𝟏𝟗. 𝐋𝐀𝐆𝐑𝐈𝐌𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐔𝐍𝐀
Capítulo 19
TURBIOS – PALACIO ESCANDINEVA
La mañana había llegado sobre el cielo de Turbios, y en esta ocasión se sentía más silenciosa que los días anteriores, como si todo alrededor estuviera expectante a lo que sucediera con el príncipe Valerio, quien aún seguía en cama bajo el efecto de un té medicinal que Luna le había logrado dar en medio de la madrugada, cuando él logró despertar con ligereza.
Sentada en la mesa del té que estaba junto a la ventana, se encontraba Luna tomando el desayuno, lista para iniciar el día. Tan serena y elegante como era ella, aguardaba a la espera de que su esposo volviera completamente en sí, y por esto decidió pasar la mañana en la habitación junto a su nana Helen, quien la acompañaba en ese momento.
La mujer yacía de pie junto a Luna, arreglando el cabello de su niña, como era costumbre, mientras Luna continuaba tomando tranquilamente pequeños sorbos de su taza de té, al tiempo que el sonido del peine deslizándose sobre sus cabellos rompía ligeramente el silencio de la habitación.
De repente, un ligero susurro se hizo audible en la habitación, acompañado de palabras incoherentes y esto captó la atención de Luna, quien de inmediato dejó la taza de té a un lado y corrió hacia Valerio junto a su nana, quien también, llena de emoción, se acercó.
—¡Valerio! —susurró ella al ver que los ojos del príncipe comenzaban a abrirse lentamente, aunque sin mucha consciencia—. ¡Nana, está despertando! —exclamó Luna emocionada.
La señorita Helen sonrió de la emoción al ver cómo el príncipe luchaba por tratar de volver en sí, pero más que eso, se sintió emocionada por el gesto de su niña, quien comenzó a acariciar el rostro de su esposo con delicadeza.
Valerio movió ligeramente su cabeza, y sus labios apenas lograron formar una palabra más clara:
—Luna...
Al oír que él susurraba su nombre, Luna sonrió de felicidad y, tomando la mano de Valerio entre la suya, dijo:
—Sí, aquí estoy, aquí estoy.
La suavidad del toque de su mano pareció tranquilizarlo, ya que, al sentirla, él dejó de luchar por volver en sí y, en cambio, respiró profundo apretando con ligereza la mano de ella, y después de unos segundos, él logró entreabrir los ojos buscando el rostro de Luna y, al verla, dejó salir una tenue sonrisa.
—Aún estoy aquí —susurró.
—Sí, Valerio, aún estás aquí.
Tras oír aquellas palabras, Valerio volvió a cerrar los ojos en medio de una respiración profunda, con su mano aferrada aún a la mano de Luna.
SOUTHLANDY
Cerca de la hora sexta, la princesa Kathrina caminaba por los pasillos del castillo Worwick luciendo tan orgullosa y altiva como se había estado sintiendo desde que llegó a la casa Worwick. A la mujer se le informó por medio de una sirviente, que la cena de la hora sexta estaba lista, y ella se dirigió al comedor con entusiasmo, pero al entrar, el lugar estaba solo excepto por la presencia de la reina Irenia, quien estaba sentada en la cabecera de la mesa.
La princesa avanzó hacia el comedor con elegancia, sujetando levemente los pliegues de su vestido para no tropezar, y al llegar a la mesa se reverenció ante Irenia, diciendo:
—Majestad, buenas tardes. Es un honor compartir la mesa con usted hoy.
Irenia inclinó ligeramente la cabeza, devolviendo el saludo.
—Buenas tardes, querida. Por favor, toma asiento.
Kathrina procedió a tomar asiento en la mesa, mientras que un par de sirvientes se acercaron hasta su lugar para servirle la comida en el plato, y sin aguantar la curiosidad, ella tomó la palabra y preguntó:
—¿Dónde está mi prometido? Pensé que lo encontraría aquí en la mesa.
