
𝟐𝟕. 𝐒𝐈𝐍 𝐑𝐄𝐌𝐎𝐑𝐃𝐈𝐌𝐈𝐄𝐍𝐓𝐎𝐒
Capítulo 27
Al concluir la cena que el rey Dafert ofreció para celebrar la concepción del heredero al trono y el primer vástago de su hijo menor; el príncipe Verti, la familia se dispersó.
El rey y la reina fueron a sus aposentos a descansar, mientras que Kathrina decidió ir en busca de su esposo al ver que este, una vez más, como en las noches anteriores, no llegaba a la habitación.
Kathrina caminaba por los pasillos silenciosos que conducían a la biblioteca del castillo y al abrir la puerta, lo vio de pie frente a una de las ventanas, con la vista fija en un libro encuadernado en cuero. Ella entró en la sala y cerró la puerta para después acercarse con delicadeza, quedando de pie tras él.
—Verti.
Al oír su nombre, el rubio no alzó ni giró su rostro hacia ella, sino que en su lugar, movió los ojos, observándola de reojo por un instante para finalmente volver su vista al libro.
—¿Qué quieres, Kathrina?
—Solo quería saber si no piensas ir a la habitación esta noche —preguntó con voz baja—. Ya lo habíamos hablado.
—Sí pienso ir, pero ahora estoy un poco ocupado.
Kathrina tragó saliva, buscando las palabras adecuadas para no molestar a Verti ni a su engañosa serenidad.
—Pensé que esta noche podríamos dormir juntos. Hace días que no compartimos tiempo así.
—Ya te dije que sí, o quizás más tarde. Hay algo aquí que necesito terminar. —Él pasó una página del libro sin levantar la mirada.
Ella se acercó y tocó el brazo de Verti con una suave caricia diciendo: —El día y esta biblioteca no son los únicos lugares donde puedo complacerte.
—Ve a dormir.
Con el corazón apretado, ella no quiso insistir más para no molestarlo, ya que Kathrina sabía que él estaba molesto por lo sucedido en la cena. Así que dio un paso adelante, se inclinó hacia él y, dejando un beso suave en su mejilla, dijo:
—Entonces, buenas noches.
Sin esperar respuesta de él, ella se dio la vuelta y salió de la biblioteca, dejando solo a Verti, como al parecer, a él le gustaba estar.
—No creo que sea prudente que salgas a estas horas a tu sala privada, Dafert —dijo Irenia, acomodando las sábanas que cubrían su lecho.
Por su lado, Dafert se movía con cierta lentitud, dejando que la luz de las velas revelara las ojeras marcadas bajo sus ojos, la palidez de su piel y lo caído que se veía el párpado de su ojo ciego, revelando lo fatigado que estaba.
—Aún mi cuerpo posee mucha fuerza, esposa.
—Eso lo sé, pero es hora de descansar. —Ella lo miró con serenidad, mientras lo conducía hacia la cama.
—Solo quería escribir una nota para Valerio y hablar con Verti a solas.
—Eso puede esperar a mañana —respondió la reina frente a la cama, removiendo las correas del camisón de su esposo—. Los encargados no dudan de que aún posees fuerza y vigor en tu sangre, pero tu cuerpo te pide descansar. Ya hiciste mucho esfuerzo hoy al estar al tanto de los asuntos del consejo y la cena.
Mirándola con algo más que admiración, él suspiró derrotado, y se dejó guiar.
Con cuidado, la reina ayudó a Dafert a colocarse un suave camisón de tela fina y acomodó las almohadas tras su espalda para que estuviera cómodo.
—¿Para qué querías hablar con Verti? —preguntó, acomodando las mantas sobre él, asegurándose de que lo abrigaran mientras se sentaba junto a él en la cama.
—¿Acaso no lo notaste?
—¿Notar qué?
—Verti, al parecer no estuvo muy cómodo al final de la cena.
Irenia sonrió.
—Oh, sí, pero ya sabes cómo es tu hijo, jamás está conforme con nada. El gesto que tuvimos de celebrar el embarazo de su primer hijo fue con mucho cariño; no podía pretender que excluyéramos a Valerio.
—Pues creo que él esperaba más.
—Verti debe entender en qué posición está, Dafert. —Ella tomó un ungüento del buró—. En la familia Worwick siempre se les ha recalcado a los herederos su importancia para la corona y a los segundos y terceros hijos su servicio a ella.
—Mírame, Irenia. —Ella alzó los ojos hacia él—. ¿Alguna vez lamentaste nuestro matrimonio?
—Jamás.
—No me mientas.
—Dafert, no te estoy mintiendo. —Ella suspiró, dejando el ungüento a un lado—. Quizás, en algún momento, en mi más vigorosa juventud, tuve fantasías cursis en cuestiones del amor, pero madre me explicó lo importante que era este servicio a la corona y este privilegio dado por los dioses. Entonces dejé esos pensamientos vanos de lado y estuve lista para ser tu esposa. Nunca se me ocurrió huir o llorar por nuestro compromiso porque yo sabía qué tipo de hombre eras.
Dafert sonrió de medio labio, mientras el brillo de sus ojos se hacía más intenso al contemplar a Irenia.
