Capítulo 40

Bajo el frío de la intensa nieve que caía sobre el palacio Escandineva en Turbios, un cuervo llegó con noticias que fueron dirigidas hacia Lord Jensen Whitemount, quien recibió un pequeño comunicado con un lazo color plata en sus manos y al abrirlo, sus ojos recorrieron las líneas escritas en aquel papel donde se anunciaba la noticia del nacimiento del príncipe de casta blanca, Bastian Worwick y próximo heredero al trono Blanco de dicha casa.

Al igual que Lord Whitemount, los reinos que conformaban la Orden de los Trece Tronos fueron informados del nacimiento del príncipe. El frío intenso de Northros no impidió que la noticia del nacimiento del pequeño Worwick llegara a las manos del rey Talor Castelfeld, mientras que al sur, en las tierras de Antares, el consejero del rey recibió el comunicado, extendiéndoselo directamente al rey Alcoran Glanxe.

En el reino de Modan, el rey Velger Duler recibió dicha noticia a primera hora del día, al igual que el rey Ezrra Dolton en el reino de Dorfos; sin embargo, fue en el reino de Roseskings donde la noticia no cayó bien para algunos miembros de esta casa.

En el comedor real del castillo Blackroses, los sirvientes terminaban de colocar el desayuno sobre la mesa, cuando el consejero del rey se acercó al monarca con dicho comunicado que él mismo leyó en voz alta delante de la reina, del príncipe Leukes y por supuesto, de la princesa Venus.

Cuando el rey comenzó a impartir la noticia del nacimiento del príncipe y primer vástago del rey Valerio Worwick y la reina Luna Helfort, Venus se quedó inmóvil en su lugar, observando la vela que tenía una curiosa forma de hueso, mientras que Leukes la observaba con una media sonrisa, sabiendo que tras esa mirada fija se escondía un gran sentimiento de rabia y sin decir una sola palabra, ella se levantó de la mesa y se retiró sin darle tiempo al rey y a la reina de protestar, porque en el fondo ellos sabían qué le sucedía a su hija.

Mientras tanto, en Hillcaster, la noticia llegó a manos de la cabeza del consejo, quien era consciente de que un Worwick varón de casta blanca había nacido, y esto no le cayó en gracia al hombre, quien sabía que esa era una clara amenaza.

En sus primeros días de vida, el príncipe Bastian ya se había convertido en el centro de atención del castillo, y su llanto infantil le daba vida a cada lugar donde él se encontraba. La reina Irenia se había dedicado a consentir a su nieto, dándole todo su tiempo y cuidados, no solo al recién nacido, sino también a Luna, quien recibía instrucciones de Irenia sobre el cuidado del pequeño y junto a ella también estaba la señorita Helen, que también estaba pendiente del bebé y de su niña.

Valerio permanecía atento a todo lo que tenía que ver con su hijo y con Luna, quien a pesar de permanecer en cama tras un difícil parto, cuidaba ella misma de Bastian, incluso en las noches de insomnio donde el pequeño se rehusaba a dormir.

Después de una larga noche en la que casi no dejó dormir a su madre, el sol comenzó a asomarse tras las cortinas de los aposentos del rey, mientras Luna descansaba tratando de recuperar el sueño perdido, al tiempo que Valerio se terminaba de alistar ajustando los últimos botones de plata del camisón de su traje militar. Fue entonces cuando vio a la señorita Helen salir del cuarto de baño con el pequeño en brazos, acercándose a él.

—Me quedaré con el pequeño mientras mi niña descansa un poco más, mi rey —musitó Helen para no despertar a Luna.

—No se preocupe, señorita Helen —respondió él, extendiendo los brazos para recibir a Bastian—. Yo me quedo con mi hijo mientras Luna despierta.

Sin cuestionar las palabras del rey, la señorita Helen sonrió y le entregó al pequeño en brazos.

—Iré a preparar el alimento del pequeñito y el desayuno de mi niña, con permiso.

—Propio.

Valerio acogió a su hijo en brazos mientras la señorita Helen salía de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, y al quedar solos, el Worwick empezó a acunar a Bastian con cuidado, observándolo con ternura. El pequeño que ya había abierto un poco los ojos, miraba a su padre fijamente, como si supiera quién era aquel hombre que lo sostenía, dejando entrever un poco de picardía en esos ojos azules intensos distintivos de los Worwick de casta blanca.

