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𝟒𝟐. 𝐀𝐍𝐆𝐄𝐋

Capítulo 42

—¡No sé quién soy! —volvió a recalcar Valerio, sintiéndose perdido y aturdido ante la zozobra de desconocerse a sí mismo. En un intento fallido por levantarse, él trató de incorporarse, pero el dolor le ganó y cayó de nuevo sobre la cama, dejando escapar un fuerte grito de dolor.

—¡Cálmate, por favor! —intervino Lurdes al ver la desesperación de aquel hombre, y  sentándose a su lado, colocó su mano sobre el pecho de él para evitar que se moviera y se siguiera lastimando—. No puedes hacer eso, estás muy golpeado. Si sigues intentándolo, será peor.

—Ni siquiera sé cómo me llamo —musitó él, tendido en la cama con la respiración agitada.

—Tranquilo, ¿sí? No te alteres.

En medio de su aturdimiento, Valerio tomó la mano de Lurdes entre la suya, y dijo un tanto exaltado:

—No puedes decir que no me conoces. Por algo me tienes aquí.

—Es que yo...

Antes de que ella pudiera terminar, unos golpes en la puerta, acompañados de la voz de una mujer, interrumpieron el momento.

—¡Rubí! ¡Rubí! —insistió la voz del otro lado de la puerta.

Lurdes se giró hacia Valerio, llevándose un dedo a los labios, pidiéndole que hiciera silencio y con sutileza soltó su mano, levantándose de la cama, y al caminar en dirección a la puerta, Valerio notó un raspón rojizo y reciente en el brazo de la joven.

Ella llegó a la puerta, quitó los seguros y entreabriéndola con cautela, asomó la cabeza.

—¿Hija, estás bien? —preguntó la mujer del otro lado.

—Sí, abuela —respondió Lurdes con su sonrisa habitual—. Estoy preparando unas sopas.

—¿Aún te duele mucho el golpe que te diste? —preguntó la anciana con preocupación.

—Un poco, pero estoy bien.

—Bueno, toma —dijo la señora, extendiéndole un pequeño cuenco con unas plantas en su interior—. Te traje las plantas que me pediste. Prepáralas en té y también úsalas para la herida, y verás que en unos días ya no sentirás dolor.

Lurdes sacó la mano y recibió el pequeño cuenco de hierbas con cuidado.

—Gracias, abuela. Me ayudarán mucho.

—Cuídate, hija y mira que ya casi es de noche, así que asegura bien la puerta.

—Sí, abuela. Usted también cuídese.

Con una última sonrisa hacia su abuela, Lurdes cerró la puerta y la aseguró bien, ajustando cada uno de los cerrojos con mucho cuidado.

Desde la cama, Valerio no sólo había oído la conversación, sino que también observaba en silencio cómo Lurdes colocaba seguro tras seguro en la puerta.

Al girarse, su mirada se encontró con la de Valerio, pero ella apartó la vista y se dirigió hacia la pequeña cocina con el cuenco en la mano.

—¿Por qué me pediste que guardara silencio? —preguntó Valerio, con el ceño ligeramente fruncido.

—Porque ella no sabe que estás aquí —Lurdes comenzó a revolver las sopas—. Aún no le he dicho nada a mi abuelita.

—No comprendo. ¿Si es tu abuela, por qué no vive aquí contigo?

—No estamos tan lejos —ella tomó un par de platos para servir la sopa—. Su casa está a unos metros de aquí.

—¿Qué lugar es este?

—Es un claro en el bosque del reino de Hillcaster, a un par de horas del centro del pueblo.

Valerio guardó silencio unos segundos, analizando las palabras de Lurdes mientras observaba el techo, pero a pesar de musitar en voz baja la palabra “Hillcaster” varias veces, esto no evocó ningún recuerdo para él, y en ese instante, su mirada volvió a Lurdes, viéndola llegar con dos platos en las manos.

Ella colocó un plato en el suelo, mientras Colibrí movía la cola contento al oír la voz de su dueña diciéndole que ya podía comer, y de inmediato se dirigió hacia Valerio con el otro plato en mano.

—¿Qué es eso? —preguntó él, mirando el plato con curiosidad.

