Irenia pudiera responder, la puerta de la sala se abrió, interrumpiendo la conversación. El lord comandante entró acompañado por el guardia que vigilaba la entrada al castillo. Lord Havel, a quien el comandante había buscado por los pasillos, y Lurdes, quien permanecía tras las espaldas del lord comandante con un visible temor en su mirada.

Al ver a los hombres entrar de esa manera a la sala, junto a la presencia de una desconocida, Irenia y Luna se levantaron de su lugar, dirigiéndose hacia ellos.

—¿Qué sucede? —preguntó Irenia, dirigiendo la mirada al lord comandante.

—Mi reina —el lord comandante se reverenció junto a Lord Havel y continuó—. Lamento interrumpir la paz de la sala, pero esta mujer dice que tiene información sobre el rey Valerio.

Antes de que Irenia pudiera seguir indagando sobre la información que el lord comandante le había mencionado, Luna se acercó a la joven y con evidente emoción y desesperación en la mirada, preguntó:

—¿Tú sabes sobre Valerio? ¿Sabes dónde está?

—Luna, por favor —intervino Irenia con voz serena, posando una mano sobre el brazo de su nuera para calmarla—. Recuerda lo que hablamos, hija.

Luna respiró profundo, intentando calmarse, mientras Irenia se dirigió hacia  Lurdes.

—¿Quién eres tú, muchacha?

—Mi, mi nombre es Lurdes, y vivo en el claro que está entre el bosque que separa este reino del reino de Hillcaster.

La reina madre miró confusa al lord comandante.

—¿Ese no es el claro donde usted fue a buscar al rey y no encontró nada, lord comandante?

Antes de que el hombre pudiera responder, Lurdes murmuró, mirándolo:

—¿Entonces fue usted? —El lord comandante miró a la joven, confuso, y ella continuó—: Usted fue el hombre que Angel,  quiero decir, Valerio, me dijo que alguien tocó la puerta de mi casa esa mañana varias veces, pero él no dijo nada porque ese lugar es peligroso. Los Cangrinos y los Aenos rondan mucho esa zona, junto a los guardias del castillo Loancastor, que suelen molestar a los habitantes del claro. Por eso no atendemos ninguna voz que no reconozcamos.

—¿Entonces tú lo encontraste? —preguntó Luna, acercándose de nuevo.

Lurdes asintió. —Sí, bueno, no fui yo; fue mi perrito, Colibrí. Él lo halló tirado en la orilla del río que da con un acantilado cerca de ahí. Al principio, cuando vi su cuerpo junto al río, pensé que estaba muerto, pero él se quejó justo cuando iba a irme porque me dio miedo, y ahí me di cuenta de que estaba vivo, así que lo llevé a mi casa, donde lo cuidé y lo curé.

Ante aquel relato maravilloso que parecía increíble, Luna no pudo contenerse más y se arrojó hacia Lurdes, abrazándola con fuerza mientras sus lágrimas caían por sus mejillas.

—Gracias, gracias por salvarlo. No sabes cuánto significa esto para mí y para todos nosotros.

Mientras Luna agradecía por la vida de su esposo, Irenia se colocó de espaldas, procesando las palabras de la joven, casi al borde del llanto, como si la confirmación de sus plegarias fueran las palabras de esa joven, mientras los demás en la habitación observaban la escena conmovidos.

Cuando Luna se separó de Lurdes, la joven la miró a los ojos y añadió:

—Deben ir por él. Su espalda está golpeada, la herida de su pierna le duele mucho y apenas puede caminar. Por eso vine a buscar ayuda.

—Disculpe, señorita —intervino el consejero del rey, observando a la joven—. No es por desentonar, pero ¿por qué no vino usted antes?

—Porque no sabía quién era —Lurdes hizo una pausa para intentar explicarse—. Cuando él despertó, no recordaba quién era y no tenía idea de que él era el rey. Pero hoy, cuando regresé del mercado, me dijo que ya sabía quién era.