—Vamos a esperar a que mamá despierte —murmuró Valerio, con una leve sonrisa, mientras observaba a su hijo.

Inesperadamente, Bastian respondió a las palabras de su padre con una pequeña sonrisa que iluminó el momento y tras aquel gesto, el bebé dejó escapar un balbuceo, como si le estuviera respondiendo.

—Shhh —le susurró Valerio en voz baja—. Hay que hacer silencio porque no queremos despertar a la reina del castillo.

Una risa apenas audible llegó hasta los oídos de Valerio, quien levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Luna, quien desde la cama, lo observaba con una ligera sonrisa en el rostro.

—Pues ya me despertaron.

—Quería que durmieras un poco más —murmuró Valerio, acercándose a Luna con Bastian en brazos.

—Creo que ya es un poco tarde y yo ya dormí lo suficiente, así que no te preocupes. Sé que tienes asuntos importantes que atender.

—Lo sé. —Valerio inclinó su cabeza, mirándola con ternura—. Pero cuidar a nuestro hijo mientras tú descansas no es una molestia para mí, y lo sabes; además, él y yo estábamos hablando de muchas cosas.

Luna soltó una ligera risa, observando a su esposo. —¿Ah, sí? ¿Y de qué hablan ustedes dos, si se puede saber?

—De muchas cosas; de que su padre es un rey que tuvo la dicha de conocer a la más hermosa Lady, que es su madre. —Luna sonrió al oír aquellas palabras—. De que estoy ansioso porque ya crezca rápido para enseñarle muchas aventuras como la arquería, la disciplina militar, el manejo de la espada y por supuesto, a hablar mal y despreciar al tío Verti.

—¡Valerio! —exclamó ella con diversión al oír las ocurrencias del rubio.

—Tu abuela estará orgullosa de ti viéndote despreciar al tío Verti —le habló Valerio al pequeño con voz graciosa, mientras Luna se reía discretamente de sus palabras.

Bastian, ajeno al significado de la conversación, soltó un balbuceo que parecía imitar una risa, como si compartiera la broma de su padre.

—Ya dame a Bastian y ve a cumplir con tus deberes de señor rey —habló Luna entre risas, extendiéndole los brazos a Valerio y con cuidado, él colocó al pequeño príncipe en sus manos. La mirada de Luna brillaba al mirar a su hijo, y al instante que lo tuvo en sus brazos, lo acunó con ternura contra su pecho.

—Por cierto —Valerio se sentó con ligereza en la orilla de la cama—. Mi madre me comentó que sería buena idea buscar un par de nanas para que te ayuden a cuidar a Bastian, pero le dije que no buscara a nadie hasta que lo hablara contigo.

—La idea de tu madre suena bien, pero quiero hacerme cargo personalmente de Bastian y de sus cosas, mi amor. Sabes que mi nana Helen me ayuda cuando no puedo, y siempre está al pendiente de él, así que creo que por ahora no necesitamos más ayuda.

—Entonces así se hará. —Él se levantó de la cama—. No tomaré ninguna decisión de este tipo sin oírte antes, y lo sabes.

—Espero que no se moleste por esto.

—¿Por qué debería molestarse?

—Eres consciente de que a tu madre le gusta tener el control en muchas cosas, Valerio.

—Sí, pero ella sabe bien cómo soy yo, y que tanto en nuestro matrimonio como en las cosas de nuestro hijo, nosotros tenemos la última palabra; además, tú eres la reina y que sigas su instrucción no significa que debas hacer todo lo que ella quiera, así que no te preocupes por eso.

Luna sonrió, sintiéndose tranquila por el respaldo de su esposo, cuando unos golpes en la puerta interrumpieron la tranquilidad de la habitación.

—Adelante —ordenó Valerio.

La puerta se abrió con cuidado y a través de ella entró Lord Havel, quien se inclinó ante el rey y la reina, pidiendo disculpas por la interrupción.

—¿Alguna novedad, lord?

—Majestad, la guardia solicita su presencia inmediata en el bosque. Al parecer, en este momento se está desatando una revuelta de Cangrinos —respondió el consejero con cierto afán.

Entendiendo la gravedad del asunto, Valerio asintió y se dirigió hacia el lord.

—Iré de inmediato.

Lord Havel se reverenció una vez más ante el rey y se retiró de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, y sin tiempo que perder, Valerio se dirigió hacia Luna y se inclinó, dejando un beso en sus labios.

