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𝟏𝟓. 𝐇𝐔𝐈𝐃𝐀

Capítulo 15

SOUTHLANDY

En los aposentos del rey, Dafert descansaba sobre su cama, con el rostro algo pálido y los ojos cerrados por el dolor de cabeza que lo había dejado inconsciente en su sala privada. 

La tenue luz de la tarde se filtraba por las cortinas, mientras, a su lado, el encargado colocaba una pequeña manta humedecida sobre la frente del rey, esperando que el ligero frío aliviara la pesadumbre que sentía el monarca. Con movimientos silenciosos, el encargado se alejó hacia la puerta, donde la reina Irenia aguardaba con inquietud, observando cómo su esposo era atendido.

Irenia abrió la puerta, invitando al encargado a que saliera de la habitación junto a ella y una vez en el pasillo, la mujer preguntó, con la voz temblorosa en un esfuerzo por sonar serena:

—¿Cómo está el rey?

El encargado se inclinó con respeto y contestó en un tono bajo:

—Por el momento, el rey se encuentra mejor, mi reina. Solo nos queda esperar y confiar en que se siga recuperando.

Irenia suspiró, desviando la mirada al suelo. Sus labios se apretaron con frustración, y sus ojos reflejaron una mezcla de preocupación y miedo.

—Sé que este es un tema delicado, encargado, pero temo por la salud de mi esposo. Estos dolores son cada vez más frecuentes y parecen más fuertes. Si usted sabe lo que le puede estar afectando, por favor le imploro que me lo haga saber.

—Entiendo su preocupación, mi reina, y si le soy sincero, creo que quizá el asunto de Hillcaster está afectando al rey más de lo que él mismo quiere reconocer —comentó el hombre con precaución—. El rey ya me ha hecho saber en nuestras conversaciones que la retirada del príncipe Valerio de ese asunto lo ha tenido inquieto, puesto que, al parecer, es el único en quien confía para llevar dicho asunto, porque no tiene mucha confianza en la propuesta del príncipe Verti.

El rostro de Irenia se tensó, y un ligero temblor recorrió sus manos. La reina apretó los labios, mientras la angustia por las preocupaciones de su esposo la invadían también a ella.

—Aunque no lo crea, encargado, yo comprendo los sentimientos del rey Dafert con respecto a Verti, y soy consciente de que él no tiene la astucia ni la fuerza para resolver este conflicto —susurró ella, alzando la vista hacia el encargado—. Por otro lado, conozco a mi hijo Valerio, y sé que no será fácil hacerlo cambiar de postura para que retome el control sobre ese asunto.

—Mi reina, le aconsejo que, por el bien del rey, lo mantenga alejado del consejo y de estos asuntos por un tiempo, y considere concientizar al príncipe Valerio sobre la salud de su padre, para que él asuma la responsabilidad desde Turbios.

Irenia suspiró. —Tiene razón, encargado, y muchas gracias por su ayuda.

—Estoy a sus órdenes, majestad.

El encargado se reverenció y se alejó de la presencia de la reina, quien, al quedar sola, respiró hondo y, con una última mirada hacia la puerta del cuarto, tomó la decisión de intervenir para mantener a Dafert alejado de los problemas que estaban aquejando su salud.

TURBIOS – PALACIO ESCANDINEVA

Luna caminaba tranquilamente por el pasillo del palacio, dirigiéndose hacia la habitación del príncipe Valerio, mientras la tenue luz de la tarde se colaba con suavidad a través de las ventanas, iluminando el recorrido y creando un ambiente acogedor que parecía envolverla. Al girar en una de las esquinas de los largos pasillos, Luna fue vista por Lexa, quien de inmediato intuyó hacia dónde se dirigía la Lady.

En ese momento, una sirvienta que llevaba una bandeja con una botella de vino, una jarra y una copa pasó junto a Lexa y, sin dudarlo, esta se dirigió hacia la sirvienta diciendo:

—¿Va a la habitación del príncipe?

La sirvienta asintió con respeto, sin saber el propósito de la pregunta, y Lexa, sin darle tiempo a una negativa, le arrebató la bandeja de las manos con autoritarismo.

—Yo me encargaré. Aléjese —dijo con cierto tono hostil y demandante.

