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𝟐𝟓. 𝐍𝐎

Capítulo  25

SOUTHLANDY

El príncipe Verti caminaba por el pasillo del castillo que llevaba directo a los aposentos del rey y al acercarse, pudo darse cuenta instantáneamente de la agitación de la servidumbre.

Al llegar a las puertas de la habitación de los reyes, observó a su padre que yacía en la cama, con el rostro pálido, siendo atendido diligentemente por dos encargados, quienes mezclaban ungüentos y revisaban al rey con cuidado, mientras la reina estaba de pie frente a la cama con los ojos fijos en su esposo.

Verti avanzó unos pasos, llegando al lado de su madre, y con voz baja preguntó:

—Madre, ¿qué está sucediendo?

Irenia tomó a su hijo de la mano y lo guió hasta la puerta de la habitación para no hacer mucho ruido.

—Tu padre está mal, hijo. Los encargados están haciendo todo lo posible para ayudarlo y esperan que su pérdida de visión no sea grave.

—¿Cómo? ¿Padre no puede ver? —frunció el ceño.

—De un ojo. Me dijo que sólo veía sombras, y aún le duele la cabeza.

Antes de que Verti pudiera responder, el consejero del rey apareció frente a la puerta y, reverenciándose, interrumpió diciendo:

—Majestad. —Irenia lo miró—. El consejo ya se encuentra reunido en la sala y están a la espera de la llegada del rey.

Ella suspiró, manteniendo su mirada fría.

—Me temo que el rey no podrá asistir, lord.

—Yo puedo hacerlo, madre —intervino Verti—. De igual forma, debo asistir a esa reunión y sé lo que padre iba a exponer ante los miembros del consejo, así que yo me puedo encargar.

—No —respondió Irenia tajante, clavando su mirada fría en Verti, y prosiguió dirigiéndose al lord—. Mi esposo no irá, pero yo iré en su lugar.

—¡Madre, por los dioses!

—¡Yo soy la reina y soy la madre del reino! Así que, si mi esposo no puede cumplir en el consejo y su heredero no está, yo asistiré como servicio a la corona.

Verti e Irenia se quedaron mirando con gelidez, desvelando las tensiones entre madre e hijo, mientras que el lord se reverenció, alejándose.

—La problemática que se abordará en esa reunión es sobre la soberanía de Hillcaster y, con todo el respeto que se merece, madre, ¡usted no sabe nada sobre ese asunto!

—Es cierto que no sé nada sobre ese asunto, pero en esa reunión no se abordará ese tema.

—¡Sí se abordará! —insistió—. He estado trabajando en los ajustes que Valerio dejó en mi propuesta, buscando la mejor forma de mantener a raya ese consejo, y hoy se debatirá sobre ese tema.

—¿Acaso tu padre no te lo dijo?

—¿Qué?

—Él no tomará tu propuesta. La única propuesta que a tu padre y al consejo les interesa oír es la de Valerio, que es el heredero al trono y futuro rey de esta casa.

—¡Valerio decidió irse y dejar su responsabilidad atrás!

—¡No la ha dejado! Él sigue presente, aunque esté en Turbios, y ya no sigas buscando la forma de ocupar el lugar de tu hermano, Verti. Cuando tu hermano vuelva, tu padre hablará con él para que sea quien explique los ajustes de tu propuesta y quien imparta las medidas que se tomarán, así que deja de creer que puedes inmiscuirte en estos asuntos y quédate aquí a cuidar a tu padre mientras yo resuelvo esto.

—¡No lo haré! —gruñó.

—¡Quédate, te lo ordeno! ¡Se un buen hijo, haz algo de servicio por primera vez en tu vida y cuida a tu padre!

Irenia salió de la habitación, dejando a Verti en la puerta con la mandíbula apretada y su mirada llena de rabia, que se clavaba como dagas en la figura de su madre alejándose por el pasillo; reflejando en ella un resentimiento que parecía estar acumulándose con cada palabra y cada desaire a su persona.

Lentamente, Verti desvió sus ojos hacia su padre, mirándolo de la misma forma hostil y airada que, para este punto, ya no estaba dispuesto a reprimir.