—Ten cuidado, ¿sí? —dijo ella, observándolo.

—No te preocupes. Esas revueltas son muy comunes, así que sabemos controlarlas. Te amo —susurró, caminando hacia la puerta.

—Yo también te amo.

—No se te olvide enseñarle a Bastian a llevarle la contraria a mi madre en todo.

—Ya, Valerio —sonrió Luna, observando cómo su esposo salía de la habitación con prisa, cerrando la puerta, mientras que ella se quedó sola junto a Bastian, a la espera de que Valerio estuviera de vuelta.

—¿En qué punto del bosque está la revuelta y quién fue el que dio el aviso? —preguntó Valerio con prisa, saliendo del pasillo rumbo al patio de armas junto a su lord consejero.

—Un hombre llegó al castillo pidiendo ayuda y según explicó, la revuelta se extiende desde el oeste del bosque hasta la línea fronteriza con Hillcaster.

Valerio frunció el ceño al escuchar esas palabras, como si el asunto fuera muy coincidencial.

—¿Mi caballo y mi arco están listos? —preguntó, evadiendo aquel dato.

—Sí, mi rey. Todo está preparado; el jefe comandante se encuentra esperando su presencia para partir.

Valerio se dirigió hacia el lord y mirándolo a los ojos, dijo:

—Por favor, lord, que la guardia que queda custodiando aquí permanezca según el plan acordado. Si algo llega a suceder, ya sabe qué hacer.

—Claro, mi rey.

Al llegar al patio de armas, Valerio encontró una considerable formación de un grupo de soldados que le esperaban, y entre ellos estaba el primer jefe comandante, quien había orientado y organizado a los hombres. Cuando los soldados vieron a su rey acercarse para partir junto a ellos, estos se colocaron en guardia, listos para recibir sus órdenes.

Portando a Aurea y una espada en su funda, Valerio inspeccionó su arco y su carcaj, asegurándose de que todo estuviera en perfectas condiciones y con prisa, montó su caballo abriéndose paso delante de la formación, transmitiendo esa autoridad que motivaba a la guardia a pelear contra lo que fuera.

El comandante de la guardia se colocó al lado de Valerio, dirigiendo a su grupo hacia el bosque, mientras los cascos de los caballos golpeaban con fuerza el suelo arenoso, dirigiéndose con prisa hacia el oeste, donde los campesinos de esa zona estaban sufriendo a causa de los saqueos de los Cangrinos, que acostumbraban a quemar viviendas y a raptar personas para abusarlas y venderlas.

A medida que se adentraban más en el bosque hacia el oeste, el aire parecía volverse más denso, dejando a la vista una inquietante quietud que pronto se desvaneció al encontrarse con las primeras muestras del ataque que había ocurrido en esta zona. Casas consumidas por el fuego, otras reducidas a escombros y varios cadáveres de campesinos esparcidos por el lugar y algunos en muy mal estado, era lo que se dejaba ver a simple vista.

Junto a la guardia, Valerio se detuvo un instante observando con atención a los alrededores, buscando signos de alguien con vida, pero cada vez que observaban más el lugar, más cosas horribles encontraban, y estas contaban por sí solas lo que ahí había sucedido.

De repente, uno de los soldados señaló hacia los árboles y a lo lejos, se observó la figura de un hombre sobre un cuerpo sin vida. Al intentar acercarse hasta ahí, el galope de los caballos puso en sobreaviso al hombre, que de inmediato huyó y tras él fueron algunos soldados, mientras Valerio se detuvo dándose cuenta de que aquel cuerpo inerte era el de una mujer a la cual el Cangrino estaba desmembrando.

Acelerando el galope de su caballo, Valerio junto a los demás soldados, dio la orden de que los arqueros apuntaran hacia el hombre que no dejaba de correr, y cuando estuvieron lo suficientemente cerca, ordenó el ataque. Las flechas salieron disparadas en dirección al Cangrino, que pronto cayó al suelo al ser impactado por varias de estas.

Valerio ordenó que continuaran avanzando y él fue en dirección al cuerpo con su caballo, pasando por encima de este, haciendo que los cascos de su equino aplastaran su cabeza y partes de su cuerpo para darle muerte de una vez.

