𝟑𝟎. 𝐋𝐔𝐓𝐎 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈𝐈
Capítulo 30
Ante la reverencia de la reina madre Irenia a su hijo, los presentes también se inclinaron ante el Worwick; incluso Luna se reverenció ante él, reconociendo su ascenso, ya que aquella reverencia iniciada por su madre era un acto protocolario y un reconocimiento inquebrantable que la reina madre debía hacerle al nuevo rey, dándole a entender a los súbditos que ella se sometía a la nueva soberanía del nuevo monarca.
Los ojos de Valerio se empañaron, sabiendo todo lo que eso significaba, pero aún así él permaneció firme y cuando Irenia reconoció a su hijo como el nuevo rey ante todos Ella se incorporó, dio un paso hacia su hijo y lo abrazó con fuerza, al leer en sus ojos cuánto le dolía llegar y ya no poder encontrar a su padre.
—Eres más fuerte de lo que imaginas, hijo —susurró Irenia a su oído—. Y nunca estarás solo.
Valerio cerró los ojos un instante, permitiéndose ser solo un hijo, y solo un hombre, antes de regresar a su papel de soberano.
Mientras aquella escena emotiva se daba, desde la penumbra de un pasillo cercano, Verti observaba con gelidez a su hermano y a su madre llorar por la ausencia de su padre, mientras que tras su espalda se encontraba Kathrina, observando fijamente al nuevo rey, contemplando el perfil de aquel hombre sin despegar la vista de él con insistencia.
Después del encuentro entre madre e hijo fuera de la sala privada, Irenia, Valerio y Luna decidieron entrar buscando un momento más privado para hablar.
Irenia cerró con cuidado la puerta de la sala, mientras que Valerio y Luna tomaban lugar en los sillones, al tiempo que él recorría el escritorio con su vista y sus ojos se detuvieron en la silla que una vez le perteneció a su padre.
—¿Cómo murió mi padre? —preguntó Valerio, viendo cómo su madre tomaba lugar frente a él en otro sillón.
—Él ya estaba muy enfermo, hijo —dijo bajando la mirada—. Durante meses, su salud se deterioró sin que pudiera hacer nada para evitarlo, pero ese día en particular fue el peor. —Ella buscó la mirada de su hijo—. A él lo atacó una fuerte fiebre y ni siquiera podía moverse bien. Los dolores de cabeza lo afectaron tanto que perdió la visión de uno de sus ojos, y a duras penas podía hablar un poco.
Las palabras golpearon a Valerio, quien agachó su vista, dándose cuenta de que lo que había padecido su padre era poco comparado con lo que decían las cartas que le enviaban a Turbios.
—Debí haber venido antes —murmuró, más para sí mismo que para los presentes.
—Mi amor, eso no fue tu culpa —dijo Irenia consolando a su hijo—. Y no fue culpa de nadie. Ni yo sabía que tu padre nos dejaría tan rápido.
Valerio suspiró, aceptando que las palabras de su madre eran reales, y volcando su vista en otro punto de la sala, preguntó:
—¿Ya se reunió el consejo?
—Sí, hijo —Irenia asintió—. Pero les pedí que aguardaran a tu regreso antes de tomar cualquier decisión importante.
—¿Qué han decidido?
—Aún nada —respondió Irenia—. Como dije, pedí que te esperaran. Tu padre te dejó unas cartas, y creí prudente que las leyeras antes de planear tu coronación.
Irenia se levantó de su lugar y caminó hacia el escritorio de la sala. Abrió uno de los cajones con cuidado y sacó un pequeño conjunto de sobres que le entregó a su hijo en sus manos.
—Léelas, hijo. Y cuando estés listo, convoca al consejo. Recuerda que desde hoy, tú eres quien dirige aquí.
Los ojos de Valerio se alzaron hacia los de su madre. —Gracias, madre.
Irenia le regaló una leve sonrisa a su hijo y, así mismo, se dirigió hacia la puerta de la sala, pero antes de que pudiera salir, Luna la llamó.