La reina, que acababa de tomar un delicado sorbo de vino, dejó la copa en la mesa, mientras su sonrisa permanecía intacta y gélida al mismo tiempo.
—El príncipe Verti está ocupado en la biblioteca. Él tiene algunos asuntos importantes que atender, así que no podrá venir a acompañarnos.
—Entiendo. Pensé que estaría aquí y que...
—Ya sé que ayer estuviste en la sala de costura —interrumpió Irenia a la joven princesa, cambiando de tema de forma abrupta—, y me han dicho que no elegiste ningún vestido.
—Eh... Sí, majestad —Kathrina sonrió—. Agradezco mucho la atención que me dieron, pero sinceramente ninguno de los vestidos me convenció; además, creo que debería tener un vestido a mi medida para la ocasión.
—El matrimonio es en dos días, no hay tiempo para caprichos, querida.
—¿Dos días?
—Sí, mi esposo ya dio las instrucciones necesarias a los encargados de la ceremonia.
—Pero en dos días es muy poco tiempo para que algún invitado venga a la celebración. Yo no había querido decir nada, mi reina, pero creo que debe haber una celebración formal para este compromiso; un matrimonio es un suceso importante.
—Por eso te casarás con mi hijo en una ceremonia tradicional de esta casa. —Irenia se levantó de su lugar y, mirando a Kathrina, continuó—: No eres una Worwick y comprendo tu nulo conocimiento sobre el tema, pero déjame decirte que una ceremonia tradicional de esta casa es una celebración solemne, practicada por los ancestros de esta familia, donde se sellaba la unión de las almas delante de los dioses. Así que, si lo que quieres decir es que esta ceremonia no es tan importante, déjame decirte que lo menos importante es un banquete pomposo lleno de invitados de todos los reinos. —Irenia se movió fuera de la mesa—. Así que mañana mismo ve a la sala de costura y elige un vestido o si lo prefieres, simplemente cásate con cualquiera de los vestidos que tienes en tu baúl, cariño. Ahora me retiro.
Irenia se alejó de la mesa, dejando a Kathrina fría por las palabras tan directas de la reina y sola en el comedor con la palabra en la boca; se mostró contrariada al confirmar que con la reina no podía contar.
TURBIOS PALACIO ESCANDINEVA
Asomada levemente en el balcón de la sala privada del palacio, lady Luna tomaba un poco de aire fresco mientras observaba el movimiento de la guardia en el patio. Sin embargo, su breve momento de paz fue interrumpido por lord Jensen, quien entró en la sala, captando la atención de la lady.
—Me mandó a llamar, mi lady —dijo el hombre, reverenciándose.
—Sí, lord, por favor, siga —Luna caminó hacia el escritorio de su esposo, tomó asiento en la silla y continuó diciendo—: ¿Cómo está todo en las cuevas con ese hombre que me dijo que apresaron?
—Todo está bajo control con el Eslova, mi lady —dijo el hombre, algo confuso por la pregunta de Luna.
—¿Ya lo interrogaron?
—Aún no, mi lady. Debido a la incapacidad del príncipe Valerio de estar presente para tomar decisiones al respecto, los guardias prefieren esperar a que él esté presente.
Luna se quedó un momento en silencio, buscando las palabras adecuadas para expresarle sus pensamientos al lord.
—Necesito saber quién ordenó la muerte de mi esposo, lord.
—Entiendo su preocupación, lady Helfort, pero si lo que me está tratando de pedir es que ordene la tortura de ese hombre para obtener información, me temo que no será posible aún.
—No se lo estoy pidiendo, se lo estoy ordenando.
Lord Jensen frunció el ceño. —¿Disculpe?
Luna suspiró con preocupación. —Lord, yo jamás había visto las cosas que he tenido que ver en mi breve estancia en este palacio, y sí, sé que mi matrimonio con el príncipe Valerio fue por deber, pero me ha dolido enormemente verlo así. No quiero seguir pensando que la persona que ordenó su muerte está ahí afuera sin consecuencias. Usted me entiende, ¿verdad?