Al inicio del pasillo, Luna se había detenido, fascinada por el arreglo floral que adornaba uno de los ventanales del extenso corredor, admirando el delicado contraste de colores y el aroma que emanaba de las flores, sin darse cuenta de lo que sucedía unos metros detrás de ella. Lexa aprovechó el momento y continuó su camino hacia la habitación del príncipe.

Al acercarse a los aposentos, su pulso se aceleró. Tocó la puerta con firmeza, recibiendo al instante la orden de pasar y sin más demora, ella abrió la puerta y entró en la habitación.

Valerio se encontraba allí, acomodando la correa de su pantalón para ajustarla, con el torso desnudo y su mirada se posó en Lexa con sorpresa, frunciendo el ceño al no esperar su presencia ahí.

—¿Qué hace aquí, señorita Lexa? —preguntó, con voz grave—. Se supone que le di órdenes de no volver a entrar en mis aposentos sin mi permiso.

—Lamento incomodarlo, mi príncipe, pero la sirvienta que debía traer su vino estaba ocupada, así que me ofrecí a traerlo yo misma —respondió ella, sirviendo el líquido en la jarra—. Pero no tiene de qué preocuparse, hago esto y me retiro.

Mientras servía la copa, Lexa, con un gesto intencionado, miró de reojo a Valerio y, aprovechando la falta de atención de él, derramó vino sobre el corpiño de su vestido, manchándolo por completo.

La copa se deslizó de sus manos, rompiéndose en el suelo, y Valerio reaccionó al instante dejando ver su notable preocupación.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó, observando el corpiño y la falda sucia de Lexa.

—¡Dioses! No fue mi intención, príncipe. Yo…

Sin perder tiempo, Lexa comenzó a desajustar los hilos de su vestido en la parte superior, mientras Valerio se agachaba para recoger los restos de la copa.

—Vaya a cambiarse —le dijo, con tono autoritario, marcando el final de la conversación—. Yo limpio esto.

—Lo siento —musitó.

Valerio levantó la mirada, encontrándose con los hilos del vestido de la joven desatados, desvelando parte de su escote mientras ella fingía limpiarse con un pequeño paño que llevaba. De inmediato, él bajó la mirada, evitando el contacto visual, e impacientemente solo le indicó que se retirara.

—Por favor, solo vaya a limpiarse —repitió, con la mirada fija en la copa rota en el suelo.

Sin decir una sola palabra, Lexa dejó caer el paño que llevaba y abandonó la habitación de Valerio con una aparente calma. Sin embargo, al salir y ajustar la puerta, Luna apareció en el mismo pasillo y se detuvo de inmediato al ver a Lexa salir de los aposentos de su esposo en ese estado, con la parte de su pecho ligeramente descubierta. Los ojos de Luna se llenaron de caos y confusión, tratando de comprender la escena, mientras Lexa, al notar su presencia, fingió no haberla visto y una leve sonrisa maliciosa cruzó sus labios, dejando en claro para Luna que algo había ocurrido dentro de esa habitación.

Lexa se giró, como si estuviera a punto de retirarse, cuando de repente la puerta de los aposentos se abrió otra vez, y Valerio salió al pasillo. Él aún llevaba el torso descubierto y los pantalones ligeramente desabrochados, lo que dejaba en claro que había estado arreglándose apresuradamente, o al menos eso fue lo que Luna entendió.

—Se le quedó esto, Lexa —dijo Valerio, extendiéndole el paño que ella había dejado atrás.

Ella giró la cabeza hacia él y, con una insinuación apenas disimulada, tomó el trozo de tela de sus manos, buscando la mirada de Valerio un instante más de lo necesario, aprovechando cada segundo. Mientras tanto, Luna, oculta tras la pared, observaba la escena en silencio, con el corazón latiendo con fuerza y el rostro empalidecido, creyendo comprender lo que sucedía.

Luna sintió cómo el aire a su alrededor se volvía más pesado e irrespirable, recordando la promesa que Valerio le había hecho, jurando que Lexa no volvería a cruzar las puertas de sus aposentos sin su consentimiento, por respeto a ella. Esto resonó una y otra vez en su mente como un eco cruel, ahora completamente vacío de valor.

—Disculpe por dejar el paño en sus aposentos, mi príncipe.

—Sí, retírese, por favor.

Lexa asintió con una leve inclinación de cabeza y se giró para marcharse, dejando que su mirada rozara a Luna de manera intencionada, como si quisiera asegurarse de que ella había visto todo. Con paso lento y confiado, Lexa se alejó por el pasillo, llevando consigo el paño y esa sutil altivez que la acompañaba.