Irenia giró sorprendida al oír las últimas palabras de la joven.

—Yo me di cuenta de que él es el rey porque unos hombres de capas doradas lo están buscando en el mercado cerca del claro, y mi abuelita me contó que escuchó a dos de esos guardias describir cómo era el hombre que estaban buscando. Dijeron que si lo encontrábamos, no lo entregáramos a ninguno de los guardias de capas negras. Antes de venir aquí, ellos estuvieron en mi casa, pero Valerio se escondió, y por suerte no lo encontraron.

—¿Esos hombres te hicieron esto? —preguntó Luna al oír las palabras de la joven, al tiempo que caía en cuenta de que ella tenía unos golpes en la cara.

—Sí. Ellos entraron a buscarlo y como no dejé que llegaran donde querían, me golpearon.

Sin necesidad de escuchar más explicaciones, Irenia se dirigió hacia el lord comandante y ordenó:

—¡Vayan por el rey Valerio ahora mismo!

—Quisiera ir con ellos, mi reina —habló Luna, dirigiéndose a Irenia—. Por favor.

Irenia asintió. —Ve, hija. Creo que es bueno que él te vea. —La reina madre se acercó a la joven, y tomando sus manos entre las suyas, dijo—: La deuda de la casa Worwick contigo es inmensa y quizás imposible de pagar. Siempre te vamos a estar agradecidos por la vida de nuestro rey.

Sorprendida por el gesto de la reina madre, Lurdes miró a todos lados y balbuceó: —D-D e nada.

Tras recibir la orden de la reina Irenia, el lord comandante se dirigió hacia sus guardias de confianza, quienes comenzaron a prepararse para ir por el rey y llevarlo de vuelta al castillo. Mientras tanto, una carroza fue preparada para la reina Luna, y Cuando todo estuvo listo para partir, Luna se dirigió a Lurdes, y tomándola de la mano, dijo:

—Ven conmigo, Lurdes, iremos en mi carroza.

Lurdes aceptó, un poco nerviosa pero agradecida por la amabilidad de la reina. Desde la ventana de la sala privada, la reina Irenia observaba el movimiento de la formación que se alistaba para salir en busca del rey, junto a la presencia de Lord Havel y del guardia que custodiaba las puertas del castillo, quien se encontraba bajo vigilancia con la orden de no abandonar la sala hasta que el rey estuviera seguro y de vuelta.

Desde el balcón de la biblioteca, el príncipe Verti observaba con curiosidad la discreta formación de guardias escoltando la carroza que él sabía era la que usaba su madre, lo cual lo confundió, pero al estar solo y sin nadie que pudiera brindarle información sobre los movimientos en el castillo, no tuvo otra opción que mantenerse al margen por el momento.

El resplandor del sol se había tornado mucho más suave para ese momento del día, inclinándose hacia el oeste, mientras la formación de guardias junto a la carroza llegaba por fin al Claro sin contratiempos. A medida que se acercaban más a la casa de Lurdes, los habitantes del Claro observaban desde las ventanas la presencia de los guardias armados, lo cual los hizo mantenerse dentro de sus hogares con las puertas aseguradas, al no tener idea de qué se trataba todo aquello.

Al llegar al punto indicado por Lurdes, el Lord Comandante levantó una mano y dio la orden de detenerse. Él bajó de su caballo y se acercó a la carroza, la cual abrió, ayudando a Lurdes a descender del vehículo, y después de ella, la Reina Luna la siguió, sosteniendo su vestido con una de sus manos, mientras la otra era sostenida por el Lord Comandante, quien desde ese momento se mantuvo en guardia cerca de su reina.

Lurdes se adelantó hasta su casa, y deteniéndose frente a la puerta, dijo:

—Angel, soy yo, Lurdes.

