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𝟏𝟕. 𝐃𝐄 𝐂𝐀𝐑𝐀 𝐀 𝐋𝐀 𝐌𝐔𝐄𝐑𝐓𝐄

Capítulo 17

SOUTHLANDY

Por los largos pasillos del castillo Worwick caminaba tranquilamente la princesa Kathrina, como si el lugar le perteneciera. Kathrina se dirigió hasta la biblioteca, donde le indicaron que se encontraba su prometido, Verti, y entró en aquel lugar encontrando al rubio ocupado entre pergaminos y tratados, junto a un abrumador silencio que fue interrumpido por la voz de la joven.

—Príncipe.

Verti alzó la mirada al oír la voz de su prometida, encontrándola casi frente a él, del otro lado del escritorio.

—Princesa Kathrina —sonrió con una educada ligereza, camuflando su nulo entusiasmo.

—¿Se encuentra usted muy ocupado?

Verti se incorporó por completo, relegando toda su atención hacia ella.

—¿Necesita algo?

—Bueno, realmente necesito hablar con usted —sonrió.

Verti volvió a sonreír, esta vez con un poco más de picardía, pero sin acercarse mucho a ella.

—La escucho —dijo él, volcando su atención de nuevo en los pergaminos y tratados mientras esperaba que su prometida hablara.

—Acabo de venir del cuarto de costura —comentó acercándose a él con cierto coqueteo—, por el asunto de mi vestido para nuestro matrimonio.

—¿Ya eligió uno? —preguntó sin mirarla.

—No, no he elegido ninguno.

—¿Por qué no?

—Pues, porque... —ella lo miró, dudando entre ser directa o discreta, mientras él seguía con la vista sumergida en sus papeles—. Es que realmente ninguno me gustó y el que me gustó no lo puedo usar.

—¿Por qué no? —preguntó él de nuevo sin mirarla, logrando que ella se sintiera extraña.

—Porque el vestido que quiero lo usó una tal Lady Luna Helfort —Verti la miró al instante con notable seriedad en su rostro—, y yo pensé que si tal vez hablaba con usted, podrían...

—No usará ese vestido —interrumpió Verti, cortando la petición de su prometida con total tranquilidad.

—Yo solo quería preguntar si podrían hacerme uno, tampoco deseo usar el de ella.

Verti volvió a colocar su atención en los papeles y dijo:

—Refiérase a ella como Lady Luna o Lady Helfort. Recuerde que ella es la futura reina de este reino, y con respecto al vestido, ese asunto es con mi madre. Yo no tengo nada que hacer ahí.

—Lo sé, pero pensé que quizás si yo hablaba con usted podrían concederme ese detalle.

Verti la miró y sonrió.

—Discúlpeme usted, pero los asuntos de vestidos no son de mi interés, princesa. Ahora, si me disculpa, debo volver a ocuparme —dijo refiriéndose a los pergaminos.

Kathrina, sintiéndose ignorada, un poco apenada y sin saber cómo interpretar el comportamiento amable y distante de su prometido, solo decidió sonreír diciendo:

—Está bien, nos vemos en la cena, príncipe.

Ella se dio la vuelta y se retiró, mientras que Verti solo la miró de soslayo y, así mismo, volvió a enfocarse en lo que estaba haciendo.

TURBIOS - PALACIO ESCANDINEVA

De camino a la sala privada, el semblante de Valerio decayó con notoriedad, mientras que con cada paso que daba apenas comenzaba a asimilar lo que había hecho en el cuarto de Luna al darle la aprobación para dejarla ir sin tener la posibilidad de revocar su palabra.

Al llegar a su sala privada, él ordenó la presencia de Lord Jensen de inmediato y, al quedar solo, Valerio miró toda la sala, sintiendo una opresión fuerte en su pecho, la respiración entrecortada, y su rostro comenzó a reflejar cierta inquietud, como si estuviera buscando la forma de dejar salir eso que lo oprimía, al sentirse confuso por no poder entender la razón de por qué, después de que por fin había empezado a intentarlo de nuevo con Luna, ahora ella quería dejarlo.

Las palabras de Luna calaron hondo en él y fueron mucho más dolorosas de lo que podría admitir, pero, por más que quisiera devolverse y tratar de hablar con ella o preguntar qué estaba sucediendo, había asuntos urgentes que se debían atender, y la actitud de Luna hacia él ya le había dejado en claro que ella no lo quería cerca.

Valerio se colocó frente a su escritorio, apoyó las manos sobre el mismo y agachó la cabeza, sintiendo cómo sus ojos ardían ante las inminentes lágrimas que amenazaban con salir junto a un fuerte nudo en su garganta y en medio de su silente lamento, la puerta de la sala se abrió y Lord Jensen entró reverenciándose.

El rubio tragó en seco y levantó la mirada, revelando el ligero enrojecimiento de sus ojos y de su nariz, y sin dar explicaciones le ordenó a Lord Jensen que preparara una carroza y que ordenara a algunos sirvientes que ayudaran a Lady Luna a empacar sus cosas, ya que cuando él volviera, él mismo embarcaría a la joven en el barco de la casa Worwick. Sin dar más explicaciones, Valerio le dijo al Lord que Luna se iría y que no quería que se tocara el asunto. Una vez dichas esas palabras, él salió de la sala rumbo al patio de armas, donde lo esperaba su caballo.

Tomando su arco y flechas junto a las riendas de su caballo, Valerio salió del palacio con un grupo de guardias rumbo a los alrededores del vasto bosque en busca de esos Eslovas que acechaban, con la esperanza de atraparlos, mientras que desde uno de los balcones, Luna pudo ver ligeramente el movimiento en las puertas desde aquella distancia, pero el sonido de la puerta de su habitación abriéndose la hizo salir de sus pensamientos, y al girar se encontró con su nana Helen, quien corrió hacia ella diciendo:

—¡Mi niña Luna! —La nana abrazó a Luna, y la joven Lady abrazó también a su nana con mucho cariño—. Mi niña, por los dioses, ¿qué fue lo que hiciste? ¿Cómo que te fuiste?

—Nana, escúchame, ya no hay tiempo de contar nada, ¿sí? Hay que recoger todos mis vestidos y también recoge los tuyos.

—¿Por qué?

—Porque nos vamos. Valerio me dejó ir por fin.

—¿Qué? —Helen miró a Luna confundida—. ¿Qué sucedió, mi niña?

—Sucedió que él tiene aquí a su otra mujer, la que lleva a su lecho en mi ausencia.

—¿Cómo? ¿Pero quién?

—Esa niña vulgar, Lexa.

—¿Cómo sabes eso, mi niña Luna?

—Porque los vi, nana, los vi. La vi a ella saliendo de los aposentos de él con su corpiño abierto, mostrando su escote, y él salió tras ella con el torso desnudo y el pantalón desabrochado. Además, el día que pasó el altercado con los Eslovas, él me prometió que ella no volvería a ocuparse de sus cosas ni de entrar a sus aposentos, porque, según él, le había relegado esos asuntos a otros sirvientes y que solo se limitaría a hablar con ella en la sala privada cuando fuera necesario.

—¿Y si es un malentendido, mi niña? ¿Tú ya hablaste con él y le dijiste lo que viste? ¿Se lo preguntaste?

—No, no le he dicho nada. Yo lo iba a hacer cuando un guardia nos interrumpió, pero ya no importa. Eso que vi no es un malentendido, porque ella estaba en sus aposentos, estaban solos los dos en esa situación comprometedora que no tiene justificación, y ya no estoy dispuesta a soportar las burlas de esa mujer. Ella se dio cuenta de que yo me di cuenta de todo y se burló en mi cara.

La señorita Helen suspiró con preocupación.

—¿Entonces sí nos iremos?

—Sí, ¡gracias a los dioses aún no he perdido mi virtud y espero que cumpla su palabra, me repudie ante el consejo de su padre y me deje en paz!

—Mi niña, dime algo —Helen miró a Luna detenidamente—. ¿En el fondo eso es lo que tú quieres?

Luna miró a su nana por un instante con el brillo de las lágrimas contenidas en sus ojos y, con la mirada decaída, dijo:

—No, pero no puedo seguir aquí soportando esto. Ya soporté demasiado con sus malos tratos para que me siga mintiendo, y no voy a hacer como si no hubiera sucedido nada, ¡no puedo con tanto! Yo detesto a esa mujer porque sé lo que siente por él, pero quien me debe respeto como mi esposo es él, no ella, y él no me está dando mi lugar, nana, y así no puedo.

Viendo la desesperanza en los ojos de Luna, la señorita Helen suspiró y dijo:

—Está bien, mi niña, entonces nos vamos. Empezaré a recoger tus cosas.

Con el galopar acelerado de los caballos, Valerio y los soldados llegaron al límite que dividía los alrededores del palacio con el vasto bosque que se extendía hasta el mar Turbio, y por un momento, todos se detuvieron por órdenes de Valerio al observar una extraña tranquilidad a su alrededor. Valerio comenzó a observar muy bien cada detalle: los árboles, los frondosos arbustos y el soplar del viento, hasta que algo se movió tras un árbol. Con un fuerte tirón de las riendas, Valerio espoleó a su caballo y salió disparado hacia el lado contrario, para intentar rodear la zona adentrándose en el bosque, mientras sus soldados lo seguían.

Los cascos de los caballos resonaban con fuerza, y Valerio encabezaba la formación sin miedo a ser atacado. El comandante de la guardia de Escandineva ordenó rodear al príncipe para proteger al heredero, pero fueron sorprendidos por una lluvia de flechas que comenzaron a caer sobre ellos, impactando en varios de los soldados y en los caballos, que comenzaron a alborotarse desatándose el caos.

Consciente de lo que sucedía a su alrededor, Valerio intentó desviar el camino, indicándoles a los soldados que aún no habían caído que lo siguieran, y en un punto de la huida, Valerio se bajó de su caballo y le hizo un silbido único a Valia, ordenándole que se fuera y el equino tomó camino de inmediato, perdiéndose entre los árboles.

Tras Valerio, un soldado detuvo su galope y ayudó al príncipe a subirse tras él, siguiendo sus indicaciones mientras Valerio preparaba su arco y flechas. Ambos se dirigieron a un punto específico, donde divisaron a un par de Eslovas camuflados tras los árboles con lanzas y flechas para atacar y sin pensarlo, Valerio tensó su arco y comenzó a disparar flechas lo más rápido que podía, logrando darles en puntos específicos para inhabilitarlos, lo que le permitió a los soldados que iban en ese camino, comenzar a cazar a los Eslovas que caían uno a uno.

Sabiendo que sería difícil enfrentar a todos los soldados, los Eslovas comenzaron a retroceder, haciéndose visibles a la vista de la guardia y de Valerio, quien continuó disparando flechas, tumbando a su paso a unos cuantos más, hasta que una flecha impactó en el costado del caballo en pleno galope. El animal soltó un doloroso relincho, mientras otra flecha dio en la cabeza del soldado y una más en la pierna de Valerio casi al mismo tiempo.

El caballo herido se desplomó hacia adelante con una fuerza brutal, y el soldado junto con Valerio fueron lanzados al aire. El cuerpo del soldado se estrelló contra el suelo a cierta distancia, quedando casi inmóvil al instante, mientras Valerio cayó sobre la frondosa hierba verde, golpeándose contra el suelo, y un grito de dolor desgarró su garganta al sentir cómo la flecha se hundía más en su pierna.

Un poco aturdido, Valerio miró a todos lados intentando ubicarse, y sin importar el dolor que le producía intentar moverse, se incorporó rompiendo la flecha de madera y gritó: “¡Malditos hijos de puta! Prometo que me reiré con gusto de ustedes más tarde; ahora los voy a cazar.”

Sin importar la dificultad, Valerio se levantó, buscó su arco y flechas, y se dirigió hacia donde él calculó que pudo haberse generado el impacto, su percepción no le falló, y vio cómo un par de Eslovas huían al verlo tensar el arco, sabiendo que el príncipe al parecer no fallaba y al instante, él disparó dos flechas, una tras otra, dando en el blanco como quería, mientras dejaba salir una risa casi maníaca, hasta que el impacto de una lanza que se incrustó en su hombro lo frenó de golpe.

El momento pareció detenerse en ese instante, mientras sus ojos se desviaban hacia la lanza, viendo cómo esta sobresalía en su hombro y en la parte superior de su pecho. Tambaleándose, Valerio llevó su mano hacia la lanza, pero al intentar moverla el dolor se agudizó, haciéndolo gruñir y desistir de la idea de retirarla. En ese momento, el líder de los Eslovas apareció frente a él con osadía y una sonrisa torcida en el rostro, dando a entender que fue él quien lo había atacado.

La mirada de aquel hombre buscó la de Valerio, mostrándole la burla en cada uno de sus gestos al verlo herido ante él, disfrutando del sufrimiento en sus ojos y Valerio no dudó en sostenerle la mirada enrojecida, revelando el dolor que recorría su cuerpo en ese momento.

En un gesto despiadado, el Eslova agarró la lanza, apretando el mango con ambas manos, para intentar hundirla aún más en el hombro de Valerio y el príncipe soltó gruñidos ahogados, sintiendo cómo el intenso dolor le nublaba la vista, pero aun así, su mirada permaneció firme, negándose a mostrar debilidad, incluso en ese instante en que su cuerpo parecía ceder.

De repente, Valerio comenzó a esbozar una sonrisa burlona, lo cual creó confusión en el Eslova, que no entendía cómo el Worwick podía estarse burlando en medio del dolor que le estaba generando, pero de golpe, el hombre sintió cómo algo filoso se incrustaba en su garganta, soltando de inmediato la lanza. Valerio aprovechó que el hombre lo soltó y comenzó a hundirle la daga en la garganta con las únicas fuerzas que le quedaban, situándose sobre él, hasta que un fuerte golpe en su costado lo lanzó lejos del Eslova.

Él quedó de cara al cielo, dejando salir un grito de dolor, mientras la imagen de otro Eslova se materializaba ante sus ojos, viendo cómo este empuñaba con rabia una hacha, directo a su cuello, y en ese instante, en el que sabía que ya no había más que hacer, susurró: “Luna…”

Una cuerda gruesa apareció, enrollándose alrededor del cuello del Eslova, quien soltó el hacha al instante. La sonrisa del hombre se desvaneció, reflejando el terror y la confusión en su rostro, mientras la cuerda se tensaba, alejándolo del príncipe.

Valerio observó cómo el hombre era arrastrado, con la vista nublada y la respiración entrecortada, viendo cómo su atacante luchaba por zafarse, intentando desesperadamente liberarse de la cuerda que lo asfixiaba. Valerio vio cómo el comandante de la guardia de Escandineva, junto a otros soldados, se acercaban mientras su visión se debilitaba, nublándose cada vez más, y los sonidos comenzaban a hacerse más confusos a su alrededor y lo último que escuchó Valerio fue:

—Resista, mi príncipe.

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