TURBIOS - PALACIO ESCANDINEVA

Con el sol en su máximo esplendor cubriendo el cielo de Turbios, el príncipe Valerio se preparaba, tomando posición para continuar con su rutina de entrenamiento diario. El sonido de las flechas cortando el aire se repetía una y otra vez, dando en el blanco sin fallar.

Al disparar su última flecha, uno de los soldados retiró el carcaj vacío de su espalda, y él aprovechó para ajustar los hilos de los guantes de cuero reforzados que llevaba puestos y para tensar los brazaletes de cuero que rodeaban sus muñecas, para evitar lesiones.

La brisa fría comenzó a soplar con más fuerza, aunque el sol estuviera en su punto más alto, y en medio de aquel clima cambiante, Valerio recibió un carcaj dotado de más flechas y continuó con su entrenamiento.

Dentro del palacio, Luna yacía frente al espejo de sus aposentos, ajustando el lazo blanco que rodeaba la cintura de la falda de su vestido azul, mientras la señorita Helen terminaba de peinar su cabello.

—¿Estás segura de que no vas a comer más, mi niña?

—Sí, nana. No tengo hambre.

—¿Por qué no quisiste comer?

Luna se giró, mirándola con una sonrisa.

—Sí desayuné, nana. Sólo que mi plato no me apeteció hoy.

—Pero si es tu favorito —dijo extrañada—. Si no comiste tu plato, entonces ¿qué desayunaste?

—Valerio me dio de su plato. Sé que me sirvieron mi postre favorito, pero simplemente, cuando lo olí, lo aborrecí y se me antojó lo que él tenía en su plato y  ya sabes cómo es —Luna sonrió, colocándose unos pendientes aperlados—. Cada vez que quiero algo, él me lo da.

—Mi niña, no es normal que aborrezcas la comida. ¿Estás segura de que te sientes bien? Últimamente te he visto de mal color.

—Nana, yo estoy bien, ¿sí? Eso no me pasa a diario. Mejor vamos —Luna se dirigió a la puerta—. Acompáñame al patio de armas; quiero ver a Valerio entrenando.

La señorita Helen observó en silencio a Luna, sabiendo que algo no estaba bien, pero no insistió y con prisa por parte de Luna; ambas salieron de la habitación y tomaron camino hacia el patio de armas, donde el príncipe yacía entrenando.

Afuera, la brisa continuaba haciéndose más fuerte, mientras Valerio seguía disparando sus flechas, pero de un momento a otro; el sonido de las puertas del palacio abriéndose interrumpió la tranquilidad del patio, mientras las ruedas de una carroza crujían sobre el suelo arenoso.

Intrigado, Valerio observó la carroza, buscando el estandarte que colgaba de esta, pero al no haber ningún banderín a la vista, los guardias  detuvieron el vehículo y lo rodearon. Valerio dejó el arco a un lado, frunciendo el ceño al no entender de quién se trataba, hasta que las puertas del vehículo se abrieron con un suave chirrido, y de ella descendió una figura conocida que hizo que el corazón de Valerio latiera más rápido de lo que debía.

En medio del viento que ondeaba su cabello oscuro, la princesa Venus Blackroses bajó de la carroza, encontrando su mirada con la del rubio a la distancia, pero la emoción le ganó, y Venus caminó con prisa hacia él, lanzándose a sus brazos.

—Creí que no iba a volver a verte —susurró ella, con los ojos cerrados, sumida en ese abrazo, pero él no parecía estar igual de emocionado que ella y, al no saber cómo reaccionar, simplemente no la abrazó como ella esperaba.

Al no recibir el mismo gesto, Venus se separó de él y buscó su mirada, pensando que quizás todo había sido muy repentino para él.

—¿Acaso no te agrada verme de nuevo, mi príncipe arquero? —preguntó con picardía.

—Eh, sí… sí, claro —respondió casi sin palabras, revelando lo contrariado que estaba, preguntándose qué hacía ella ahí. Pero antes de que pudiera decir algo más, Valerio optó por ser cortés y, dejando el Carcaj de lado, dijo—: Pasa, por favor —le señaló el camino que conducía al pasillo principal—. Un guardia te guiará a mi sala privada.

Valerio le hizo señas a uno de los guardias que rodeaba la carroza, indicándole que condujera a Venus al interior del palacio y el hombre obedeció, mientras que el Worwick se quedó por un momento cerca de la armería, sabiendo que, si no manejaba adecuadamente esa visita, podría tener problemas, y con un último vistazo al jardín, Valerio se dirigió hacia la sala privada para tratar de salir de esa situación lo antes posible.