—Sopa de verduras.

—Huele bien —dijo Valerio, sin quitar la vista de ella, como si buscara en su rostro algún rasgo que lo ayudara a hacer memoria.

—Esto te ayudará a sentirte mejor —Lurdes dejó el plato sobre una pequeña mesita junto a la cama y se acercó a Valerio para ayudarlo a incorporarse.

—No me has dicho por qué no vives con tu abuela aquí —preguntó él mientras ella lo ayudaba a apoyarse con cuidado sobre su costado sano.

—Es que yo vivía aquí con mis papás, pero ellos ya no están —confesó, acomodando las almohadas tras la espalda de él, y luego se sentó a su lado, tomando nuevamente el plato de sopa en sus manos—. Ambos murieron en una revuelta de Cangrinos cuando estábamos en el campo recogiendo fruta. Yo me salvé porque me escondí, y desde entonces vivo aquí sola con Colibrí. Estas tierras son un poco peligrosas.

—¿Por eso me pediste que guardara silencio?

—Sí. Más que Cangrinos, en esta zona hay muchos Aenos; por eso nos resguardamos temprano. Durante el día, es mejor tener las casas cerradas y solo responder al llamado de los conocidos.

—Comprendo —suspiró Valerio, observando a la joven.

—Tómate esta sopa. Estás de muy mal color y necesitas comer algo —dijo ella, sosteniendo la cuchara con sopa lista para dársela.

Valerio no apartó la mirada de ella mientras le daba la primera cucharada de sopa, y al sentir el sabor cálido en su paladar, él cerró los ojos por un instante, disfrutando del caldo.

—¿No te gustó?

El Worwick abrió los ojos y mirándola, dijo: —Sabe muy bien.

Una sonrisa iluminó el rostro de Lurdes tras las palabras de su huésped, dejando ver en sus mejillas pequeños hoyuelos, junto a su cabello rojo caía en ondas desordenadas alrededor de su rostro, mientras Valerio la miraba con curiosidad, como si estuviera deslumbrado por algo más que su apariencia.

—¿Por qué te dicen Rubí si te llamas Lurdes? —preguntó, recibiendo otra cucharada de sopa.

—Bueno, es que mi madre me contó que cuando nací, y vio mi cabello, quiso llamarme así, pero mi papá quiso llamarme Lurdes, así que mi mamá me decía Rubí y de hecho, todos me llaman así, excepto mi papá, que me decía Lurdita.

—Lamento lo de tus papás.

Ella agachó la mirada y, sonriendo con timidez, dijo: —Gracias.

—¿Por qué tienes el brazo herido? —preguntó él de pronto, cambiando el tema de conversación mientras señalaba el raspón.

—Pues es que no fue fácil traerte hasta aquí.

—¿Tú sola me trajiste?

—Sí. —Ella le dio otra cucharada de sopa mientras hablaba—. No fue fácil, pero llegamos.

—¿Cómo fue que me encontraste? Es que de verdad no recuerdo nada, ni siquiera por qué estoy herido.

Lurdes dejó la cuchara en el plato por un momento y sosteniéndole la mirada, dijo:

—La razón por la que estás herido la desconozco, pero cuando volvía de atrapar conejos, tomé el camino que está cerca del río y realmente fue Colibrí quien te encontró primero.

Valerio giró la cabeza hacia el perro que ahora descansaba en el suelo, observándolos con atención, como si supiera que estaban hablando de él.

—Lo seguí porque se salió del camino —continuó Lurdes, dándole otra cucharada de sopa—, y cuando llegué a la orilla del río, te vi. Al principio me dio miedo porque pensé que estabas muerto, pero te moviste y cuando me acerqué, me di cuenta de que estabas herido y lleno de sangre. Por eso te traje aquí.

Valerio suspiró después de haber tragado otra cucharada de sopa, y observando a Lurdes, dijo:

—No sé quién soy, ni sé mi nombre. No sé si tengo familia o si hay personas que quizás me estén buscando, pero te agradezco por haberme ayudado.

—No te preocupes. —Lurdes bajó la mirada hacia el plato, moviendo la cuchara en el caldo—. Si tienes familia o hay alguien buscándote, pronto lo sabremos, y ten por seguro que volverás con ellos.

