Capítulo 36

En el interior de la biblioteca del castillo, el príncipe Verti se encontraba sentado en uno de los elegantes muebles que yacían en medio de la sala, junto a una pequeña mesa de centro; en  en compañía de su espada jurada, quien estaba de pie del otro lado de la pequeña mesa en la que Verti colocaba toda su atención.

—Si nuestros planes salen como esperamos, desde la siguiente estrella los ataques a Southlandy comenzarán, y la guardia de Hillcaster puede entrar por el este y derribar fácilmente a los guardias que resguardan las fronteras. —Señaló, trazando el camino con su dedo en el mapa—. Sé que Valerio ha dejado arqueros y refuerzo militar a lo largo de los bosques fronterizos con Hillcaster y parte de Holdterst.

—Los Cangrinos podrían facilitarnos el paso por los bosques, mi príncipe.

—Yo no hago tratos con Cangrinos, Dorco —Verti levantó la mirada hacia el guardia.

—Comprendo su punto, pero créame que podrían ser una buena opción.

—Dije que yo no hago tratos con Cangrinos, pero nunca dije que usted no.

Verti le sonrió a su guardia con malicia, dándole a entender su aprobación.

—¿A quiénes están orientados a atacar la guardia? —preguntó Sr Dorco.

—A todos. —Él se recostó en el espaldar del mueble—. Menos a la Reina Luna y a nosotros, por supuesto.

—Orientaré a los guardias que están de nuestro lado para que resguarden a la Reina Luna, a la Reina Irenia y por supuesto, a la Princesa Kathrina.

—Solo a la Reina Luna —habló él, inclinándose de nuevo hacia el mapa—. La Reina Irenia puede cuidarse sola, y la Princesa Kathrina se quedará encerrada en sus aposentos. Informa a los que están de nuestro lado para que estén listos. —Verti alzó su mirada hacia el guardia—. Una vez la declaración de servicio de la cabeza de Hillcaster llegue a las manos de Valerio, esa será nuestra señal.

—Como ordene, mi príncipe.

El guardia se reverenció y abandonó la biblioteca, dejando solo a Verti en el ensordecedor silencio de aquel lugar.

En la sala privada del rey, Kathrina yacía recostada sobre un cómodo mueble, con una de sus manos descansando sobre su vientre, mientras un encargado la examinaba con cuidado.

—Iré por Verti —dijo Valerio, girándose de su lugar para ir hacia la puerta, pero Kathrina lo detuvo tomando su mano con fuerza.

—No te vayas —suplicó—. Por favor, no me dejes sola.

—Lo sé, pero debo hacerlo —Valerio colocó su mano libre sobre la de Kathrina y mirándola a los ojos, dijo—: Verti es tu esposo y el padre de tu bebé, y lo correcto es que esté aquí contigo.

Con sutileza, Valerio zafó su mano del amarre de Kathrina y ella asintió, colocando sus manos sobre su vientre, sabiendo que no podía retenerlo. En ese instante, la puerta se abrió y Luna junto a Irenia, entraron en la sala.

—¿Todo está bien? —preguntó Luna, observando a Kathrina sentada en el mueble.

—¡Luna! ¿Qué haces fuera de tus aposentos? —Valerio se acercó a su esposa tomándola de la mano—. Esta mañana me dijiste que no te sentías bien para salir a caminar.

—Estaba con tu madre cuando un guardia vino a informarnos sobre lo que le había sucedido a Kathrina, así que nos preocupamos y decidimos venir.
—No hay de qué preocuparse —intervino el encargado, incorporándose—. Los dolores que presenta la princesa son normales en mujeres en cinta y probablemente son causados porque su cuerpo cada día está cambiando para darle más espacio al bebé. No veo indicios de peligro para ella ni para ambos.

El alivio llenó la sala y la reina Irenia se acercó a Kathrina diciendo:

—Me complace saber que mi nuera y mi nieto están bien. —Irenia le extendió la mano a la princesa—. Vamos, Kathrina, te acompaño a tus aposentos.

Kathrina tomó la mano de Irenia con una ligera sonrisa, levantándose con su ayuda.
—Ve y descansa —dijo Luna, colocando su mano sobre el hombro de Kathrina—. Mañana saldremos al jardín a pasar el rato cuando te sientas mejor.

—Gracias, Luna.

Irenia y Kathrina salieron de la sala junto al encargado, dejando a los reyes solos. Una vez que la sala quedó en silencio, Valerio tomó con delicadeza la mano de Luna y la guió hacia el mueble, ayudándola a sentarse.

—No debiste salir de tus aposentos si no te sentías bien.

—No te preocupes —ella sonrió—. Solo me dolían un poco los pies, pero estoy bien; además, cuando escuché que Kathrina estaba mal, me asusté.

