
𝟐𝟑. 𝐌𝐈 𝐋𝐔𝐙 𝐃𝐄 𝐋𝐔𝐍𝐀
Capítulo 23
Tras ser anunciado sobre una visita inesperada de un reino vecino, Valerio llegó a la sala privada y antes de entrar, se encontró con Lord Jensen, quien se reverenció ante él diciendo:
—Mi príncipe.
—¿Quién me vino a quitar la paz, Lord Whitemount?
—Es de la casa Blackroses, alteza.
Valerio frunció el ceño al oír aquel apellido que le llevó a la mente el nombre de su ex prometida, Venus y al estar frente a la puerta, Valerio dijo:
—Gracias, lord.
Al entrar en la sala, sus ojos se fijaron en una figura de espaldas a la puerta, contemplando la vista por el enorme ventanal, y Valerio pudo observar un cabello negro azabache cayendo como un velo brillante sobre los hombros de aquella persona que lo esperaba en la soledad de la sala privada del palacio.
—¿Leukes Blackroses?
El príncipe de la casa Blackroses se giró, dejando consigo el rastro del movimiento de su capa oscura, fijando su vista junto a una ligera sonrisa en Valerio.
—¡Valerio Worwick!
Valerio se acercó al príncipe y ambos se saludaron con cordialidad en un apretón de manos.
—Bienvenido a Turbios, príncipe.
—Gracias por la amabilidad. Tus guardias y soldados casi no me permiten ingresar.
—Descuida, el ambiente ha estado tenso y peligroso por estos lados. Hace poco sufrimos un ataque pirata y bueno, no estoy solo aquí; mi esposa me acompaña y debo protegerla por encima de lo que sea.
—¡Oh, vaya! Ese mismo tipo de devoción decías profesar por Venus —sonrió con ironía.
—Lo hice cuando estaba en mis manos desposarla, pero ella no es mi esposa, sino Lady Helfort, y siempre le daré el lugar que le corresponde. Por favor, toma asiento —habló Valerio, señalándole una silla frente a su escritorio, mientras él tomaba lugar en su silla.
—Siempre he estado fascinado e intrigado por esa devoción de los Worwick ante sus esposas y mujeres; son capaces de hacer el mundo arder por ellas.
—Por eso no cualquiera puede ser un Worwick —Valerio sonrió con osadía—. Pero cuéntame, Leukes, ¿qué te trae estas tierras? —preguntó Valerio con un tono de voz más relajado.
—Hace unas semanas me dispuse a cruzar el mar de Almas, después de hacer una breve visita al reino de Korvika en Dersia y bueno, como nuestras familias no han perdido sus lazos de honor y hospitalidad, a pesar de la alianza fallida entre mi prima y tú; pensé que sería buena idea pedirle a mi tripulación que descansara en el puerto de Turbios, así que cuando llegué, me di cuenta de que la flota Worwick estaba atracada en el muelle. Pregunté entre los marineros quién estaba en Escandineva, y me dijeron que el heredero al trono.
Valerio sonrió con ligereza.
—Espero que tus hombres logren descansar lo suficiente. Si quieres, puedo darte hospitalidad por esta noche.
—No, no, Valerio, no es necesario; Roseskings no está lejos de aquí. Así que solo ordené que el reposo fuera por un par de horas, pero te agradezco tal atención, arquero.
—Con gusto, Leukes.
—Creo que llegó el momento de volver al puerto —el príncipe se levantó, seguido por Valerio—. No es mi deseo importunar más de lo debido.
—Te acompaño al puerto. Tengo una visita a ese lugar; necesito indagar en algunas cosas.
Ambos salieron de la sala y, de inmediato, los guardias de la casa Worwick comenzaron a seguir a los príncipes.
—Tienes una guardia muy reforzada —dijo Leukes, observando a los guardias a sus espaldas mientras salían hacia el jardín.
—Después del ataque que sufrió Escandineva, no podía quedarme de brazos cruzados. Como dije, no solo debo velar por la seguridad de las personas que viven en este palacio a mi servicio, también debo velar por la seguridad de mi esposa.
Ambos llegaron al patio del palacio.
—¿No vas a preguntar por ella? —dijo Leukes, preparándose para subir a su carroza, mirando fijamente al Worwick.
Valerio se subió a su equino y, ajustando las correas, dijo:
—Solo pregunto lo que me interesa.
El rubio jaló las riendas del caballo y este comenzó a galopar, saliendo del palacio, al tiempo que Leukes entró en la carroza, la cual emprendió camino siguiendo al arquero.
Sentada en un sillón junto a la ventana, Luna parecía inquieta, mirando con insistencia hacia la puerta, como si estuviera esperando que esta se abriera. Mientras tanto, la señorita Helen arreglaba los vestidos de su niña y los trajes del príncipe dentro de los baúles, pero esto no impidió que notara el ligero movimiento de la pierna de Luna, desvelando su inquietud.
—Mi niña, guarda la calma. No hay razón para estar angustiada —dijo la señorita Helen, intentando aliviar la tensión de Luna.
—¡No puedo, nana! —reaccionó Luna, impaciente, levantándose del mueble—. ¡No puedo soportarlo más! —exclamó, dejando ver cómo la impaciencia, el miedo y la rabia se mezclaban en su mirada.
—Tranquilízate —la mujer se acercó a ella.
—No me pidas eso, nana. No puedo tranquilizarme sabiendo que mi esposo está solo en su sala privada con la mujer que fue su prometida. ¡Y ya no lo voy a soportar más!
En un arranque de desesperación, Luna se acercó a la puerta para salir de sus aposentos en busca de Valerio, pero en ese instante, la puerta se abrió y una sirviente entró con una jarra de vino en la mano. Luna detuvo su paso ante la mujer y, antes de salir, la miró a los ojos y preguntó:
—¿Disculpa, sabes si el príncipe Valerio sigue en la sala privada?
La sirviente, sorprendida por la urgencia en el tono de su señora, respondió:
—Mi señora, el príncipe acaba de salir del palacio y se ha marchado con la caravana que llegó esta mañana.
—¿Cómo? ¿Adónde se ha ido?
—No lo sé con certeza, mi señora, pero escuché que probablemente se dirige al puerto —la sirviente inclinó la cabeza en señal de respeto, sin decir más.
Creyendo que Valerio se había ido con su ex prometida, Luna sintió cómo un profundo dolor llenaba su pecho, mientras las lágrimas comenzaban a nublar sus ojos, y sin decir una palabra más, se dio media vuelta y caminó lentamente de regreso al sillón.
—No puedo creerlo, nana —murmuró entre sollozos, desplomándose en el mueble—. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¡¿Cómo pudo irse con ella?!
Preocupada, la señorita Helen se sentó al lado de su niña y tomó sus manos para tratar de darle consuelo.
—Mi niña, ten calma. Quizás las cosas no son como tú crees. Lo mejor es que esperes que vuelva y hables con él para que te explique qué pasó, ¿sí?
Luna se recostó en el espaldar del mueble, fijando su vista empañada en la ventana, con un sinfín de pensamientos atormentando su mente ante la ausencia de Valerio y la supuesta presencia de Venus.
Después de haber pasado la tarde en el puerto, hablando con los marineros del muelle y dándole indicaciones a la guardia, Valerio llegó al palacio casi al anochecer y directamente, se dirigió a sus aposentos.
Al abrir la puerta, se encontró con la imagen de Luna sentada cerca de la ventana, con su cubrebata puesta y un libro en la mano. Ella miró de reojo la llegada de su esposo, pero no se inmutó, y esto fue algo que Valerio no percibió.
—Mi Luna, ya he regresado —dijo Valerio, sacándose los guantes—. Pido excusas por la ausencia, estuve revisando que todo el puerto estuviera bien.
Él se acercó a ella para darle un beso, pero al inclinarse, ella se levantó del mueble, esquivándolo.
—Me alegra que te haya ido bien.
El rubio se detuvo, desconcertado ante la actitud esquiva de Luna, y de inmediato supo que algo no estaba bien.
—¿Qué sucede? —preguntó él con preocupación.
—Nada —dijo ella, dándole la espalda mientras dejaba el libro en la cómoda.
—Luna, sí pasa algo. ¿Por qué estás tan distante?
Luna se giró de golpe, molesta, y encarando a Valerio dijo:
—¿Qué sucede? ¿Quieres saber qué sucede? —repitió con amargura.
—¡Pues sí!
—¡Ya lo sé todo, Valerio! Sé que recibiste la visita de tu ex prometida, y lo peor de todo es que te fuiste con ella al puerto, y hasta ahora regresas. ¿Cuál es el afán que siempre tienes por humillarme de esa manera, Valerio?
Atónito ante las palabras de su esposa, él la miró fijamente, intentando comprender la acusación.
—¿De qué hablas? —preguntó, acercándose a ella—. ¿De dónde sacaste semejante locura?
—¡No mientas! —gritó ella, apartándose de su toque—. ¡Sé que esa carroza tenía el estandarte de su casa!
—Las cosas no son así, Luna —dijo él alzando su tono de voz—. No sé de dónde sacas que ella estuvo aquí, pero nada de lo que imaginas es cierto.
—¡Lo saco de lo lógico, Valerio! Lord Jensen envió por ti, pero no quiso que yo supiera quién había llegado, lo que es obvio. Él no quería que yo supiera quién vino a verte, y si no es por una de las sirvientes, no me entero de que te fuiste con esa mujer. ¿De verdad tenías que acompañarla al puerto?
—Luna, por favor…
—A mí no se me olvidan las palabras que me dijiste el día de nuestro matrimonio con respecto a ella, y ahora entiendo por qué no te has atrevido a tocarme.
—¿Quién dijo que no quiero tocarte?
—¡Llevas días sintiéndote mejor, y por más que me has visto a tu lado no haces nada!
Valerio se acercó a Luna, acorralándola entre sus brazos y la cómoda.
—¡Si no lo he hecho, es por ti!
—Ahora me culpas a mí.
—No he dicho que es tu culpa, pero, si mal no recuerdo, la última vez que lo intenté me dijiste que no estabas lista, y yo te dije que esperaría a que tú quisieras. ¡Eres mi esposa, Luna! Que me digas que quieres que te haga el amor no es malo.
—¡Ay, por favor! —respondió ella en medio de una risa irónica.
Valerio la aprisionó más contra su cuerpo.
—Primero que todo, quien llegó a este palacio fue el príncipe Leukes Blackroses, no ella. Y segundo, yo sí quiero estar contigo. No sabes cuánto te deseo, Luna, y sabes muy bien por qué no he podido tomarte. Pero ya que quieres que las cosas sean así, entonces te mostraré cuánto quiero estar contigo.
Valerio jaló la cubrebata de Luna con fuerza, rompiéndola, y ella jadeó ante aquel inesperado acto. Los latidos de su corazón comenzaron a acelerarse, y el nerviosismo le fue ganando al ver cómo Valerio la mantenía presa.
Él la tomó con fuerza de la cintura, subiéndola sobre la cómoda, mientras ella intentaba resistirse, buscando zafarse del rubio, pero él mantuvo su fuerza, apretando sus muslos, y en medio de aquel forcejeo Valerio se adueñó de los labios de Luna mientras sus manos rompían el hilo de la bata que ella llevaba puesta, manteniendo la presión sobre ella porque él sabía que ella cedería, y cuánta razón tenía.
Lo que inició como un beso forzado comenzó a transformarse en un beso mutuo lleno de deseo. Luna se aferró a Valerio sin soltarlo, liberando aquel deseo sobre el cuerpo y el alma de su amado. Él sostuvo con fuerza a Luna de los muslos, y ella enrolló sus piernas alrededor de su cadera, mientras ambos se dirigían a la cama, donde se tumbaron uno sobre el otro.
Valerio dejó los labios de Luna y comenzó a deslizar los suyos por todo el cuello de su lady hasta llegar a sus pechos, donde aquel vestido estorbaba. Él alzó la mirada, encontrándose con los ojos de ella, notando lo colorada que estaba y ese brillo de deseo que titilaba en su mirada y así mismo, él tomó la delicada mano de su Luna y plantó un suave beso en su palma y susurró:
—No tengas miedo.
Ella cerró los ojos, respiró profundo, los abrió de vuelta, y mirándolo con timidez asintió. El príncipe comenzó a retirar el estorboso vestido, dejando a Luna completamente desnuda ante él y al verse descubierta, se sintió vulnerable y miró hacia otro lado con clara pena; pero él le pidió que lo mirara, y antes de que ella girara su vista hacia él, preguntó: "¿Te gusta?" Él buscó su mirada y, viéndola a los ojos, dijo: "Me encanta".
Valerio retiró con prisa su camisón, dejando su torso desnudo ante ella, y al verlo así, Luna no pudo evitar sonrojarse, mientras sus manos palpaban el cuerpo de su esposo con delicadeza. Él se inclinó sobre ella y comenzó a dejar besos en su pecho, tomando los delicados senos de Luna entre sus labios, uno por uno, mientras ella deslizaba sus manos por la espalda y los fuertes brazos de él, al tiempo que cerraba sus ojos, dejándose llevar por esa sensación nueva que apenas estaba conociendo.
Mientras los labios y la lengua de Valerio jugaban con los pechos de Luna, una de sus manos se deslizó hasta su zona íntima y él comenzó a tocarla, haciéndola saltar al instante. Luna abrió los ojos, preguntándose qué había sido eso; pero, ante lo bien que se sentía, ella volvió a cerrar los ojos, hundiendo sus manos en el cabello dorado de su príncipe, sintiendo cómo su pecho se agitaba más de la cuenta y su cuerpo se estremecía.
Él no detuvo sus movimientos con su mano, aprovechando el momento para desabrochar su pantalón con su mano libre, sin que ella se diera cuenta, y al quedar completamente desnudo, él la tomó de la cintura y la movió con fuerza, acomodándola mejor sobre la cama. Luna levantó la mirada, observando cómo él se deslizaba más sobre ella, dejando besos por todo su cuerpo, mientras sus manos apretaban sus muslos con fuerza, y al sentir cómo los labios de él pasaban por su intimidad, ella arqueó la espalda, sintiéndose al borde, como si estuviera a punto de explotar, dejando salir un pequeño gemido de sus labios, mismo que fue arrebatado de golpe por un beso de él, mientras pegaba su cuerpo al de ella con fuerza.
"No hay mujer más hermosa para mí que tú, Luna; no lo olvides", susurró Valerio, mirándola a los ojos, buscando que ella se olvidara de sus palabras pasadas.
Él continuó besando los labios de Luna, atrapándola en aquel estaxis; sumiéndola en un profundo deseo, y justo cuando la tuvo agitada, desesperada y al borde, él se hundió dentro de ella con fuerza, escuchando un pequeño gruñido salir de sus labios.
Valerio comenzó a moverse dentro de Luna, sujetándola con firmeza, mientras ella apretaba sus ojos y sus labios, buscando aguantar ese ardor que le producía sentirlo moverse dentro de su zona íntima e instintivamente, las delicadas manos de Luna se aferraron a la espalda de él, buscando soportar, al no querer que él se detuviera.
Tratando de controlar su anhelado desenfreno, Valerio mantuvo el ritmo suave de sus movimientos, buscando que ella lograra sentir ese placer que él estaba experimentando, y a medida que fue avanzando, los movimientos comenzaron a intensificarse aún más. Luna comenzó a jadear, pidiendo más de eso entre quejidos, y queriendo complacer a su esposa, él tomó las piernas de ella, colocándolas a la altura de su cadera y comenzó a acelerar sus movimientos en medio de besos.
El deseo de Valerio y de Luna fue creciendo más, sin saber cómo ni querer intentar controlarlo. La mano de él se sujetó al dosel de la cama, buscando estabilidad, mientras el ritmo de su movimiento aumentaba sin dejar de susurrarle palabras a su bella luz de Luna, como él le decía.
En un movimiento repentino, él la sujetó con fuerza de la cintura, subiéndola sobre él y el cabello de Luna se desplegó sobre su espalda desnuda, quedando a horcajadas sobre Valerio, mientras él apretaba su cadera con fuerza, guiando sus movimientos en un ritmo acelerado que no se detenía.
La luz de la luna comenzó a filtrarse por la ventana, dispersando con ligereza la penumbra de la habitación, mientras ambos se miraban fijamente, se besaban y se susurraban cosas con complicidad en medio del placer intenso que estaban experimentando.
Cada caricia, cada beso, era una muestra de entrega máxima de ambos, no solo en un deseo físico, sino también en una entrega emocional, donde por fin ambos confirmaban cuánto se querían, a pesar de cómo había sido esa primera mirada, las primeras palabras, esos primeros gestos, disgustos y situaciones que al final se terminaron desvaneciendo.
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