El movimiento de la cuchara se detuvo de golpe cuando la mano de Valerio tomó la mano de Lurdes, y al alzar la mirada, sus ojos se encontraron con los del rubio, y él dijo:

—Gracias.

SOUTHLANDY

En el castillo Worwick, la crisis por la desaparición del rey se sentía en el aire, y desde la ventana de la sala privada, la reina Irenia observaba cómo la formación encargada de custodiar el castillo se había reforzado al doble en ausencia del rey.

Irenia levantó su mirada hacia el cielo, observando cómo la penumbra ya se apoderaba del firmamento, mientras la preocupación se mantenía visible en su gélida mirada, hasta que el sonido de la puerta de la sala abriéndose la sacó de sus pensamientos, y ella giró su rostro viendo a Lord Havel entrar junto al lord comandante de la guardia.

Irenia se retiró de la ventana y se dirigió hacia ellos, teniendo un mal presentimiento.

—Lord Comandante.

—Mi reina. —El hombre hizo una reverencia.

—¿Qué noticias me tiene?

El comandante suspiry, y sosteniéndole la mirada a la reina Irenia, dijo:

—No pudimos dar con el rey, mi reina.

Las palabras del comandante se sintieron como un golpe punzante en el pecho de Irenia, quien se obligó a contener las lágrimas, girándose hacia un lado, tratando de mantener la calma.

—Junto a los soldados volvimos al lugar del ataque y revisamos la zona con cuidado; incluso encontramos un barranco cubierto de arbustos espinosos y lo recorrimos con la esperanza de hallar algo, pero el problema es que ese barranco desemboca en un río con un acantilado, y si el rey cayó ahí, su cuerpo pudo haber sido arrastrado por la corriente.

Irenia se giró de golpe hacia el comandante con los ojos empañados por lágrimas y dio unos pasos hacia el hombre, apretando los puños como si luchara con la tentación de abofetearlo, pero por más rabia que sentía, se contuvo.

—¿Cómo es posible que antes de venir aquí a decirme que no encontraban al rey, no buscaran más a fondo en esa zona y en ese barranco?

—Mi reina, la formación enviada para detener la supuesta revuelta de los Cangrinos era pequeña. Muchos soldados murieron, otros quedaron heridos, así que en ese momento no contaba con los suficientes hombres para buscar adecuadamente en la zona. Ese barranco lo encontramos casi por accidente, ya que la maleza que está a su alrededor lo ocultaba.

—Escúcheme bien, Lord Comandante —habló Irenia, tajante—. Usted debe volver a ese lugar y buscar el cuerpo del rey, vivo o muerto.

—Lo haré, mi reina. A primera hora llevaré una formación de guardias a recorrer el río y el área alrededor del claro que hay cerca, donde sabemos que hay un grupo pequeño de personas viviendo.

—Me parece perfecto y espero que esta vez me traiga noticias contundentes.

El hombre asintió ante la reina, acatando sus órdenes, y luego hizo una reverencia dispuesto a retirarse, pero antes de que alcanzara la puerta, la voz de Irenia lo detuvo.

—Lord Comandante.

El hombre se giró de inmediato.

—Sí, mi reina.

—Si la reina Luna llega a hablar con usted en su desesperación por saber de su esposo, dígale que el rey está siendo buscado en las casas de ese claro que mencionó y que es muy probable que haya sido ayudado por alguien. La reina está amamantando, y no es prudente alterarla, por ella y por el bebé.

—Como diga, mi reina —respondió el comandante, para finalmente salir junto a Lord Havel de la sala privada, cerrando las puertas tras ellos.

Mientras ambos hombres se alejaban por el pasillo, la figura del príncipe Verti se hizo visible en medio de la ligera penumbra tras una de las columnas cercanas a la puerta de la sala.

Verti había escuchado toda la conversación entre su madre y el comandante, y de sus ojos salía un pequeño destello al saber que había una gran posibilidad de que su hermano estuviera vivo en aquel claro, ya que eso significaba que todavía tenía tiempo para actuar y acabar con él de una vez por todas.