En ese momento, Luna, aún escondida tras la esquina, sintió cómo una profunda herida se abría en su pecho. Ella intentaba respirar, mientras la imagen de su esposo, con el torso desnudo, los pantalones desajustados, el escote expuesto de Lexa y la aparente cercanía entre ambos, se clavaba en su mente, sintiéndose traicionada y burlada.

Una expresión de tristeza y desconsuelo se asomó en sus ojos, que yacían húmedos por las lágrimas que se resistía a soltar, mirando a todos lados en el pasillo con una sensación de opresión que se reflejaba en su densa respiración.

Sin poder soportarlo más, Luna se dio la vuelta y corrió hacia sus aposentos, sin necesitar una explicación sobre lo que había visto, porque para ella, todo estaba más que claro.

SOUTHLANDY

La hora de la cena en la que la reina y el rey le darían la bienvenida a la princesa Kathrina llegó, y la reina Irenia ocupó su lugar en la mesa junto a su hijo, el príncipe Verti. El rey Dafert no se presentó a la cena debido al descanso que el encargado le había recomendado, y, como estaba planeado, Irenia se encargaría de recibir a la futura esposa de su segundo hijo. 

Sentada en la cabecera de la mesa y con su hijo a su derecha, madre e hijo compartían el momento en silencio hasta que Verti rompió la quietud lanzando una pregunta.

—¿Y padre?

Irenia, con expresión serena pero fría, respondió:

—Tu padre se sintió muy mal hoy, y gracias a los dioses ya se siente un poco mejor, pero aún no está listo para abandonar sus aposentos. El encargado le recomendó descansar.

Verti rodó los ojos, claramente frustrado, y murmuró:

—Tenía que ser precisamente hoy, cuando se anunciará mi matrimonio con mi prometida.

—¡No hagas escándalo por eso! —refutó ella, mirándolo con gelidez—. Tu padre ha estado agotado intentando resolver el asunto de Hillcaster, como para que tú vengas exigiendo tonterías.

Verti apretó la mandíbula, y sus ojos se llenaron de rabia al escuchar las palabras de su madre.

—¿Tontería mi compromiso? La cena en la que le dieron la bienvenida a Lady Luna y anunciaron el matrimonio de Valerio no fue una tontería.

—¡Tu hermano es el futuro rey! —Irenia lo miró irritada, cortando su confrontación con un tono amenazante—. Su compromiso era más importante, y eres consciente de eso, así que deja de quejarte y agradece que, al menos, yo estoy aquí.

Verti se quedó en silencio, sintiendo el peso de las palabras de su madre, mientras la tensión llenaba el comedor. En ese momento, la princesa Kathrina entró en la sala con una sonrisa radiante, interrumpiendo la tensa conversación entre madre e hijo. La joven avanzó hasta la reina y, con una reverencia respetuosa, saludó a Irenia, quien le devolvió una sonrisa amable.

—Kathrina, hija, bienvenida —dijo Irenia, indicándole un lugar en la mesa—. Por favor, toma asiento.

Verti, ansioso, se levantó de su lugar y, con un gesto elegante, ofreció a Kathrina el asiento junto a él.

—Permítame, princesa —dijo, sonriendo mientras le acercaba la silla.

Ella aceptó el gesto con gracia, y los tres se acomodaron en sus lugares mientras la servidumbre comenzaba a servir la comida en platos de fina porcelana, desplazándose con precisión y cuidado por el amplio comedor.

La reina Irenia, tomando una copa de vino en la mano, miró a Kathrina con expresión cordial y preguntó:

—Espero que te hayas sentido cómoda en tus aposentos, Kathrina. ¿Te han tratado bien?

—Sí, majestad, me he sentido muy bien recibida. Las atenciones que me han brindado a mí y a mi nana han sido impecables.

La reina asintió, satisfecha, mientras Verti miraba a su madre con cierto desdén.

La cena terminó de ser servida por los sirvientes, que se retiraron al instante, y la reina Irenia, con su típico aire majestuoso, tomó la palabra.

—Aprovecho este momento para pedirte disculpas por la ausencia de mi esposo, el rey —comentó con una sonrisa suave—. Él ha estado un poco indispuesto de salud, pero eso no repercutirá en la celebración de tu unión. Él ya ha arreglado todo y me ha comunicado que la boda se hará en una ceremonia tradicional de la casa Worwick.