—Por supuesto que la entiendo, mi lady.
—Entonces ayúdeme y déjeme bajar a esa cueva.
—Mi lady, lo que usted me pide es muy delicado, y creo que es imposible que le pueda ayudar en esto.
—¿Por qué? ¿Es porque soy mujer y no puedo ir a ese lugar?
—Lady Helfort, si hay un sitio casi prohibido para las damas de este lugar, es justamente las cuevas. Solo los guardias, los soldados y personas autorizadas pueden ingresar ahí, y no es porque no se quiera que usted vaya a ese lugar; es por su protección. La sensibilidad de usted puede ser herida si llega a ver lo que ahí se encuentra.
—Lord, escúcheme bien: mi sensibilidad ya está herida. Uno de esos hombres intentó profanar mi cuerpo, y vi cómo uno de ellos intentó matar a mi esposo y yo terminé asesinando a ese hombre para protegerlo. Vi sangre y cabezas rodar en ese enfrentamiento, y ahora tengo a mi esposo postrado en una cama, casi inconsciente, luchando por recuperarse. Me come la rabia de solo pensar que la persona que lo quiere muerto va a seguir intentándolo si no sabemos quién es, y usted, como su leal servidor, debe apoyarme en esto.
—Y la apoyo, mi lady, pero si usted baja a ese lugar y el príncipe Valerio se entera de esto cuando despierte, eso sería un grave problema para mí. Él es muy enfático con su cuidado y protección. Si hay alguien a quien él cuida con mucho recelo en este lugar, es a usted, y mi deber es mantener los intereses de mi príncipe a salvo.
—¡Pero su deber también es mantenerlo a salvo a él! Yo estoy bien, estoy a salvo y lo seguiré estando, pero no solo puedo estar yo a salvo. Necesito que él también lo esté. Por favor, lord, si quiere, usted baje conmigo o envíeme con guardias, pero por favor déjeme bajar.
Lord Jensen dudó ante la petición de Luna, pero al ver su desesperación y su insistencia, terminó cediendo.
—Está bien, mi lady, venga conmigo y, por favor, siga mis indicaciones.
—Claro que sí, lord.
A paso apresurado, lady Luna y lord Whitemount bajaron a las cuevas del palacio en compañía de unos guardias que tenían la orden de proteger a la mujer que iba con ellos y al ingresar en el túnel tenuemente oscuro, solo se escuchaba el eco de sus pasos contra el rocoso suelo mientras avanzaban aún más por el pasillo.
Pronto, un camino de antorchas colgadas en las paredes apareció ante ellos, y no tardaron en seguir aquel sendero que se iluminaba con más intensidad a medida que avanzaban. El aire estaba denso, y el olor a sangre, sudor y humedad comenzó a intensificarse, y la mirada de Luna se entenebrecía aún más con cada paso que daban hacia el infierno subterráneo conocido como las cuevas de tortura del palacio.
Luna comenzó a respirar con dificultad cada vez que avanzaba, ya que el hedor que emanaba del lugar era cada vez más fuerte, y esto empezó a hacerla sentir asfixiada. Intentando mantenerse fuerte, ella llevó un pequeño pañuelo a su rostro, colocándolo sobre su boca y nariz, como si ese pequeño acto pudiera protegerla del mal que emanaba del interior de cada celda por la que pasaban, y a medida que caminaba, su mente trataba de no fijarse en lo que la rodeaba, pero le resultaba imposible ignorarlo.
Las celdas a su izquierda y derecha estaban llenas de cuerpos encadenados; algunos apenas se movían, y el sonido de gritos lejanos y susurros desesperados se colaba por las rendijas de las puertas. Luna se sobresaltó al ver a algunos prisioneros mutilados y otros completamente destrozados por las torturas constantes, e intentando soportar el trayecto, ella desvió la mirada hacia el suelo, evitando encontrarse con los ojos vacíos que la observaban con desesperación y aunque su estómago se revolvía, Luna se obligó a seguir adelante y a no hacer ruido para mantener la compostura.
