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𝟏𝟑. 𝐍𝐔𝐄𝐕𝐎 𝐂𝐎𝐌𝐈𝐄𝐍𝐙𝐎

Capítulo 13

ISLAS DE MARES TURBIOS (PALACIO ESCANDINEVA)

El príncipe Valerio se encontraba abandonando las cuevas de tortura del palacio, dejando atrás los gritos desesperados de los piratas apresados que desde la madrugada sufrían por las torturas infligidas.

El rubio caminó junto a un guardia mientras limpiaba su mano ensangrentada con un paño de tela, que luego devolvió al hombre que lo custodiaba. El príncipe llegó a la entrada del pasillo principal del palacio, donde lo esperaba Lord Jensen, quien se inclinó en reverencia ante Valerio al tenerlo ante su presencia.

—Mi príncipe, ¿todo se encuentra en orden?

—Aparentemente, Lord. Esos Eslovas aún no han querido hablar, pero ya están recibiendo el castigo que ordené. Me hubiera gustado seguir haciéndolo yo mismo, pero debo ir con mi esposa.

—Escuché que uno de ellos es la mano derecha del líder de los Eslovas.

—Sí, ese hombre está recluido en una de las celdas completamente solo. Ya encontraré la forma de quebrarlo para que hable. Por cierto, Lord, ¿ya se sabe qué fue lo que sucedió en la fortaleza?

Lord Jensen carraspeó y, con algo de pena, respondió:

—Sí, príncipe. Los guardias en turno cometieron dos imprudencias: un grupo de ellos dormía mientras otros hacían guardia y, además, estaban bebiendo.

La molestia en el rostro de Valerio se asomó de golpe.

—¿Quedó alguno vivo?

—Sí, unos sobrevivieron.

—Está bien. Llévelos ante mí más tarde; dialogaré un rato con ellos.

—Claro, príncipe.

—Con permiso, Lord.

Valerio se dio la vuelta para retirarse del lugar.

—¿Cuál de los dos crees que se me vea mejor, nana? —preguntó Luna mientras se probaba dos vestidos frente al espejo de la habitación.

—Los dos son hermosos, mi niña, y te quedan muy bien —respondió la mujer, arreglando otros vestidos que su niña ya se había medido—. ¿Desde cuándo te ha importado si un vestido te queda bien o no?

La pregunta de su nana puso algo nerviosa a Luna.

—Bueno, es que quiero salir a dar una vuelta por el jardín y quiero verme bien.

—¿Crees que sea prudente salir después de lo que sucedió? Seguro tu esposo no te lo permitirá.

—Le puedo pedir que me deje ir con un guardia o dos.

—No creo que… —Unos golpes en la puerta interrumpieron a la señorita Helen, y ambas mujeres se miraron, confusas.

—Adelante —ordenó Luna, viendo cómo la puerta se abría y Valerio asomaba la cabeza tras el dintel. El rubio entró y cerró la puerta, dirigiéndose hacia las mujeres.

—Buenos días, señorita Helen —saludó a la mujer amablemente—. ¿Podemos hablar, Luna?

—Yo me retiro, permiso, mi príncipe —Helen hizo una reverencia.

—Propio.

La mujer abandonó la habitación y cerró la puerta para darles privacidad. Al estar solos, Valerio observó detenidamente a su esposa, recorriendo su cuerpo de arriba abajo con la mirada. Ella llevaba una ligera bata, semioculta tras uno de los vestidos que se estaba midiendo, pero ella bajó el vestido, revelando lo ligera que realmente era la prenda.

—¿Qué hacías? —preguntó él, tratando de desviar la mirada para no incomodarla.

—Me estaba midiendo estos vestidos para saber cuál me quedaba mejor.

Valerio se acercó a los vestidos y paso sus dedos con ligereza por la tela de uno de ellos, quedando de pie frente a Luna.

—Son muy lindos los dos. Si quieres, puedo ponérmelos  para que puedas elegir más fácilmente cual se ve mejor.

—¿Qué? —Luna sonrió, confusa pero alegre—. ¡Valerio! —Ambos rieron, dejando ver la gracia que sus palabras les habían causado.

—Solo es broma. Considero que cualquier vestido que te pongas se te vería hermoso.

—Gracias. —Las mejillas de ella se colorearon mientras sus ojos brillaban, observando al rubio de cabello largo frente a ella—. ¿Hablaste…? ¿Hablaste con los guardias sobre esos hombres? —preguntó, caminando nerviosa hacia una cómoda de madera blanca.

—Sí —él la siguió—, pero no quieren hablar, así que ordené que los torturaran hasta que hablen.

—¡Valerio! —Ella lo miró, con horror por la forma tan tranquila en que él había dicho la palabra "tortura".

—¿Qué? Tengo que saber quién los envió; es necesario.

—¿Y si no hablan?

—Lo harán, hablarán.

Las manos de Luna estaban inquietas  y su nerviosismo se hacía más notorio ante las palabras de su esposo, mientras él la observaba, ligeramente recostado en la cómoda.

—¿Por qué estás nerviosa?

—Tengo miedo —ella respiró profundo moviendo cosas dentro de la cómoda—. Siento que pueden venir más de esos hombres y tú no te enterarás y…

—Luna —él tomó su mano, logrando que ella lo mirara—. Nadie vendrá. Reforcé la seguridad del palacio y de la fortaleza; aquí dentro, nada malo ocurrirá. Y si llegara a ocurrir, ya sabes a dónde puedes ir.

—¿A ti?

Él se acercó más a ella, colocándole la mano en su cintura.

—¿Habría algún otro lugar?

Ella sonrió con timidez, sintiendo cómo el nervio se apoderaba de su cuerpo al tener a Valerio tan cerca.

—No, no lo hay.

La tierna y tímida mirada de Luna se encontró con la cálida mirada de su esposo. El rubio llevó su mano al delicado rostro de su esposa, deslizando sus dedos por la suave piel de su mejilla y sujetando delicadamente su rostro. Ella se dejó llevar, sintiendo una fuerte corriente recorrer su cuerpo y una extraña sensación en el estómago.

Valerio acercó su rostro al de su esposa con la clara intención de buscar sus labios y aunque se sentía inseguro de si ella se dejaría llevar, él continuó y  ella cedió ante las sensaciones que recorrían su cuerpo y cerró los ojos al sentir los labios de Valerio sobre los suyos.

Un beso suave y casi que experimental comenzó entre ambos. Luna abrió los ojos para contemplar la mirada y el rostro del hombre que la había desposado; su respiración se sintió agitada y cargada de una intensa necesidad. Solo ella podía concederle la oportunidad de adueñarse de sus labios, y ella cedió ante la mirada ansiosa de los ojos grises del príncipe, que rogaba en silencio por más.

Enrollando sus brazos alrededor del cuello de Valerio, ella se aferró a él mientras el príncipe se apoderaba de su cintura, acercándola aún más a él recostándola a su cuerpo, besándola con un deseo incontrolable y evidente en ambos. Él bajó su mano a los glúteos de Luna, sosteniéndola con fuerza y la subió sobre la cómoda, quedando él entre sus piernas.

Los dedos de Luna se enredaban en el cabello de Valerio mientras en su rostro se reflejaba el placer que estaba experimentando al ser tocada y besada por él y queriendo oír más de ese leve y casi silencioso jadeo que él podía oír salir de ella,  Valerio comenzó a recorrer el cuello de su esposa, dejando un húmedo rastro de besos, mientras ella se aferraba más a él, con claro deseo de más.

El príncipe llevó sus manos a los hombros de Luna, tratando de bajar las mangas de su bata con claras intenciones de retirar la prenda. La excitación que él experimentó en ese momento se hacía cada vez más evidente; desvelando en cada movimiento sus intenciones.

Él quería sentirla, tenerla cerca, acariciarla, besarla y transmitirle lo que sentía por ella. Él se apoderó de las caderas de su esposa, pegándola más a su cuerpo, logrando que ella pudiera sentir la dura erección que el estaba experimentando en el momento de presionarla contra su zona; y de golpe el momento se interrumpió por parte de Luna.

—Valerio, espera —dijo ella, apartándolo. El pecho de Luna subía y bajaba con clara agitación, mientras se bajaba de la cómoda y entraba al cuarto de baño sin mirarlo a él.

La palabra "mierda" se leyó en los labios de Valerio al saber que había ido demasiado lejos, intentando desvestirla y tomarla en ese instante.

—Luna, espera —él la siguió, entrando también al cuarto de baño—. No fue mi intención, yo…

—Lo sé —interrumpió ella, agachando la mirada decaída—. No quiero que te enojes conmigo por esto. De verdad, yo...

—¿Enojarme contigo? —Valerio frunció el ceño—. ¿Por qué lo haría?

—Bueno, es que... Sé las razones por las que vinimos aquí, y sé que debo cumplir con mi deber de esposa y darle un heredero al trono, pero aún no me siento lista para esto, yo...

—¡Oye! ¡Oye, cálmate! —Él se acercó a ella y tomó sus manos—. Quien debe pedir disculpas soy yo, por ir tan rápido. No tienes nada que lamentar, y te entiendo. Comprendo bien que no te sientas lista.

—¿De verdad?

—Sí. Sucederá cuando tú lo decidas. Solo debes decírmelo, prometo hacerlo bien.

Luna se arrojó a los brazos de Valerio, sintiéndose comprendida por primera vez en este tema.

—Gracias por no obligarme; pensé que no lo harías. Discúlpame.

—Escúchame —el príncipe tomó la barbilla de luna entre sus dedos para mirarla a los ojos—. Soy consciente de que no empezamos bien y de que no fui nada caballero contigo desde el principio, y me disculpo. Jamás te obligaría a estar conmigo; si no lo hice en ese momento cuando no nos soportábamos, mucho menos lo haré ahora. —Él le plantó un beso en su frente y luego le sonrió; seguidamente, ella le devolvió la sonrisa.

—¿Aún te duele la herida? —señaló ella su costado.

—Un poco, no mucho. Si quieres, te puedo mostrar.

—¡Valerio, no! —él sonrió con malicia—. Con saber que estás bien es suficiente; además, no es bueno que te descubras la herida; debes mantenerla cubierta para que sane más rápido.

—Bueno, sí, disculpa mi imprudencia. Creo que se me salió la vergüenza por ahí.

La risa de Luna no tardó en inundar el lugar por el tonto comentario de Valerio. Él solo sonreía con ternura, observándola reír por sus bromas sin sentido.

—¿Siempre eres así?

—Por lo general, pero depende del momento, de lo que se me ocurra y de lo que mi boca no pueda evitar decir. Y bien, creo que es momento de retirarme para que puedas vestirte. ¿Cenamos juntos esta noche?

—¿Dónde?

—Puede ser en el comedor, en la sala privada, en mi habitación o aquí en tus aposentos.

—¿Podría ser en la sala privada?

Valerio metió las manos en los bolsillos de su pantalón y, con una ligera sonrisa, dijo:

—Está bien, te espero allí.

El rubio se giró para retirarse, pero su ida fue detenida por Luna.

—Espera, Valerio —él se volteó para verla—. ¿Puedo pedirte algo?

—Dime.

—Es que quisiera salir a caminar al jardín un rato con mi nana y quería saber si...

—Luna, no creo que sea lo más prudente ahora.

—Pero me dijiste que reforzaste la seguridad del palacio y que aquí dentro todo estaba más seguro.

—Sí, pero no quisiera que se presentara una situación y que tú estuvieras fuera de aquí.

—¿Podrías colocarme unos guardias? —Valerio la miró dudoso—. Sabes que casi no salgo de aquí y me gustaría hacer algo más que observar el jardín desde el balcón.

Al ver la tristeza en el rostro de su esposa, el príncipe no se contuvo y dijo:

—Está bien.

—¿En serio? —Sonrió ella emocionada mirándolo con un brillo intenso en su mirada.

—Sí, puedes ir, pero con una condición.

—¿Cuál?

—Saldrás solo por una hora; después, debes entrar. Daré la orden para que un grupo de guardias las acompañe, pero solo debe ser por ese tiempo. Además, no quiero que estés mucho tiempo fuera. Por ahora no es seguro, aunque haya toda la seguridad posible. Es mejor prevenir.

—Está bien, ¡gracias! —Emocionada, ella se acercó a Valerio y, empinándose por la diferencia de altura, le dio un rápido beso en los labios y el sonrió al verla feliz por el simple capricho concedido.

—Disfruta tu paseo en el jardín.

Valerio se retiró de la habitación, dejando a Luna alegre dentro de sus aposentos, intentando vestirse para ir a dar su paseo por el jardín.

SOUTHLANDY - CASTILLO WORWICK

A las afueras del castillo Worwick, en Southlandy, la reina Irenia aguardaba junto a su hijo, el príncipe Verti, observando cómo una carroza se aproximaba a la entrada.

Verti mantenía una postura serena, casi que desinteresada, y su madre notó su actitud al instante.

—No olvides sonreír cuando la veas —le advirtió, recordándole que estaba a punto de conocer a la princesa que sería su futura esposa.

El silencio predominaba entre madre e hijo mientras la mirada del príncipe permanecía fija en el carruaje, que finalmente se detuvo frente a ellos.

Un guardia de la casa Worwick abrió la puerta del vehículo, y de la carroza descendió una joven hermosa a la vista. Sus mechones de cabello con ligeras ondas caobas y sus profundos ojos oscuros atraparon la atención de Verti, quien incapaz de apartar la mirada, observaba aparentemente fascinado a la recién llegada.

La princesa Katrina Filty, del reino de Fillhouse, se inclinó respetuosamente ante la reina Irenia, quien la recibió con una cálida sonrisa. Luego, la princesa se volvió hacia Verti y repitió la reverencia. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los intensos ojos grises del príncipe, quien le extendió la mano en un gesto inesperado.

Confundida por el gesto del rubio, la princesa titubeó un instante, pero aceptó su mano. Verti se inclinó y depositó un discreto beso en ella, alzando luego el rostro para dedicarle una ligera sonrisa. Su gesto encantó a Katrina al instante, aunque la reina Irenia, observando a su hijo, no pudo evitar sentir que aquel acto resultaba inusualmente extraño en él.

ISLAS DE MARES TURBIOS - PALACIO ESCANDINEVA

La noche había llegado al fin a Turbios. El príncipe Valerio y su esposa se reunieron en la sala privada, como habían acordado, para cenar juntos.

Después de la cena, la pareja decidió conversar un rato más en la privacidad de la sala. Luna estaba cómoda en uno de los amplios sillones, mientras Valerio se acercaba a ella con dos copas de vino. El príncipe le entregó una copa, sosteniendo la suya en la otra mano.

—Te serví poco; no estás acostumbrada —le dijo él.

—Gracias —ella le sonrió y él tomó lugar junto a ella.

—Valerio, quiero hacerte una pregunta.

—Sí, dime.

—Es sobre mis padres. —El rubio mostró algo de incomodidad al escucharla mencionarlos—. Necesito saber de ellos. ¿Por qué no fueron a nuestra boda?

—¿Después de todo querías que estuvieran?

—¿De qué hablas? —Luna se mostró confundida.

—Bueno, ellos te obligaron a casarte conmigo, ¿no es así?

—Sí, pero…

—¿Entonces?

—Valerio, ellos son mis padres, independientemente de lo que hicieron. Al menos quería que estuvieran ahí.

—Independientemente de lo que hayan hecho, creo que debes saber la verdad de lo que sucedió.

Luna frunció el ceño. —¿Qué sucedió, Valerio?

—Me propuse fastidiarte lo más que pude y sabía lo importantes que eran tus padres para ti porque pensaba que habías aceptado este matrimonio por interés.

—¿Hiciste eso solo para molestarme? —Ella se levantó del sillón y dejó la copa a un lado, claramente molesta.

—Luna, por favor —él se le acercó—. Respira un momento y cálmate. Sé que me extralimité, pero hemos llegado muy lejos como para discutir por esto ahora.

Ella suspiró y le dio la espalda, dejando claro su descontento. Dudoso, él la abrazó por detrás, sujetándola con fuerza, y finalmente decidió confesar:

—Sé que les rogaste que no te enviaran a casarte conmigo y que tú tampoco querías esto. Por eso te traje aquí.

Ella se giró para mirarlo. —¿Por qué dices que lo sabes?

—Te oí hablando con tu Nana el día después de nuestro matrimonio. No tenías razón para mentirle estando a solas con ella, y entendí tu verdadero sentir hacia mí. Por eso te traje aquí. Mi madre insistía en que debía consumar el matrimonio, y yo no… —Valerio suspiró, inquieto—. Luna, no iba a obligarte, ni sabiendo la verdad ni ignorándola. Traerte aquí fue la única forma segura que vi para mantener la paz entre nosotros.

—¿Lo hiciste por mí?

—Sí. No deseaba incomodarte ni que nadie lo hiciera. Perdóname si fui grosero o pretencioso en Southlandy; no supe manejar lo que sentía. Sé que no es excusa, pero yo también tenía otros planes. Igual que tú, yo me enviaba cartas con una princesa de la casa Blackroses. —Una sombra de pena cruzó su rostro—. Estaba ilusionado con ella.

—¿La llegaste a ver alguna vez?

—Sí, más de una vez. El día que mi padre presentó la propuesta ante el rey de la casa Blackroses, estuvimos en uno de sus banquetes y ella estaba frente a mí cuando se discutió la unión. Verti y tú también se vieron dos veces, ¿no?

—Sí, el resto fue por cartas.

—Igual que yo con Venus —dijo, recostándose en el borde del escritorio mientras bebía un sorbo de vino.

Luna se acercó, queriendo saber curiosa por los eventos previos a su llegada a Southlandy.

