
𝟐𝟎. 𝐒𝐈𝐄𝐌𝐏𝐑𝐄 𝐓Ú
Capítulo 20
SOUTHLANDY
Los aires de Southlandy estaban en calma y finalmente había llegado el día de la boda del príncipe Verti y la princesa Kathrina Filty y todo estaba debidamente preparado, tal como lo había ordenado el rey Dafert.
En el corazón del salón del trono del castillo Worwick, se encontraba el monje encargado de recitar la ceremonia matrimonial. Frente a él, el príncipe Verti portaba un traje de gala gris oscuro de la armería militar, con una capa roja sobre su hombro derecho y guantes blancos en sus manos. Verti lucía tan sereno y tranquilo como siempre, como si lo que sucediera frente a sus ojos fuera solo una situación más sin relevancia.
A su lado, la princesa Kathrina sonreía, envuelta en un vestido blanco sencillo y elegante, con encajes dorados que caían como cascadas alrededor de su falda; ella parecía estar mucho más entusiasmada con la situación y su mirada en ocasiones buscaba la de Verti, y al encontrarla, ambos compartían risas cómplices y discretas, pero tan pronto como dejaba de mirarla, él volvía a su habitual serenidad y a esa extraña y silenciosa calma que a Kathrina le resultaba desconcertante, ya que la nula expresividad de Verti no le permitía adivinar lo que pasaba por la mente de su prometido en ese momento.
El rey Dafert, la reina Irenia y la señorita Margot eran los únicos testigos en el salón, junto al consejero del rey, así que todo parecía ser bastante sencillo y tan pronto como las puertas del salón del trono se cerraron, la princesa fue orientada a inclinarse levemente ante el príncipe y él también se inclinó ante ella como era costumbre en esta ceremonia.
El monje comenzó la ceremonia recitando el habitual repertorio utilizado en una boda tradicional de la casa Worwick y una vez que la unión y las almas fueron presentadas ante los dioses, se les acercó una copa de vino.
El príncipe y la princesa intercambiaron miradas, mientras que el monje tomó la copa en sus manos y la alzó, advirtiendo el significado simbólico de este paso de la ceremonia. Luego, el hombre ofreció primero la copa al príncipe Verti, quien tomó un sorbo de vino y la pasó con cuidado a la princesa, quien bebió de la misma sin apartar la mirada de su futuro esposo.
Tras este ritual, el monje tomó nuevamente la copa y, ante los dioses, pronunció los votos de unión y sumisión mutua de la pareja, alabando su unión como sagrada y declarándolos esposo y esposa ante los dioses de la casa Worwick.
Como era costumbre, Verti se inclinó ante Kathrina, y ella cerró los ojos dulcemente en medio de un silencio absoluto y fue en ese momento cuando ambos unieron sus labios, sellando la unión con un beso, mientras las pocas personas que se encontraban en el salón aplaudían la ceremonia.
Como era de esperarse, después de la boda, la pareja compartió una breve comida en el comedor del castillo, donde estuvieron presentes el rey, la reina y la nana de la joven princesa. Tras el banquete, Verti tomó la iniciativa de llevar a Kathrina a lo que él consideraba la siguiente etapa de aquel protocolo; la consumación del matrimonio.
Kathrina, con un semblante muy animado, tomó la mano de su ahora esposo y se dejó guiar por él hasta llegar a la habitación donde ambos entraron juntos, encontrándose con un ambiente más privado y silencioso para la ocasión, pero a pesar de que ambas partes parecían dispuestas a cumplir con el deber matrimonial, el aire en la habitación se sentía pesado y cargado de una tensión que ninguno de los dos parecía estar dispuesto a nombrar, mientras que el leve resplandor de las velas iluminaba los aposentos, otorgándoles un ambiente cálido.
Kathrina sonreía nerviosa, a pesar de tener la experiencia de una mujer que ya había estado casada, pero esta vez, su esposo sí le apetecía; ella deseaba ser tomada por ese hombre joven y, a sus ojos, extremadamente apuesto, así que la joven avanzó unos pasos hacia el centro de la habitación, donde se detuvo y se giró brevemente hacia él, buscando su mirada, pero Verti, seguía junto a la puerta, observándola con esa expresión indescifrable que no le permitía saber qué estaba pensando o sintiendo.
Con la mirada oscura, extraña y fija en ella, él movió los labios dibujando una leve sonrisa mientras sus ojos recorrían su figura con calma, como si buscara razones para lo que estaba por hacer, y finalmente, las encontró al detallar la belleza de su rostro y la armonía de su cuerpo.
—¿Me ayudas? —preguntó ella, rompiendo el silencio, refiriéndose a los hilos del corpiño que no podía alcanzar.
Sin decir una palabra, él avanzó con cautela, y al llegar a su espalda, él colocó las manos sobre los hilos y comenzó a desamarrarlos, uno a uno, con una paciencia casi inquietante. Ella cerró los ojos al sentir la cercanía de sus manos contra su espalda desnuda, mientras un leve escalofrío la recorría.
Cuando Verti terminó de desajustar los hilos, el vestido cayó al suelo, dejando a Kathrina de pie frente a él, cubierta únicamente por un fino forro blanco. Ella se volvió ligeramente hacia él, esperando alguna palabra o gesto que confirmara lo que ambos sabían que debía suceder, pero él no dijo nada, y en su lugar, comenzó a desajustar su camisón, que retiró dejando al descubierto su torso marcado, y al final, desajustó sus pantalones mientras su mirada permanecía fija en el cuerpo de Kathrina.
Ella, tomando la iniciativa, se deshizo del forro, dejando su desnudez al descubierto, mientras contemplaba a su esposo con evidente deseo y Verti dio un paso hacia Kathrina, acariciando con una de sus manos los pechos de ella, mientras que su otra mano se posó con firmeza en la delicada curva de la cintura de su esposa.
Ansiosa por el contacto, Kathrina llevó sus manos al cuello de Verti para acercarse más, pero al intentar buscar su mirada y sus labios, él la apartó de golpe, colocándola de espaldas, y el gesto no pasó desapercibido para ella, pero aún así, decidió ignorarlo.
Verti cerró los ojos y comenzó a rozar sus labios contra el cuello de Kathrina, dejando pequeños besos a su paso; sin embargo, su tacto era casi artificial, frío y distante, pero aun así, él la rodeó con sus brazos, pegando su cuerpo al de ella, conduciéndola hasta la cama, donde ella se rindió sumisa, creyendo que ese momento podría convertirse en algo hermoso.
Acostada boca abajo, Kathrina intentó girarse para mirarlo, pero él la detuvo, ordenándole sin palabras que permaneciera en esa posición y sus manos comenzaron a recorrer el cuerpo de su esposa con ansias.
Él fue cuidadoso, pero nunca dulce; sus caricias exploraron el cuerpo de ella con el hambre de quien toma algo que le pertenece, pero sin la ternura y dedicación que ella esperaba. Cada beso, cada contacto, estaba cargado de deseo, pero también de una ausencia palpable, como si una parte de él no estuviera realmente allí, y al tomarla en esa posición, Kathrina lo sintió en cada movimiento rápido y ansioso, y aunque ella también disfrutaba del momento, no podía dejar de notar la falta de susurros, miradas y palabras que ella esperaba de él, pero que nunca llegaron.
Ella cerró los ojos, tratando de apagar sus pensamientos, y dejó que su cuerpo respondiera al suyo, mientras que los gemidos y las respiraciones llenaban la habitación, y por un instante, Kathrina pensó que aquello podía ser suficiente, que el contacto físico podría compensar lo que faltaba, y Verti, por su parte, se inclinó, dejando besos en la espalda de su esposa, mientras sus movimientos se volvían más frenéticos y fuertes, ya que en su mente, no era Kathrina quien estaba frente a él, sino que la imagen de otro rostro lo invadía, sumiéndolo en un placebo que lo llevó a desenfrenarse hasta alcanzar el clímax.
Cuando todo terminó, él se apartó, cayendo a su lado en la cama y Kathrina lo buscó con la mirada, esperando un gesto que le confirmara lo que había sentido, pero él permaneció de espaldas, ignorando su presencia.
Ella apoyó la cabeza en el pecho de su esposo, preguntándose si eso era todo, y aunque Verti no la apartó, tampoco la abrazó, y en medio del silencio que los envolvía, Kathrina se preguntó si había algo en él que nunca podría alcanzar, y aunque su mente le insinuaba que tal vez no era algo, sino alguien, ella decidió quedarse.
Verti, por su parte, cerró los ojos con la respiración aún agitada, dejando escapar un suspiro que no era de satisfacción, sino de resignación. Él ya había hecho lo esperado, y lo correcto, pero en su interior, su mente seguía atrapada en un rostro que sabía que jamás podría poseer y que su corazón no estaba dispuesto a olvidar.
TURBIOS - PALACIO ESCANDINEVA
DIAS DESPUÉS.
Los días habían transcurrido con tranquilidad en Escandineva, y con ello la recuperación del príncipe Valerio, que para este momento ya había mostrado avances positivos. La herida de la pierna del príncipe ya había cerrado por completo, facilitando así su movilidad, aunque la herida del hombro aún requería un poco más de tiempo y atención; eso no impidió que, con cuidado, él pudiera mover su brazo; sin embargo, ya había tenido suficiente de estar en cama.
Con ayuda de una sirviente que había estado a cargo del cuidado del príncipe en los últimos días, de vez en cuando él se levantaba y caminaba por la habitación, manteniéndose alejado aún de los asuntos externos del palacio, incluso de la presencia de su esposa. Cuando Valerio volvió completamente en sí y comenzó a levantarse de la cama, Luna dejó de ir con tanta frecuencia a la habitación, pero en silencio pedía que le hicieran saber si él estaba bien y por las noches, cuando ya estaba dormido, ella llegaba a la habitación y le hacía compañía, cuidando de que él no se diera cuenta de su presencia.
Ese día en particular, Valerio aprovechó que el encargado le había retirado la venda de la herida de la pierna y le informó que ya podía moverse, así que él hizo justamente eso y, con ayuda de una sirviente, Valerio tomó un baño, se vistió y se puso un camisón limpio mientras observaba algunos comunicados pendientes que habían llegado de Southlandy, donde su madre le informó sobre los constantes dolores de cabeza que estaba padeciendo su padre.
—Necesito que envíen un comunicado a Southlandy, lord. Quiero saber cómo ha seguido mi padre —dijo Valerio, colocando el papel sobre la mesa de la habitación.
—Claro, mi príncipe. Tan pronto como me retire, redactaré y enviaré el comunicado.
—¿Verti se casó? —preguntó Valerio, observando otro papel con una leve sonrisa casi burlona en su rostro.
—Sí, mi príncipe. Hace ya unos días al parecer, la boda se llevó a cabo en una ceremonia tradicional de la casa Worwick.
Mostrándose un poco incómodo mientras la sirviente ajustaba levemente su camisón, Valerio levantó la vista inexpresivo ante las palabras del lord, y preguntó:
—¿Con quién?
—Con la princesa Kathrina Filty, mi príncipe.
Por un momento, Valerio se quedó en silencio, sabiendo exactamente quién era la joven que ya había estado casada con otro hombre, y con un leve gesto malicioso en sus labios, murmuró:
—Me pregunto quién se lo habrá hecho a quién en la noche de bodas.
El lord detuvo su mirada, impresionado por la insinuación inapropiada del príncipe, y con una chispa de humor en sus ojos, contuvo la risa, guardando la postura, al tiempo que la sirviente terminó de arreglar el camisón del príncipe y con una breve reverencia, salió de la habitación, dejando solos a los hombres.
—¿Qué hay de los Eslovas, lord? ¿Lograron apresar a alguno de ellos ese día?
—Sí, su alteza. Usted logró asesinar al líder de los Eslovas, pero el hombre que se conoce como su mano derecha, el que intentó matarlo, fue apresado y llevado a las cuevas.
—Debo bajar a las cuevas para hacer lo mío con ese pirata.
—Creo que eso no va a ser necesario, mi príncipe. —Valerio miró al lord extrañado—. Lady Helfort pidió hablar con el Eslova y se encargó de ese asunto.
El rostro de Valerio se tensó de inmediato al oír las últimas palabras del lord y la confusión, junto a un sentimiento de molestia, se desvelaron en su mirada, que se clavó con indignación en el lord.
—¿Qué ha dicho, lord? ¿Acaso ella bajó a las cuevas y vio a ese hombre?
El lord asintió con cautela. —Así es, mi príncipe.
—¡¿Pero cómo pudo permitir eso, lord Whitemount?! —exclamó molesto—. Nadie tiene permiso de entrar a ese lugar y mucho menos mi esposa. Ese sitio no es un lugar para ella.
—Fue justamente eso lo que intenté hacerle entender a Lady Helfort, pero ella insistió en que la llevara ante ese hombre. Y, con el respeto que usted se merece, mi príncipe, no debería preocuparse; ella lo supo manejar muy bien y realmente se veía muy preocupada por usted.
Valerio frunció el ceño, más desconcertado que antes.
—¿Ella preocupada por mí? —preguntó, como si la idea le resultara extraña por los eventos previos que él recordaba muy bien.
—Mucho más de lo que pueda creer, alteza. Lady Luna estuvo a su lado durante toda su recuperación y, además —añadió el lord, cuidando sus palabras—, logró sacarle información valiosa al prisionero.
Impresionado, Valerio miró al lord con cierta incredulidad.
—¿Lo hizo?
—Sí, mi príncipe. Al parecer, Lady Helfort tiene más temple de lo que parece.
Sabiendo que en ese punto el lord tenía razón, Valerio dejó escapar una ligera sonrisa y dijo: —Lo sé, lord. Sé lo tenaz, peleonera y terca que suele ser cuando se lo propone. —El rubio suspiró, pasando una mano por su largo cabello despeinado, y continuó diciendo—: Más tarde hablaremos bien del asunto del Eslova. Por ahora, tengo otras cosas en mente.
—Como diga usted, alteza.
—Lord, por favor, quiero que llame a la señorita Lexa. Necesito darle instrucciones de nuevo sobre mis cosas, porque supongo que Lady Helfort estará esperando que mi recuperación se dé por concluida para irse, como me lo pidió y siendo así, alguien debe hacerse cargo de mis asuntos.
—Me temo que eso será imposible, alteza.
Valerio arqueó una ceja mirando al hombre. —¿Por qué?
—Lady Luna envió a la señorita Lexa a un meson cercano el día que usted lo trajeron herido.
—¿Qué? ¿Cómo que a un meson? ¿Qué mesón fue ese?
—Es uno que está un poco cerca de aquí, mi príncipe.
Suspirando con cansancio, Valerio apretó los puños, molesto por lo que le habían acabado de decir, creyendo que todo se trataba de una rabieta de Luna.
—Escúcheme, lord. Necesito que traiga a Lady Helfort ante mí inmediatamente.
—Príncipe, permítame explicarle lo que sucedió y cuáles fueron los motivos de Lady Helfort...
—Lord —interrumpió Valerio—, no estoy para hablar con usted sobre los dramas de Lady Helfort. Así que le ordeno que la traiga ante mí, y por favor, vaya con un grupo de guardias de inmediato a que traigan de vuelta a la señorita Lexa al palacio.
—Como ordene, mi príncipe.
Lord Jensen salió de la habitación y tomó camino hacia los aposentos de Luna para informarle sobre la petición del príncipe de hablar con ella, pero no fue necesario que el lord llegara hasta allá, ya que Luna iba en dirección a los aposentos de Valerio, encontrándose con el lord en el camino.
—¡Lord, qué bueno que lo encuentro! ¿Viene de la habitación de mi esposo?
—Sí, mi lady, y él me ha enviado a buscarla. Quiere hablar con usted.
—¿Conmigo? ¿De qué?
—El príncipe ya se enteró de lo que sucedió con la señorita Lexa y con el Eslova, y está muy molesto. Yo intenté mediar por usted ante él, pero el príncipe no aceptó escucharme y...
—Lord Jensen —interrumpió Luna, mostrándose un tanto quisquillosa—. Le agradezco su buena voluntad, pero como le dije, eso me toca a mí. Yo hablaré con él, no se preocupe. Permiso.
Llenándose de valor y sabiendo que era hora de encarar a Valerio, Luna caminó hasta la habitación de su esposo y entró en ella sin anunciarse, encontrando al Worwick junto a la ventana leyendo algunos comunicados.
—¿Me enviaste a llamar? —Luna cerró la puerta.
Valerio miró a Luna, observando lo bella que ella se veía con ese vestido turquesa y su cabello castaño completamente suelto cayendo en ondas sobre sus hombros. Pero esquivando aquel deseo interno, él le quitó la mirada y al dejar el pergamino a un lado, dijo:
—Me acaban de informar que durante mi convalecencia, estuviste dando órdenes y tomando decisiones sobre asuntos del palacio que no te corresponden, Luna.
—Si mal no recuerdo, tú dijiste que mi palabra aquí valía tanto como la tuya y que yo era la señora de este palacio.
—Porque estábamos juntos y se suponía que eras mi esposa.
—Aún lo soy.
—De palabra —Valerio dio unos pasos hacia Luna—. Antes del ataque que sufrí, me pediste que te dejara ir, alegando que no querías tenerme cerca y que no querías saber nada más de mí, sin contar con el hecho de que la noche anterior escapaste de aquí, pretendiendo dejarme sin darme explicación alguna, así que creo que al dejarte ir, desde ahí lo que sea que nos mantenía unidos ya no tiene validez.
Con los ojos empañados, Luna miró a Valerio, sintiendo cómo el corazón se le quería salir del pecho, y con evidente rabia, dijo:
—¿Qué es lo que te duele, Valerio? ¿Haber despertado y no haber encontrado a tu querida aquí?
—Cuida tus palabras, Luna.
—¡No voy a quedarme callada! —alzó la voz con molestia—. ¡Es más que obvio que eso es lo único que te importa!
—¡Me tienes harto con ese maldito tema, Luna! —gritó él con molestia—. ¡Estoy harto y me parece injusto que te ensañes contra ella cuando no te ha hecho nada! Yo ya le había marcado cuál era su lugar aquí, pero para que lo sepas, ya envié a que la trajeran de vuelta al palacio.
—No te atrevas, Valerio —habló Luna llena de rabia al borde de las lágrimas—. ¡No puedes hacerme esto ni humillarme de esta forma!
—¡Nadie te está humillando!
—¡ME TIENES HARTA! —gritó, dejando caer sus lágrimas llenas de impotencia.
—¡Claro que sí! —se acercó Valerio a ella, tomándola del brazo, obligándola a verlo—. Sé lo harta que estás, ya me lo dejaste en claro huyendo y pidiéndome que te dejara ir. ¿Y sabes por qué te dejé ir? —Luna intentó zafarse, pero él no se lo permitió—. ¡Porque me cansé, maldita sea! Se suponía que íbamos a intentar entendernos y conocernos. Te confesé mis razones, las que tuve para comportarme como un imbécil en Southlandy y después de que dijiste que lo comprendiste todo, lo usas contra mí solo porque sí.
—No fue porque sí, Valerio. —Ella se zafó de él con fuerza, empujándolo—. Ya deja de hacerte el inocente, que yo sé exactamente lo que hay entre tú y esa mujer. Yo los vi.
—¿De qué demonios estás hablando?
—¡De lo que hay entre ustedes dos! Tú me prometiste ese día que amanecimos juntos en la sala privada que la ibas a mantener lejos de esta habitación y de tu presencia, pero cuando me dispuse a venir aquí para decirte que quería estar contigo, la encontré saliendo de esta habitación con su vestido desencajado y tú saliste más atrás, casi desnudo. ¿Y todavía te atreves a negarlo? ¡Ya basta, Valerio, ya basta de fingir porque yo sé lo que vi!
Confuso y contrariado, Valerio se quedó mudo al oír aquellas palabras, recordando exactamente a qué se refería Luna.
—Luna, las cosas no son como tú crees.
—¿Ah, no? ¿Y entonces cómo son, Valerio? Dime, ¿qué vas a inventar ahora para decirme que lo que vi no fue real?
—¡Es que no es real Luna! Yo en ningún momento estuve con ella. Sí, es cierto que ese día estuvo aquí, pero no fue por lo que tú crees. Yo te puedo explicar qué fue lo que sucedió.
—¡No, ya no quiero que me expliques nada! Ya la mandaste a traer de vuelta, pasando por encima de mí y de mis sentimientos y de mi presencia aquí como tu esposa.
—Luna...