Luna avanzaba con entusiasmo por el pasillo del palacio junto a su nana Helen, mientras ambas hablaban sobre lo frío que se sentía el día y sobre la brisa que se filtraba por las ventanas cuando, al doblar una esquina, ambas se tropezaron con Lord Jensen, quien al parecer se dirigía a los aposentos del matrimonio.

—Mi señora. —El hombre se reverenció.

—Lord Whitemount —Luna sonrió con amabilidad—. ¿Sabe si el príncipe Valerio aún se encuentra entrenando?

—No, mi señora. El príncipe Valerio se encuentra en este momento en la sala privada, recibiendo una visita.

—¿Visita? —Ella frunció el ceño—. ¿Qué visita?

—No es nada importante, mi lady. Tan pronto el príncipe Valerio despache al visitante, volverá a su entrenamiento.

—Entonces no debe ser nada importante —dijo, moviendo su paso—. Iré a la sala privada.

Siendo tremendamente leal al servicio que le rendía al príncipe y a Lady Helfort, Lord Jensen decidió decir la verdad.

—Se trata de la princesa Venus Blackroses, mi señora.

Al escuchar ese nombre, Luna se congeló de golpe, mostrando aún más la palidez de su rostro, el cual se tensó mientras un sentimiento de molestia e inseguridad la invadía. Sin avisar, su cuerpo se tambaleó, dando un paso hacia atrás a punto de desvanecerse, pero al reaccionar de inmediato, el apoyo de Lord Jensen lo impidió.

—¡Mi lady! —exclamó el lord, preocupado, mientras la sostenía con fuerza.

—¿Te encuentras bien, mi niña? —Helen agarró la mano de Luna, sintiendo cómo esta temblaba.

Luna cerró por un momento los ojos, tratando de retomar la postura, pero su rostro preocupado seguía marcando su semblante y buscando estabilidad, ella respiró profundo; abriendo sus ojos.

—Estoy bien, sólo fue la impresión por… ¿qué hace esa mujer aquí, lord?

El lord, consciente de la situación y la delicadeza del momento, se inclinó ligeramente y, con respeto, contestó:

—No estoy muy seguro de los detalles, mi señora, pero el príncipe no esperaba esa visita y  me dejó en claro que no piensa tenerla mucho tiempo aquí, así que me pidió estar al pendiente para que mande de regreso a la princesa junto a unos guardias al puerto.

Con rabia, Luna apretó los puños, mientras su mente comenzaba a llenarse de dudas y preocupaciones que ya no estaba dispuesta a tolerar. Sintiendo cómo los celos se apoderaban de su cuerpo al ser consciente de lo importante que fue ella para él, Luna decidió ponerle fin a ese miedo de una vez por todas, sabiendo exactamente lo que debía hacer.

—Iré a la sala privada. —Luna alisó su vestido.

—Mi niña, pero…

—Nana, necesito ponerle fin a mi situación con esa mujer o de lo contrario, jamás voy a estar tranquila cada vez que se mencione su nombre.

—Mi señora, le sugiero que espere a que el príncipe termine de hablar con la princesa para evitar algún disgusto a su persona.

—No se preocupe por ello, Lord Whitemount, yo sabré manejarlo.

Dichas esas palabras, Luna tomó camino por el pasillo, dirigiéndose a la sala privada para acabar con el fantasma de Venus Blackroses de una vez por todas.

Valerio ingresó a su sala privada en completo silencio, y al intentar cerrar la puerta vio a Venus observando el lomo de los libros que yacían en el librero, y prefiriendo no dar pie a ningún tipo de habladurías, decidió dejar la puerta abierta, ya que para Valerio, era innecesario hablar en privado con ella.

—Venus.

Se escuchó la voz de Valerio en la sala, y Venus giró su rostro al escucharlo. El rostro de ella se iluminó al verlo de nuevo, y con prisa se precipitó a abrazarlo, arrojándose de nuevo sobre sus brazos.

—¡Valerio! —susurró emocionada, sujetándolo contra ella—. Qué dicha verte de nuevo, mi príncipe arquero.

