
𝟑. 𝐓𝐄 𝐎𝐃𝐈𝐎
Capítulo 3
La mañana se alzaba en su máximo esplendor en Southlandy, mientras el tortuoso día comenzaba no solo para Valerio, sino también para ella, la lady que se casaría con el príncipe y que pronto llegaría a Southlandy ese día.
El príncipe Valerio terminó de abrochar el camisón de su uniforme militar de arquería, el cual su padre le había pedido tajantemente que no usara, pero sin así, Valerio no quiso acatar su orden y decidió usarlo; remarcando el mal humor que le dominaba en silencio ese día.
Él ajustó su cinturón negro a su camisón de color marrón oscuro y abrochó las correas de sus botas de cuero negro. Mientras el príncipe terminaba de alistarse, la puerta de sus aposentos se abrió dejando ver a su madre, la reina Irenia, cruzar a través de ella.
—¿Estás listo, hijo?
—Sí —respondió él con aparente serenidad, pero con poco ánimo, al tiempo que su madre fijaba su mirada en él, percatándose del traje que su hijo llevaba.
—Valerio, tu padre te pidió que…
—Con todo el respeto que usted merece, madre, no me importa —interrumpió el príncipe en un tono sereno, pero tenso—. Soy un arquero, y con mi uniforme la voy a recibir.
La tensión que lo recorría se sentía en el aire. La reina conocía a su hijo y sabía que tanta calma mezclada con molestia, solo era una bomba de tiempo que cualquier mínima cosa podría hacer estallar.
El momento fue interrumpido por lord Havel, quien tocó la puerta de la habitación y la reina le concedió el pase. El hombre ingresó a los aposentos y se inclinó ante la reina y ante el Worwick.
—Príncipe.
—¿Sí, lord?
—Ha llegado este comunicado para usted desde Roseskings.
Valerio miró al lord y se acercó de inmediato a él, agarrando la carta que el hombre tenía en sus manos.
—Hijo —intervino la reina, sabiendo que no era un buen momento para recibir ese tipo de cartas.
—Madre, retírese.
—Valerio, creo que no es...
—¡Madre! Déjame solo, por favor —pidió él, mirando a su madre con severidad.
—Está bien, te espero en las puertas del castillo.
Con mala cara, Valerio esperó que su madre saliera de la habitación y le diera privacidad y una vez que esto ocurrió, él se dispuso a leer esa ansiada carta que seguramente era de la mujer con la que realmente deseaba casarse. Al abrir el papel y ver su nombre, su rostro dejó escapar una leve sonrisa de alegría, que fue capaz de iluminar su expresión y hacer brillar sus bellos ojos.
"Mi querido Valerio:
Lamento que esto tan trágico nos esté sucediendo, porque de verdad yo anhelaba y ansiaba ser tu esposa y compartir cada minuto de mi día a tu lado, pero al parecer, tú no quisiste hacer lo mismo por ambos. Jamás pensé que permitirías que tu familia nos separara. No pudiste hacer el sacrificio de convencer a tu padre de que aceptara las condiciones de mi familia para que estuviéramos juntos, y eso me dejó más que claro que, aunque te quiera demasiado, debo querer primero a mi institución. Primero está mi reino y el legado de Roseskings, y sé que tu institución también es importante, pero unificar los reinos no es una desgracia. Al final, la ambición de tu familia y tu falta de carácter nos ganó. Espero que seas feliz en tu nuevo matrimonio. Yo me casaré con un caballero que sea capaz de dar todo por mí a ojos cerrados.
Que tus dioses te acompañen.
Venus Blackroses."
Al terminar de leer las palabras de Venus, los ojos de Valerio se empañaron y se llenaron de una intensa rabia y él no podía creer lo que había leído. ¿Falta de carácter? ¿Ambición? Él no entendía por qué ella decía todas esas cosas, pero algo sí le quedó claro: Venus estaba al tanto de toda la problemática política que produjo la anulación de su compromiso. Al parecer, su princesa del amor no lo amaba ni lo quería tanto como él pensaba, lo cual terminó por quebrar aún más su corazón y sus sentimientos.
