𝟒𝟑. 𝐀𝐑𝐎𝐌𝐀 𝐀 𝐕𝐀𝐈𝐍𝐈𝐋𝐋𝐀
Capítulo 43
—Esta vez no puedo fallar, Dorco —dijo Verti, irritado, sentado en uno de los sillones de la sala de los príncipes, mientras su espada jurada permanecía de pie cerca de la puerta—. Valerio no puede tener tanta suerte como para sobrevivir una vez más. El ataque al castillo no puede concretarse hasta que no se certifique la muerte del rey, como estaba planeado.
—Los hombres actuaron según el plan, mi príncipe. Nadie esperaba que el rey pudiera sobrevivir a ese ataque; todos estaban orientados a cazarlo, como usted ordenó en el comunicado que me dio el día que nació el príncipe Bastián.
—Pues ya me cansé de planes. —Él se levantó de su lugar—. No importa cuánto refuercen la guardia aquí, ellos van a entrar y van a matar a todos; eso incluye a la reina Irenia y a la reina Luna, si es que no acepta mis términos y reglas.
—Con la reina Irenia en su instrucción, no creo que la reina Luna ceda tan fácil a sus deseos.
—Tiene razón, Dorco. —Verti se apoyó en el espaldar de la silla—. Por eso es necesario dejar a la reina Irenia a merced del ataque para que muera de una vez por todas. La reina Luna puede tener más poder ahora que ella, pero es inexperta y de carácter frágil; en cambio, la reina madre tiene los nervios de acero. Así que, estando la reina Luna sola, tendrá que doblegarse, y si se resiste, también morirá.
—Siendo así, príncipe, ¿cuál es el siguiente paso a seguir?
Verti suspiró, manteniéndose en la misma postura, y dijo:
—Si no se da rápido con el cuerpo de Valerio, tendré que convencer al consejo de que no vale la pena esperar, alegando que este reino necesita un verdadero regente, no un niño que ni siquiera sabe quién es aún.
—No hace falta decir que estoy presto a sus órdenes, mi príncipe —respondió Sir Dorco con una ligera reverencia.
—Quiero que envíes un comunicado a la cabeza del consejo de Hillcaster —ordenó, caminando hacia su espada jurada—. Necesito que envíen a la guardia del castillo a buscar a Valerio en ese claro del que habló el lord comandante, y no solo quiero que pregunten, quiero que entren a cada casa y busquen donde sea hasta que lo encuentren. Y si lo encuentran, quiero que maten de una vez a él y a las personas que lo ayudaron. ¿Quedó claro?
—Sí, mi príncipe —respondió Dorco sin cuestionar y prosiguió—: ¿Usted ya ha considerado el asunto del niño?
—El niño es lo de menos. —Verti guardó silencio unos segundos, caminó hasta el escritorio en la sala y prosiguió—: Aunque eso no significa que no deba ser cuidadoso. Mi madre lo está protegiendo y según supe, anoche se lo llevó a sus aposentos. Mientras ella haga eso no podré tocarlo, así que esperaré que bajen la guardia o que esté al cuidado de la reina Luna o de su nana, porque mientras mi madre lo tenga en su poder, no podré acercarme a él.
Dorco asintió en silencio y miró al príncipe, dudando si dirigir una última pregunta, y al darse cuenta de la actitud del hombre, Verti dijo:
—¿Qué pasa, Dorco?
—Príncipe, no es conveniente decir esto, pero ¿no cree que su madre sospecha sobre lo que usted está haciendo?
—No lo hace —contestó Verti, mirando a Dorco sin lugar a dudas—. Si la señora Irenia sospechara de esto, o de las veces que he intentado matar a Valerio, ya me hubiera expuesto ante el consejo y hubiera pedido mi cabeza; eso es algo que siempre ha querido. Ella solo protege al hijo de su hijo predilecto y cree que mi rencilla con Valerio es solo cuestión de deseo por lo que él tiene y nada más. Así que no se preocupe por ella y haga lo que le pedí.
—Como ordene, mi príncipe —respondió Dorco, asintiendo y así mismo, salió de la sala.
Verti se dirigió a la mesa del vino, tomó un sorbo de la copa que él mismo había servido y salió de la sala cerrando la puerta tras de sí, mirando con cautela hacia ambos lados del pasillo, para finalmente alejarse, y justo cuando creía que nadie estaba cerca, la puerta de la sala de enfrente se abrió con cuidado, y de su interior salió Irenia, quien había alcanzado a escuchar suficiente parte de la conversación para saber que su hijo ya había cruzado el límite.
Como todas las mañanas, la señorita Helen entró con cuidado a los aposentos de la reina Luna con una bandeja del desayuno favorito de su niña en las manos.
—Mi niña, te traje algo para que comas —dijo Helen, colocando la bandeja en la mesa del té—. Sé que me dijiste que no tenías hambre, pero no puedes estar sin comer nada.
Un silencio abrumador fue la respuesta a las palabras de la señorita Helen, y una vez más ella la llamó mientras abría un poco las cortinas.