Contrariado por el gesto, Valerio se sintió incómodo ante el tacto de Venus y sin ánimos de darle vuelo, deslizó sus manos hacia los hombros de ella y con cuidado la apartó, sin brusquedad.

—Venus… ¿Qué estás haciendo aquí? —Valerio colocó sus guantes de entrenamiento sobre el escritorio.

—No quería importunarte, mi amor —ella retrocedió al notar la reacción distante de Valerio—. Sé que no te esperabas esta visita por lo que pasó, pero tampoco podía quedarme así, sin verte, sin saber de ti.

—¿Saber de mí? No lo entiendo. No hay nada que tengas que saber de mí.

—Claro que sí, Valerio.

—Venus, yo me casé. Me casé con una hermosa lady.

—Lo sé —dijo Venus, acercándose a él, mientras afuera Luna llegó a las puertas de la sala, pero al oírlos hablar, prefirió escuchar—. Sé que te casaste por obligación, y me dolió tanto saber que otra mujer estaba ocupando mi lugar.

—¿De qué hablas? —Él sonrió con ironía—. Venus, tú así lo quisiste.

Venus frunció el ceño.

—¡No, Valerio! ¿Cómo puedes pensar que yo iba a querer que el hombre que adoro con todo mi corazón esté con otra mujer?

—¿Adorar? ¡Ja! Venus, no sé de dónde sacas todas estas cosas, pero que yo sepa tú jamás me quisiste y tu único interés fue la alianza de la que tu familia podría salir beneficiada, y no lo niegues.

—¿De qué hablas?

—Venus, yo leí tu carta, y me dejaste muy en claro tu posición con respecto a lo que teníamos.

—¡Valerio, para! ¿De qué carta estás hablando?

La mirada incrédula de Valerio se posó sobre Venus.

—Tú me enviaste una carta donde me hiciste saber que estabas de acuerdo con las exigencias de tu padre. Me llamaste cobarde por no rebelarme ante mi padre para que el trono de mi casa terminara en manos de tu familia, y me aclaraste que buscarías a alguien que sí te valorara; según tus palabras, un verdadero hombre que diera la cara por ti.

—¡Yo jamás dije eso, Valerio!

A Luna se le comenzaron a empañar los ojos al considerar la posibilidad de que en realidad, ella jamás lo había rechazado.

—¿Entonces me lo inventé?

—¡Valerio, yo jamás envié ninguna carta! —exclamó con desespero—. A mí me informaron que tus padres descartaron el compromiso al no aceptar nuestra ayuda. Mi señor padre me dijo que no quería casarme con alguien que no viera por mí ni por mis intereses, así que me dijo que volvería a entablar una conversación con tu padre, me enviaron a Dersia junto a Leukes, y acepté porque se suponía que sólo sería un tiempo hasta que el compromiso se retomara.

—Eso no es cierto —negó él con la cabeza, pasando su mano por la nuca.

—¡Valerio, a mí me llegó el comunicado de que te habías casado con una mujer hija de cualquier lord de otro reino!

—Su nombre es Lady Helfort —le corrigió, señalándola con el dedo índice—. Y es la futura reina de la casa Worwick.

—¡Está ocupando mi lugar, Valerio! —exclamó molesta—. Te juro por tus dioses que yo jamás envié esa carta. No sabes el dolor que sentí cuando me enteré que te habías casado, por eso Leukes volvió de Dersia; se suponía que él llegaría a Roseskings y pediría información a mi padre sobre lo que había sucedido con los tuyos, pero al llegar a este puerto se dio cuenta de que estabas aquí.

—¿Entonces fue él quien te lo dijo?

—¡Sí, me lo dijo! Por eso estoy aquí. —Ella se acercó a él, aferrándose a sus brazos con desesperación, buscando su mirada—. Si hubiera sabido que tenías tiempo aquí, yo habría venido antes, y te pido perdón por no haberlo hecho, ¡pero ya estoy aquí!

—¿Qué estás insinuando?

—Me voy a quedar, Valerio.

Luna tapó su boca mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

—No, no puedes hacer eso.

—Sí puedo, y ya está decidido. No me importa perder mi título ni los reclamos de mi padre. No pienso perderte esta vez.

—Venus, ya.

—Valerio…

—¡Ya! —El grito de Valerio frenó a la mujer, dejándola helada—. ¿Acaso Leukes no te lo dijo? ¿Él no te dijo que yo estoy aquí con mi esposa?

—Valerio, eso no importa…

—¡Pues a mí sí me importa! —Él la miró con desconcierto—. No sé cómo se tomó Leukes lo que le dije, pero mi decisión ya está tomada.

—¡No tienes que aguantar nada de eso, Valerio! Tu matrimonio fue por obligación. Sólo dile a ella que se vaya y ya.

—¡Estoy enamorado de Luna, Venus!

Los reclamos de Venus se frenaron en seco, y su mirada herida se empañó ante aquellas palabras que ella no esperaba oír.

—No puedes…

—Sí, sí puedo, y lo estoy.

—Entonces jamás me amaste como dijiste.

—Yo te quise, Venus. Y te quise mucho. Pero a ella la amo, y es la mujer con la que quiero estar. Así que pierdes tu tiempo aquí.

Venus tomó la mano de Valerio buscando su tacto, pero él se soltó de ella marcando los límites.

—No lo hagas —dijo él, apartándose y después de un suspiro, observó a Venus derramar lágrimas delante de él y añadió—: Yo lamento todo esto, ¿sí? Si esa carta fue falsa y a ti también te mintieron, yo sé lo que se siente; a mí también me dolió. Pero continué con mi vida, y tú deberías hacer lo mismo.

—Entonces te tocó conformarte con ella.

—No, no me conformé con nadie. Simplemente me comenzó a gustar mi esposa hasta que me enamoré de ella, así que espero que lo entiendas, por favor. Le pediré a unos guardias que te lleven al puerto, es lo mejor.

Valerio se giró con calma para recoger sus guantes de entrenamiento del escritorio, pero en ese preciso instante, Luna irrumpió en la sala y sus ojos captaron algo que le heló la sangre. Ella vio a Venus tomar con prisa un estilete afilado del escritorio y empuñarlo con su mano, lista para hundírselo en la espalda a Valerio, pero Luna corrió hacia ella y la empujó con fuerza, desviando el ataque.

El estruendo del impacto resonó en la sala, y Valerio, alarmado, se volvió de inmediato, encontrándose con su esposa de pie entre él y Venus quien estaba a un lado, frente a ellos.

—¡Luna! ¿Qué pasa aquí?

—Quiso clavarte el estilete en la espalda, Valerio.

Valerio fijó su mirada en Venus, viendo el estilete en su mano, y con la paciencia al límite, se acercó a ella, le arrebató el objeto de la mano y la tomó con fuerza del brazo, llevándola hasta la puerta de la sala.

—¡Suéltame, Valerio!

—Has ido demasiado lejos, Venus. —Valerio le hizo señas a unos guardias que estaban en la esquina del pasillo, y estos se acercaron con prisa.

—¡Que me sueltes! —gritó ella, zafándose.

—Príncipe. —El guardia se reverenció.

—Monten a la princesa Blackroses en su carroza y den la orden de que unos guardias la custodien hasta el puerto, donde procuren que se embarque en su flota de vuelta a su casa.

—Como ordene, majestad.

—Leukes me lo advirtió, pero yo por estar empeñada en venir por ti, no le creí. ¡Eres un hombre obsesionado con una estúpida devoción por ella, y mira cómo te conformas con tan poco!

—¡Si de verdad me hubiera conformado con poco, me hubiera quedado contigo!

La mirada herida de Venus derramó un par de lágrimas al oír aquellas palabras del príncipe que alguna vez fue suyo.

—Espero que no te arrepientas de esto.

—Vete, Venus. Vete y no me busques más.

Los guardias intentaron tomar a Venus de los brazos, pero ella no permitió que nadie la tocara y  con la mirada en alto, la Blackroses miró por última vez a Valerio y se giró para irse del palacio, mientras era seguida por los guardias.

Tomando un poco de aire, Valerio se acercó a la sala y entró en ella, cerrando la puerta con un golpe seco. El rubio se giró, encontrando a Luna recostada contra el escritorio y se acercó a ella, notando lo agitada que estaba.

—¿Mi amor, estás bien?

Él tomó el rostro de ella entre sus manos para verla mejor, pero antes de que Luna pudiera responder, se desplomó, quedando inconsciente en los brazos de Valerio.

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