𝟒. 𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐙𝐀𝐃𝐎𝐑 𝐘 𝐋𝐀 𝐏𝐑𝐄𝐒𝐀
Capitulo 4
SOUTHLANDY - CASTILLO WORWICK
En la soledad de su habitación, Lady Luna se sumergió en la tina tras ser informada sobre la cena familiar en la que se anunciaría la fecha de su matrimonio con el heredero al trono.
Ella permaneció encogida en el agua durante un largo tiempo con la mirada triste, luchando contra el fuerte deseo de no salir ni enfrentarse a nadie. Su mente estaba con Verti, con quien había intercambiado muchas cartas durante su tiempo de prometidos, ya que ella se había ilusionado con el príncipe y sus palabras. Él era el único en quien confiaba; sin embargo, Valerio, su prometido actual, seguía acechándola. El compromiso con el mayor era un hecho y ya no había excusas para acercarse al menor y Valerio por supuesto no lo permitiría, lo que aumentaba su zozobra.
Después de un rato, Lady Luna encontró las fuerzas para salir de la tina y prepararse para la cena, como si nada ocurriera. Ella sabía que ese era el propósito de su llegada a Southlandy y que pronto sería desposada. Pero lo peor era que él no era el hombre con quien quería estar, y después de conocer a Valerio, comprendió que todo sería una pesadilla por la desagradable forma de ser de él, lo que la colocaba entre la espada y la pared.
Con el ánimo por el suelo, Luna se arregló para la cena. Eligió un hermoso vestido azul cielo de hombros descubiertos y dejó su larga cabellera castaña suelta. Sus labios se tiñeron de un suave rosa que combinaba con sus bellos ojos castaños, aunque en lugar de brillar, lucían opacos y tristes.
Ella salió de su habitación, se dirigió al gran comedor y al entrar, todos los presentes voltearon a verla, mientras que los ojos de Valerio se encontraron con los de Luna. Él estaba sentado a la izquierda de la mesa, al lado de una silla vacía que supuso era para ella y al entender dónde debía tomar su lugar , ella se lamentó tener que estar una vez más a su lado, pero a pesar de lo desagradable que le resultaba, Luna no podía negar que Valerio era un hombre hermoso.
A pesar de su desagradable primer encuentro, no podía ignorar lo bien que se veía el rubio en su atuendo mitad negro, mitad dorado, con su largo cabello y esos ojos grises que más que mirarla con extraña intensidad, reflejaba la misma molestia que ella sentía por él.
Luna pidió permiso, se acercó a la mesa, se situó junto a la silla vacía y se inclinó ante el rey y la reina. Luego hizo lo mismo con el príncipe Verti y, por último, con Valerio, quien la miró con prepotencia y picardía.
Esa mirada burlona comenzaba a irritar a Luna, pero sin poder hacer más, tomó asiento al lado de Valerio y fijó sus ojos en la mesa, solo para escuchar su voz cerca de su oído diciendo:
—Levanta la mirada, y deja de hacerte la sufrida.
Luna contuvo la respiración con rabia, pero no respondió.
—Me complace tenerlos reunidos para recibir a Lady Luna Helfort entre nosotros —dijo el rey con una sonrisa—. Lady Helfort, espero que se sienta cómoda en el castillo.
Luna asintió y sonrió, mientras sentía la mirada de Valerio sobre ella. Aunque él no la miraba con severidad, había algo en su mirada que la hacía sentir acorralada.
—Espero que te haya gustado el recorrido que mi hijo te dio por el castillo —le dijo la reina con amabilidad.
Luna miró a Valerio, quien le sonrió con cierta intimidación, esperando su respuesta, pero ella desvió la vista hacia la reina y contestó:
—Sí, estuvo lindo el recorrido —dijo, aunque su voz carecía de emoción, lo que pasó desapercibido para todos.
La expresión de Verti se tornó sombría al darse cuenta de que Valerio había logrado silenciarla, viendo cómo la simple mirada de su hermano hacía que Luna actuara según sus deseos.
—Cuéntenos, Lady Helfort, ¿cuál fue la parte del castillo que más le gustó? —preguntó Verti, sabiendo que ella no podría responder sinceramente.
—Bueno… —murmuró Luna, mirando a Valerio.
—A mi prometida le gustó mucho el laberinto de arbustos —interrumpió Valerio, tomando la mano de Luna, quien lo miró con desconcierto—. Le encantaron las flores y la vegetación del lugar —añadió, fingiendo encanto—. ¿Verdad, mi Lady?
—Sí, sí, me gustaron mucho las rosas —respondió Luna, intentando sonreír, mientras Valerio observaba a Verti, cuyo rostro mostraba una ligera molestia.
Luna quiso soltar su mano de la de Valerio, pero él la apretó con más fuerza, colocándola nerviosa.