Irenia abrió la puerta de los aposentos del rey con cuidado, procurando no hacer tanto ruido, y se encontró con la señorita Helen acunando al príncipe Bastian en sus brazos.

La reina madre cerró la puerta con sutileza y al girarse, observó a Luna sobre la cama, quien parecía estar profundamente dormida.

—¿Cómo está la reina? —susurró Irenia, acercándose a la señorita Helen—. ¿Cómo logró que se quedara dormida?

—Un encargado ordenó que se le diera un té relajante, mi reina. Mi niña estaba muy angustiada, y el té la ayudó a tranquilizarse y a conciliar el sueño.

Irenia asintió, acercándose al bebé en brazos de Helen, y observó cómo el pequeño dormía plácidamente.

—Las noticias sobre el rey no son favorables —dijo la Worwick, volviendo su atención a la señorita Helen—. La guardia no pudo dar con él hoy, pero mañana reanudarán la búsqueda, y hasta entonces debemos actuar con cautela.

La señorita Helen asintió en silencio, comprendiendo la gravedad de las palabras de la reina.

—Necesito que me ayude con la reina Luna —continuó Irenia—. Esta noche me llevaré a mi nieto para que duerma conmigo en mis aposentos. Ahí estará seguro, y usted se quedará aquí para cuidar de la reina.

—Sí, Majestad, como usted diga.

La señorita Helen le entregó al príncipe Bastian a la reina Irenia con cuidado, y ella lo sostuvo en sus brazos con delicadeza mientras salía de los aposentos, cerrando la puerta tras de sí.

«Si Valerio no está aquí para protegerlo, entonces seré yo quien lo haga. Nadie tocará a mi nieto», se dijo Irenia a sí misma, sabiendo que Bastian era muy valioso para quien acechaba la corona y que él debía ser más protegido que nunca. Estrechando a su nieto contra su pecho, ella se dirigió hacia sus aposentos, donde un par de guardias ya se encontraban haciendo vigilia esa noche, custodiando la puerta.

HILLCASTER.

El amanecer había llegado sobre Hillcaster, y los primeros rayos de sol se colaban entre las grietas de la cabaña de madera.

El canto de las aves se esparcía por el aire, y poco a poco Valerio comenzó a despertar. El canto de los pájaros fue lo primero que escucharon sus oídos, y sus ojos comenzaron a entreabrirse mientras intentaba ubicarse en aquel lugar que ya era conocido, pero que aún le resultaba extraño.

Al mirar a su alrededor, él buscó instintivamente la figura de Lurdes, pero no la encontró, y sus ojos recorrieron la habitación hasta detenerse en una larga manta colgada que parecía separar la cama del resto de la cabaña, y la curiosidad lo invadió. Él levantó la tela con cuidado para echar un vistazo al otro lado, y lo que vio lo dejó momentáneamente sin aliento.

Lurdes estaba de espaldas, colocándose su vestido, cuando él alcanzó a ver la piel descubierta de su espalda, y tras un leve movimiento de ella, logró ver el perfil de la figura de sus senos, y en ese instante, la imagen fugaz de una mujer desnuda iluminada por la luz de la luna frente a un gran ventanal atravesó su mente, pero aquella imagen le provocó una extraña sensación de rechazo, como si ese diminuto recuerdo perteneciera a algo que prefería no recordar.

Valerio disipó sus pensamientos, y su mente volvió al lugar donde estaba, enfocándose de nuevo en Lurdes, a quien observó por unos segundos más antes de bajar aquella manta con prisa al ser consciente de que no estaba bien invadir el espacio de aquella jovencita, y volvió a recostarse  nuevamente sobre la almohada, esperando que ella no se hubiera dado cuenta de que él la había visto casi desnuda.

Tratando de aclarar la sensación que le había hecho sentir aquel pequeño recuerdo, Valerio se mantuvo con los ojos abiertos mirando hacia el vacío, cuando Lurdes apareció frente a su cama para dirigirse a la puerta, sosteniendo una canasta vacía de mimbre, y al verla, una ligera sonrisa se dibujó en el rostro del Worwick.

—¡Oh, ya estás despierto! —exclamó Lurdes con alegría.