Al instante, se escuchó cómo alguien tras la puerta comenzaba a desajustar los seguros, mientras Luna miraba ansiosa, esperando ver a Valerio, y justo cuando la puerta se abrió, la figura del Worwick se hizo visible y antes de que pudiera decir una palabra, Luna corrió hacia él y se arrojó en sus brazos, arrastrándolo dentro de la cabaña, mientras lo rodeaba con tanta fuerza como si sintiera que debía sujetarlo lo más que pudiera, temiendo que él pudiera volver a escaparse de su lado.

La formación de soldados se colocó en guardia militar alrededor de la puerta, reverenciando al rey, mientras que entre sollozos desgarradores, Luna continuaba sujetándolo con fuerza.

—¡Dioses, no puedo creer que estás aquí! —Él la abrazó aún más fuerte—. Yo, yo pensé que habías muerto.

Valerio la sostuvo entre sus brazos, acariciando su cabello y besando suavemente su frente.

—Tranquila, mi amor, tranquila —dijo él, buscando su mirada—. Soy yo. Estoy aquí, y no voy a desaparecer.

Luna volvió a abrazarlo con fuerza, dejando que las lágrimas fluyeran libremente, mientras Lurdes observaba la escena conmovida.

Valerio alzó la vista hacia los guardias, quienes inclinaron la cabeza en señal de respeto ante su rey, y luego él volcó su mirada hacia Lurdes; observando la  expresión de alivio y felicidad en el rostro de la joven, y él le dedicó una cálida sonrisa que Lurdes respondió también con una risa tímida.

El Lord Comandante caminó hasta la presencia de su rey, y haciendo una reverencia, dijo:

—Mi rey, lamento profundamente no haber protegido su vida en el campo de batalla. Este ha sido mi mayor fallo.

—No hay nada que lamentar, Lord Comandante. Nosotros sabemos lo que sucedió en ese lugar, y usted fue muy valiente en seguirme el paso, además, ha servido lealmente a mi casa durante su gestión como primer jefe comandante de la guardia real de la casa Worwick, y no tengo nada que perdonar.

El hombre asintió, agradecido. —Gracias, mi rey. La formación está lista para llevarlo de vuelta al castillo.

—Iremos enseguida, pero antes necesito hablar a solas con Lurdes.

Ante la orden del rey, los guardias que se encontraban en la entrada abandonaron la casa, y Luna se acercó una vez más a Valerio, dejando un beso tierno en sus labios, antes de que él le pidiera en un susurro que lo esperara afuera.

Luna asintió y, antes de salir, se acercó a Lurdes y la abrazó con calidez como un gesto de gratitud.

—Gracias por todo, de verdad.

Lurdes sonrió, conmovida por las palabras de la reina, y asintió en silencio mientras la veía salir. Una vez cerrada la puerta, Valerio dio un paso hacia Lurdes y preguntó con preocupación:

—¿Tuviste problemas para entrar al castillo?

—Un poco, pero ese hombre —dijo, refiriéndose al Lord Comandante— me ayudó y me llevó ante tu esposa y una señora de cabello blanco.

Valerio sonrió de medio labio, bajando la mirada. —Esa señora es mi madre.

—Bueno, ellas fueron amables conmigo. Tu esposa es muy linda.

Valerio dejó escapar una pequeña sonrisa, esa que solía tener cuando hablaba de Luna con alguien. Él acercó un poco más a ella y con delicadeza, tomó el rostro de Lurdes entre sus manos, y mirándola directamente a los ojos, dijo:

—Gracias, Lurdes. Gracias por salvarme la vida, por toda la atención y cuidado, por darme de lo poco que tenías y por ser valiente. Gracias por ayudarme a que me encontraran.

Los ojos de Lurdes comenzaron a llenarse de lágrimas, conmovida por las palabras del rey.

—Te prometo que esos hombres que te agredieron lo van a pagar, y también te prometo que jamás me voy a olvidar de ti. Te lo prometo.

Lurdes dejó escapar un pequeño sollozo mientras Valerio la abrazaba con fuerza contra su pecho y con voz baja, susurró:

—Por favor, cuida esa herida, ¿sí? Y cuídate mucho —Valerio miró hacia un lado, observando a Colibrí moviéndole la cola—. Cuida mucho de tu dueña, Colibrí.