—Me alegra que le haya gustado, Lady Helfort —comentó el rey complacido—. Hoy estamos aquí reunidos para hacer un importante anuncio —continuó, mientras Valerio entrelazaba sus dedos con los de Luna, un gesto que lejos de ser afectuoso, era más bien una advertencia de que debía seguirlo en todo—. La boda real entre el heredero al trono de Southlandy, mi hijo Valerio Worwick, y Lady Luna Helfort se celebrará en cuatro días. Todo está debidamente preparado.
Al escuchar que en cuatro días se convertiría en la esposa de Valerio, Luna sintió que el mundo se le venía encima. Ella no esperaba que todo ocurriera tan rápido, pues su madre le había dicho que primero conocería a su prometido antes de planear la boda, y una vez más, había sido engañada, convirtiéndose en una víctima más de las circunstancias.
La idea de compartir intimidad con él era algo que no deseaba, pero era inevitable y un vacío horrible se formó en su pecho, sintiendo un enorme deseo de huir hacia sus aposentos y llorar hasta aliviar un poco el dolor.
El rey dio la señal para que los sirvientes comenzaran a servir la cena, invitando a su familia a disfrutar del banquete, pero el aturdimiento de Luna ante la noticia no tardó en hacerse más que evidente para Valerio.
—Come y deja de jugar con los cubiertos, ¿no te enseñaron modales?
Luna quiso responder, pero las palabras no le salían. Su respiración se hacía pesada, y Valerio lo percibió.
—Te estoy hablando. Obedece.
—¡No quiero! —susurró ella con ira contenida.
—Deja de hacer drama. ¿Pensabas que nos casaríamos dentro de un año? —se burló, cortando un pedazo de carne—. No seas ridícula. Dentro de cuatro días estarás en mi cama, bajo mis sábanas, solo para mí.
La respiración de Luna se volvió más densa, aunque solo Valerio estando tan cerca podía notarlo. Ella tomó el cubierto e intentó comer como él le había ordenado, pero ya había dejado claro sus temores, y él se aprovecharía de ellos.
—Te noto agitada. Guarda algo de eso para nuestra noche de bodas, donde no dudes que te haré jadear con más fuerza.
—Mi reina —Luna rompió el silencio.
—¿Sí, cariño?
—Quisiera pedir permiso para retirarme. Estoy agotada por el viaje y el paseo, y quisiera descansar.
—Mi Lady —interrumpió Valerio—. Por favor, coma antes de retirarse a sus aposentos. Necesita alimentarse.
Luna bajó la mirada sin saber qué decir y de nuevo, el tono pasivo-agresivo de Valerio la dejó acorralada, así que asintió sin protestar y tomó el cubierto para seguir comiendo hasta que escuchó la voz de Valerio susurrarle.
—No te levantarás de la mesa hasta que hayas comido. Espero que te quede claro, y no te atrevas a desafiarme.
Cansada del autoritarismo de Valerio y sin saber qué hacer, comenzó a mover la comida en el plato sin intención de ingerirla. Valerio notó su resistencia, dejando en evidencia una ligera molestia al apretar la mandíbula y con mesura, dijo:
—Retiren el plato de mi prometida; ella irá a descansar. Por favor, llévenle un té relajante a sus aposentos.
Valerio se levantó y le tendió la mano a Luna con aparente cortesía. Ella lo miró a los ojos dudando en tomarla, pero sabiendo que no tenía otra opción, la aceptó mostrando un rastro de desánimo. La reina, mientras tanto ordenó a una sirviente que acompañara a Luna a sus aposentos.
Una vez que ella se retiró, Valerio volvió a su lugar, tomó un sorbo de vino y dijo:
—Yo también me retiraré a descansar; ha sido un día agitado. Con su permiso.
El rubio se levantó, se inclinó ante sus padres y salió de la sala.
Segundos después, Verti estrelló sus cubiertos contra el plato y se levantó con molestia, pero la voz de la reina lo detuvo.
—Verti —dijo su madre, mientras él se volvía para mirarla—. Hijo, por favor, no molestes a tu hermano y a su prometida. Ya llegará alguien para ti.
—Claro, madre —respondió Verti con la voz cargada de rabia. Luego salió de la sala dejando a los reyes solos, quienes continuaron cenando como si nada hubiera sucedido a su alrededor.
Luna entró furiosa en sus aposentos y tan pronto como se sintió aislada del resto, se quitó el vestido y comenzó a rasgarlo con desesperación, intentando calmar su enojo. La ansiedad la consumía y su estado frenético se hacía evidente. La señorita Helen, que estaba junto a ella, buscaba tranquilizarla, mientras que intentaba quitarle el vestido de las manos a su niña.
—¡No puedo calmarme! —exclamó con impotencia—. En cuatro días será esa boda —añadió con desprecio—. ¡Y no quiero casarme, Nana!
—Tranquila, mi niña, tranquila —dijo Helen, acunándola en sus brazos—. Sabías bien a qué venías.
—¡Lo sé! Pero no pensé que sería tan rápido. Y él… ¡él es un déspota despreciable de lo peor! —Luna miró a su nana con dolor—. Me insinuó cosas sobre las relaciones durante la cena.