Kathrina se iluminó al escuchar esto, mientras Verti permanecía serio, mirando fijamente su plato, claramente inconforme y fastidiado.

—¿Una ceremonia tradicional? —preguntó Kathrina, con una emoción contenida pero evidente.

—Así es —confirmó la reina, con satisfacción—. Ya se está organizando todo para celebrarla en unos días. Solo las personas más cercanas a la familia y las que están en el castillo asistirán.

Kathrina esbozó una sonrisa discreta pero confusa, ya que pensaba que su boda sería más llamativa, con muchos más invitados y manteniendo la discreción, asintió.

—Está bien, majestad. Es un honor.

—Mañana puedes ir al cuarto de costura para elegir un vestido que haga justicia a esta ocasión. Las costureras ya están preparadas para ajustarlo a tu medida.

Kathrina asintió, mientras su expresión amable intentaba ocultar su confusión, ya que, una vez más, no entendía el motivo de ajustar un vestido a su medida. Por otro lado, Verti se mantuvo con una expresión neutra, pero profundamente inconforme con el hecho de que su matrimonio al parecer se estaba haciendo a la ligera en comparación con el de su hermano.

La reina se levantó lentamente, alisando su vestido con las manos, y les dirigió una última mirada a ambos diciendo:

—Lamento tener que dejarlos, pero necesito ver cómo sigue el rey. Disfruten de la cena.

Sin más, Irenia abandonó el salón, dejando atrás una atmósfera cargada de emociones. Verti y Kathrina, ahora solos, se miraron durante un breve instante, compartiendo una sonrisa tenue, y sin intención de entablar conversación con su prometida, Verti continuó cenando, sumido en sus propios pensamientos.

TURBIOS – PALACIO ESCANDINEVA

En la soledad de su sala privada, Valerio estaba rodeado de pergaminos y gruesos libros con pastas forradas en cuero. El príncipe repasaba con minuciosidad un documento que, al parecer, era de suma importancia para él, cuando la presencia de Lord Jensen lo interrumpió. 

—Mi príncipe —el hombre se reverenció y cerró la puerta con cuidado.

—Mi lord —habló Valerio tras verlo, pero rápidamente volvió su mirada al pergamino—. ¿Cómo está todo en el palacio? ¿Ha sabido de mi esposa?

—Todo en el palacio está en calma, príncipe, y Lady Luna se encuentra en sus aposentos.

Valerio dejó el pergamino en la mesa, dirigiendo su atención a las palabras de Jensen.

—¿Ha hablado con ella?

Jensen negó con la cabeza, manteniendo su postura respetuosa.

—No, mi príncipe. La señorita Helen me ha informado que Lady Luna se encuentra descansando, y que posiblemente ya esté dormida.

Valerio sintió una inesperada calidez en el pecho y, con un leve asentamiento, agradeció al lord. Se puso en pie, dejando los documentos organizados a un lado, y dijo:

—Iré a verla. Muchas gracias, mi lord.

Valerio salió de la sala y tomó camino por los pasillos rumbo a los aposentos de su esposa. Al llegar a la puerta de la habitación, Valerio no tocó. En cambio, la abrió con suavidad y entró en silencio, procurando no hacer ruido que pudiera perturbar el ambiente tranquilo que ahí se respiraba. Al adentrarse, el resplandor suave de las velas llenaba la habitación con una calidez acogedora, y allí, en el centro de la cama, yacía Luna, con su silueta apenas envuelta en mantas ligeras.

Valerio avanzó lentamente, observándola. Ella parecía sumida en un sueño profundo; con la respiración tranquila, y su rostro, bajo la tenue luz, mostraba una serenidad que él rara vez le había visto.

Verla así le hizo esbozar una sonrisa apenas perceptible y, con cautela, se sentó en el borde de la cama. Inclinándose hacia ella, extendió una mano para acariciar con delicadeza un mechón de su cabello, dejándolo deslizar entre sus dedos antes de acomodarlo sobre la almohada.

Sin poder resistir la ternura que le provocaba, rozó la mejilla de ella con las yemas de sus dedos, con una suavidad que apenas tocaba su piel, y luego susurró con un tono casi inaudible, lleno de afecto:

—Descansa, esposa.

