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𝟏𝟐. 𝐆𝐔𝐀𝐑𝐃𝐈𝐀 𝐁𝐀𝐉𝐀

Capítulo 12

Lord Jensen Whitemount se presentó en la sala privada del palacio para brindar apoyo al príncipe Valerio. En medio del caos, el Lord consiguió que un encargado atendiera al príncipe, quien estaba herido. La sangre corría por su costado, dando la impresión de ser una herida grave, aunque en realidad no lo era. La herida era de mediana gravedad, pero el calor del momento hacía que la sangre fluyera a borbotones.

Junto a ellos también llegó la señorita Helen. La mujer quería asegurarse de que su niña estuviera bien, y de paso, Luna se tranquilizó al ver que su Nana estaba con vida y a salvo. Luna permaneció todo el tiempo junto a Valerio, sin soltar su mano; como si necesitara tenerlo lo más cerca posible para sentirse segura y tranquila.

El encargado se dedicó a curar la herida de Valerio, mientras él concentraba toda su atención hacia Luna, quien seguía sintiéndose asustada. Nadie sabía con certeza qué estaba ocurriendo afuera y los guardias permanecían apostados en las puertas de la sala privada mientras Valerio era atendido.

Una vez que el encargado terminó de cuadrar la herida y la vendó; a petición de Valerio, Lord Jensen se retiró junto con la Nana de Luna y el mismo encargado, dejando guardias vigilando los pasillos y las puertas de la sala. Poco después, un guardia entró para informar al príncipe que el ataque había sido contenido con éxito y que varios Eslovas habían sido apresados. El guardia pidió instrucciones sobre qué hacer con los prisioneros, pero Valerio solo ordenó que los llevaran a las cuevas, prometiendo encargarse de ellos más tarde o al día siguiente, ya que lo único que le importaba a él en ese momento era su esposa.

Luna se encontraba encogida en un amplio sillón, tapándose los oídos para no escuchar los ruidos que provenían de afuera y los que aún resonaban en su mente. Valerio, después de despedir al guardia, dirigió su mirada hacia ella, se acercó a la jarra de agua, tomó una pequeña manta blanca, la empapó y la exprimió. Luego caminó hacia Luna, se arrodilló a su lado y buscó su mirada.

Cuando sus ojos se encontraron, Valerio vio en los de Luna un terror profundo, junto a la desesperanza que la consumía. Sus ojos reflejaban todo lo que había tenido que presenciar, y lo que se había visto obligada a hacer. Con cuidado, él acercó el paño húmedo para limpiar las salpicaduras de sangre del rostro de ella mientras apartaba con cuidado su oscuro cabello. Ella no protestó ni se resistió; simplemente cerró los ojos y dejó que él la cuidara.

—Si quieres dormir, puedo llevarte con tu Nana.

—¿Puedo quedarme?

Valerio esbozó una ligera sonrisa ya que algo en el rostro, y en la mirada de su esposa le provocó una ternura inesperada.

—Claro, Luna. Puedes quedarte aquí, o donde quieras. Eres la señora de este palacio.

—No me refiero a eso, Valerio.

—¿A qué te refieres?

—Tengo miedo. Miedo de que nos vuelvan a atacar, de estar sola y… —Luna se detuvo y agachó la mirada.

—¿Y...?

Luna lo miró insegura, pero finalmente se decidió a hablar.

—Y solo cuando estoy contigo no tengo miedo.

Valerio se incorporó, dejando el paño a un lado. Se quitó su camisón manchado de sangre, revelando su torso marcado; pensando que, quizá, estaría más cómodo sin esa prenda ensangrentada y sucia. Luna no pudo evitar mirarlo, aunque intentó disimular lo más que pudo apartando la mirada de él. Valerio se sentó a su lado y colocó un brazo sobre el respaldo del sillón, invitándola a acurrucarse en su costado.

Al principio, ella dudó, pero pronto se dejó llevar y se acomodó junto a él.

—Duerme, Luna —murmuró Valerio.

—¿Tú dormirás? —preguntó ella, con un delgado hilo de voz.

—Sí, pero primero quiero que descanses tú. Yo vigilaré un poco más.

—¿Estás seguro?

—Sí, descansa.

Valerio se acomodó un poco más en el sillón, extendiéndose sobre el mismo, mientras Luna se acurrucaba en su costado sano.

—Valerio... —susurró Luna, rompiendo el silencio.

—¿Sí?

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro, la que quieras.

—¿Soy una mala persona por haber matado a alguien? Nunca había hecho algo así.

—No eres mala, Luna. Solo estabas tratando de sobrevivir, y de que yo también lo hiciera. No es maldad querer proteger a los tuyos.

—Es que... no quiero volver a hacerlo.