—Mi niña Luna.
Al no obtener respuesta, la señorita Helen frunció el ceño y miró hacia el cuarto de baño pensando que Luna podría estar allí, metida en la tina, así que la mujer se dirigió hasta aquel lugar confiada en que la encontraría, pero al no verla, salió y se detuvo al escuchar un sonido extraño.
Helen trató de guardar silencio para distinguir aquel ligero sonido y saber de dónde provenía, y fue entonces cuando miró hacia la cama, como si aquel extraño sonido viniera de allí, y al acercarse más, se encontró de frente con una escena que más que encogerle el corazón, le partió el alma. Ella vio a su niña tirada en el suelo con los ojos abiertos, aferrada a lo que parecía ser un camisón de Valerio, apretándolo con fuerza, como si eso la mantuviera en tierra.
—Mi niña, ¿pero qué haces ahí? —dijo la mujer, afligida, mientras corría hacia ella.
—No apareció anoche, Nana. Tengo mucho miedo. No sé qué voy a hacer si Valerio no regresa.
La señorita Helen se arrodilló al lado de Luna y la incorporó con ligereza, para luego acunarla en sus brazos, como cuando era una niña e intentaba consolarla por cualquier cosa que le doliera.
—Mi niña, tienes que ser fuerte. Por ti y por tu bebé.
—No sé si voy a poder —dijo Luna, con la voz quebrada y la mirada ida—. Esta mañana lo busqué cuando me levanté, y cuando me di cuenta de que no estaba, sentí una horrible presión en el pecho. —Luna apretó el camisón con fuerza y mientras temblaba en los brazos de su nana, dijo—: Lo último que me dijo antes de irse fue que me amaba.
Las palabras de Luna quedaron suspendidas en el aire, mientras su mirada ida se perdía aún más en el dolor que sentía por la ausencia del hombre que amaba.
HILLCASTER
Lurdes caminaba alegre, con la canasta en su brazo hacia su casa, cuando sintió cómo un par de gotas de agua caían sobre su rostro, y al mirar hacia el cielo, se dio cuenta de que una fuerte lluvia estaba por caer, así que se apresuró para llegar a su hogar.
Al llegar, ella abrió la puerta y entró con prisa, cerrándola tras de sí, pero al girarse vio a Valerio intentando levantarse de la cama y al instante, dejó la canasta a un lado y se acercó a él diciendo:
—Angel, ¿qué estás haciendo?
Valerio levantó la mano, indicándole que se detuviera, mientras él luchaba por ponerse de pie, y Lurdes permaneció frente a él, observando cómo a pesar del dolor, lograba conseguir su objetivo.
—¿Ya no te duele? —preguntó ella, acercándose más.
—Sí, pero ya no tanto como ayer, y no puedo quedarme postrado en esta cama.
—Ten cuidado —dijo ella, viendo cómo él lograba conseguir su objetivo y una sonrisa comenzó a dibujarse en el rostro del Worwick, al darse cuenta que estaba consiguiendo colocarse de nuevo en pie y cuando lo hizo completamente, Valerio miró a Lurdes y ambos comenzaron a sonreír de la dicha, mientras él continuaba agarrado de la mesa.
Hasta que de un momento a otro, él perdió el equilibrio, y Lurdes reaccionó, extendiéndole la mano para sostenerlo, pero lejos de poder mantenerlo en pie, Valerio la arrastró consigo en su caída, y ambos cayeron sobre la cama, mientras él se quejaba con una leve sonrisa por el dolor que el impacto le provocó; con Lurdes sobre su cuerpo y durante esa fracción de segundos, algo evocó en la mente de Valerio.
Un recuerdo vago y nublado se cruzó en su mente, viéndose a sí mismo en una habitación, caminando junto a una mujer sin prestar atención hacia dónde se dirigían, hasta que tropezaron con una mesa y cayeron juntos al suelo. Ahí, él se dio cuenta de que esa mujer que veía era la misma del recuerdo en la ventana, pero algo era diferente en esta memoria.
Este recuerdo le provocó una sensación cálida, junto a una emoción de felicidad y deseo que él no comprendía y notando el silencio de Valerio, Lurdes lo miró con atención, como si supiera lo que podría estar pasándole.
—¿Qué te sucede, Angel?
—Yo, Creo que… —titubeó él, confuso, colocando su mirada en Lurdes como si se estuviera esforzando por recordar—. Siento que este momento me pareció haberlo vivido antes.
—¡Qué bueno, Ángel! —exclamó ella, sonriendo con alegría—. Ya estás recordando.
Valerio asintió, observando a Lurdes con una sonrisa de medio labio, mientras ella se levantaba de su lugar para acomodarlo mejor.
—Si quieres hacer un esfuerzo por recordar, hazlo mientras te acomodo.