Él volvió su mirada hacia Lurdes, quien aún permanecía con el rostro entre sus manos. —Si necesitas algo, no dudes en ir al castillo. No importa lo que sea, te ayudaremos.

Lurdes asintió, secándose las lágrimas con una mano, mientras le dedicaba una sonrisa tímida.

—Está bien. Y no te preocupes, Angel. Nosotros estaremos bien. Ahora ya ve con ellos, te están esperando.

Valerio le devolvió una última sonrisa cálida antes de girarse y salir de la casa, encontrándose con los guardias que  custodiaron a su rey hasta la carroza donde lo esperaba Luna, mientras Lurdes observaba todo desde la pequeña ventana de su hogar. Cuando la formación comenzó a moverse y la carroza desapareció entre el camino que estaba cerca del bosque, Lurdes se apartó de la ventana con un suspiro.

Ella se dirigió a su cama, donde se recostó, y junto a ella se acomodó Colibrí, quien con su pata comenzó a buscar su mano, y Lurdes lo abrazó, susurrándole con ternura:

—Otra vez somos solo tú y yo, Colibrí.

El pequeño perro intentó lamerle la cara a su dueña, haciéndola reír, al tiempo que ella lo abrazaba con cariño, mientras que de camino al castillo, Valerio iba sentado junto a Luna, quien se encontraba recostada en el costado de su esposo, siendo rodeada por el brazo de él.

Luna levantó la mirada hacia su esposo, buscando sus ojos, y al darse cuenta de este gesto, Valerio giró su rostro hacia ella, dejando ver ese brillo único que solo se hacía notar al observarla, y con voz suave musitó:

—Te amo.

Luna no pudo evitar sonreír, con la mirada empañada, e inclinándose hacia él, dijo:

—Yo también te amo. Y no sabes cuánto.

Tras aquellas palabras, ella lo besó con deseo, y él no tardó en hacer lo mismo, aferrándose a sus labios, como si ambos estuvieran agradeciendo el estar juntos tras días y noches al borde del abismo.

La tarde cayó sobre el cielo de Southlandy, mientras el príncipe Verti disfrutaba en el balcón de la biblioteca de la suave brisa del atardecer, observando como el sol descendía en el horizonte, cuando el sonido de la formación de los soldados que había salido junto a la carroza regresando llamó su atención.

Verti observaba desde aquella distancia cómo el contingente cruzaba las puertas principales y se detenía en lo que se podía ver del patio de armas desde ahí. El movimiento ordenado de los soldados llamó su atención, pero fue la apertura de la puerta de la carroza lo que atrapó aún más su interés.

De la carroza vio bajar a Luna, siendo ayudada por un guardia, pero nada lo prepararía para ver a su hermano. Valerio descendió tras ella, y al verlo; Verti abrió los ojos y sintió un golpe en el estómago, mientras su mirada, llena de confusión y rabia, seguía fija en su hermano.

La rabia se apoderó de Verti en ese momento, sintiendo cómo la impotencia lo invadía al tiempo que se preguntaba cómo era posible que Valerio estuviera vivo y allí. Él maldecía en su interior una y otra vez la vida de su hermano con tantas ansias que, sin pensarlo, se dio la vuelta y avanzó hacia la biblioteca con la clara intención de ir ante él, pero al cruzar el ventanal, vio cómo la puerta de la biblioteca se abrió y la figura de su madre apareció, cortándole el paso.

Verti se frenó de golpe al ver a su madre  mirarlo fijamente, mientras que el silencio en medio de aquellas miradas decía más que las palabras. La mirada de la reina era un muro que él sabía que no podía atravesar, y sin apartar sus ojos de él, Irenia le dejó claro que, mientras ella estuviera allí, no permitiría que él le hiciera daño ni a Luna, ni a Bastian, ni a Valerio.

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