—Espere, reina. Saldré con usted.
Irenia asintió. —Te espero afuera, hija.
Dándole privacidad a la pareja, la reina madre salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Luna se levantó de su lugar, se dirigió hacia Valerio con ternura y comenzó a acariciar su cabello con delicadeza, diciendo:
—Te dejaré solo para que leas con calma las palabras de tu padre, mi amor.
Valerio levantó la mirada hacia ella y esbozó una sonrisa de medio labio, agradeciendo su comprensión. —Ve y descansa. No quiero que te esfuerces tanto.
Luna sonrió y se inclinó para darle un beso en los labios. —Te amo.
—Yo también te amo.
El rubio observó cómo Luna se dirigía a la puerta y salía de la sala, dejándolo solo con las cartas de su padre. Sus dedos acariciaron el lacre del primer sobre mientras tomaba aire, sabiendo que estaba a punto de leer las últimas y más valiosas palabras de su padre, dirigidas solo para él.
—¿Cómo te ha sentado el embarazo, hija? —preguntó Irenia, mientras caminaba con Luna por el pasillo.
—Me siento bien, reina —ella sonrió—. Al principio todo se me hacía un poco difícil por los mareos, pero ya se han calmado.
Irenia dejó escapar una pequeña risa, genuina y cálida.
—Es natural, hija. Esas molestias pronto desaparecerán por completo. Y luego, cuando sostengas a tu bebé en brazos, olvidarás todo eso. —Luna asintió con una ligera sonrisa—. Ven —Irenia le señaló uno de los pasillos a su nuera—. Te llevaré a los aposentos que mandé organizar para mi hijo y para ti.
—Se lo agradecería mucho, reina. Valerio me dijo que descansara un poco porque el viaje fue muy agotador.
Justo cuando ambas reinas caminaban por dicho pasillo, la figura de Kathrina junto a su nana apareció al doblar una de las esquinas, y sus ojos observaron a las dos mujeres con curiosidad.
—Hola, querida, ¿cómo estás? —preguntó Irenia al notar la presencia de Kathrina.
—Hola, mi reina. —La mujer se reverenció.
—Kathrina, te presento a Lady Luna Helfort, la esposa del rey Valerio y nueva reina de la casa Worwick.
Kathrina miró a Luna y, consciente del significado de las palabras de Irenia, ella se inclinó ante Luna diciendo:
—Es un honor conocerla, reina.
Luna le ofreció una sonrisa amable a Kathrina y respondió con un poco de pena.
—También es un gusto conocerla.
—La princesa Kathrina Filty del reino de Filhouse es la esposa de Verti y también está esperando un bebé.
—¡Qué bien! —respondió Luna con genuina alegría—. Que bueno que compartimos algo en común.
—Sí. —dijo la mujer sonriendo.
—Bueno, querida, lamento dejarte —interrumpió Irenia, dirigiéndose a Kathrina—, pero Luna necesita descansar del viaje.
—Claro que sí, mi reina. Entiendo perfectamente —Kathrina inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Con permiso —Irenia se dirigió a Luna—. Vamos, hija.
Mientras ambas reinas continuaban su camino, Kathrina se quedó en el pasillo, observando con curiosidad cómo las mujeres se alejaban.
—La nueva reina se ve muy amable, nana.
—Sí, mi niña. Se nota que es muy amable.
La sala privada estaba en completo silencio, mientras Valerio desplegaba la última de las tres cartas que le había dejado su padre. El joven rey comenzó a leer con cuidado las instrucciones del antiguo monarca sobre cómo manejar los asuntos con el consejo y la guardia, como el Worwick rubio que era, pero fue el último párrafo de la carta el que lo detuvo en seco.
"Por último, quiero hablarte del secreto de las castas, hijo. Esto que te diré es una información que solo se le revela al heredero por parte de su padre, y si por algún motivo el heredero llega a estar lejos cuando un rey está por fallecer, este le podrá dejar una carta, como yo lo hago contigo ahora; o de lo contrario, si todo sucede de forma sorpresiva, el consejero es quien revelará el secreto de la casta."