El grupo continuó por el camino, sabiendo que si los Cangrinos ya habían arrasado ese lado del bosque, seguramente habían avanzado y ahora estaban más alertas y preparados para enfrentarse a ellos y parar con la revuelta, pero a medida que avanzaban, comenzaron a escucharse gritos dispersos, los cuales siguieron sin fijarse que estaban llegando al límite fronterizo de los bosques de Southlandy y Hillcaster.

Al acercarse más, el sonido de gritos lejanos pronto se transformó en un bullicio caótico, y al llegar a un claro, la escena que se divisó ante ellos fue desgarradora. Los Cangrinos estaban en pleno ataque, arrasando con las pequeñas aldeas del bosque, y la gente corría desesperada en todas las direcciones buscando la manera de huir de aquel infierno.

Los hombres se enfrentaban a los Cangrinos, encontrando la muerte, mientras muchas mujeres corrían despavoridas con sus hijos intentando salvar sus vidas, al tiempo que los Cangrinos los acorralaban, incluso asesinando a los animales.

Inmediatamente, Valerio desde su caballo, dio la orden de ataque, y el jefe comandante la secundó, yéndose sobre los Cangrinos junto a sus soldados, al tiempo que Valerio coordinaba los ataques de los arqueros, quienes tensaron sus arcos y comenzaron a disparar sus flechas y Valerio se adentró también en la revuelta, atacando con sus flechas a esos hombres desde su caballo.

Al darse cuenta de que estaban siendo atacados, el pavor se esparció entre los Cangrinos cuando las flechas comenzaron a caer sobre ellos y las espadas y lanzas comenzaron a atravesar sus cuerpos, pero en lugar de retroceder, estos comenzaron a responder con clara intención de no rendirse.

Desde detrás de los árboles, en las sombras; lanzaban piedras afiladas y dagas, atacando tanto a los soldados como a sus caballos, y el relincho de dolor de algunos animales heridos, que caían junto a sus jinetes, comenzó a provocar un caos mayor.

Por su parte, Valerio continuaba lanzando sus flechas, mientras trataba de esquivar las que iban en su dirección, cuando un Cangrino apareció entre la multitud en caos, sosteniendo una cadena que tenía en su extremo la punta de una lanza que agitaba con rapidez, y aprovechando la distracción del rey, el Cangrino lanzó el arma hacia Valerio y lo impactó en un costado, logrando tirar su cuerpo del caballo y este aterrizó en seco sobre las ruinas de una casa de paja, amortiguando así la caída.

El Cangrino, al darse cuenta de que había derribado al rey tirándolo de su caballo, comenzó a retroceder entre los árboles, creyendo que había logrado su objetivo, pero a pesar del fuerte dolor de la herida y el golpe que esto le dejó, Valerio se levantó furioso buscando a su atacante y cuando lo identificó huyendo entre los árboles a la distancia; tomó su arco que había caído cerca, y comenzó a perseguirlo preparando sus flechas para dispararle mientras lo alcanzaba.

—¡Protejan al rey! —gritó el jefe comandante, quien mientras se peleaba a espadas con otro Cangrino, vio cómo Valerio se iba entre los árboles con su arco en mano.

Los soldados de la casa Worwick comenzaron a reordenarse, al tiempo que otros corrían tras su rey intentando alcanzarlo y mientras Valerio avanzaba con la mirada fija en su objetivo, un segundo atacante apareció de entre las sombras, moviéndose con sigilo, pero antes de que el Worwick pudiera tan siquiera percatarse de su presencia, sintió el frío acero de una espada cortándole el brazo, lo que le hizo soltar un grito ahogado, sintiendo el dolor ardía en su piel.

El impacto del ataque lo desestabilizó por un momento, y el Cangrino aprovechó esto para derribarlo al suelo con fuerza, haciendo que su espalda chocara contra el suelo, pero los reflejos de Valerio fueron rápidos, y este reaccionó al instante tomando una piedra cercana que con fuerza, estrelló contra la cabeza del Cangrino, tirándolo al suelo, y al  instante, Valerio sacó a Aurea de su funda y la clavó en el cuello del hombre, acabando con su vida de forma inmediata.

Valerio se hizo a un lado, tratando de recuperar el aliento para levantarse de ahí, y fue entonces cuando algo extraño captó su atención; las ropas del hombre bajo esos harapos que los Cangrinos solían usar, revelaba una vestimenta más fina, y analizando mejor al hombre, el Worwick se dio cuenta de que este no tenía las distintivas marcas que llevaban los Cangrinos en el rostro, entendiendo al instante  que este no era un ataque de Cangrinos; eso era una emboscada.