—En algún momento en mi vida, padre me expresó su deseo de que Vilenia fuera mi esposa, pero yo ya había colocado mis ojos en ti.
Ambos se sonrieron con complicidad.
—Si quieres que sea sincera contigo, yo sabía que nuestra hermana siempre estuvo interesada en ti, pero madre procuró que padre me diera en matrimonio contigo, y creo que ella jamás me perdonó que lo aceptara sabiendo lo que sentía por ti.
—Eso no fue tu culpa.
—Lo sé, por eso jamás agaché mi cabeza y acepté con gusto ser tu esposa, y al final, madre tenía razón. Si te hubieras casado con Vilenia, no hubieras logrado tener un heredero.
—Es lamentable, pero tienes razón. —Dafert suspiró—. Es una pena que los dioses reclamaran el alma de Vilenia antes de engendrar a su primer hijo, e imaginándome un poco con lo que lidió ella en silencio, me pregunto si Verti también estará haciendo lo mismo.
—No debería. Él más que nadie sabe cómo son estas cosas. —Irenia puso un poco de ungüento en sus manos.
—¿No te has preguntado si tal vez pueda pensar que no lo queremos? —preguntó él, mientras su esposa pasaba el ungüento por su cabeza.
—Si eso es lo que piensa, no podemos hacer nada Dafert. Está más que claro que nuestro hijo es muy débil de carácter.
—Quizás sea así, por eso quería hablar con él.
—Te comprendo, pero primero está tu salud. —dijo levantándose de la cama para colocar el ungüento en la cómoda—. Ya tendrás tiempo para oír los lloros de tu hijo.
—¿Y si no tengo tiempo? —Irenia miró a Dafert, quedándose en silencio por un segundo—. La vida es efímera, y no sé si los dioses reclamen mi alma esta noche.
—Eso no pasará, Dafert.
—Es necio pensar que no, mujer.
—¡Dafert ya basta, por los dioses! —exclamó, caminando hacia la cama—. Comprendo tu preocupación, porque todo eso se debe a tus malestares, pero confío en los dioses que estarás bien —dijo ella con ligereza, tomando lugar en la cama junto a él.
—Escríbele a Valerio y dile que venga. Tengo cosas que hablar con él.
—Mañana le enviaré un cuervo a Turbios.
—Si llego a irme sin que Verti me escuche, por favor Irenia, habla con él y hazle saber que de alguna forma, él también es importante para nosotros, porque no sé si deseará escucharme.
Irenia le sonrió a Dafert y acariciando su mejilla, asintió. —Lo haré. Te lo prometo.
—Gracias, mi reina.
Dafert tomó la mano de Irenia entre las suyas con delicadeza y dejó un suave beso plasmado en su piel.
TURBIOS – PALACIO ESCANDINEVA
El sol de la mañana reposaba sobre el cielo de Turbios, siendo levemente opacado por la brisa fría que comenzaba a azotar el norte, mientras que en el interior del palacio se respiraba un ambiente cálido a pesar del implacable clima.
En la habitación matrimonial, el príncipe Valerio se encontraba sentado en la mesa del té a la luz de la opaca ventana, bajo el crepitar y el calor que emanaba de la chimenea. Él tomó un sorbo de su té, mientras veía a su esposa salir del cuarto de baño, ajustando el lazo de su vestido con un poco de prisa en sus movimientos.
—¿Necesitas ayuda?
—No, ya lo ajusté. —Ella sonrió, tomando lugar frente a él.
—Te ves hermosa —él me sonrió de vuelta, acariciando el mentón de Luna con sus dedos—. Me gusta cómo se ve ese vestido en color rosa, aunque sin él te ves más hermosa.
Valerio sonrió con malicia, mientras Luna no tardó en sonrojarse, entendiendo también la insinuación del rubio, y cuando quiso responder al halago de su esposo; el aroma de la comida inundó su olfato al inclinarse sobre la mesa, logrando que un nudo se formara en su estómago, y de repente las náuseas llegaron sin avisar.
Luna se levantó abruptamente de la mesa, huyendo de lo desagradable que resultaba para ella aquel olor de su plato favorito.
—¿Qué sucede? —Valerio se levantó de su lugar, preocupado.
—No puedo... No soporto ese olor.
Él volvió su mirada a la mesa y, sin dejar su actitud relajada, tomó el plato en sus manos y se lo acercó a Luna.
—¿Es esto lo que huele mal? —preguntó con sarcasmo, fingiendo confusión.
—¡No hagas eso, Valerio! —Luna retrocedió, molesta.
—Ya, mi amor, está bien. —Él sonrió divertido—. Ordenaré que se lo lleven.
Luna observó a Valerio con los ojos entrecerrados, viendo cómo él salía de la habitación y le pedía a un guardia que se llevara el plato y al regresar, él se acercó a ella para saber si aún sentía náuseas, siendo consciente de que estaba molesta.
—No te molestes, mi Luna —él la rodeó con su brazo—. Solo estaba bromeando.
Irritada, Luna se zafó de los brazos de él, empujándolo. —¡A veces eres insoportable!
