𝟏𝟖. 𝐉𝐔𝐍𝐓𝐎 𝐀 𝐓𝐈
Capítulo 18
TURBIOS - PALACIO ESCANDINEVA
La noticia del ataque al príncipe Valerio y su innegable estado de gravedad comenzó a correr por el palacio, mientras que Lord Jensen se encontraba con los nervios alterados después de haber sido testigo del estado en el que se encontraba el cuerpo herido y golpeado del príncipe. Tras esto, el hombre fue en busca de los mejores encargados para tratar de salvar la vida del heredero al trono a como diera lugar.
La habitación del príncipe Valerio estaba sumida en un silencio inquietante, solo roto por los sirvientes que preparaban el lugar para la llegada de los encargados, mientras el príncipe yacía inconsciente, tendido en su cama, con sus ropas manchadas de su propia sangre y con un vendaje improvisado que intentaba ocultar la horrible herida en su hombro y la pequeña pero dolorosa herida de su pierna.
En ese momento, la puerta se abrió y Lord Jensen entró para cerciorarse de que todo se estuviera preparando adecuadamente. En medio del ajetreo, la puerta se abrió abruptamente y la señorita Lexa entró corriendo con lágrimas en los ojos y el rostro sumido en una terrible angustia, sin poder contener el temblor en sus manos al ver a su príncipe adorado en ese estado, tendido en la cama.
En medio de sollozos ahogados, ella se acercó a la orilla de la cama, y Lord Jensen quiso captar su atención llamándola por su nombre para que guardara la postura, pero la mujer hizo caso omiso y se arrodilló junto a Valerio, tomando la mano del rubio entre las suyas, observando las horribles heridas que lo tenían inconsciente, y ella sollozó con más dolor diciendo:
—¡Mi príncipe! ¿Qué me le han hecho...? —Ella pasó su mano por el rostro de Valerio, tratando de limpiarlo—. ¡Por favor, despierta! ¡No puedes dejarme sola, no puedes irte, tienes que despertar!
—¡Señorita Lexa! —exclamó Lord Jensen, llamando la atención de la mujer por sus palabras poco apropiadas delante de los sirvientes, pero ella, una vez más, no hizo caso.
—No me pida que me vaya, lord, porque no lo dejaré solo. Él me necesita —contestó Lexa llorando con desesperación, aferrándose a la mano de Valerio como si él fuera suyo.
Justo en ese momento, la puerta se abrió de nuevo, y la figura imponente de Luna apareció en la habitación con el rostro lleno de preocupación, pero al ver a Lexa junto a su esposo, sujetando su mano con tanto afecto como si él le perteneciera, ella se tensó, y sin ánimos de soportar, Luna decidió encarar la situación.
—¿Qué hace esta mujer aquí? —reclamó Luna con la mirada llena de rabia y desdén mientras avanzaba hacia la cama—. Este no es tu lugar, niña; sal de aquí ahora mismo.
Lexa levantó la mirada dejando ver sus ojos enrojecidos, llenos de lágrimas, y, sin guardarle el respeto que debía a la mujer que tenía frente a ella, dijo desafiante:
—¡No me iré! Y si no le gusta que esté aquí, entonces váyase usted.
—¡¿Cómo se atreve, insolente?! —Luna se acercó aún más a Lexa—. ¡Yo soy la esposa del príncipe Valerio!
Lexa se incorporó, encarando a Luna en una clara muestra del poco respeto que sentía por ella.
—¿No se siente ridícula llenándose la boca al decir eso? ¡Usted es solo un accidente en este lugar! ¿No se supone que se iba a ir por fin de aquí? ¡¿Por qué no se larga y le deja la vida en paz?!
—Señorita Lexa, le ordeno que se retracte ahora mismo de sus palabras y que cuide su boca —intervino Lord Jensen, sabiendo lo grave de sus palabras.
—¡No! —gritó histérica—. Alguien tiene que decirle a esta mujer lo insignificante que es para mi Valerio.
—¡No te permito que me hables de esa forma, niña estúpida! —gritó Luna molesta—. Así que te ordeno que salgas de esta, que es la habitación de mi esposo, ¡ahora mismo!