Finalmente, llegaron a una enorme puerta de hierro que, al ser abierta por uno de los guardias, reveló un rincón mucho más limpio y menos deteriorado. Esto le dio un poco de tranquilidad a Luna después de lo que había visto en el recorrido, ya que al menos las paredes de esta celda no tenían la misma suciedad que las otras, y el aire allí se sentía menos pesado.
—Esperemos aquí —ordenó lord Jensen, mientras sus ojos se posaban en otra puerta que, al ser abierta, desveló un pasillo de celdas a su paso, y Luna no evitó observarlo de reojo, pero pronto desvió la mirada hacia el interior de la celda.
Un par de guardias cruzó aquel pasillo y, pocos segundos después, regresaron con el prisionero encadenado, el cual fue lanzado dentro de la celda sin tacto alguno. Luna no evitó mirarlo, encontrándose con un hombre que a duras penas podía abrir los ojos debido a lo hinchado que estaba su rostro y sorprendida, le preguntó a lord Jensen en un susurro:
—¿Por qué se ve así?
—Le ha salido barato, mi lady. Intentar asesinar al heredero de la casa Worwick deja peor consecuencias.
El hombre, aparentemente agotado y adolorido, cayó de rodillas ante Luna al no poder mantenerse en pie, y haciendo un gran esfuerzo, alzó su rostro para mirarla, sonriendo con malicia.
—Mi lady —dijo el hombre casi en burla—, la mujer intocable de este palacio. —El hombre se relamió los labios con morbo, y de inmediato la suela de la bota de uno de los guardias se estrelló contra su cara por la evidente falta de respeto y Luna no pudo evitar sobresaltarse ante aquella agresión tan directa.
—¡Ya basta! —dijo ella, observando al hombre tirado en el suelo quejándose y riéndose al mismo tiempo—. No finja que no quiere su vida, porque estoy segura de que si se le abre esa puerta, usted huiría lejos de aquí.
—Qué inteligente es esta mujer —dijo con sarcasmo. Ante la evidente ofensa, otro guardia golpeó al Eslova mucho más fuerte en el rostro, pero esta vez, Luna no intervino ante los gritos del hombre.
—Esta mujer inteligente tiene su vida en sus manos y el poder tanto de condenarlo como de dejarlo libre. Así que creo que el poco inteligente aquí es usted, y eso se vio reflejado con el simple hecho de haber intentado asesinar a mi esposo —habló Luna con autoridad.
—¿Qué es lo que quiere?
—Saber quién fue y quién lo envió.
El hombre comenzó a reírse estando aún en el suelo.
—¿De verdad cree que yo le diré eso?
—¡Sí, lo hará!
—¿Qué razón tendría para hacerlo?
—Usted está solo. Su líder está muerto, y los hombres que estaban con usted se han ido. Muchos ya están muertos, y nadie vendrá a salvarlo, así que considérese afortunado de que estoy yo aquí en lugar del príncipe Valerio Worwick.
—No me diga que me va a liberar si digo lo que sé —se burló.
—Todo depende de la información que me dé.
Lord Jensen frunció el ceño al oír las palabras de Luna, mientras que el hombre se quedó considerando la opción de hablar a cambio de su libertad.
—¿En sí qué es lo que quiere saber?
—¿Quién ordenó el ataque al palacio? Quiero saber quién quiere ver a mi esposo muerto.
—¿De verdad no se lo imagina? Su esposo es un peligro para muchos en su propia casa.
—Sea directo.
—Lo estoy siendo.
—¡Deme el nombre!
—Southlandy —dijo el Eslova, dejando a Luna muda de inmediato—. La orden vino de Southlandy. Alguien no quiere que el príncipe ocupe el trono y nos dieron estrictas órdenes de que no solo él debía morir, sino también usted, por si había algún heredero en camino.