Tras aquellas palabras cargadas de molestia, se produjo un silencio incómodo en la habitación, y Valerio, ahora más serio, se dio la vuelta para volver a la mesa, pero ella dio un paso hacia él, tomándolo del brazo.
—Valerio, lo siento. No quise decir eso... Solo que me siento un poco irritada, y estas náuseas...
—No, no, Luna, no te disculpes. Quien se disculpa soy yo, y si quieres que me vaya, yo...
—¡No! —Ella corrió hacia él, arrojándose a sus brazos—. No quiero que te vayas —dijo, alzando su mirada hacia él—. Quiero que te quedes conmigo.
Valerio sonrió de medio labio y, abrazando a su esposa, dijo:
—Está bien, mi amor. No me voy a ninguna parte.
—Sé que haces lo que haces para animarme a tu manera, pero a veces todo me fastidia y...
—Está bien, yo te entiendo. Y sí, a veces soy un poco insoportable.
Compartiendo una ligera sonrisa con Luna, Valerio la tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los de ella y la llevó junto a él a la mesa, la tomó con cuidado de la cintura sentándola sobre sus piernas, y con su brazo la rodeó con delicadeza.
—¿Quieres uvas? —preguntó él, inclinando su rostro hacia arriba con ligereza, mirándola.
Luna miró las uvas frescas en el plato de Valerio y, de repente, un fuerte antojo se apoderó de ella.
—Sí quiero.
Valerio tomó una de las uvas entre sus dedos, la acercó a los labios de Luna, y ella la mordió, disfrutando de la dulzura de aquella fruta, mientras él la observaba con una leve sonrisa.
—Quizás pronto volvamos a Southlandy —dijo él, viéndola saborear la fruta.
—¿Volveremos?
—Es lo más probable —comentó, tomando una uva para él—. He seguido recibiendo noticias de la débil salud de mi padre, y parece que quiere que me haga presente.
—¿Crees que el rey podría estar en riesgo de morir?
Valerio suspiró, acariciando suavemente la cintura y el vientre de Luna.
—No lo sé. Quizás sí, quizás no, pero el asunto es que, si él falta, el consejo quiere que yo tome su lugar en la mesa, porque al parecer mi madre no permite que Verti se haga cargo de esos asuntos en mi ausencia.
—Bueno, ese es tu lugar, ¿no? —dijo ella, dándole una uva a Valerio.
—Sí, sé que ese es mi lugar, pero si yo no estoy, lo más lógico es que Verti asuma el rol temporalmente.
—¿Aún confías en Verti? —Lo miró, extrañada.
—No, no confío en él, pero debo aceptar que Verti pertenece al consejo de mi padre y debe cumplir con su rol.
—¿Entonces no tienes ningún problema con volver a Southlandy?
Valerio miró a Luna a los ojos y dijo: —No. ¿Y tú?
—Sabes que por mí no hay problema. Si tenemos que volver, lo haremos. Pero sí quiero que tengas cuidado, ¿sí? Después de lo que pasó con ese Eslova, yo no confío en tu hermano y no quiero que te suceda nada.
—Tranquila, mi Luna —él sonrió con ligereza—. Trataré de mantener todo bajo control.
Luna inclinó su rostro hacia el de Valerio, dándole un beso suave en sus labios, y juntos se quedaron disfrutando de la calidez de la habitación.
SOUTHLANDY
Entrando por las puertas del castillo Worwick, Verti galopó sobre su equino hasta el patio de armas, donde bajó del lomo de Virna y, antes de entregarla para que la resguardaran en el establo, acarició su bella melena dorada.
Una vez se llevaron al equino, Verti tomó camino hacia el interior del castillo, cuando fue sorprendido por Sr Dorco, su espada jurada.
—Mi príncipe —dijo el guardia junto a una leve reverencia—. Me informaron que solicitó hablar conmigo.
—Sí —respondió Verti, mientras continuaba caminando con los brazos entrelazados en la espalda—. ¿Envió el comunicado que le pedí a la cabeza del consejo de Hillcaster?
—Sí, mi príncipe. Lo hice tal como ordenó.
Verti asintió.
—Perfecto. La estrategia debe cambiar, ya que es posible que Valerio vuelva pronto y debemos estar preparados.
—¿Desea gestionar algún ataque contra el príncipe en el camino de regreso?
—No —Verti lo miró—. No tengo intenciones de atacarlo en el camino. —él hizo una pausa, volviendo a fijar su vista a su alrededor—. Valerio debe llegar aquí, y sea lo que sea que ocurra con él y con su heredero, debe suceder aquí, en estas tierras.
El guardia asintió lentamente, comprendiendo las palabras del príncipe.
—Entendido, mi príncipe. Entonces me encargaré de estar al pendiente de cualquier respuesta del consejo de Hillcaster y estaré atento a sus órdenes.
—Hágalo. Esta vez no pueden haber contratiempos; no podemos darnos el lujo de fallar cuando llegue el momento. Ahora, retírese.
—Como ordene, mi príncipe. —El guardia se reverenció y se retiró en silencio, dejando al príncipe Verti seguir su camino solo hacia el interior del castillo.
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