Lleno de rabia y con unas inmensas ganas de irse del castillo y alejarse de todo, Valerio estrelló su puño derecho contra el mueble de la habitación, intentando aplacar su frustración y decepción. Lo peor de todo era que él sabía que no había espacio para lamentos, ya que en pocos minutos, debía salir a cumplir con su deber y recibir a su prometida y futura esposa, así que no le quedó otra opción que cumplir con su papel, aunque no quisiera, porque ni siquiera añoraba conocerla.
El rubio acomodó su traje nuevamente, arregló su larga cabellera dorada y salió de la habitación para dirigirse a las puertas del castillo, donde su madre lo esperaba.
Mientras Valerio atravesaba el jardín delantero del castillo para dirigirse al patio de armas, Verti lo observaba desde el balcón de la sala de los príncipes, bebiendo un poco de vino Dernio, un vino fuerte y muy fino que tomado en grandes cantidades, podía ser un mal consejero.
Valerio caminó hasta la entrada del castillo, donde se situó al lado de su madre, quien no tardó en notar su falta de disposición y lo mal encarado que se veía. Su animosidad tranquila se había esfumado, y la reina lo notó al mirarlo. La rabia en su mirada se leía fácilmente, y sus ojos grises habían tomado cierta tonalidad rojiza.
—¡Cambia esa cara, Valerio!
Él se mantuvo en silencio, con la misma postura recta y los brazos entrelazados en su espalda, mientras apretaba la mandíbula con fuerza, lo que su madre también notó, y aunque él estuviera al borde de estallar, ella no dejaría de decirle unas cuantas verdades.
—Luna no tiene la culpa de lo que esa carta dijera, sea bueno o malo. ¡Compórtate como un caballero, Valerio Worwick!
—Tiene razón —respondió él, relajando sus facciones—. Esa niña no tiene la culpa de la crueldad, la poca empatía y el nulo razonamiento de ustedes; aun así, se prestó para este juego, así que todos jugaremos, madre.
La reina quedó fría, mirando a Valerio sin saber qué decir, porque ella sabía que él tenía razón en parte.
Las miradas de madre e hijo se mantuvieron esquivas mientras la carroza que conducía a Lady Luna Helfort llegaba al punto acordado. El príncipe tragó en seco y miró la carroza, cambiando sus facciones para tratar de lucir serio, pero con un semblante algo más relajado, aunque por dentro la rabia y el deseo de largarse lejos de ahí lo estuvieran consumiendo.
Un guardia de la casa Worwick se situó al lado de la puerta de la carroza y la abrió; el hombre extendió su mano, y a través de la puerta de la carroza se asomó una delicada y pequeña mano que sujetó la del guardia mientras Valerio observaba.
Finalmente, la figura de Lady Luna se hizo visible para Valerio y para la reina, quien se apresuró a recibir formalmente a Luna, mientras que Valerio no se inmutaba en hacer gesto alguno de caballerosidad; él solo se limitó a observarla con su mirada gélida, y Luna pudo percibir su esquiva actitud con solo verlo.
—Valerio, hijo —la reina invitó a su hijo a que se acercara, y él lo hizo—. Luna, él es el príncipe Valerio Worwick.
La Lady observó a aquel hombre alto, de bellos ojos grises y cabello rubio dorado, que a ella le pareció fascinante a primera vista, y aunque ella sí lo había visto antes, aquella solo fue una vez y nunca había intercambiado palabras con él.
—Mi príncipe. —Ella se reverenció ante el Worwick.
—Bienvenida, Lady Helfort —dijo observándola bajo su rígida postura casi militar, logrando percatarse de cómo las mejillas de la joven parecieron sonrrojarse.
—Mi reina. —Se reverenció, la joven un tanto nerviosa.
—Bienvenida a Southlandy, Luna. Espero que el lugar te guste.
—Gracias, mi reina. Quería comentarle que la señorita Helen es mi sirvienta personal y ha sido mi cuidadora desde que era una niña y quisiera saber si…
—¡Oh, cariño, claro que sí! Tu padre nos contó que vendrías con ella, y hemos arreglado todo para su estancia en el lugar.