Valerio miró a todos lados en alerta y volvió al lugar del ataque cuando vio a un grupo de soldados correr hacia él.

—Mi rey, ¿está usted bien? —preguntó uno de los soldados, pero Valerio siguió de largo buscando al jefe comandante.

—¡No todos son Cangrinos! —gritó Valerio, caminando con dificultad y prisa hacia el hombre—. ¡Es una trampa! ¡Es una emboscada! ¡Miren sus ropas!

El comandante, a unos metros de distancia, escuchó los gritos de Valerio mientras aún peleaba contra un hombre, y al observar su ropa con detenimiento, se dio cuenta de que este no era un Cangrino y continuó peleando, dándole muerte, sabiendo que no se estaba enfrentando a un salvaje.

Cuando los atacantes se dieron cuenta de que habían sido descubiertos, comenzaron a retirarse hacia el bosque, pero no sin seguir lanzando ataques para cubrir su huida. Recuperando el control e ignorando sus molestias, Valerio montó de nuevo en su caballo y junto a la guardia, comenzó a perseguir a aquellos hombres que se dirigían hacia las profundidades del bosque, y mientras los perseguía, su mente se hizo consciente de que detrás de esto había una mente calculadora y él estaba decidido a descubrir quién estaba tras aquel ataque.

De repente, los soldados de la casa Worwick fueron atacados por una lluvia de flechas que derribó a varios de los guardias en medio del camino, y el caos comenzó a extenderse. En medio de aquella revuelta, Valerio bajó de su caballo, ordenándole al animal que huyera del sitio y este obedeció, perdiéndose entre los árboles.

Las flechas continuaban cayendo mientras los soldados se cubrían con sus escudos y Valerio se mantuvo bajo uno de ellos, dándose cuenta de que no les estaban dando posibilidad de defenderse, y cuando por fin las flechas se detuvieron, un gran grupo de hombres emergió de las sombras, pasando por encima de los soldados con un solo objetivo que era cazar al rey.

Por su parte, Valerio soltó su arco y desenfundando su espada, se enfrentó contra los hombres que se le iban encima, pero uno en especial, que parecía ver a Valerio como si fuera una presa; aprovechó ser más corpulento que el Worwick y se le fue encima. Valerio dio pelea, esquivando sus golpes y atacando a la vez, logrando en varios intentos herir al hombre que pretendía cazarlo, pero este no se detuvo.

El hombre lanzó un ataque más contra Valerio, intentando derribarlo, como si tuviera intenciones de cortarle las piernas, pero el Worwick logró detener el ataque interponiendo su espada contra la del hombre, obligándolo a retroceder. El atacante fue rápido y se giró sobre sí mismo, lanzando un corte que logró alcanzar una de las piernas de Valerio, y un dolor agudo se apoderó de su cuerpo, mientras sentía cómo la sangre emanaba de su herida.

A pesar del dolor, el rubio se impulsó con fuerza hacia adelante, bloqueando el siguiente ataque y logrando perforar el hombro de aquel hombre, lo derribó al suelo junto con su arma, escuchando su desgarrador grito de dolor, el cual fue silenciado de golpe a manos del comandante, que con su espada decapitó al hombre, y fue entonces cuando el estruendo de una bola incendiaria aturdió a todos en el claro, envolviendo el lugar en llamas y humo.

El impacto de las explosiones aturdió a los soldados. Algunos de ellos fueron lanzados al suelo por la fuerza de las detonaciones, mientras otros intentaban cubrirse del fuego que se expandía rápidamente, y al haber perdido contacto con el comandante de la guardia, Valerio comenzó a mirar a todos lados, intentando buscar dónde huir de las explosiones, y esto hizo que no pudiera ver venir a otro atacante, quien aprovechó el momento para lanzarse hacia él con una espada.

Pero antes de que el golpe pudiera alcanzarlo, una gran bola incendiaria cayó cerca de ambos, lanzando a Valerio lejos de ese lugar, y su cuerpo chocó contra unas ramas espinosas antes de precipitarse por un barranco cubierto de maleza que daba a un acantilado cercano y mientras caía, el recuerdo de aquel sueño, donde la tierra temblaba bajo sus pies y él caía en un barranco rocoso, llegó a su mente; solo que esta vez, sí era real.