—¡Ya dije que no me iré! —se acercó Lexa a Luna con intenciones de amedrentarla—. ¿Por qué demonios no se largó en ese maldito barco para siempre? ¡A mí no me importa lo que usted diga, porque si está casada con él es por compromiso, porque él no la quiere y ni siquiera convive con usted!
Sin disposición a soportar los insultos y la altanería de la mujer, Luna levantó la mano y abofeteó a Lexa con fuerza, colocándola en su lugar. Lexa, con el rostro enrojecido por el golpe, miró a Luna con furia y no tardó también en levantar la mano para pegarle, pero Lady Luna le detuvo la mano en el aire, al tiempo que la señorita Helen y Lord Jensen intervenían para alejar a Lexa de Luna y esta última se mantuvo firme, mirándola con imponencia y dejándole en claro que la única mujer que debía estar ahí era ella y sin rodeos, Luna ordenó:
—¡Saque a esta mujer tan vulgar de aquí ahora mismo, lord. No quiero que vuelva a entrar nunca más aquí!
Lord Jensen acató las órdenes de Luna mientras tenía contenida a la mujer. Pronto, los guardias que estaban en la puerta entraron a la habitación y, aunque Lexa forcejeaba al ser arrastrada fuera de la habitación, ella gritaba el nombre de Valerio, al tiempo que insultaba a Luna lanzando palabras despectivas sobre ella, hasta que por fin fue sacada de la habitación.
Cuando la puerta se cerró por fin, Luna respiró hondo, conteniendo sus propias emociones, y volvió su atención a su esposo, quien yacía en silencio, entre la vida y la muerte sobre la cama.
—Lo siento, mi lady —dijo Lord Jensen apenado.
—No se preocupe, lord, mejor dígame cómo está él —preguntó ella, acercándose a la orilla de la cama y viendo las horribles heridas y los golpes que él tenía en su cuerpo.
—Los encargados ya vienen, mi lady.
—¡Dioses! —exclamó ella, dejando salir su llanto sin saber cómo o dónde tocarlo al ver cada una de sus heridas—. No puede permitir que se muera, lord, por favor. —Luna miró al hombre con un fuerte sentimiento de dolor en su mirada.
—Se hará todo lo posible para que el príncipe se recupere, Lady Helfort.
Luna comenzó a llorar sobre el cuerpo inerte de Valerio, mientras que la señorita Helen se acercó a ella, intentando calmarla.
—Tranquila, mi niña.
—¡No, nana! ¡No puedo! —dijo entre llantos—. Él se me puede morir, nana. Valerio no se me puede morir.
La puerta de los aposentos se volvió a abrir, dejando ver esta vez a los encargados, quienes de inmediato entraron reverenciándose ante Lord Jensen y Lady Luna, y sin perder más tiempo, los hombres se acercaron al cuerpo del príncipe y comenzaron a atenderlo.
El encargado más experimentado se inclinó sobre Valerio, observando primero la flecha incrustada en su pierna y, tras examinar bien la profundidad del objeto y aprovechando la inconsciencia del príncipe, el hombre ordenó con voz baja al otro encargado que le acercara la bolsa con un ungüento y vendajes.
Luna se retiró de la cama entre lágrimas junto a su nana, dándoles espacio a los encargados y vio cómo uno de ellos, con mucho cuidado, agarró el asta que quedaba de la flecha, mientras otro de los encargados sostenía la pierna del príncipe con fuerza, y con un movimiento preciso, el encargado extrajo la flecha y murmuró: "Si mi señor estuviera consciente, sus gritos serían insoportables de oír".
De inmediato, el encargado presionó una mezcla de hierbas con un ungüento especial contra la herida abierta para detener el sangrado, y seguidamente comenzó a aplicar un vendaje limpio en la herida, asegurando la pierna de Valerio con delicadeza.
Luego, los hombres se centraron en la lanza que aún permanecía incrustada en el hombro de Valerio. Los encargados se miraron con cierta preocupación, temiendo que el daño pudiera ser más severo de lo que creían. Uno de los hombres sujetó el cuerpo del príncipe, mientras el encargado más experimentado tomó parte de la lanza entre sus manos.
Luna sollozó con fuerza al saber lo que los hombres iban a hacer, y apartó la vista dándole la espalda, al tiempo que el encargado retiraba la lanza del hombro de Valerio de un solo tirón, y de la herida comenzó a emanar sangre, pero los encargados aplicaron de inmediato un polvo seco de musgo sobre la herida para coagular la sangre. Con unas pinzas de metal, el encargado extrajo las astillas que habían quedado en la carne, y luego colocó un ungüento espeso de hierbas medicinales con un poco más de musgo para ayudar a calmar la inflamación y prevenir la infección. Finalmente, otro encargado vendó el hombro de Valerio, sujetando la venda con tiras de cuero para inmovilizar el brazo.
Al terminar de aplicar el vendaje, Luna corrió de nuevo al lado de Valerio y tomó su mano mientras los encargados aplicaban compresas frías en la frente del Worwick, y al instante, dieron la orden a las sirvientas de que con paños de lino limpiaran la sangre seca alrededor del torso y en todo el cuerpo del príncipe.
—Los tés que debe tomar el príncipe cuando despierte deben ser a las horas precisas para que tengan un mayor efecto —dijo el encargado.
—¿Cuándo va a despertar, encargado? —preguntó Luna mirando al hombre.
—Deben esperar que las plantas y los ungüentos hagan su efecto, mi lady. El príncipe se desmayó por el fuerte dolor que experimentó y por la debilidad ante la pérdida de sangre que, gracias a los dioses, no fue mayor o, si no, ahora mismo no estaría aquí.
—Gracias, encargado. Iré a dar la orden sobre los tés que el príncipe debe tomar —dijo Lord Jensen.
Los encargados se reverenciaron ante Luna y ante Lord Jensen y pronto salieron de la habitación junto con el lord, quedándose Luna junto a una sirviente y la señorita Helen.
La sirviente llevó una tinaja de agua limpia hasta el buró, junto a unas mantas limpias, y comenzó a prepararlas para limpiar al Worwick, pero Luna se dirigió a ella y entre sollozos preguntó:
—¿Podría hacerlo yo?
—Claro que sí, mi lady.
—Gracias —le sonrió Luna a la mujer con amabilidad.
—¿Necesita algo más, mi señora? —preguntó la sirvienta.
—Por favor, traiga más mantas y, si puede, traiga el té que necesita mi esposo para cuando despierte.
—Como ordene, mi lady. —La mujer se reverenció y salió de la habitación, dejando a Luna junto a Valerio. La señorita Helen aseguró la puerta, observando cómo la mano de Luna temblaba mientras empapaba los paños con agua y los pasaba suavemente por el torso del príncipe.
—Se va a recuperar, mi niña, ya verás.
—Eso espero, nana —Luna comenzó a llorar y, soltando la pequeña manta, buscó la mano de Valerio y recostó su rostro sobre su palma diciendo—: No quiero que se muera, nana. No sé qué voy a hacer si no despierta.
—¿Lo quieres, no es así?
Luna miró a su nana con los ojos llenos de lágrimas y, desviando su mirada hacia Valerio, dijo: —Como no tienes idea, nana.
—¿Quieres que te traiga algo cómodo para que te quedes aquí esta noche con él?
—Sí, por favor, él no puede estar solo.
La señorita Helen salió, dejando a Luna sola junto a Valerio, y ella comenzó a limpiarlo mientras sus lágrimas corrían por su rostro al verlo inmóvil en la cama y al llegar a su rostro, ella dijo:
—Tienes que despertar, Valerio. No quiero que te mueras, no quiero que me dejes sola. Por favor, yo voy a estar aquí esperando que abras los ojos, pero por favor, no me dejes.
Luna se acercó al rostro de Valerio, dándole un beso delicado, mezclándose así sus lágrimas entre sus labios y entre los labios de él.
HORAS MAS TARDE
La tarde estaba empezando a caer sobre la isla de Turbios, mientras todos en el palacio estaban a la espera de la reacción del príncipe Valerio, quien aún se encontraba inconsciente. Luna, por su parte, salió de la habitación de su esposo y se dirigió a la sala privada, donde entró sin necesidad de pedir el pase de los guardias, ya que estos, al verla, le abrieron las puertas. Ella pidió amablemente la presencia de Lord Whitemount en la sala, y tras unos minutos de espera, el lord hizo presencia, reverenciándose.
—Mi lady, ¿solicitó usted mi presencia?
—Sí, lord —Luna se sentó en la silla del escritorio de Valerio en la sala privada, mientras que el lord, permanecía de pie del otro lado del escritorio—. Por favor, tome asiento. —El lord se sentó—. ¿Cómo está todo alrededor de Escandineva?
—Todo está en aparente calma, Lady Helfort. Las puertas del palacio están cerradas y hay una buena formación de guardias y arqueros en la fortaleza del palacio.
—¿Qué sucedió con el hombre que agredió a mi esposo?
—El príncipe Valerio mató al líder de los Eslovas, mi lady. Según lo que comentó el comandante de la guardia, el príncipe encabezó el ataque derribando a muchos de los Eslovas que se cruzaban en su camino —Los ojos de Luna se abrieron con sorpresa al oír las hazañas de su esposo—, y al parecer él le dio muerte a ese hombre mientras este le atacaba.
—¿Entonces jamás vamos a saber quién los envió?
—Atraparon a la mano derecha del líder, quien pretendía volarle la cabeza al príncipe con un hacha —Luna se sobresaltó al oír esto—, y ahora aquel hombre está solo en las cuevas.
—¿Y qué le harán?
—Pues eso es algo que no sabría decirle, Lady Helfort, pero mientras el príncipe despierta, lo tendrán encarcelado bajo estricta vigilancia.
—Esperemos que Valerio despierte pronto.
—Con el favor de los dioses, así será, mi lady.
—Lord, ¿antes de irse el príncipe al bosque, le dio alguna orden en específico?
—Sí, Lady Helfort. El príncipe me pidió que ordenara la preparación de una carroza para que la llevara a usted al puerto cuando él volviera del bosque. Él me dejó saber que la embarcaría en el barco de la casa Worwick que los trajo hasta aquí.
Luna miró con sorpresa al lord por el gesto de Valerio de enviarla en el barco de la casa y no en una embarcación que tomara camino hacia su reino.
—Pero si se supone que al irme ya no pertenezco a esta institución.
—Lo sé, mi lady, pero si quiere usted que le sea sincero, el príncipe Valerio la aprecia mucho y, aunque no lo crea, desde que llegaron aquí, él ha estado al pendiente de todo lo que tiene que ver con su comodidad y su tranquilidad.
Luna agachó la cabeza, pareciendo apenada. —Lord, yo...— Ella alzó la mirada dejando ver el enrojecimiento de sus ojos y nariz tras oír las palabras del hombre—. Necesito su colaboración para algo que le voy a pedir.
—Claro, mi lady. Estoy a su disposición.
—Yo no iré a ningún lado, aún no. No podría irme y dejarlo así, pero sí quiero que alguien se vaya de este palacio. —El lord miró atento a Luna—. Quiero que hoy mismo la señorita Lexa salga del palacio y que usted se encargue de enviarla al meson más cercano de la isla. Esa mujer no puede seguir un día más en mi casa.
—Entiendo su preocupación, mi lady, pero ¿cree usted que sea prudente hacer esto sin que el príncipe Valerio lo sepa?
—Creo, lord, que mi esposo entenderá mis razones. Usted mismo fue testigo de la insolencia y las atribuciones que esa niña tiene con mi esposo, porque ya no cabe duda de que ella lo ve de una forma indebida. Desconozco si él la ve de la misma forma, pero sea lo que sea, ella debe irse de aquí. Yo le prometo, lord, que cuando mi esposo despierte, yo misma le explicaré mis razones.
—Mi lealtad estará siempre con mi señor y, por supuesto, con usted que es su esposa. Y cualquier cosa que usted necesite, incluso mi palabra, mi lady, puede usted contar con ello. Me encargaré de la señorita Lexa de inmediato.
El lord se levantó para dirigirse a la puerta de la sala, pero Luna lo interrumpió diciendo:
—Lord —El hombre la miró—, permita que se lleve sus ropas, empáquele comida y paguen el alojamiento con todo lo que tenga incluido hasta que pueda irse a un hospicio lejos de aquí.
—Como ordene usted, mi lady.
El hombre se reverenció y salió de la sala, dejando a Luna sola, sentada en el escritorio de Valerio.
Entrada la noche, Luna yacía en la habitación de Valerio alistándose para pasar la noche junto a él y así cuidarlo y atender cualquier inconveniente que se presentara. Ella salió del cuarto de baño con un ligero vestido de dormir puesto, mientras soltaba su largo cabello castaño. En ese instante, la señorita Helen entró en la habitación con cuidado de no hacer mucho ruido y, así mismo, cerró la puerta.
—¡Nana! —Luna sonrió.
—Mi niña, aquí te traje un té relajante para que lo tomes antes de dormir y puedas descansar —dijo la mujer, colocando la taza sobre la mesa del té.
—Gracias, nana, lo voy a necesitar —Luna suspiró—. Ha sido un día muy agobiante con todo lo que ha pasado.
—Lo sé, mi niña, y tengo noticias —Luna miró a su nana atenta—. El caballo del príncipe lo encontraron en los alrededores del palacio y ya está seguro en el establo.
—¿No está herido?
—No, afortunadamente.
—¡Gracias a los dioses!
—Y la jovencita que servía al príncipe ya se fue.
—¿Ya se fue?
—Sí. Mientras preparaba el té, escuché la conversación de unas sirvientes donde decían que esa jovencita se alteró cuando se enteró de tu petición, mi niña, y quería venir aquí a encararte. ¡Qué grosera!
Luna suspiró. —Esa mujer ya no tenía nada que hacer aquí, ¿pero de verdad crees, nana, que una mujer a la que no le han dado alas deba portarse así?
—Bueno, eso sí es cierto.
Luna miró a Valerio. —Algo tuvo que haberle dicho o haber hecho él con ella para que ella se sintiera dueña de él, y eso me duele.
—¿Y qué harás, mi niña?
—Nada, nana. Cuando Valerio despierte y no la vea, tendrá que enfrentarse a mí y decirme la verdad. Él tiene que decidir entre ella o yo, porque no me quedaré aquí si la trae de regreso.
—Esperemos, por los dioses, que solo sean insolencias de esa muchachita y nada más. Ahora te dejo para que descanses, y no se te olvide tomar tu tecito.
—Gracias, nana. Descansa.
La mujer salió de la habitación y Luna tomó la taza de té y la comenzó a beber, mientras observaba el cielo estrellado a través de la ventana. Al terminar de tomar el té, Luna se acercó a la cama y se acostó al lado de Valerio con cuidado, quedando de lado, frente a él y ella lo miró, observando detalladamente cada detalle de su rostro mientras él aún permanecía dormido.
La ternura y admiración se reflejaron en los ojos de Luna al observarlo y recordar las palabras del lord, de cómo fue él quien enfrentó a aquel Eslova que casi le quitaba la vida, aún estando herido. Así mismo, se deleitó observando sus largas y espesas pestañas que proyectaban pequeñas sombras en su piel. Ella observó el perfil de la nariz de su esposo, ligeramente alargada y recta, y su mirada se deslizó hacia sus labios carnosos, que para ese momento ya tenían una tonalidad rosa oscuro, y un suspiro escapó de ella al notar las pequeñas pecas que se esparcían como lunares por su cuello y hombros.
Luna llevó su mano a la cabeza de su esposo, deslizando delicadamente su mano por el largo cabello dorado de Valerio, que caía en la almohada, y sonrió de medio labio, acercando lentamente su rostro al de él y le plantó un beso en la mejilla, después, lo cubrió con una ligera manta y susurró:
—Tienes que despertar pronto, Valerio, tienes que recuperarte. Te quiero.
Dichas estas palabras, Luna se acomodó en su almohada, permaneciendo en la misma posición y cerró los ojos para poder conciliar el sueño junto a él. Después de unos segundos, Valerio entreabrió los ojos, girando lentamente su rostro hacia ella, observándola acostada a su lado. Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro y, así mismo, él volvió a su posición, cerrando nuevamente sus ojos para seguir recuperando fuerzas y poder colocarse en pie pronto.
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