Valerio asintió una vez más, dejándose ayudar, y una vez que ella lo acomodó con delicadeza, se sentó a su lado y se inclinó cerca de su rostro, intentando desamarrar el vendaje que cruzaba del hombro hasta el brazo para cambiarlo, pero el aroma del cabello de Lurdes invadió los sentidos de Valerio, y dejándose llevar por la fragancia, él alzó la mano y tomó un mechón de su cabello, mientras que Lurdes permanecía inmóvil sin entender del todo lo que él intentaba hacer.
Con la mirada fija en ella, Valerio acercó su nariz al cabello de Lurdes, intentando sentir más de cerca su fragancia.
—Ese aroma… —murmuró él, como si algo en su interior lo reconociera.
—¿Qué pasó con mi aroma? —preguntó ella, inmóvil, buscando entender por qué él la miraba de esa manera.
—Es como... Orquídea —dijo él sin apartar la mirada de ella—. Es dulce.
Lurdes asintió con ligereza sin decir nada, pero en ese instante, Valerio la tomó de manera repentina entre sus brazos, estrechándola contra su pecho con una fuerza sorprendente, como si estuviera intentando aferrarse a un aroma que le resultaba familiar pero que no comprendía, mientas que ella permaneció quieta en su lugar sin saber cómo reaccionar, y después de unos segundos, Valerio la soltó y ambos se miraron fijamente a los ojos.
—Perdón —dijo él, un tanto avergonzado—. No quise abrazarte así. Solo que tu aroma me resultó muy familiar, y eso fue lo que me provocó.
—No te preocupes, Ángel. Quizás alguien a quien quieres mucho tiene el mismo aroma, o algo parecido.
—Debe ser.
Tras aquel momento que pareció un poco incómodo, ella retomó su tarea y comenzó a retirar los vendajes, mientras ambos permanecieron en un breve silencio que pronto Valerio rompió.
—Cuando te fuiste, tocaron la puerta, pero nadie dijo nada, y yo me mantuve en silencio, como me dijiste.
—¿De verdad? —Lurdes frunció el ceño—. Eso que me dices es muy raro. Más tarde hablaré con mi abuelita para preguntarle si vio a alguien llegar hasta aquí. Ahora está lloviendo, y debo darte de comer.
—Gracias, Lurdita.
Valerio le sonrió con ligereza, mientras su mirada permanecía fija en ella y en lo que hacía con él.
SOUTHLANDY
En medio de la fuerte lluvia que aún caía ese día, la guardia regresó al castillo sin noticias del rey, y la reina Irenia supo al instante que las noticias no eran las más favorables.
Sentada en la sala privada de su hijo, sintiendo su corazón desgarrado, pero en silencio, ella se mantenía rígida y con la mirada fija en el ventanal, cuando la puerta fue abierta por dos guardias que custodiaban a la reina madre en todo momento, y el lord comandante entró, reverenciándose ante ella.
—Mi reina —dijo, inclinando la cabeza.
Irenia se levantó de su lugar y caminó hacia la mesa donde reposaban una jarra de agua y otra de vino, y se sirvió una copa de agua antes de hablar.
—Sé que no trae buenas noticias sobre mi hijo, lord. —Ella se giró hacia el hombre con la copa de agua en mano—. ¿Revisó todo el claro?
—Sí, mi reina.
Irenia tomó un sorbo de agua y desvió la mirada, rota y gélida, que revelaba un caos interno y silencioso que la consumía.
—Entonces, la única explicación que queda es que el río haya arrastrado el cuerpo del rey Valerio hasta el mar. ¿Es eso lo que me dirá? —indagó con cierta rabia.
—Es lo más probable, mi reina. El cuerpo del rey no pudo desaparecer sin dejar rastros, y si no los hay, eso significa una sola cosa. Lo preocupante de esto es que, si ese fue su destino, jamás daremos con su cuerpo.
Irenia se dio la vuelta y colocó la copa sobre la mesa, dejando escapar un suspiro pesado, y tras unos segundos de silencio, ella tomó la palabra diciendo:
—Desde antes de ser reina, fui preparada para momentos como este, lord. Goberné este reino durante casi veintitrés años junto a mi fallecido esposo, el rey Dafert y ayudé en su gestión en todo momento. Y quiero que sepa algo, lord. —Irenia se giró, mirando al hombre frente a ella, y dijo—: No soy estúpida.
El lord comandante permaneció en silencio, sin entender a qué se refería la reina con aquel comentario, y ella prosiguió:
—Sé que usted sabe quién está detrás de esto y déjeme decirle que yo también lo sé. Créame, no hay nada más doloroso que ser traicionados por nuestra propia sangre.
Entendiendo las palabras de la reina, el lord comandante bajó la cabeza, sin atreverse a decir una sola palabra.
—Estuve pensando en pedirle que tuviera un mínimo de honor y entregara su capa y su espada por no cumplir con su misión de proteger al rey, pero he decidido que no lo haré.
Ella se acercó un paso más hacia el lord comandante, y buscando su mirada, dijo:
—Usted hará un trabajo para mí, Lord Comandante.
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