El comentario ingenuo de Luna reflejaba lo grosero que le había parecido aquel comportamiento. De repente, la puerta se abrió de golpe.
—¡Salga, ahora! —ordenó Valerio al entrar en la habitación.
Luna se colocó frente a él, con la mirada encendida de ira, y lo enfrentó.
—Ella no irá a ningún lado.
—No me cuestiones, Luna. No estoy jugando.
—¡Yo tampoco!
—¡Ella sale ahora! —repitió Valerio, alzando la voz.
Con prudencia, la señorita Helen intervino para evitar una mayor tensión.
—Tranquila, mi niña, yo me retiro. Con permiso, príncipe.
La mujer salió de la habitación y Valerio, colocándose junto a la puerta, la cerró de golpe con una serenidad extraña, asustando a Luna.
—¿A qué crees que estás jugando, niña? —Valerio se acercó a ella paso a paso.
—No estoy jugando a nada.
—Cuando te diga algo, lo harás sin cuestionarme.
—No puedes obligarme a hacer cosas que no quiero. Aún no soy tu esposa.
—Pero lo serás, y eso no tiene vuelta atrás. Debiste pensarlo dos veces antes de venir aquí y presentarte ante mí.
—¡Deja de acusarme! —gritó Luna, harta de las insinuaciones de Valerio.
—¿Crees que esto me hace feliz a mí? —Él la acorraló entre sus brazos—. Yo iba a casarme con la mujer más hermosa de Nordhia y claramente esa no eres tú. Pero una serie de infortunios nos obligó a desistir de esa unión y tú fuiste la opción más fácil.
Las palabras de Valerio hirieron profundamente a Luna, cuyo rostro se llenó de lágrimas, sintiendo cómo su dignidad era pisoteada.
—¡Eres un miserable! —dijo ella entre lágrimas de impotencia.
—Este miserable estará encantado de hacerte miserable a ti también, mi Lady.
—Si tanto deseaba estar con esa mujer, ¿por qué no se opuso a esto? ¿Por qué no se fue con ella?
—Mi posición no me lo permite. Tú no tenías ninguna posición que te impidiera negarte.
—¡Fui obligada! —gritó ella con rabia.
—¿Por eso corriste a los brazos de mi hermano en cuanto lo viste? —Valerio sonrió con ironía—. No cabe duda de que fuiste la opción más fácil.
—¡Aléjate de mí! —Luna lo empujó—. ¡No quiero que me toques! Me das asco.
La mirada de Valerio se tornó retadora y maliciosa. Él agarró a Luna por los brazos y la arrastró hacia la cama; aunque ella forcejeaba para liberarse, la fuerza del príncipe era mayor y la doblegó hasta que ambos cayeron sobre la cama, con él atrapándola en sus brazos.
—¿Te doy asco?
—¡Sí! —le gritó ella, mirándolo con una rabia descomunal mientras intentaba moverse, pero él la tenía inmovilizada, haciendo presión con su cuerpo sobre el de ella.
—Espero que aprendas a vivir con asco toda tu vida —dijo él, acercando su rostro aún más, hasta que sus narices se rozaron.
—¡Aléjate de mí! ¡No te atrevas! —lo amenazó ella con histeria.
Valerio forcejeó nuevamente con Luna y de repente, le plantó un beso forzado en la boca, sabiendo que ella no lo quería. El estaba empeñado en hacerla sentir tan mal como fuera posible.
Luna luchaba por liberarse, pero Valerio presionó aún más sus labios contra los de ella, besándola con intensidad, dominando completamente la situación. La resistencia de Luna se desmoronó en un llanto desesperado, y finalmente se rindió.
Él continuó besándola, hasta que sus labios se dejaron llevar, cayendo sobre los de Valerio en una sumisión involuntaria. Cuando finalmente Valerio cortó el beso, el llanto de Luna se agudizó; sintiéndose humillada y con desesperación, se limpió la boca mientras él se reía.
—Creo que se te corrió un poco el color —dijo Valerio con burla, señalando sus labios.
—No sabes cuánto te odio, Valerio Worwick.
Él sonrió.
—Veo que sigues siendo la opción más fácil.
Valerio caminó hacia la puerta y antes de salir, miró a Luna, que yacía llorando en la cama.
—No olvides lo que te dije. Estás advertida.
El príncipe cerró la puerta tras él, dejando a Luna sola y deshecha; ella se encogió sobre la cama, llorando desconsoladamente. No había pasado ni un día en ese lugar y ya no había dejado de llorar ni un momento, sintiéndose desdichada.
Con tristeza, llevó sus manos a su boca y pasó sus dedos sobre sus labios, mientras las lágrimas caían sin cesar. Ella jamás había besado a un hombre, y su primer beso fue el más desastroso que podría haber imaginado, dejándola con una sensación de burla y sometimiento.
Hasta que de su boca salió un susurro:
“Ojalá fueras como el hombre de mis cartas, Valerio”.
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