—¿Quieres saber por qué la saqué de aquí? Porque cuando me dijeron que estabas herido y vine hasta aquí, la encontré llorando por ti al pie de tu cama, sosteniendo tu mano como si le pertenecieras, y cuando le pedí que se fuera por decencia, fue capaz de gritarme y echarme a mí de aquí, alegando que yo solo era un estorbo en este lugar, que era una ridícula creyendo ser tu esposa, reclamándome el hecho de no haberme ido en ese barco y, cuando estuve harta de que me insultara delante de todos los sirvientes, le di una bofetada, y ella fue capaz de levantarme la mano, amenazando con pegarme ¡Y eso solo lo hace una mujer que siente que tiene derecho sobre lo que reclama!
Dándose cuenta de la gravedad de las palabras de Luna y con el rostro sumido en confusión, pena y horror, Valerio bajó la agresividad de sus palabras mientras oía a Luna llorar, entendiendo su actitud.
—Luna, yo... —dijo él acercándose a ella, tratando de colocar su mano en su brazo, pero al sentir su tacto, ella lo rechazó.
—No, Valerio.
El rubio suspiró.
—Luna, por favor, yo no tenía idea de esto que me cuentas ahora.
Ella lo miró.
—Pues ahora ya lo sabes. ¿Y quieres saber algo más? Yo no me quería ir, y aunque me he mantenido alejada estos días, eso no cambia lo que siento aquí en mi corazón, aunque me pese lo que hiciste con esa mujer, pero yo sí te quiero, Valerio. Yo sí quiero estar contigo, por eso me he mantenido alejada pero pendiente de todo lo que tiene que ver contigo, pero ya no puedo ni estoy dispuesta a humillarme más, así que si de verdad te importo, si de verdad quieres intentarlo como dices, tienes que elegir, porque si aceptas a esa mujer de nuevo aquí, te juro por los dioses que esta vez sí me voy.
Luna se dio la vuelta para salir de la habitación, pero él la alcanzó con su brazo, deteniéndola, y tomándola de la cintura, le habló al oído diciendo:
—No te vayas Luna, espera por favor. Déjame aclararte todo. Déjame mostrarte que las cosas no son como tú crees. Yo también te quiero, aunque no me creas.
Ella se giró para verlo a los ojos y, mirándolo, dijo:
—¡Entonces demuéstramelo! ¡Dame mi lugar! ¡Cuídame Valerio! —Luna se echó a llorar en el hombro de Valerio y él la abrazó, acariciando suavemente su cabello.
—Sabes que estoy dispuesto a hacer lo que sea por ti, Luna, pero necesito aclarar esta situación, porque yo jamás te fallaría.
Valerio buscó el rostro de Luna, quedando frente a frente con ella y rozando sus narices, intentó darle un beso, pero unos toques en la puerta interrumpieron el momento, y limpiando sus lágrimas, Luna se apartó de Valerio mientras él autorizaba el paso a la habitación y de inmediato, la puerta se abrió, desvelando la presencia de un sirviente del palacio, quien se reverenció ante el príncipe diciendo:
—Mi príncipe, lord Jensen le envía una razón sobre la señorita Lexa.
—¿Qué razón?
—Él le manda a decir que ya fue por ella y que en pocos minutos estará aquí, y quiere saber a dónde desea usted que la lleve cuando llegue con la joven.
—Cuando llegue, dígale que lleve a la señorita Lexa a la sala privada; ahí la estaré esperando.
—Como diga, mi príncipe.
El hombre se reverenció y salió de la habitación, cerrando la puerta, y una vez solos, Valerio se acercó a Luna, tomándola de la cintura.
—Ven conmigo.
—¿A dónde?
—A la sala privada.
—¿Qué? ¡No, Valerio! Yo no voy a ir a ese lugar para que compares mi palabra con la de esa mujer.
—No haré eso, Luna. Jamás compararía tu palabra con la de otra mujer. Yo te creo, pero necesito que tú también me creas a mí. Ella no se dará cuenta de que estarás ahí.
—¿De verdad?
—Sí.
Valerio le extendió la mano a Luna y ella la tomó, saliendo con él de la habitación, y ambos agarrados de la mano, se dirigieron a la sala privada, a la espera de la llegada de Lexa.
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