Las palabras del hombre estremecieron a Luna al entender de quién hablaba.
—¿Es una sola persona la que ordenó el ataque?
—Qué le digo... Sí y no. Hay una red de interesados en que el maldito Worwick no ocupe el trono, pero hay uno en especial que lo desea con más intensidad. —Luna derramó una lágrima, y el hombre la observó fijamente—. Parece que usted sabe de quién le hablo, ¿no es así? —Sonrió de medio labio—. Qué decepción cuando la misma sangre traiciona.
Luna sollozó, confirmando su mayor temor en ese instante, y alejándose del hombre, visiblemente afectada, lord Jensen se acercó a ella diciendo:
—Creo que ha sido suficiente, mi lady. Es hora de salir de aquí.
—Suéltenlo —dijo Luna, dando órdenes a los guardias—. Llévenlo a las puertas del palacio y déjenlo ir. Es una orden.
Tras las palabras de Luna, el hombre comenzó a reírse a modo de victoria, mientras ella, lord Jensen y otros guardias, salieron de las cuevas con prisa.
De vuelta en la sala privada, Luna estaba sentada en uno de los cómodos sillones, con los ojos enrojecidos como si hubiera estado llorando, y en ese momento, la señorita Helen entró a la sala en busca de su niña.
—Mi niña Luna. —La nana caminó hacia ella y, al acercarse, se dio cuenta de que su niña había estado llorando, y preocupada, preguntó—: ¿Mi niña, estás bien? ¿Qué sucede?
—Fue él, nana. —Luna derramó una lágrima.
—¿Quién, él?
—Fue Verti. —Otra lágrima corrió por su rostro—. Él ordenó el ataque al palacio a manos de esos piratas.
—¿Estás segura de eso, mi niña?
—Sí —confirmó, secando sus lágrimas—. Valerio ya lo sospechaba. A mí se me hizo un poco irreal todo, pero hoy el hombre que casi mata a Valerio me lo confirmó; la orden vino de Southlandy.
—¡Dioses! ¡Pero si es su propio hermano!
—No solo eso, nana. Me duele pensar que en algún momento de mi vida vi a ese hombre con ojos de cariño y lo idealicé, creyendo que era admirable y caballero, cuando en realidad está lleno de odio por su propio hermano, porque más que quererlo a él muerto, también ordenó el ataque a mi persona.
La señorita Helen llevó las manos a su rostro, sorprendida.
—¡Qué decepción!
—Sé que Valerio y él no se llevaban bien, pero también sé que él no detesta a Verti al grado de querer verlo muerto. Incluso cuando me planteó la posibilidad de que pudo haber sido él, no lo vi interesado en arremeter en su contra. No puedo creer cómo pude estar tan ciega, nana. —Luna rompió a llorar.
—Tranquila, mi niña, tranquila. No tienes la culpa de haberte sentido así. Tú te ilusionaste con esa cara que él te mostró y no podías adivinar que tiene tan mal corazón.
—Cuando Valerio despierte, se lo diré, nana.
—Me parece bien que hagas eso. El príncipe es tu esposo y tu lealtad debe ser con él siempre, pero dime, ¿cómo lograste que ese hombre hablara?
—Le prometí que lo dejaría libre.
—¿Y lo hiciste?
—Sí, será libre... hasta que cruce las puertas del palacio.
—¿A qué te refieres?
—Tengo rabia, nana, y lo que le hicieron a Valerio no lo dejaré pasar.
Tal y como Luna lo ordenó, los guardias llevaron al Eslova hasta las puertas del palacio, donde lo dejaron libre. Pronto, este comenzó a intentar correr lejos para escapar, palpando al fin una libertad que pronto se desvaneció cuando una lluvia de flechas salió disparada desde lo alto del palacio en dirección al hombre, quien fue derribado al instante para finalmente morir tendido en el suelo del camino.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro