𝟏𝟒. 𝐈𝐋𝐔𝐒𝐈Ó𝐍
Capítulo 14
SOUTHLANDY
En la soledad que le otorgaba la sala privada, el rey Dafert se encontraba enfocado en la lectura de un pergamino de la época del príncipe Vermilion I, quien detalló en extensos y precisos manuscritos estrategias para poder ganar batallas políticas desde una perspectiva pacífica. Sin embargo, las palabras de aquel príncipe de casta dorada, que confinó toda su vida a una biblioteca, siempre terminaban en lo mismo: se debía tomar acción.
Dafert valoraba las enseñanzas de este príncipe, que por su casta no fue considerado jamás para ser un guerrero, aunque tuviera el máximo potencial, mismo que plasmó en papeles que, ya longevos, a los que Dafert se aferraba para tratar de encontrar una solución ante la retirada del apoyo de su hijo Valerio como estratega militar. La molestia aumentó en él al darse cuenta de que tanto Valerio como aquel príncipe, que alguna vez soñó con ser un guerrero, tenían el mismo pensamiento sobre los conflictos y las guerras.
Cansado de buscar soluciones, Dafert retiró su vista de los pergaminos y suspiró de cansancio, pero de pronto, un dolor agudo le atravesó la cabeza, como si una espada invisible la cruzara de un lado al otro. Él soltó el pergamino, que cayó al suelo con un suave golpe, y llevó ambas manos a su cabeza, intentando contener el tormento que se le clavaba como un hierro ardiente. Su respiración se hizo más rápida y el dolor se intensificó, hasta hacerlo tambalearse en su asiento.
Dafert sintió que el mundo a su alrededor comenzaba a desvanecerse; la luz del ventanal se volvió más borrosa y un zumbido tapaba sus oídos, cada vez más fuerte. Él quiso ponerse de pie para pedir ayuda, pero sus piernas no respondieron y el dolor se volvió tan insoportable que ni siquiera podía sostenerse en el escritorio. Finalmente, con un suspiro ahogado, su cuerpo se desplomó, cayendo suavemente al suelo de piedra, totalmente inconsciente.
Tras el agotador viaje desde Filhouse hasta Southlandy, la princesa Kathrina Filty fue recibida en el castillo y conducida por la misma reina, junto a su nana, a una de las habitaciones más bellas del lugar. La estancia era espaciosa, decorada con delicados tapices y cortinas de tonos suaves que armonizaban con los muebles de madera. Kathrina, un poco fatigada, se acercó al ventanal y contempló el paisaje que se extendía más allá de los muros del castillo, observando las colinas verdes, un río extenso y el bosque que rodeaba el mismo castillo.
Con una ligera sonrisa que delataba su comodidad en el lugar y la mirada perdida en el horizonte, murmuró:
—¿No te parece hermoso este lugar, nana?
Margot, la mujer que la había cuidado desde niña, asintió mientras acomodaba los vestidos dentro del baúl de la habitación.
—Sí, mi princesa, sin duda este es realmente un sitio encantador —sonrió la mujer con un tono cálido y sereno.
Kathrina se giró en dirección a su nana y dijo, con un brillo entusiasta en sus ojos:
—Al menos mi esposo esta vez será un hombre joven y apuesto. —Ella se acercó a su nana—. ¿Viste sus cabellos, sus ojos y su sonrisa? El príncipe Verti es muy bello.
—Así es, mi niña —dijo Margot con una sonrisa maternal—. Deberías sentirte contenta; tendrás un esposo guapo y de buen porte.
Kathrina se quedó pensativa por un instante y después comentó con curiosidad:
—Me pregunto: ¿cómo será su hermano, el mayor? He oído hablar de él, pero jamás lo he visto en persona.
Margot, aún organizando los vestidos, alzó la vista hacia Kathrina y dijo:
—Tal vez se parezcan mucho; después de todo, son hermanos. Este vestido es muy lindo, mi niña —cambió de tema la mujer, acercándole un vestido a la princesa—. Deberías usarlo para cenar con la familia esta noche.
Kathrina asintió, emocionada al ver la prenda, deslizando los dedos por la fina tela. Margot aprovechó el momento y se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño, diciendo:
—Iré a preparar la tina para tu baño, princesa.
Kathrina le sonrió a su nana y permaneció allí, ensimismada, contemplando su vestido, imaginando cómo sería la cena y deseando conocer más acerca del hombre que ahora la desposaría.
TURBIOS – PALACIO ESCANDINEVA
El sol estaba en su punto máximo sobre el cielo de Turbios, pero eso no amortiguaba el frío que hacía en la isla. Tal como Valerio lo había ordenado, lord Jensen reunió en el patio de armas del palacio a los guardias que habían hecho guardia en las murallas aquella noche en que los Eslovas atacaron.
Entre los presentes estaban los hombres que sobrevivieron al ataque, junto con aquellos que aún hacían su ronda; quienes se encontraban de pie a cierta distancia de los que habían protegido las murallas esa noche. El príncipe Valerio, quien los esperaba con una postura rígida y una expresión de calma controlada, divisó sin parpadear a los diez hombres que mantenían sus rostros inclinados en señal de respeto, mientras lord Jensen permanecía al lado del rubio.
Al llegar el momento adecuado, Valerio tomó la palabra, diciendo:
—Los he reunido aquí porque, como todos saben, el palacio fue atacado de forma brutal y desmedida por los Eslovas, y aunque la guardia logró contener el ataque, los hombres que debieron proteger este lugar no cumplieron con su deber. Ellos debían estar en vigilia constante, atentos, sobrios, aguardando desde sus lugares asignados, y eso no sucedió. Por esa razón, ese grupo de piratas logró infiltrarse.
Valerio empezó a caminar lentamente frente a ellos, relajando su postura.
—La vida de muchas personas en este palacio estuvo en peligro esa noche, incluida mi vida y la de mi esposa. Y si hay alguien con la misma importancia que yo en este palacio, es ella, la futura reina de la casa Worwick, y no voy a permitir que su vida esté siendo cuidada por seres incapaces que violan su juramento a la Capa Dorada de la guardia real de esta casa.
En ese momento, Valerio hizo una ligera señal con la mano, y los soldados de armaduras grises que estaban tras los guardias avanzaron y, con movimientos bruscos, comenzaron a arrancarles las capas doradas a los guardias, quienes, sin poder ocultar el miedo, intercambiaron miradas de desconcierto y temor, ya que la postura de Valerio parecía relajada, pero no era así.
Algunos de los guardias murmuraron en voz baja, pero la mayoría se mantuvo en silencio, asustados ante la severidad del castigo, conscientes de la gravedad de su falta y temerosos, puesto que al ser arrancada una capa eso, más que una destitución, significaba la muerte misma.
La atmósfera en el patio de armas era tensa, y la mirada de Valerio comenzó a sentirse pesada e implacable, dejando en claro que la traición a la protección de su esposa y de Escandineva tendría consecuencias.
Valerio se acercó a los guardias y uno de ellos, con voz temblorosa, intentó hablar:
—Mi príncipe. —El Worwick rodó los ojos y miró al hombre—, imploramos misericordia y que se nos permita abogar por nuestra causa.
Valerio pareció suavizar su postura ante el hombre y, metiendo una mano en el bolsillo de su pantalón, dijo:
—Te escucho.
—Estábamos en guardia, pero… Escandineva es un lugar seguro. Los piratas nunca habían tenido ese comportamiento y era imposible prever que esto iba a suceder.
—¿Así que estaban durmiendo y bebiendo porque el lugar era seguro?
Valerio comenzó a reírse en un tono burlón tras sus palabras, confundiendo a los guardias, que no entendían qué le causaba gracia o por qué se estaba riendo si se suponía que el asunto era grave.
—A ver, cuéntame más.
—Príncipe. —El guardia mantuvo la postura, visiblemente incómodo—. Algunos de nosotros habíamos estado de guardia todo el día anterior y muchos estábamos cansados.
Valerio alzó una ceja, aún con esa sonrisa inquietante en su rostro.
—¿Acaso no podían hablar con lord Jensen y comunicar su cansancio si habían estado de servicio todo el día?
—Príncipe, nosotros no…
De un momento a otro, la sonrisa de Valerio desapareció y su mirada asesina tomó lugar en su rostro interrumpiendo al hombre—. Usar la excusa de que los piratas no atacan así es una tontería. Los ataques no se anuncian; simplemente ocurren, y es deber de todos ustedes estar preparados. Qué mediocre forma de servir a la corona; sus acciones no tienen excusa.
Sin previo aviso, Valerio sacó una pequeña daga de su funda y la pasó por el cuello del guardia, quitándole la vida en el acto. Lord Jensen dio un paso hacia atrás, sorprendido al no esperar aquel accionar del príncipe.
Aunque él era un Worwick rubio, conocido por su carácter pacífico y dado al diálogo, Valerio había mostrado que podía usar la violencia y la palabra al mismo tiempo, con una crueldad y determinación inusuales que nadie esperaría de un casta dorada.
Los demás guardias, asustados, intentaron retroceder, sabiendo que la muerte de ese guardia significaba la de ellos, pero Valerio levantó la mano, ordenando a los soldados que los apresaran y los llevaran al patio de ejecución.
—Lord. —habló Valerio captando la atención de Lord Jensen, quien lo miró un poco asustado—. Ordene que me preparen la espada más afilada que tengan —ordenó—. Creo que jugaré un rato.
Mientras lo decía, Valerio lanzó una mirada fría a los guardias restantes, dejándoles claro que él no estaba bromeando.
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de Escandineva con suaves tonos dorados, mientras Luna terminaba de arreglarse frente al espejo de su aposento. Ella portaba un hermoso vestido blanco adornado con una tela en un tono rosado suave; el corpiño se ajustaba delicadamente a su figura, con bordados florales de hilo rosado que destacaban sobre el blanco del tejido. Las mangas, ligeras y translúcidas, caían suavemente hasta sus muñecas, y la falda de varias capas fluía con elegancia, dándole un aire libre y refinado.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y la señorita Helen entró con una bandeja en las manos, en la cual reposaba una taza de chocolate caliente que despedía un aroma dulce y reconfortante. Helen sonrió al ver a la joven lady tan radiante como no la había visto desde que ellas habían llegado a Southlandy y, con dicha, dijo:
—Aquí tienes, mi niña. La taza de chocolate que pediste.
Luna se volvió con una sonrisa, acercándose a la bandeja.
—Gracias, nana Helen.
Ella tomó la taza entre sus manos y se acercó para disfrutar del cálido aroma que esta bebida destilaba, y al probar el primer sorbo, sus ojos se iluminaron.
—¡Está delicioso!
—Me alegra que te guste, mi niña —la mujer sonrió—. Te noto muy alegre esta noche, y me da mucha alegría verte por fin tan radiante como siempre has sido, mi pequeña.
Luna le sonrió, agradecida, sintiendo que el cariño de Helen era tan cálido y reconfortante como el chocolate que sostenía en sus manos.
—¿De verdad se me nota tanto la alegría, nana? —preguntó Luna con sorpresa y timidez en su mirada.
—Mucho, mi niña. Hoy te ves radiante, como si una nueva luz brillara en ti.
Luna dejó escapar un suspiro de satisfacción y, con una sonrisa nostálgica, dijo:
—Pasear por el jardín me hizo sentirme en paz y más libre. —Ella dejó la taza sobre la mesa—. Y bueno, Valerio fue muy amable al asignarme algunos guardias para acompañarme en mi paseo.
Helen, observándola con interés, inclinó ligeramente la cabeza.
—Veo que ese príncipe no es tan severo ni tan distante como aparenta, y gracias a los dioses, al parecer tu esposo no es tan inflexible y supo concederte ese pequeño capricho.
—Es cierto —admitió Luna, esbozando una sonrisa que iluminaba su rostro—. Valerio no es tan malo ni tan déspota como creía. Hablamos, nana, y él me explicó por qué se comportó de esa manera conmigo desde que llegué al Southlandy. Incluso se disculpó, reconociendo que no actuó bien y ahora quiere remediarlo.
Helen la miró con ternura, sabiendo a qué se debían esas palabras, y, acercándose a ella, le indicó que se sentara en el tocador mientras tomaba el peine.
La mujer preparó el largo cabello de Luna y comenzó a peinarlo con cuidado, mientras sus dedos ágiles recorrían cada mechón.
—Es una buena noticia que por fin estén empezando a entenderse. Ya era hora de que cesaran los conflictos entre ustedes. Al final, ni tú ni él eligieron este matrimonio, mi niña, y bueno, tú eres una lady elegante y hermosa, y el príncipe Valerio, sin duda alguna, es un hombre muy apuesto.
El rubor tiñó suavemente las mejillas de Luna mientras una sonrisa tímida se asomaba a sus labios. Con voz ligera, mientras Helen peinaba con cuidado su cabello, Luna murmuró:
—Creo que… esta noche la pasaré con él.
Helen detuvo un instante el peine, observando a su niña a través del espejo por lo que había oído.
—¿Cómo? —preguntó Helen, con evidente sorpresa. Luna notó su reacción y, de inmediato, se sonrojó y bajó la mirada, sintiéndose avergonzada.
—No me mires así, nana… —murmuró apenada.
Helen, tratando de reconfortarla, le dijo en tono suave:
—No tienes por qué sentir vergüenza, mi niña. Eres una mujer casada, y él es tu esposo. Que quieras pasar la noche con él no tiene nada de malo.
Luna la miró a través del espejo, sintiendo cómo su timidez se transformaba en una sonrisa.
—Es que se sintió bien la noche que pasé con él después del ataque en su sala privada, y aparte de todo eso, sabes bien, nana, que debo cumplirle como esposa porque se suponía que aquí debíamos estar en paz para hacer eso y darle un heredero a la corona de su casa.
Helen, conmovida por la inocencia de Luna, sonrió para sus adentros, recordando la ternura y el nerviosismo propios de la inexperiencia.
—No te rías, nana —protestó Luna, con una mueca de vergüenza—. Sabes que no sé nada de eso. Él me dijo que al principio podría ser un poco difícil, pero que luego me iba a gustar. ¿Es verdad?
—Sí, mi niña —le respondió Helen, con una mirada comprensiva y una sonrisa cariñosa—. Claro que te gustará, con el tiempo. Lo importante es que ambos se sientan en confianza y a gusto el uno con el otro.
—Entonces voy a alistarme para ir a sus aposentos —confirmó Luna con alegría—. Quiero darle la sorpresa al decirle que me quedaré esta noche con él.
Una vez que Helen terminó de peinarla, Luna se levantó, alisando cuidadosamente su vestido para asegurarse de que estuviera perfecto, y con un último vistazo y una sonrisa hacia su nana, ella salió de la habitación, dirigiéndose hacia los aposentos de Valerio, con el corazón ruidosamente acelerado.
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