Valerio se inclinó un poco más y, con un suspiro silencioso, depositó un beso en su cabello, aspirando por un instante el aroma floral que ella emanaba. Con el mismo cuidado con el que había tomado asiento, él se levantó y se dirigió hacia la puerta, sin dejar de mirarla hasta el último momento.

En cuanto la puerta se cerró, Luna abrió los ojos. Su mirada se fijó en la puerta por donde Valerio había acabado de salir, y sus labios, que antes reposaban en calma, se apretaron con tensión. La dulzura del momento había desaparecido por completo de su rostro y, en su lugar, una expresión de molestia, rabia y una profunda decepción se reflejaba en sus ojos.

Ya preparada para hacer aquello que había deseado desde hacía mucho tiempo, Luna se retiró las sábanas que la cubrían, revelando que no estaba en ropa de dormir; en cambio, llevaba aún el vestido formal que solía usar, pero un poco más ligero.

Sus pasos, aunque cautelosos, eran rápidos mientras se acercaba a una de las cómodas de madera y, con notable afán, abrió una de las gavetas, sacando una pequeña bolsa de tela que se veía abultada.

Asegurándose de que todo estuviera en orden, y tras una última mirada a la habitación, ella tomó aire y avanzó hacia la puerta. Sus dedos rozaron el pomo, y se detuvo un segundo para escuchar si algún ruido provenía del pasillo; pero, para su suerte, la actividad del día había cesado, y solo quedaba la tranquilidad de la noche. Luna salió de la habitación y recorrió los pasillos con paso ligero, cuidando cada movimiento. La oscuridad fue su cómplice, protegiéndola de ser atrapada.

Finalmente, ella alcanzó las puertas principales que llevaban al exterior del palacio y respirando hondo, dejó que la brisa fresca despejara sus pensamientos. Con cautela ella miró a su alrededor y se deslizó entre los arbustos del jardín, envuelta en una espesa penumbra, hasta que logró ver a un par de guardias que hacían ronda en el jardín con antorchas en mano, pero pronto, ella se escondió tras uno de los altos arbustos, mientras sus pies se hundieron levemente en el césped húmedo, y, tras la retirada de los guardias, Luna fijó su vista en el camino que llevaba al patio de armas.

El sonido de su propia respiración era lo único que oía en medio del silencio de la noche, y con el corazón latiendo en su pecho, aprovechó que aún no se habían desplegado las gruesas y pesadas rejas del palacio, y en un descuido de los guardias, ella logró cruzar las puertas exteriores de Escandineva, sin detenerse y sin mirar atrás.

Cuando finalmente se encontró al otro lado, fuera de los muros que la habían aprisionado en un matrimonio lleno de mentiras, malos tratos y decepción; ella comenzó a llorar mientras corría tan rápido como podía para alejarse y justo cuando parecía que no había nada a su alrededor, Luna vio una carreta que transportaba paja acercándose.

Ella llamó al hombre que manejaba la carreta, logrando que se detuviera en medio del camino, y se acercó al desconocido con notable afán.

—¿Se encuentra perdida, señorita? —preguntó el hombre, observando a aquella joven con ropajes finos y piel delicada.

—Sí, es que… —La voz de Luna temblaba—. Necesito llegar al puerto.

El hombre, con cierta simpatía pero aún dudoso sobre qué hacía una joven que denotaba elegancia sola en medio del camino a plena noche, le explicó que el camino era largo y que era recomendable esperar a la luz del día, ya que caminar hacia ese lugar en plena noche era muy peligroso. Agobiada, Luna bajó la mirada, sintiendo que cada segundo de retraso era una amenaza que la empujaba de vuelta a la vida de la que intentaba huir.

Desesperada, abrió su bolsa de tela, sacó uno de sus finos collares y se lo ofreció al hombre a cambio de ayuda. La oferta relució bajo la tenue luz, y su mirada, suplicante y llena de dolor, imploraba al hombre que la llevara a cambio de tan valiosas alhajas. El hombre se inclinó observando el collar y, aunque se mostró dudoso, finalmente asintió, aceptando el pago por llevarla hasta el puerto.

Un joven que acompañaba al hombre bajó de la carreta y, en silencio, ayudó a Luna a subir y acomodarse bien sobre las tablas de madera. Mientras la carreta comenzaba a moverse, a lo lejos se oyó el sonido de las rejas del palacio cerrándose, mientras que Luna, enterrando la cabeza en la bolsa de tela, lloraba desconsolada.

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