—¿Qué sucedió, Valerio?

—Faltaba un mes para casarme con Venus, pero un día mi padre nos llamó a su sala privada para informarnos que los Blackroses habían retirado la propuesta. Ellos querían aprovechar la lucha política entre la cabeza del consejo de Hillcaster y nosotros y nos ofrecieron refuerzos militares y apoyo político a cambio de unificar los reinos, lo que significaba que, si Venus y yo teníamos un hijo, él gobernaría Southlandy bajo el apellido Blackroses desde el trono de huesos.

—Eso destruiría el legado de tu casa, ¿verdad?

—Exactamente. Mi padre no aceptó los términos y ellos retiraron la propuesta de matrimonio.

—¿Y ella?

—Ella defendió su causa. Me llamó cobarde por no desobedecer a mi padre para casarme con ella. Sabes a lo que me refiero.

—Discúlpame, pero creo que no te quería tanto como decía.

Valerio la miró de reojo, sabiendo que Luna tenía razón y suspiró, admitiéndolo en silencio.

—Ya no importa. Las cosas pasan por alguna razón, dicen.

—Tengo otra pregunta. ¿Eras arquero, no es así?

Él sonrió divertido a modo de afirmación.

—Lo era, hasta que mi padre me obligó a dejarlo.

—¿Por qué? ¿Fue por nuestra boda?

—En parte. Los Worwick de casta dorada no somos guerreros; no nos gusta la sangre ni los conflictos. Llevamos una daga de hoja dorada en el cinturón cuando ocupamos el trono, pero nada más. Querer ser el primer jefe comandante de un ejército arquero es una propuesta osada para mi padre, para él es inconcebible e imposible.

—Pero Valerio, te vi luchar y pelear contra esos hombres piratas. Eres un guerrero.

—Siempre me he sentido así. Recuerdo que elegí un caballo de pelaje blanco en vez del dorado tradicional, porque es costumbre que cada Worwick elija un caballo del mismo color de su cabello. Padre se enfureció por lo que hice y no es que sea problemático, a veces quiero llevar los asuntos de un modo pacifico pero en otras ocasiones quiero acabar con todo sin rodeos. He amado la arquería desde muy joven cuando empecé con los entrenamientos básicos y cuando tuve un arco en mis manos y me gustó disparar flechas comencé a entrenar sin descanso. Pero llegó el momento en el que me ordenó dejarlo.

—¿Por qué?

—Luna, ningún reino en Nordhia quiere un Worwick rubio con el espíritu de un Worwick de casta blanca. Eso los asusta. Padre quiere mantener la paz, así que me exigió que lo dejara; siempre repitiéndome que, como heredero, debía casarme y servir al reino pacíficamente, silenciando mis verdaderos sentimientos y emociones.

Los ojos de Luna se empañaron y en un gesto de comprensión ella colocó su mano sobre la de Valerio y susurró:

—Lo siento.

—No te preocupes. —Él le sonrió—. Tú no tienes la culpa.

Luna lo abrazó, intentando darle consuelo, porque a pesar de su fortaleza exigida por ser hombre; Valerio también era un ser humano, con emociones y vulnerable ante el peso de sus responsabilidades.

Después de ese cálido abrazo, ambos se separaron, y ella dijo:

—Quisiera ir a descansar.

—Vamos, te llevo a tus aposentos.

De la mano, como un par de enamorados que apenas se estaban comenzando a conocer, ellos caminaron por los pasillos del palacio hasta la habitación de Luna. Ella se detuvo frente a él antes de abrir la puerta para despedirse, pero Valerio la acorralo con sus brazos, contra la misma puerta acortando la distancia entre ambos.

—Gracias por permitirme compartir un rato contigo. Se siente bien no discutir por todo.

Ella sonrió con timidez, y él también sonrió tras ella. Valerio se acercó y plantó un suave beso en los labios de su esposa, dejándola sin aliento.

Ella lo miró fijamente a los ojos tras ese beso y susurró: —Buenas noches, Valerio.

—Descansa.

Valerio abrió la puerta y ella entró, cerrándola tras de sí. Luego, él caminó por los pasillos del palacio hacia sus propios aposentos.


Les envío un enorme saludo a mis bellos lectores del primer libro se la saga Antes de Valko ♥️

La espera con esta lindita historia entre Valerio y Luna ha terminado después de casi 10 meces en pausa y quiero avisarles que apartir de este capítulo comienzan las nuevas actualizaciónes y espero que lo puedan disfrutar ♥️♥️♥️☺️

Los quiere mucho Claure ✨

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