—Acabo de despertar.

Ella sonrió de vuelta y se acercó, sentándose junto a él en la cama, donde comenzó a revisar sus vendajes.

—¿Lograste descansar?

—Sí, después del té que me diste, no supe en qué momento el sueño me venció.

—Ese es el propósito del té, Angel.

—¿A ngel? —Valerio frunció el ceño al escuchar ese extraño apodo.

Lurdes soltó una risita, bajando un poco la mirada, y explicó:

—Bueno, es que anoche estuve pensando en cómo llamarte mientras recuerdas tu nombre, y pensé que Ángel sería un nombre bonito que va contigo.

Valerio sonrió de medio lado, logrando sentir una ternura tan natural al ver sus movimientos, palabras y gestos.

—¿Y por qué es apropiado? —preguntó él, buscando su mirada.

—Es que mamá siempre me decía que los ángeles eran dorados con alas grises y bueno, tú tienes los ojos grises y el cabello dorado.

Valerio soltó una risa suave al sentir la inocencia tras la razón de su nuevo nombre.

—Bueno, debo admitir que es un buen nombre.

Ella asintió con una sonrisa, se levantó de la cama y tomó la canasta de mimbre que había dejado en el suelo.

—Tengo que salir a buscar algunas frutas y cosas para hacer el desayuno, así que trataré de no tardar mucho —dijo mientras caminaba hacia la puerta, y al llegar ahí, ella se giró hacia él y agregó antes de salir—: Si escuchas que alguien toca la puerta, no hables ni hagas ruido; no es conveniente mientras no te puedas mover bien. Colibrí se quedará a cuidarte.

—Está bien, entiendo. No me moveré.

Colibrí se levantó de su lugar y se sentó junto a la cama donde estaba Valerio, como si supiera que debía cuidar de él.

—No me demoro.

—Cuídate, Lurdita.

Al oír el apodo que su padre solía darle en la voz de Valerio, Lurdes le sonrió con nostalgia y después salió, cerrando la puerta por fuera y dejando a Valerio seguro dentro de la casa con Colibrí como su guardia.

Valerio desvió su mirada hacia Colibrí, quien acostado a su lado mirándolo, mientras este movía la cola como si disfrutara de su compañía. Él le extendió la mano, y al instante el perro se acercó olfateando sus dedos con alegría, y Valerio no tardó en sonreír, disfrutando de la compañía del animal, hasta que el sonido de unos golpes en la puerta captó la atención de ambos.

Valerio se quedó inmóvil en la cama, con la mirada fija en la puerta, recordando las palabras de Lurdes; «Si escuchas que alguien toca la puerta, no hables ni hagas ruido». Siguiendo sus indicaciones, él permaneció en completo silencio esperando que los golpes cesaran, mientras Colibrí se puso en alerta, dejando salir unos leves gruñidos que apenas si eran perceptibles por el mismo Valerio.

Los golpes continuaron durante unos segundos, hasta que la figura de una mujer mayor apareció frente a los hombres que habían tocado.

—¿Qué desean? —preguntó la mujer, amable, captando la atención de los hombres.

—Soy el Primer Jefe Comandante de la Guardia de Southlandy, mi señora —respondió el hombre, observando a la mujer frente a él—. Solo queríamos hablar con las personas que viven en esta casa.

—Si están buscando a la jovencita que vive sola en esa casa, no está. Ella salió hace un momento, pero ¿por qué la buscan? ¿Sucedió algo con ella?

—No se preocupe, mi señora. Solo buscamos saber si han visto o encontrado a un hombre con cabellos dorados y ojos grises vagando herido cerca de este claro.

La señora observó a los soldados por un momento y contestó, segura de no saber nada sobre un hombre así cerca de aquel lugar:

—No, comandante, no hemos visto a un hombre así por aquí. Como ve, esta aldea es muy pequeña, así que aquí todo se sabe.

El comandante asintió, agradecido y dedicándole una breve reverencia a la mujer dijo:

—Gracias, mi señora.

El comandante hizo un gesto a sus soldados, y todos comenzaron a alejarse, sabiendo que por lo menos en aquella casa, no había nada que buscar.

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