—No volverá a pasar. Haré todo lo posible para que no tengas que enfrentarte a algo así de nuevo. Te lo prometo.

Luna esbozó una ligera sonrisa al escuchar esa promesa salir de esa voz gruesa y profunda que él tenía.

—Gracias —susurró.

—Descansa —repitió Valerio, mientras la rodeaba con sus brazos, sintiendo cómo su cuerpo temblaba aún por el miedo que intentaba superar—. Duerme, ya no hay nada que temer.

Luna cerró los ojos, siguiendo el eco de la voz de Valerio y esa noche, ambos se quedaron dormidos juntos en el sillón, brindándose protección y calma el uno al otro.

El profundo suspiro de Luna, mientras se acomodaba plácidamente en el costado de Valerio, logró que el príncipe se removiera y abriera los ojos. Verla sumida en un sueño profundo, acurrucada contra su pecho, despertó una ternura inesperada en él.

Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro al sentir cómo ella, al volver en sí, se frotaba suavemente contra su pecho y sin darse cuenta, la mano de Luna se posó en el costado herido de Valerio, presionando la venda y provocando un gruñido de dolor en él.

Al escuchar su quejido, Luna despertó sobresaltada y se dio cuenta de que lo había lastimado.

—¡Lo siento, Valerio! ¡Perdóname! —exclamó, apartando rápidamente la mano.

—No te preocupes —respondió él, incorporándose en el mueble, aunque su rostro dejaba ver claramente el dolor que le había causado.

—¿De verdad no te hice mucho daño? —insistió ella, preocupada.

—No, para nada —soltó una risa suave—. Solo hundiste tus dedos en mi herida y quizás mi corazón y mis entrañas se salga por ahí.

—¡Valerio! —replicó ella, asustada.

—Es broma, tranquila —él sonrió.

Luna lo miró extrañada, pero esta vez comprendió el tono de su broma y esbozó una sonrisa tímida.

—¿Dormiste bien? —cambió él de tema.

—Sí, ¿y tú?

—También. Una vez que te dormiste, pude cerrar los ojos.

—Al menos tú también lograste descansar.

—Si quieres seguir durmiendo, puedo llevarte a tus aposentos —sugirió él al notar que ella aún parecía somnolienta.

—¡No! Valerio, es que... no quiero dormir en esa habitación.

—Entiendo.

—¿Podría dormir en otro lugar? —preguntó Luna, algo avergonzada.

—Sabes que puedes dormir donde quieras. Ya lo comprobaste.

Ambos se miraron por un momento, y Luna pareció entender la profundidad del significado de sus palabras, aunque eso no evitó que se sintiera un poco confundida.

—Solo quiero otra habitación —respondió ella, aún avergonzada.

Él sonrió—. Escoge la que más te guste, esposa.

Valerio se levantó y se acercó a la mesa donde estaban el vino y el agua.

—¿Quieres un poco de agua? —preguntó, mirándola. Luna asintió, y él le sirvió una copa.

—¿Ya sabes qué harás con esos hombres? —ella tomó un sorbo de agua.

Valerio se sirvió una copa de vino y, sentándose de nuevo a su lado, respondió:

—No lo sé aún. Anoche no tuve cabeza para pensar sobre eso.

—¿Por qué no?

—Después de lo que tuviste que hacer y ver, solo quería tranquilizarte. Esos hombres están ahora en las cuevas de tortura y ahí permanecerán. Lo que sí se me es extraño es que atacaran el palacio.

—¿Qué quieres decir?

—Son Eslovas, Luna. Sus objetivos suelen ser las embarcaciones que vienen de Dersia o Ficxia. Ellos son piratas, no atacan el palacio ni el pueblo.

—Entonces, si lo hicieron, ¿es porque alguien los mandó?

—Exactamente —Valerio asintió, visiblemente preocupado—. Pero no sé quién pudo haberlos enviado.

Luna se movió en su asiento, dudosa de decir lo que pensaba, pero decidió hablar.

—Siento que... —susurró.

—¿Qué? —la miró él, curioso.

—Siento que nosotros éramos sus principales objetivos. Uno de esos hombres intentó matarme y otro intentó hacer lo mismo contigo. No sé si suena loco, pero...

—Tiene sentido —la interrumpió Valerio.

—¿Sí?

—Sí. Uno de ellos me dijo algo justo antes de que le cortara el cuello.

—¿Qué te dijo?

—«Nada evitará que ruede su cabeza, príncipe. Quien lo ordenó no descansará hasta lograrlo.»

—¿Pero quién querría algo así?

—No lo sé —respondió él, tomando un sorbo de vino—. Aunque tengo a alguien en mente, sería una locura.

—¿Quién? —Luna dejó su copa a un lado.

—Verti.

