𝟐𝟏. 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀 𝐄𝐋 𝐇𝐄𝐑𝐄𝐃𝐄𝐑𝐎
Capítulo 21
TURBIOS - PALACIO ESCANDINEVA
Aguardando con paciencia en la sala privada del palacio, Valerio yacía sentado en su escritorio a la espera de la llegada de lord Whitemount y de la señorita Lexa, hasta que la puerta se abrió con un leve chirrido, dejando entrar al lord acompañado de la joven.
Como era de esperarse, al Lexa ver al príncipe Valerio, no pudo ocultar la emoción que inundó su rostro, sus ojos se iluminaron con un brillo intenso y, dejándose llevar por el impulso, intentó correr hacia él, olvidando por completo la postura que su posición como sirviente le exigía.
—¡Mi príncipe!
—Guarde respeto y prudencia ante su majestad, niña —le habló lord Jensen a Lexa, tomándola del brazo antes de que pudiera llegar más lejos, deteniéndola en seco.
Valerio, inmóvil en su silla, no apartó la mirada de Lexa, manteniendo su expresión seria y casi imperturbable, dejando ver que él no estaba muy cómodo con la actitud de Lexa hacia él.
Lexa miró a Valerio, esperando que él interviniera para que la dejaran acercarse a él, pero, al percatarse de la frialdad del rubio en su mirada y en su semblante, ella retrocedió un paso, bajando la cabeza y recurriendo al llanto deliberado que siempre usaba con él para tratar de hacerse la víctima.
—Siéntese, señorita Lexa.
Ante la orden de Valerio, ella tomó asiento, evitando mirarlo directamente a los ojos y suavizando su tono de voz, tomó la palabra, diciendo:
—Disculpe, mi príncipe... —murmuró ella con las manos juntas sobre su regazo, levantando la mirada empañada hacia él—, pero de verdad no sabe lo feliz que estoy de verlo bien; no tiene idea de la agonía que he pasado estos días en los que he estado lejos sin saber de usted, pero al menos ya estoy aquí y prometo estar al pendiente de usted, pase lo que pase.
El silencio que siguió fue denso, y tras un profundo suspiro, Valerio pasó el dedo índice lentamente por su entrecejo, notándose un tanto irritado, y en medio de aquel gesto rompió el silencio diciendo:
—Me enteré por parte de lord Whitemount que fue enviada a un meson cercano. ¿Cómo la ha pasado en ese lugar en estos días?
—El lugar es un poco cómodo, pero por más cómodo que fuera, yo no podía estar cómoda, mi príncipe, pensando en el estado en que lo dejé cuando fui obligada a dejar el palacio.
—¿Y por qué fue obligada a dejar el palacio?
Lexa miró al lord y después volvió su mirada al príncipe y sin pena alguna, dijo:
—No quiero sonar conflictiva, pero lady Helfort se molestó conmigo porque me encontró preocupada por usted en sus aposentos tras el ataque que sufrió. Yo solo quería saber cómo estaba usted, pero ella tiene algo contra mí, príncipe —la voz de Lexa se quebró—. Ella me trató muy mal delante de todos los presentes, me abofeteó y me sacó de la habitación como si yo fuera una ladrona.
—Diga la verdad, señorita Lexa —habló lord Whitemount, confrontándola, y Lexa lo miró de golpe, abriendo los ojos al sentirse amenazada.
—Lord Jensen, yo...
—Señorita Lexa —interrumpió Valerio, silenciando a la joven sirviente.
—Antes de dejar el palacio, no pude decirle la verdad de lo que sucedió ese día, mi príncipe, y como su leal servidor y el de su señora esposa, debo decir la verdad de lo que sucedió ese día.
—Lord Jensen, agradezco mucho el que hubiera acatado ciegamente las órdenes de mi esposa. Usted sabe bien que la palabra de lady Helfort no puede ser cuestionada y, sabiendo esto, creo que sobra decir que ya sé la verdad de lo que sucedió mientras yo estaba inconsciente.
Con miedo y horror, Lexa se levantó de su lugar, sintiéndose amenazada y mirando a Valerio, dijo:
—Las cosas no fueron como sea que se las hayan contado, príncipe.
—¿Me va a negar acaso que usted entró sin permiso a mis aposentos, se apresuró a llorar al pie de mi cama y que, aparte de eso, gritó, acusó, trató de expulsar a mi esposa de mis aposentos y, encima de eso, intentó pegarle?
—¡Ella me pegó primero a mí!
—Por su falta de respeto e insolencia hacia la segunda figura de autoridad de este palacio después de mí, señorita Lexa, y no sé por qué razón le cuesta entender que lady Helfort es mi esposa y que nadie está por encima de ella para mí.
—No deje que me haga esto, príncipe, ella está mintiendo, si la llama ahora podría comparar nuestras palabras y...
—¡No voy a comparar la palabra de mi esposa con la de usted jamás!
—¡Ella no lo quiere! —explotó Lexa con rabia, en medio del llanto—. Ella lo quiso dejar, no lo cuida, no comparte con usted y no lo respeta, mientras que yo siempre he estado aquí, al pendiente de usted, y me desvivo por usted.
Valerio estrelló su puño contra el escritorio, levantándose de su lugar.
—¡Mucho cuidado en cómo se refiere a mi esposa! No sé qué confusión se ha creado usted misma en su cabeza con respecto a mí, pero no se equivoque, usted siempre ha sido solo mi sirviente, a la que le tenía afecto y respeto por su trato y servicio hacia mí, pero solo eso, así que le exijo que respete. Ahora, siéntese.
Llena de rabia e invadida por las lágrimas, Lexa se sentó de nuevo frente al escritorio, mientras Valerio suspiraba, colocándose tras el espaldar de su silla mirando a Lexa.
—Estoy considerando en volver a darle su posición en el palacio como mi sirviente, pero antes de eso quiero saber algo.
Lexa levantó la mirada al oír aquello que la llenó de ilusión.
—¿Qué quisiera saber, príncipe?
—Piense muy bien su respuesta y lo que me dirá, porque de eso depende si vuelve o no a este lugar.
Lexa asintió, secando sus lágrimas.
—El día que entró a mis aposentos para dejar el vino que regó en su vestido, ¿ese día realmente la sirviente encargada del vino de mi estancia estaba ocupada y por eso no pudo ir?
Lexa bajó la cabeza y, dispuesta a hacer lo que fuera para volver al lado de su príncipe, dijo:
—No.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué llegó usted en vez de la sirviente, si le había ordenado que no volviera a entrar a mis aposentos sin mi autorización?
—Yo... Yo solo quería verlo y atenderlo como siempre lo había hecho y le dije a la sirviente que yo llevaría el vino.
Valerio asintió, mirándola con el entrecejo fruncido.
—¿Entonces, todo lo que hizo fue intencional? ¿Usted buscaba algo al dejar caer el vino en su vestido para desajustar los hilos de su corpiño?
—Sí, pero no es lo que usted cree, príncipe, yo solo...
—Es suficiente.
—Por favor, no se enoje conmigo, príncipe, yo... yo prometo no volver a causarle ese tipo de problemas.
—No se preocupe, señorita Lexa, yo sé que usted no volverá a causar ese tipo de problemas, porque usted no volverá a este lugar.
—¿Qué? —El rostro de Lexa se desencajó, entrando en pánico.
—Desde hoy deja de servir para mí y para la casa Worwick.
—¡Pero príncipe, no puede hacerme esto! —Ella se levantó de su lugar, mostrándose histérica—. ¡No puede hacerme esto por esa aparecida! —gritó ella, corriendo hacia él, pero Valerio la agarró del brazo, frenándola en seco.
—Mi esposa dio la orden y yo la confirmo. No quiero que usted esté ni un segundo más en el palacio —Valerio la soltó y, completamente desolada, Lexa comenzó a llorar, tratando de causar dolor en él—. Lord Jensen, dé la orden de que la lleven a un auspicio para que no quede desprotegida y tenga un lugar donde estar mientras consigue a otra familia a la que servir.
—Como ordene, mi príncipe.
Lord Jensen sujetó el brazo de una deshecha Lexa con firmeza y la guió fuera de la sala, mientras Valerio cerraba la puerta tras ellos.
Valerio caminó hacia su escritorio, al tiempo que Luna salía de detrás de uno de los estantes de libros de la sala, tras haber oído todo lo que se había ventilado ahí. Ella corrió hacia él y no dudó en arrojarse a los brazos de su esposo con intensidad, aferrándose a él en medio de un leve sollozo, y tras unos breves segundos, ella se separó de su pecho y, alzando su mirada, buscó los ojos de Valerio y dijo:
—Casi se me salió el corazón cuando le dijiste que pensabas regresarla a su puesto en este lugar.
—Lamento eso, pero tenía que hacerla hablar de lo que realmente ocurrió ese día. Yo te dije que jamás tuve algo con ella, Luna, yo nunca le di alas de nada.
—Lamento haber dudado así de ti, pero es que yo...
—Lo que viste dijo mucho, y lo sé, porque si te veo salir de la habitación de un hombre con tu vestido descolocado y él casi desnudo, estoy seguro de que los celos y la rabia me llevarían al diablo, pero que esto nos enseñe de que antes de cualquier decisión que tomemos, lo hablemos primero.
—Tienes razón. No importa lo que vea o escuche, yo primero lo hablaré contigo.
Tras aquellas palabras, Luna se empinó sobre las puntas de sus pies para alcanzar a Valerio y, enrollando sus brazos alrededor del cuello de su príncipe, ella le dio un beso ligero, rozando sus labios con los de él, pero Valerio quería más de eso y, tomando la cintura de su esposa con firmeza, la pegó más a su cuerpo y tomó los labios de Luna en un suave y profundo beso que se fue tornando mucho más intenso, entrelazando sus labios y sus lenguas con pasión y deseo.
Cuando finalmente el beso culminó, él se separó un poco de ella sin despegar sus ojos de los suyos, y en un movimiento impulsivo, una sonrisa amplia se dibujó en su rostro y mirando hacia el techo de la sala, alzó su brazo sano con euforia y exclamó:
—¡Dioses!
Sorprendida por la loca reacción de Valerio, Luna sonrió con gracia, aún aferrada a él, entendiendo un poco más cómo era él.
—¡Valerio! —Luna sonrió divertida, y él volvió a darle un beso en los labios.
Tras ese ligero beso, él se recostó levemente en la orilla del escritorio, sosteniendo a Luna junto a él, entre sus piernas.
—Al fin podremos estar en paz, como tanto querías —dijo ella, jugando con los dedos de Valerio entre los suyos.
—Si tú estás en paz, yo estoy en paz.
—Creo que es momento de que descanses. Vamos a tus aposentos, yo me quedo contigo.
—No puedo ir a descansar ahora.
—¿Por qué no?
—Tengo que bajar a las cuevas por el Eslova que intentó matarme, ese mismo que viste cuando bajaste a las cuevas y al que, según Lord Jensen, le sacaste información —dijo él, mirándola con fascinación y con un brillo único en sus ojos, delatando su admiración.
—Sí. —Ella sonrió con ligereza.
—Entonces creo que llegó el momento de ver qué más tiene para decir y, de paso, darle la muerte que se merece.
—Creo que eso ya no será necesario.
—¿Por qué?
—Es que ese hombre ya está muerto.
—¿Muerto? ¿Cómo?
—Yo ordené que lo mataran.
—¡Luna! —exclamó él, sorprendido por el alcance que tuvo ella.
—Valerio, lo siento, ¿sí? Pero tenía mucha rabia y verte tirado en esa cama, luchando por recuperarte e inconsciente, me llenó de impotencia. Y después de lo que ese hombre me dijo y cómo me trató, yo...
—¿Qué te hizo? —se sobresaltó con preocupación.
—No te preocupes, no me agredió. Solo fue grosero y despectivo conmigo. Cada vez que me decía cosas, los guardias lo golpeaban, así que me armé del valor que pude, lo enfrenté y lo hice hablar.
—¿Cómo lo hiciste hablar?
—Le dije que lo dejaría libre si me decía quién los había mandado. Al principio no me creyó, pero después lo convencí de que me lo dijera, diciéndole que agradeciera que ahí estaba yo y no tú, y entonces habló.
—¿Qué te dijo?
Luna suspiró. —Yo le pregunté de dónde habían ordenado el ataque, y me dijo que… me dijo que de Southlandy.
—¿Qué? —dijo Valerio con el rostro desencajado entrando en confusión—. ¿Cómo que Southlandy?
—Tú sabes más que nadie lo que significa eso, Valerio, ya lo sospechabas.
Aturdido por un momento al confirmar su sospecha, él se quedó en silencio por unos segundos, asimilando el hecho de que su hermano lo había enviado a matar.
—Verti.
—Yo lamento esto de verdad, Valerio. Sé que debe ser muy duro para ti saber que tu hermano intentó acabar contigo y conmigo, porque no solo ordenó tu muerte, sino la mía también, por el posible heredero que pudiera quedar.
Valerio observó a Luna con la mirada herida y llena de rabia, y al instante se movió de su lugar, notándose confuso y decepcionado, pero más que todo irritado.
—¡Todo por el trono y el maldito poder! Él siempre ha querido lo que tengo, siempre ha deseado lo que a mí me ha tocado, y no entiende que él tiene algo más valioso que eso, y es ser libre para vivir como quiera, porque ahora sí estoy seguro de que él jamás te quiso tanto como dijo.
—Lo sé, y no sabes la rabia y dolor que sentí, no solo con él, sino conmigo, por creer que él era una buena persona, porque puede ser lo que sea, pero lo que hizo es muy grave. Aunque el Eslova también fue muy enfático al decir que son muchos los que no te querían en el trono, pero había alguien que lo deseaba más que esos otros.
—¿Varios? —frunció el ceño Valerio, mirando a Luna.
—Sí.
Y como si su mente se le iluminara al instante, Valerio relajó sus facciones y dijo:
—Hillcaster.
—¿Hillcaster?
—Padre siempre me ha tratado de mantener controlado, alejándome de la división militar porque sabe que, más que palabras, puedo ser capaz de actuar violentamente contra lo que esté alterando el orden que dejó el rey Aiseen, y también sabe mi deseo por acabar con ese maldito consejo una vez que suba al trono. Pero lo curioso es que solo se lo he expresado a él en las reuniones del consejo, por el tema de Hillcaster, delante de los miembros y de... Verti.
—¿Estás insinuando que hay un espía en la mesa de tu padre?
—Es obvio, Luna. Mi padre ha estado mal, con terribles dolores de cabeza; mi madre me lo informó en un comunicado. Si él muere y yo muero junto contigo, solo queda Verti, junto con su esposa, y él no está de acuerdo con la disolución de ese consejo. Su propuesta fue orientada a mantener al consejo a raya, pero no ha disolverlo.
—Pero Valerio, ¿no crees que lo más lógico es que él también sea una amenaza para ese consejo? Solo mira lo que causó acá.
—Sí, es peligroso, no lo dudo. Pero no es certero ni es inteligente, le falta astucia y dejar de tirar la piedra y esconder la mano. Verti solo es un resentido lleno de odio, poco inteligente y fácil de manipular, y lo que él no ha analizado es que si todo resulta ser así, una vez que esté solo, van a hacer con él lo que a ellos les dé la gana.
Entendiendo la gravedad del asunto y muy preocupada, Luna se acercó a Valerio tratando de calmarlo.
—Ya tranquilízate. Sé que es difícil lidiar con el hecho de que tu hermano está detrás de esto, pero al menos no logró lo que quiso. El asunto aquí es lo que vas a hacer tú.
Tras un breve silencio, envuelto en un sinfín de pensamientos, Valerio dijo:
—Nada.
—¿Nada?
—Nunca ha sido mi deseo perjudicar a mi propio hermano. Él es un Worwick, y atentar contra él es un acto de ofensa muy grande hacia los mismos dioses y hacia la sangre, así que jugaré su juego. No informaré lo que sucedió aquí a la corona, así que si él está afanado por saber si aún vivo o no, él mismo buscará las maneras de saberlo, y ahí es donde cometerá un error y yo voy a esperar ese error, aunque espero que nunca llegue.
Luna tomó a Valerio de la mano y, mirándolo a los ojos, dijo:
—Ojalá que sea cierto lo que dices, pero ahora solo debes pensar en ti y en recuperarte, ¿sí?
—Sí, tienes razón.
—Ven, vamos a tus aposentos.
Valerio sonrió con ligereza, viendo el deseo de Luna de querer estar a su lado, y dijo:
—Pensé que quizás ya podrían ser nuestros aposentos.
Luna sonrió, mirándolo deslumbrada.
—Desde hoy serán nuestros aposentos.
Tras otro cálido beso, Valerio y Luna salieron de la sala juntos para dirigirse a los aposentos y poder al fin estar juntos.
HILLCASTER SOUTHLANDY - CASTILLO LOANCASTOR
En la imponente sala del concejo de la casa Loancastor, la ligera brisa que se filtraba por los calados, ondeaba los banderines oscuros que yacían en lo alto, con el rostro de un león feroz, coronado con una diadema de oro que era símbolo de su linaje y a través de su cabeza, como recordatorio de la soberanía y la conquista que los Worwick ejercieron sobre ellos, se alzaba la hoja de la espada del escudo de la casa Worwick, la cual estaba enterrada en la cabeza del león.
El pesado silencio de la sala envolvía a los miembros presentes del consejo, quienes esperaban las palabras del hombre que les dirigía y que se encontraba en la cabecera, aún en silencio, con el rostro agachado, como si estuviera perdido en sus pensamientos, mientras que los miembros del consejo intercambiaban miradas incómodas, siendo conscientes de que algo grave había sucedido.
Finalmente, lord Elfred alzó la mirada desde la cabecera de la mesa, dejando escapar un suspiro, y rompió aquel inquietante silencio diciendo:
—Esta mañana, a primera hora, se me informó que el líder de los Eslovas está muerto.
Al instante, las miradas preocupadas de los miembros, junto a un murmullo colectivo, rompieron la tranquilidad de la sala, y lord Elfred continuó:
—No sabemos aún las circunstancias exactas en las que murió el líder, pero esto cambiará todo.
—¿Al menos se sabe si el objetivo está muerto? —preguntó uno de los miembros.
—No, no lo sabemos. La fuente de conexión con los piratas del mar Turbio solo dijo que esos hombres están en duelo y se retiraron de las costas, negándose a volver a atacar.
—¿Pero cómo es posible que hayan matado al líder? —alegó otro miembro incrédulo—. El hombre que lo haya hecho debió haber sido algún militar muy bien entrenado para enfrentar a un maestro espadachín como ese.
—Eso es lo que aún no sabemos, porque la mano derecha de ese hombre fue apresado y los demás piratas tomaron la decisión de dejar Turbios —comentó lord Elfred, dejando ver cierta desesperanza en su rostro.
—¿La fuente de enlace ya le informó esto a nuestro principal aliado? —indagó un lord miembro más experimentado, dirigiéndose a lord Elfred.
—Aún no lo sé, pero no dudo que el príncipe Verti Worwick se entere pronto de lo que ha sucedido, y nosotros tenemos que esperar sus sugerencias para saber qué es lo que debemos hacer. Pero sobre la cabeza de quien sea, no podemos permitir que el príncipe Valerio llegue a subir al trono.
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