—Pues ya sabemos que está bien —comentó él, sirviéndole una copa de agua a Luna—. Lo que me está haciendo ruido en este momento es Verti.

—¿Qué hizo ahora? —Luna recibió la copa y tomó un sorbo de agua.

—Mandé por él con un guardia apenas entré por los pasillos, pero jamás apareció.

Luna dejó la copa sobre la mesa que estaba al lado del mueble y dijo:

—No sé por qué te sorprendes. Sabes que Verti no quiere a Kathrina.

—Está bien, puede que no la quiera, pero eso no justifica que se desentienda de esa forma, especialmente ahora que está embarazada.

—En eso tienes razón, pero lo que me intriga es cómo supiste que ella estaba mal.

Luna lo observó sentarse a su lado.

—Yo estaba entrando al castillo después de haber vuelto del campo de tiro y al llegar al jardín, la encontré sola, lo que ya me pareció extraño. Así que le pregunté si no estaba nadie con ella, y ella me dijo que le pidió a Verti que la acompañara, pero él se negó y justo entonces fue cuando empezó con los dolores.

Al escuchar las palabras de Valerio, Luna desvió la mirada y él notó la incomodidad en su rostro.

—¿Qué sucede?

—Nada, solo que me parece curioso que esas cosas le sucedan cuando está contigo.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó, confuso—. ¿Crees que Kathrina está llamando la atención?

—O quizás tu atención.

—Por los dioses, mi Luna. —Valerio sonrió con cierta incredulidad—. No me digas que piensas que Kathrina está intentando algo conmigo.

—No quiero pensar eso —admitió ella, levantándose del mueble—. Pero varias veces ya han sucedido cosas extrañas cuando ella está sola y tú apareces, y no sé si pensar que lo que está buscando es llenar el vacío de la atención que Verti no le da.

Valerio se acercó a ella con calma, tomó su rostro entre sus manos con suavidad para que lo mirara a los ojos, y dijo:

—Escucha, mi Luna, hasta ahora Kathrina no ha hecho ni dicho nada que me parezca extraño o que me haga ver directamente que está buscando atención en mí. Pero si esto te inquieta, haré lo posible por mantener distancia, ¿de acuerdo?

—Eres el rey, Valerio. Si algo le sucede, ella te buscará. Eres un apoyo para cada uno de nosotros, y no puedo exigirte que te alejes de alguien que depende de ti. Quizás solo sean cosas mías.

El Worwick sonrió y acarició la mejilla de su esposa con ternura.

—Puede ser que solo se sienta abandonada por Verti y busque algo de atención como dices, pero mi deber principal es velar por ti y lo haré. Hablaré con Verti y le exigiré que se haga cargo de ella como debe ser.

—Está bien, confío en ti. Solo no vayas a pelear con él, ¿sí?

—Lo prometo.

Valerio dejó un suave beso en la frente de su esposa con cariño y la envolvió entre sus brazos, llevándola con delicadeza a su regazo.

Kathrina entró a sus aposentos seguida de Irenia, quien cerró la puerta tras ella mientras Kathrina se sentaba en el borde de la cama.

—Gracias por acompañarme, reina Irenia —dijo Kathrina con una sonrisa poco natural, viendo cómo Irenia solo se alejó unos escasos centímetros de la puerta, observándola con esa mirada fría que ella solía tener.

—¿Qué hacías en la sala privada del rey, Kathrina?

—¿Disculpe?

—Sé que sabes a qué me refiero. —Irenia dio un paso hacia Kathrina—. Quizás nadie más, ni siquiera Luna lo haya notado, pero yo sí. Desde que has comenzado a acercarte más a ella parece que de repente, cuando Valerio está cerca, algo te sucede y él termina saliendo en tu rescate. Dime, ¿realmente te dolía el vientre esta vez?

—No estoy inventando nada, reina Irenia, lo juro.

—¡No jures en vano por los dioses de esta casa! —alegó, elevando su tono de voz—. Escucha, querida. Sé que mi hijo Verti no tiene el carácter ni los pantalones para ser un buen esposo para ti, y lo lamento. Pero te pediré un favor; mantente alejada del rey por respeto a la corona y sobre todo, a Luna. Si estás buscando atención, ve con tu nana o insiste con tu esposo, pero deja de buscarla donde no debes.

Sin poder alegar a los reclamos de Irenia, Kathrina solo se quedó en silencio, mirándola con molestia. Irenia se dio la vuelta para salir de la habitación y antes de irse, miró de nuevo a Kathrina y dijo:

—Hablaré con Verti para que esté más al pendiente de ti. Así que no te preocupes, querida. Descansa.

Tras aquellas palabras, la reina madre salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, dejando a Kathrina con un fuerte sentimiento de rabia al darse cuenta de que ya no podía seguir fingiendo estar necesitada para tener la atención de Valerio. Pero aun así, ella no sabía lo que quería y no dejaría de insistir para tener al rey, que era lo que más deseaba.