Valerio seguía en su postura rígida, observando a Luna; siguiendo cada uno de los movimientos de la joven con su mirada; bajo esa tranquilidad que podría ser engañosa.
—Muchas gracias, mi reina.
—De nada, cariño. Quiero que te sientas como en casa, por esa razón mi hijo Valerio te dará un recorrido por el castillo y sus alrededores para que te familiarices con el lugar ¿te parece?
Ella miró a Valerio, quien continuaba observándola de la misma forma. —Sí, me gustaría. —Luna sonrió con timidez, tratando de esquivar la mirada de él, que ya empezaba a incomodarle.
—Perfecto, los dejamos. —La reina se retiró, indicándole a la cuidadora de Luna que la siguiera, y de esa forma, el príncipe y la Lady quedaron solos a las afueras del castillo.
—Sígame, Lady.
Valerio empezó a caminar a paso acelerado hacia los alrededores del bosque en completo silencio, al tiempo que ella trataba de alcanzarlo. En un punto del camino, ella quiso preguntar cosas que le causaban curiosidad sobre el lugar, pero al ver la poca atención que Valerio le prestaba, prefirió no hablar, y él continuó caminando sin mirar atrás ni un segundo.
Valerio y Luna no estaban muy lejos de la entrada principal del castillo, pero para alguien que no conociera las cercanías del bosque, podría ser un poco complicado encontrar el camino de vuelta, más aún cuando Valerio decidió tomar un pequeño atajo que los introdujo en el bosque, saliendo de él al poco tiempo de haber ingresado.
Luna respiraba agitada, tratando de seguirle el paso hasta que no pudo más y se detuvo.
—¿Puede parar?
Valerio frenó su paso, se giró sobre sus talones y la miró. —¿Qué pasa, Lady? ¿Acaso no puede hacer algo tan sencillo como caminar? ¿Creyó que por venir aquí y ser mi prometida yo pondría a alguien que la llevara a todos lados en brazos?
—¡Pero qué grosero! —susurró por lo bajo.
El Worwick se le acercó y la acorraló contra la pared de los muros grises del castillo mientras le sonreía con cierta malicia.
—Tenga mucho cuidado en cómo le habla o le susurra a su futuro esposo, mi lady. Recuerde que usted se deberá a mí completamente y debe respetar mi palabra sin cuestionar.
Ella lo miró, abrumada por su repentino cambio de semblante.
—Eso no le da derecho a tratarme así —alegó, tratando de ocultar el nerviosismo que le causaba tenerlo tan cerca.
—¿Así cómo? —Él acercó más su rostro al de ella, pero Luna se sintió tan intimidada que simplemente tragó en seco y no dijo ni una sola palabra.
Tras unos segundos, Valerio se retiró, soltándola para girarse en dirección contraria del camino.
—Me tengo que ir. Vamos.
—¿Qué? ¿Adónde va? ¡No se supone que me molestaría los alrededores del castillo!
—Tengo cosas más importantes que hacer, así que sigame; si no quiere venir entonces tome el mismo camino de regreso no estamos muy lejos.
—Pues no lo voy a seguir.
—Sigame lady Helfort.
—No.
Irritado, Valerio se dio la vuelta y empezó a caminar, mientras que llena de rabia, Luna se quedó en el lugar donde estaba y prefirió no seguirlo, viendo como él se perdía entre los matorrales y árboles, pero cuando se vio sola entre la fortaleza y la maleza, la joven corrió por el camino que había tomado Valerio llamándolo, pero él ya no estaba.
Las horas habían transcurrido y Luna logró dar con la entrada al castillo después de haber decidido darle la vuelta a la fortaleza. Su confusión y miedo al estar en un lugar desconocido no le permitieron pensar con claridad, lo que la llevó a recorrer aquella trayectoria innecesaria.
Sucia y llena de arena tras haberse caído en dos ocasiones al tropezar con las piedras del camino y con una de sus zapatillas rota, ella llegó por fin a las puertas del castillo, y al entrar le pidió a un guardia que la guiara para llegar hasta sus aposentos a darse un baño, encerrarse y no ver a nadie.