Valerio continuó leyendo.
“La Profecía del rey Aiseen, el conquistador, sobre el príncipe y rey prometido que nos devolverá a Northlandy tiene un significado profundo, hijo, pero más que eso, debes saber que ese príncipe será como él, será de casta blanca. Solo un Worwick de casta blanca puede dar hijos de casta blanca, y los de casta dorada solo pueden dar hijos de casta dorada. Un Worwick de casta blanca puede llegar a engendrar las dos castas, pero la blanca es la que predominará. Y sí, te preguntarás por tu madre, porque nació siendo una Worwick de casta blanca si tus abuelos eran de casta dorada; quiero que sepas, hijo, que estos son casos excepcionales que suceden, pero no de forma regular. Así que, si los dioses lo deciden, tú puedes tener un hijo de casta blanca, o tu hermano puede hacerlo, pero no sucede muy a menudo. No olvides que nadie puede saber esto experto tu consejero y tú heredero cuando llegue el momento.
Inesperadamente, el sueño que Valerio tuvo estando en Turbios volvió a su mente, recordando aquel Worwick de casta blanca que le dijo "padre mío" y él entendió todo en ese momento.
“Si los dioses te respaldan, hijo mío, ellos pueden llegar a revelarte cosas que no te imaginas. No pierdas tu propósito, jamás bajes la guardia y sigue trabajando por lo que deseas. Cuida de tu madre y de tu hermano, y no olvides que siempre te adoré, no solo como mi heredero, sino también como mi hijo, y como el Worwick rubio que tuvo la valentía de querer ser un arquero.”
Valerio llevó la mano a su rostro, dejando salir sus lágrimas al recordar las últimas palabras esquivas que tuvo con su padre, pero ahora sabiendo lo que realmente pensaba de él, y el rubio aún confuso e inexperto, ya tenía claro al menos lo que debía hacer para iniciar con su gestión como rey.
El Worwick dobló cuidadosamente la carta y la guardó en el bolsillo de su pantalón. Salió de la sala, caminó a través del pasillo y al llegar al patio de armas; ordenó que le llevaran su caballo, y después de un par de minutos, el rey tomó las riendas de su equino, subió en él y lo montó, dirigiéndose hacia el sitio especial donde se sepultaban a los reyes de la casa Worwick.
Finalmente, Valerio llegó al mausoleo donde descansaban los grandes reyes de la casa Worwick. Él bajó de su caballo, delegándolo a un guardia que custodiaba las puertas del lugar, y avanzó hacia la entrada, mientras observaba las dos estatuas de piedra que representaban a los guardianes ancestrales, que se decía estaban al servicio de los dioses, cuidando las almas de los ancestros fallecidos, para cuando los dioses decidieran reencarnarlos, ellos los guiaran a su nueva vida.
Al avanzar por el extenso pasillo y llegar al lugar exacto, Valerio se dirigió hacia la tumba donde yacía su padre, y observó cómo en la piedra estaba tallado el nombre del rey Dafert Worwick, descansando al lado de su abuelo, el rey Lesser Worwick.
Un aire frío y un extraño silencio envolvían el lugar. Con pena en su mirada, Valerio se arrodilló frente a la tumba de su padre, apoyando sus manos sobre aquella lápida dura y fría.
—Padre, ya estoy aquí —dijo Valerio, dejando que las lágrimas rodaran al fin por su rostro—. Sé que no puedo cambiar lo que ha sucedido, pero prometo ante los dioses que cumpliré con mi deber, padre. No dejaré que el peso de este reino me venza.
Tras aquellas palabras, Valerio se liberó finalmente del duelo y el luto que había estado conteniendo desde que llegó a Southlandy ese día, ya que él debía ser fuerte y tomar posesión de su lugar, como las costumbres lo exigían. Él se colocó en pie, retomando la postura y salió del mausoleo, listo para tomar su posición como rey.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro