𝟐𝟒. 𝐌𝐈 𝐕𝐀𝐋𝐄𝐑𝐈𝐎
Capítulo 24
LUNA
Aún no había amanecido cuando desperté. La ligera brisa que se filtraba por la ventana, más la tenue luz de la luna, me hicieron volver en sí en medio de la silenciosa madrugada.
Mis ojos recorrieron la habitación, mientras mi mente me dejaba recordar vivas imágenes de lo que había pasado la noche anterior y cómo Valerio y yo, al fin hicimos el amor hasta más no poder, que no supe ni en qué momento, después de ese clímax que me hizo alcanzar, me quedé dormida y entonces sentí un ligero calor en mi zona al recordar todo lo que me hizo, como si esa parte de mí tuviera memoria.
Mis ojos se deslizaron por toda la habitación hasta llegar a él, y lo vi acostado en la cama dormido, percibiendo su respiración apacible. Sonreí, me incorporé y me senté en la cama sintiendo un ligero dolor en mis muslos, pero continué moviéndome con cuidado para no despertarlo; bajé de la cama envolviéndome en una de las sábanas y con cuidado, me acerqué a la ventana.
El cielo comenzaba a aclararse, anunciando la llegada de un nuevo día, y por un momento sentí paz. Yo jamás pensé experimentar esta cantidad de emociones por una persona porque, debo admitir que nunca pensé que hacer el amor con él pudiera sentirse tan intenso. Las caricias de Valerio aún parecían vivas en mi piel; junto con su fuerza, su entrega, y su misma delicadeza conmigo, me haciéndome comprender en ese momento que yo estaba enamorada de mi esposo.
A mi mente llegaron los recuerdos de todo lo que él y yo habíamos vivido, y recordé el día en que lo vi por primera vez. Jamás había tenido la oportunidad de tenerlo frente a mí, y debo admitir que me sonrojó su galanura y su porte encantador, pero pronto su antipatía salió a relucir junto al rechazo que sentía por mí, y a pesar de que no deseaba ser su esposa, aunque fuera el mejor hombre del mundo en ese momento, ahora lo veo todo con más claridad y no sé cómo pude haber renegado de este matrimonio, sin saber que debajo de esa coraza que usaba de príncipe altivo había un hombre capaz de hacerme sentir viva, deseada y amada.
El recuerdo de su toque me arrancó un suspiro, y aquella sensación de hormigueo en el estómago aumentó al revivir en mis pensamientos cómo él había explorado mi cuerpo a centímetro. Yo no entendía lo que era entregarse por completo hasta que él me hizo suya, y ahí me descubrí deseándolo tanto como él me deseaba a mí.
—¿Luna?
Escuché su voz entrecortada, la cual me sacó de mis pensamientos y volteé en su dirección, aún envuelta en las sábanas, encontrándolo con su mirada sobre mí.
—¿Qué haces despierta? Aún no ha amanecido —preguntó con un tono adormilado, extendiendo una mano hacia mí.
—Desperté y quise ver el amanecer —dije en un tono suave.
—Ven aquí.
Él señaló el lado vacío de la cama e, incapaz de contener la sonrisa que se formó en mis labios, solté la sábana, quedando completamente desnuda, y así me dirigí hacia él. Al llegar a la cama, sus brazos se extendieron, invitándome a su lado, y yo me sumergí en la calidez de sus brazos, sintiendo como si perteneciera a ese lugar desde siempre.
Al tenerme a su lado, él deslizó una mano por mi espalda desnuda, acariciando mi figura con la yema de sus dedos como si disfrutara de la suavidad de mi piel, y tras darme un beso en la coronilla de mi cabeza, preguntó:
—¿Tuviste alguna pesadilla?
—No, no tuve ninguna pesadilla, solo desperté de la nada y quise ver el cielo.
Él sonrió.
—¿Estás bien? —me preguntó con cierta preocupación, refiriéndose a mi primera vez.
—Sí, estoy bien —le aseguré, buscando esos ojos grises que tanto me habían intimidado al principio y que ahora eran mi refugio. Muchas sensaciones comenzaron a arremolinarse en mi interior al perderme en su mirada, y antes de poder evitarlo, lo besé de nuevo.
Aquel beso suave y profundo me arrastró aún más hacia él, avivando mi deseo, y comencé a pensar cómo decirle lo que quería, pero cuando nos separamos, él me regaló esa sonrisa traviesa que solía tener y sin previo aviso, se giró quedando boca abajo, apoyando su rostro en la almohada como si estuviera escondiéndose de mí, y ahí supe que estaba jugando.
Pareciéndome muy divertido e íntimo el momento, con cuidado me subí sobre su espalda, pegando mi cuerpo a su piel desnuda, mientras me inclinaba para besarla sintiendo su calidez. Mis labios trazaron un ligero camino por sus hombros, bajando lentamente hasta la curva de su espalda, mientras sentía cómo sus músculos bajo mi toque se relajaban con cada beso.
Él dejó escapar un suspiro profundo, y al volver a subir hasta llegar a su cuello, sentí cómo sus vellos se erizaban ante mi tacto.
—Quiero pedir disculpas por la forma en la que te reclamé tu ausencia anoche —dije, hundiendo con ligereza mi barbilla en su hombro, sintiendo el calor de su piel bajo mis labios.
Él soltó una leve risa, tomando mi pequeña mano entre la suya.
—Está bien. No te preocupes —dijo con esa calma que también solía tener tras ese carácter autoritario, lo que me hizo sentir ridícula por mi arranque de celos—. Aunque debo admitir que te ves hermosa cuando estás celosa, incluso si a veces me sacas de quicio.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro sin que pudiera evitarlo y, sintiéndome dichosa, apoyé mi mejilla en su espalda, permitiéndome disfrutar del momento, y después de unos segundos de silencio, mi curiosidad me empujó a hablar:
—¿Qué vino a hacer ese príncipe Blackroses a Escandineva?
—Leukes Blackroses llegó al puerto después de días de estar en su flota, que viene desde Dersia y atracó en el muelle para descansar y reabastecerse antes de continuar. —Mientras lo escuchaba, mi mirada comenzó a vagar por los lunares y las discretas pecas que decoraban su espalda—. Al ver la flota Worwick en el puerto, indagó con los marineros para saber quien estaba aquí y ellos le dijeron que el futuro rey estaba en el palacio; por eso llegó hasta aquí sin avisar, así que solo nos saludamos, compartimos un par de palabras y después fuimos al puerto.
—Es increíble que aún se lleven bien después de la ruptura de alianzas de tu casa con la de ellos.
—Conozco a Leukes desde antes de que se forjara ese compromiso. En algún momento fue considerado para ocupar el trono de huesos, pero él lo rechazó y, según lo que oí, el rey Carcass no estaba muy convencido de dejarle el trono por tener un pensamiento muy liberal. Así que ahora buscan un buen candidato para la hija mayor del rey que pueda dar un heredero antes de que el rey muera.
—¿Es ella, no es así?
—Sí. Y hablando de tronos y herederos, quería decirte que volví a soñar.
—¿Qué soñaste? —pregunté, frunciendo el ceño con curiosidad.
—El sueño que tuve esa noche en que me lastimé el brazo ha vuelto en mis descansos una y otra vez de diferentes maneras. Aunque sé lo que significa, parece que algo se me está escapando o no logro entender del todo.
—¿No crees que es extraño?
—Sí, lo es. Durante todas las generaciones de la casa Worwick, nuestros dioses se comunican con nosotros a través de sueños e incluso nos permiten ver cosas en completa lucidez, y tengo entendido que este tipo de revelaciones no desaparecen hasta que se comprende bien a qué se refieren.
—Entonces no has entendido bien a qué se refiere.
—Quizás me falta algo más —dijo, girando ligeramente su cabeza hacia mí y colocándose boca arriba—. Hay una profecía dictada por el rey Aiseen sobre un conquistador igual a él, pero que no era él, y que este conquistador le devolverá Northlandy a la casa Worwick, y en mi primer sueño lo vi. Él se acercó a mí y me llamó padre, y dijo que yo le daría la vida.
Mi ceño se frunció aún más mientras intentaba entender sus palabras.
—¿Cómo? ¿Nuestro hijo será el conquistador prometido? —pregunté, tratando de procesar lo que acababa de decir.
Él suspiró, como si esa idea también lo inquietara.
—No lo sé. Todo es muy confuso y mis sueños no es que sean muy claros; a veces parecen advertencias y, otras veces, simples ilusiones demasiado desquiciadas, si te soy sincero. Hace poco tuve otro sueño.
—¿Quieres contarme? —insistí, sabiendo lo importante que era esto para él, y él prosiguió.
—Jamás había visto algo igual. Él era un Worwick de casta dorada, sentado en el trono blanco, portando la corona del rey Aiseen el Conquistador; en sus manos tenía a Hoja Blanca y, sobre su hombro, reposaba la capa blanca de los reyes de casta blanca. ¿Sabes lo que eso significa? Si mi padre lo oyera, perdería la cabeza de lo inconcebible que es para él pensar que un Worwick de casta dorada sea capaz de portar el emblema guerrero de un Worwick de casta blanca.
—¿Y no has pensado que ese podrías ser tú? —aventuré, aunque la idea parecía tan lejana como imposible, y él me lo dejó saber con tan solo una irónica risa de su parte.
—No creo que ese hombre sea yo, mi amor. Mi padre me negó la oportunidad de ser un militante y, cuando suba al trono, portaré el emblema tradicional de los Worwick de casta dorada. Así que ese hombre que vi podría ser cualquiera, o nadie.
—Pues pienso que deberías retomar la arquería —dije sin filtros apoyándome contra su pecho, mientras él se giraba en la cama para quedar completamente frente a mí.
—¿Qué dices? Mi Luna, sabes que mi padre me prohibió practicarlo.
—Valerio, eso no importa. —Me senté en la cama y él hizo lo mismo, quedando frente a mí—. No necesitas la aprobación de tu padre para ser un guerrero porque ya lo eres. Yo te vi peleando con esos Eslovas, y la herida que sufriste fue consecuencia de tu lucha contra esos hombres, herido como estabas asesinaste a su líder y escuché a lord Jensen hablar de cómo el comandante de Escandineva describía tu valentía y osadía dirigiendo la guardia; tomando la iniciativa, y te admiré profundamente. —Lo miré sonrojada—. No importa qué diga tu padre, tú puedes ser la excepción, y no quisiera que perdieras eso que te hace único y especial.
Él ladeó la cabeza, dejando escapar un brillo intenso en sus ojos mientras contemplaba mis palabras, y agregué:
—Siempre se pueden sacar cosas buenas de cualquier situación que parece mala.
—¿Cómo? —preguntó con genuino interés, como si mi opinión importara.
Sonreí y llevé mi mano a su rostro, acariciando su mejilla.
—Aprovecha que estamos aquí, lejos de su mirada y entrena como solías hacerlo. Vuelve a ser tú mismo y haz lo que te apasiona. Cuando seas rey no va a importar si él te dio o no el título que necesitabas; si lo deseas puedes conviértete en el rey arquero de casta dorada de la casa Worwick.
Sin apartar su mirada llena de fascinación de la mía, susurró:
—Te adoro, mi Luna.
Ese susurro, envuelto en una sonrisa, fue como una caricia para mi corazón, y antes de que pudiera responder, él acercó mi rostro al suyo y sus labios tomaron los míos en un beso lleno de amor y deseo.
Poco a poco, sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo con ternura, sin dejar aquel beso profundo que estaba encendiendo mi interior y que al parecer también encendió el suyo. Sin esperarlo, él me subió a sus piernas con suavidad y me acomodó, quedando a horcajadas sobre él, sintiendo cómo sus manos se deslizaban sobre mis glúteos, mientras aquel beso se intensificaba aún más.
Sin necesidad de pedirle que me volviera a subir al cielo, él me sujetó con fuerza, y un gemido profundo salió de mi interior al sentir cómo de nuevo, él encajaba perfectamente dentro de mí y así mismo, comenzó a guiar mis movimientos, sintiendo cómo el placer me invadía con cada estocada, mientras que el amanecer comenzaba a filtrarse por la ventana llenando la habitación con su tenue luz y entre besos, susurros y miradas llenas de deseo; volvimos a hacer el amor dejando que nuestros sentimientos se avivaran y que esa conexión profunda y sincera sellara nuestra unión una vez más.
SOUTHLANDY
UN MES DESPUÉS
El cálido amanecer del sur de Nordhia, que cubría el cielo de Southlandy, comenzó a filtrarse a través de las grandes ventanas que rodeaban el castillo Worwick, acompañado por el canto de los pájaros que se regodeaban en el jardín, y mientras tanto, la suave brisa que comenzaba a soplar ondeaba las cortinas de los aposentos del rey.
Dafert comenzó a removerse en la cama, despertando de lo que debió ser un grato descanso, pero al incorporarse aún con los ojos cerrados, un fuerte punzón en su cabeza lo estremeció e instintivamente, él llevó las manos a su rostro, sintiendo incomodidad, y al abrir lentamente los ojos, una extraña molestia visual lo sorprendió.
El rey frunció el ceño y comenzó a parpadear varias veces con insistencia, pero algo no estaba bien, ya que todo a su izquierda parecía estar cubierto por una oscura sombra.
—¿Qué? —murmuró, mientras su respiración comenzó a acelerarse, y sin dudarlo, él llevó una mano a su rostro, frotándose el ojo, pero el pánico empezó a invadirle al darse cuenta de que la sombra no desaparecía—. ¡Irenia! —exclamó, levantándose de la cama.
En ese instante, la reina salió del cuarto de baño al oír los gritos de Dafert, encontrando a su esposo desesperado, apoyado sobre la cómoda.
—¿Qué sucede, Dafert? —preguntó ella, preocupada ante su grito.
—Todo está en sombras de este lado —él señaló su ojo izquierdo, completamente alterado, y agregó—: No puedo ver, Irenia.
“para los lectores que se leyeron CENIZAS COLOR PLATA. El sueño que Valerio comenta con Luna donde vio a un Worwick de casta dorada sentado en el trono portando los emblemas, la capa blanca a Hoja Blanca y la corona del rey Aiseen; se está refiriendo directamente a Vermilion II. Ya que a Valerio se le reveló en un sueño la existencia de un Worwick que lograría lo que Valerio y otros Worwick de casta dorada vieron como imposible en sus tiempos”
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