Sus pasos apresurados cruzaron el pasillo que daba al jardín principal, donde vio a su nana Helen a la distancia, quien parecía estar esperando el regreso de su niña, y al verla caminar hacia ella, la mujer corrió hacia Luna.
—¡Mi niña! —exclamó Helen, horrorizada al ver el mal estado en el que Luna se encontraba—. ¿Pero qué te pasó?
—¡Es un grosero y un maleducado, nana! —exclamó Luna con la voz quebrada.
—¿Pero qué pasó? ¿Por qué dices eso? ¿Dónde está el príncipe?
—No lo sé. Me dejó botada a las afueras del castillo, cerca del bosque, nana. Solo me dijo que se iba y me dejó ahí.
—¿Qué? ¿Pero por qué?
—¡Porque no le agrado! Sentimos lo mismo. Lo vi en su mirada, vi todo el rechazo que me tiene, y soy yo la que debe aguantarlo. ¡Y no es justo! —Luna lloró mientras su nana Helen la abrazaba—. ¡Yo no merezco esto, nana!
—Tranquila, mi niña, tranquila.
—Ayúdame, nana —dijo ella mientras se secaba las lágrimas—. Debo darme un baño y vestirme para presentarme ante la reina y el rey. Debo decirles lo que su hijo me hizo.
—¿Sucede algo? —se escuchó la voz de Verti a las espaldas de las mujeres. Ambas miraron en dirección a aquella voz y Luna lo reconoció; era él, el hombre de sus cartas, el príncipe que la ilusionaba con cada palabra escrita para ella.
—¿Verti? —Luna corrió sollozando y se arrojó a los brazos del rubio, sabiendo que él no le haría daño.
En la entrada al castillo, el príncipe Valerio llegaba de su entrenamiento y el rubio se bajó del caballo y ordenó que lo llevaran y lo resguardaran. Valerio caminó, pasando por el patio de armas y atravesando el pasillo que daba al jardín principal, y entonces lo vio; vio a su prometida abrazando a su hermano y por alguna extraña razón, eso le molestó.
—¿Qué te pasó, Luna? ¿Por qué estás así? —preguntó Verti preocupado, observándola.
—Tu hermano me dejó botada a las afueras del castillo. Yo no sabía cómo regresar porque él caminó mucho y tuve que volver como pude; entré en pánico y me caí —sollozó.
Verti miró a Luna, indignado por la actitud del mayor.
—¿Valerio hizo eso?
—¡Sí! Es un grosero, arrogante, poco hombre, y quiero hablar con la reina y el rey. Les diré lo que me hizo.
—Si quieres hacerlo, está bien, yo te llevo con ellos.
Luna lo miró agradecida, con los ojos empañados.
—¿Lo harías?
—Claro que sí —él le sonrió.
—¡Verti! —ambos se giraron al escuchar la voz de Valerio tras ellos—. Retírate ahora.
—Lady Luna necesita hablar con nuestros padres, y yo la llevaré.
Valerio respiró profundo con una tranquilidad abrumadora, mientras se acercaba a su hermano, y de la nada, agarró a Verti por el cuello de sus vestiduras.
—¡Te dije que te retiraras ahora! No me retes, Verti. Sabes que no te irá bien si lo haces, y recuerda que ella es mi prometida.
Verti apretó su mandíbula con molestia, mientras se zafaba de Valerio; acomodó su camisón y se dio la vuelta para irse sin mirar a Luna y sin decir nada.
—¿Qué le pasa? —Luna se enfrentó a Valerio al ver la actitud que tomó con su hermano.
—Retírese usted también —dijo él, dirigiéndose a la cuidadora de Luna, notando una ligera molestia en la mirada de la mujer, pero la mujer se mantuvo al lado de su niña sin dar un paso atrás.
—¡No le hable así!
—¡Es una orden! —exigió Valerio—. ¡Recuerde dónde está y quién le está hablando!
Sin más opciones, la mujer se retiró dejando a Luna junto a Valerio, sabiendo que debía acatar las órdenes del príncipe, aunque no quisiera, pero cuando Luna se giró para irse detrás de su cuidadora, Valerio la agarró del brazo con fuerza y la llevó a un lugar oculto del lado del jardín, donde sabía que nadie los vería discutir.
—¡Suélteme! —Ella se zafó de él.
—¿Pensabas acusarme?
—¿Ahora me tutea?
—Tengo todo el derecho de tutearte si se me da la gana. Eres mi prometida, ¿no?
—Pues eso está por verse, ¡porque no pienso casarme con un ser tan miserable y déspota!
Valerio sonrió de medio labio, adoptando una postura tranquila, pero controladora.
—No te hagas la digna. Sabes muy bien por qué aceptaste ser mi esposa. Te gustaron las condiciones y la finalidad de casarte con el heredero al trono de Southlandy, ¿no?
—¿Qué está insinuando?
—Sabes muy bien lo que estás haciendo. Si no querías casarte conmigo, debiste hablar y haberte negado, pero aquí estás y encima, te comportas como una vulgar, echándote en los brazos de mi hermano. No cabe duda de que el interés por la posición que tendrás te ganó.
Una bofetada se plantó en el rostro de Valerio. Luna no iba a soportar todas sus groserías y su patanería, pero una vez propinada la bofetada, la mujer cubrió su boca con un gesto de preocupación, ya que sabía que, aunque él lo mereciera, había cometido un grave error al pegarle.
Valerio endureció sus facciones, dejando ver su molestia por la bofetada, pero solo la miró con ira. Aun así, Luna no se acobardó y también habló.
—Yo no quería venir a este lugar a casarme con usted. Me obligaron a hacerlo, y tuve que cumplir, así que créame, príncipe, que el rechazo es mutuo.
El rubio acorraló a la mujer contra la pared, encerrándola entre sus brazos y la fría piedra y mirándola de cerca, le advirtió:
—Ten mucho cuidado con lo que haces y no te excedas. El prestigio de tus padres estará en riesgo, si vuelves a retarme de esta forma…
—¡Con mis padres no! —gritó ella, interrumpiendo al rubio.
—¡Hubieras pensado en ellos antes de venir aquí a joderme la existencia! —reclamó—. Porque ahora no hay marcha atrás, ni para ti ni para mí. Estamos atrapados en este maldito compromiso, y no esperes nada mejor de mí. Si querías casarte con el heredero al trono, lo tendrás, pero pagarás por eso. —El rubio suspiró y retomó su postura tranquila, alejándose de ella, mientras Luna seguía asustada, acorralada contra la pared—. Generalmente soy tranquilo, pero cuando me provocan, la historia puede ser distinta, así que no me tientes, por tu propio bien.
—¡¿Pero por qué?! Yo no le hice nada —habló ella entre llantos.
—Eres una simple Lady. Podrías haber rechazado la oferta sin problemas, y debiste haber rechazado ese compromiso a toda costa.
—¿Por qué no lo rechazaste tú? —reclamó ella con rabia.
—Porque yo soy el futuro rey —respondió él pasivamente ante la rabia de Luna, casi mofándose de ella—. Y tú solo eres una lady buscando subir un escalón más, solapando la avaricia de tus padres y lo lograste. Pero aunque sea así y hayas alcanzado ese objetivo, los deseos egoístas se pagan caro, y si yo voy a sufrir, también lo harás conmigo, mi hermosa y bella futura esposa. En fin, si hablas con mis padres y les dices algo de esto, te juro que haré lo imposible para que a los tuyos les vaya muy mal.
La mirada de rabia de Luna hacia Valerio era intensa, y la de él hacia ella también, pero Valerio se lo tomó más a chanza.
—Te odio —dijo Luna a toda voz, con sus palabras cargadas de rabia.
El príncipe le dio una pícara y amenazante sonrisa, y dijo:
—No se preocupe, Lady Helfort, el sentimiento es mutuo.
El rubio se alejó de aquel lugar y agarró aire mientras oía el llanto pasivo de Luna a sus espaldas. Él caminó hasta la entrada del pasillo y vio a la cuidadora de Luna, quien no se había ido del todo, esperando a la jovencita.
—Llévese a su niña.
Valerio siguió su camino, y Helen corrió para socorrer a Luna, quien se encontraba entre lágrimas y sola en aquel rincón.
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