Bajo la intensa luna llena, los miembros de la familia Worwick yacían descansando en sus aposentos y Kathrina por su lado, se alistaba para dormir, cubriéndose ligeramente con las suaves sábanas de su lecho.

Ella cerró los ojos, acomodándose sobre la almohada, cuando el sonido de la puerta de la habitación rompió el silencio y al levantar su vista, vio a Verti entrando con calma y cerrando la puerta tras de sí.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, observándolo junto al dosel de la cama.

—¿Estás bien?

Ella frunció el ceño. —Sí, estoy bien.

Él asintió al oír sus palabras, caminó hacia la cómoda y comenzó a quitarse el camisón de su traje militar, diciendo:

—Un guardia me informó que no te sentías bien.

—¿Y hasta ahora vienes? Eso fue hace varias horas, Verti.

El Worwick dejó el camisón de tela fina sobre la cómoda, quedando con el torso al descubierto y mirando a su esposa con esa serenidad gélida típica de él, dijo:

—Al menos estoy aquí, ¿no? Duerme. Me quedaré esta noche para que no llores.

Las frías palabras atravesaron el corazón de Kathrina una vez más, sintiendo un peso indiferente en ellas bajo un gesto de compromiso vacío. Sin más que añadir, Verti se dirigió al cuarto de baño, mientras Kathrina se volvió a acomodar en su lugar, con sus ojos fijos en el ventanal, siendo iluminados por el fuerte resplandor de la luna, que hacía más visible las lágrimas que brotaban en silencio, deslizándose por su rostro.

La mañana había llegado sobre Southlandy y la luz de un intenso sol se reflejaba en las armaduras de los soldados que ingresaban al patio de armas, mientras Valerio entregaba su espada tras un agotador entrenamiento.

Al girarse para dirigirse hacia el jardín, Valerio vio a Verti acercarse en compañía de un guardia al que parecía estar dándole instrucciones, y sin ánimos de empezar el día con molestias, Valerio decidió ignorarlo y continuó su camino; sin embargo, la voz de Verti lo detuvo.

—Hermano, parece que tuviste un fuerte entrenamiento.

Valerio se giró lentamente, dándole la cara a su hermano.

—Es la mejor hora para iniciar el día con un buen combate.

Verti sonrió de medio labio mientras se acercaba a él.

—Claro. Espero que no sea también la mejor hora para acompañar a mi esposa en el camino de regreso a los pasillos del castillo.

—¿Me estás reclamando algo?

—Solo digo que creo que no te gustaría que yo acompañe a tu esposa en el camino, ¿o sí?

Ante el reclamo pasivo-agresivo de Verti, Valerio comenzó a perder la paciencia al oír el cinismo en sus palabras.

—Antes de reclamar, deberías agradecer que gracias a que yo pasaba por allí, pude estar en el momento en que tu esposa se sintió mal, porque creo que ella estaba esperándote a ti, pero tú jamás llegaste.

—¿Agradecerte a ti? —inquirió con un sarcasmo perspicaz—. Tú deberías agradecerme a mí. Todo lo que tienes, tu esposa, tu trono; todo es gracias a mí.

Valerio miró con desdén a su hermano y sin ánimos de continuar la discusión, dio media vuelta dispuesto a marcharse, pero Verti no se detuvo y susurró:

—Porque yo te hice rey.

La frase retumbó en la mente de Valerio, obligándolo a detenerse en seco al entender el significado brutal de esas palabras.

—¿Qué dijiste?

El rey se giró hacia su hermano con la mirada cargada de cólera, viendo a Verti sonreírle con malicia como si estuviera disfrutando revelarle la verdad y en ese instante, Valerio desenfundó una daga que llevaba en su cinturón y se lanzó sobre Verti.

—¡Mataste a tu rey! —gritó, tomando a Verti por el cuello de su camisón mientras este forcejeaba para soltarse. Pero en un movimiento ágil, Valerio le enterró la daga a su hermano en el costado del cuello, sacándola al instante para enterrarla de nuevo y la sangre brotó, manchando la tela del camisón de Verti.

Antes de que Valerio pudiera retirar la daga para hundirla nuevamente, Verti desenfundó su propia daga y la hundió directamente en el pecho de Valerio, cerca del corazón.

Todo pasó tan rápido que cuando los guardias quisieron reaccionar, Verti se estaba ahogando en su propia sangre y Valerio retrocedió un paso tambaleándose, mientras la sangre comenzaba a empapar su camisón.

Verti se llevó una mano al cuello, intentando detener la sangre, mientras su mirada agónica permanecía fija en el cielo, al tiempo que Valerio era socorrido por los guardias; cayendo en los brazos de uno de ellos con la respiración entrecortada.