—¿Verti? —negó ella, incrédula—. ¡Es imposible!

El rechazo inmediato de Luna no le sentó bien a Valerio, quien la miró, frunciendo el ceño.

—¿Por qué sería imposible?

—Valerio, él es tu hermano. No creo que Verti sea capaz de algo así.

—¿Y por qué crees conocerlo tan bien? ¿Por las cartas de amor que te mandaba? —reclamó molesto.

—No es eso.

—Entonces, ¿Por qué? ¿Acaso aún te gusta Verti? —él se levantó enojado del sillón con su mirada dura sobre Luna—. ¿Crees que habrías sido más feliz si te hubieses casado con él verdad?

—¡No he dicho que me guste Verti! —Luna, se colocó de pie confrontándolo—. Solo digo que no creo que él sea el responsable.

—¡Yo lo conozco mejor que tú! —replicó Valerio, furioso.

—¡Así como conoces a tu “concubina” Lexa, a la que defendiste antes que a mí!

—¡Lexa no es mi concubina carajo!

—¡PUES PARECE QUE SÍ LO ES! —gritó ella.

—¡PUES ESTÁS EQUIVOCADA PORQUÉ NO LO ES! —gritó él aún más fuerte.

Tras el intercambio de gritos, ambos se quedaron en silencio, tratando de contener la ira. Luna dio media vuelta para salir de la sala, pero Valerio reaccionó y la detuvo, sujetándola suavemente de la mano.

—Espera, no te vayas —pidió, bajando la guardia.

Luna, aún molesta, sintió la diferencia en su tono y actitud, y, algo más calmada, se volvió hacia él con la mirada melancólica.

—No peleemos por esta tontería, Luna —él suspiró—. Tengo razones para sospechar de Verti.

—¿Puedes explicármelas? Quiero entender.

Ambos se sentaron de nuevo en el sillón, esta vez más tranquilos y tomando la palabra Valerio dijo:

—Desde que tengo uso de razón, Verti siempre ha sido muy tranquilo; inofensivo tal vez. Pero en ocasiones sentí cierta molestia de él hacia mi y a medida que crecíamos, su hostilidad se hizo más evidente junto con su manera pasivo-agresiva de decir las cosas también se hizo más notoria. Él Siempre ha querido lo que yo tengo, porque según él yo he tenido muchos privilegios y siempre me lo ha dejado en claro.

—Eso no está bien —dijo Luna, sorprendida.

—Hay más razones, pero no quiero pensar que fue él.

—¿Harás que esos hombres confiesen quien los mandó?

—Sí, más tarde me encargaré personalmente.

—¿Y si vuelven a atacarnos?

—No lo harán. Y si lo intentan, estaremos preparados. Te lo prometo —dijo Valerio, acariciando suavemente la mejilla de Luna con la yema de sus dedos, mientras sus ojos la observaban con lo que parecían ser un sinfín de sentimientos reprimidos pidiendo a gritos salir a la luz.

—Gracias, Valerio —dijo ella, mirándolo con ternura.

Valerio le sonrió a Luna con ligereza y se acercó un poco más a ella mientras la castaña lo miraba con curiosidad. Él intentó conectar su mirada con la de ella de manera íntima y, rompiendo el miedo al rechazo una vez más, se acercó a su esposa.

—Luna —él tragó en seco—. Quisiera intentar algo ¿Me permites?

Luna asintió observándolo con timidez y nervios la cercanía de Valerio. El rubio aproximó aún más su rostro al de Luna y tratando de mantener el control del momento se atrevió y rozó sus labios con los de ella.

Ambos cerraron los ojos, sintiendo aquel roce de labios que les permitió percibir la suavidad de los mismos y una repentina descarga de deseo intenso se produjo en el interior de ambos en ese momento y, tras aquel primer contacto, un beso intenso y  apasionado surgió entre los dos.

Valerio rodeó a Luna, colocando su mano en la cintura de ella para llevarla junto a él y sentirla cerca, mientras ella se aferraba a él y sin saber bien que hacer, colocó sus manos sobre los hombros de él sintiendo la piel de su esposo bajo la palma de sus manos.

Valerio saboreaba los labios de Luna con devoción, disfrutando de su sabor y ella hizo lo mismo, dejándose llevar por los besos de su esposo. Las manos de Valerio sujetaron el cuerpo de ella con más fuerza, tratando de explorarlo; ya que él deseaba tocarla y sentirla.

Su mano la sujetó aún más fuerte de la cintura, mientras ambos se exploraban con ese beso apasionado, dejando que sus lenguas se entrelazaran y haciendo aún más placentero y deseado aquel contacto íntimo; Valerio desplazó su mano bajo la bata de Luna sintiendo la piel de sus muslos los que quiso sujetar con fuerza para colocar a Luna sobre él sin que el beso entre ellos se detuviera.

De pronto, la puerta de la sala se abrió, haciendo que ambos se separaran abruptamente  solo para ver a Lexa entrar sin anunciarse.

—¡Príncipe! —gritó Lexa, interrumpiendo el momento.

—¡¿Maldita sea, Lexa, qué haces aquí?! —exclamó Valerio, furioso, levantándose del sillón.

Lexa se acercó a Valerio, posicionándose frente a él e ignorando deliberadamente la presencia de Luna dándole la espalda.

—Anoche no pude venir a verlo, príncipe, pero me enteré de que fue herido y no pude evitar preocuparme.

—No tiene por qué hacerlo, estoy bien —respondió Valerio con frialdad.

—Si quiere que me quede y esté pendiente de su herida, puedo hacerlo —insistió.

Valerio miró a Luna, notando cómo la irritación y el desdén crecían en su rostro ante la insolencia de Lexa y después de por fin haber compartido ese beso con Luna logrando un contacto con ella sintió que era el momento de poner fin a la situación y, sobre todo, de dejarle claro a su esposa que ella era su prioridad.

—No es necesario que se quede. Mi esposa ha estado cuidando de mí —dijo Valerio con firmeza—. Señorita Lexa, espero que esta sea la última vez que cruza estas puertas sin permiso. Y, además, espero y le exijo que no vuelva a ignorar la presencia de mi esposa. Haga una reverencia a su futura reina, pídale disculpas por su imprudencia y retírese de inmediato.

El rostro de Lexa se endureció al sentir un dolor punzante en el pecho tras las palabras del hombre por el que su corazón suspiraba; la rabia la estaba consumiendo en ese instante, pero no tuvo más opción que obedecer. Ella se giró y, con una reverencia forzada, se dirigió a Luna, quien la miraba con frialdad, dejando claro quién tenía la autoridad en ese lugar.

—Mis disculpas, mi lady —dijo Lexa con voz tensa antes de retirarse rápidamente, devolviéndoles la privacidad a Valerio y Luna.

Valerio se volvió a su esposa y rompió el silencio, sintiéndose un tanto  incómodo.

—Luna... Lamento lo sucedido, lamento mucho todo esto...

—¿Vas a seguir conservándola aquí? —preguntó Luna con un dejo de incredulidad en su voz.

—Lexa aún está en palacio, pero la he relevado de sus deberes desde que ocurrió aquella discusión contigo en el balcón —respondió él arrodillándose ante ella—. Te creí, Luna, te creí las explicaciones que me diste ese día, y supe que esa pelea no fue culpa tuya.

—¿De verdad? —un rastro de alegría iluminaron los ojos de ella.

—Sí, de verdad —afirmó, acariciando su mano y regalándole una cálida sonrisa.

Los ojos de Luna brillaron con una emoción especial al escuchar las palabras de Valerio. Él se levantó de su lugar, y antes de que pudiera reaccionar, ella se lanzó a los brazos de su príncipe de larga cabellera dorada.

HILLCASTER SOUTHLANDY – CASTILLO LOANCASTOR.

Un miembro del consejo de Hillcaster recorría los pasillos custodiados por guardias de capas negras. Su andar era autoritario, y al llegar a la sala privada del castillo, los guardias le abrieron las puertas sin demora, permitiéndole el acceso.

El hombre cruzó las puertas y se encontró frente a la cabeza del consejo de Hillcaster, quien yacía sentado despreocupadamente en la silla que debía ocupar el rey.

—Lord Eldfert, han llegado noticias desde el castillo Worwick —dijo el mensajero, extendiéndole un papel al Lord, quien lo tomó con calma, desplegándolo para leer.

Una sonrisa cínica y peligrosa se dibujó en el rostro del hombre que había logrado desviar los propósitos originales del consejo, diseñado por el rey Aiseen para ser regido únicamente por el monarca de la casa Worwick. Con discursos sobre sumisión y falsas promesas de libertad, Eldfert había corrompido la misión del consejo, ganándose la lealtad de la extinta casa.

—¿Dónde está el heredero? —preguntó la cabeza del consejo con un tono malicioso.

—En Turbios, junto a su esposa, Lady Luna Helfort.

Con arrogancia en cada paso, Eldfert rodeó el escritorio, disfrutando del poder que había acumulado.

—Espero que pronto mueran esos dos junto al rey —dijo con desdén—. Entonces, solo quedará una cabeza por cortar. Pero no me preocuparía mucho por él.

—El segundo heredero puede ser un peligro, Lord —advirtió Lord Efran.

—No, mi Lord Efran. Es el mayor. Yo de usted no me preocupara tanto por el segundo; Valerio Worwick es el verdadero peligro.

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