𝟏𝟏. 𝐈𝐑𝐑𝐔𝐏𝐂𝐈Ó𝐍
Capítulo 11
Advertencia, este capítulo será algo más extenso de lo acostumbrado, pido disculpas y de igual forma espero que lo disfruten.
TURBIOS (PALACIO ESCANDINEVA)
Lord Jensen se retiró de la sala privada del palacio donde yacía el príncipe Valerio y apenas él salió, Valerio hizo lo mismo.
El príncipe, de cabello rubio, cerró las puertas con cuidado y recorrió rápidamente los pasillos del palacio en dirección a los aposentos de su esposa, ya que Lord Jensen le había informado que su esposa se encontraba con fiebre alta.
Lady Luna había sufrido una fuerte recaída emocional después de la discusión que había tenido con el príncipe en la sala privada; al día siguiente, no salió de sus aposentos y apenas probó bocado. Su ánimo estaba por los suelos, lo que se manifestó en una fiebre leve que fue empeorando poco a poco.
Valerio llegó a los aposentos de Luna y abrió la puerta con ligereza, él observó el interior de la habitación, pero no la vio, así que cerró la puerta y continuó avanzando con cautela.
Dentro del cuarto de baño, Luna se estaba despojando de su bata, dejando su cuerpo desnudo. La nana de la joven le había preparado un baño fresco para reducir la fiebre y mantener su cuerpo fresco. Por esta razón, Luna estaba preparándose para entrar en la tina.
Su larga cabellera castaña, lisa y con suaves ondas, caía libremente por su rostro; el que reflejaba el malestar de la fiebre. Ella se quejaba por los punzantes dolores en sus piernas y por los ligeros escalofríos que recorrían su cuerpo. Sus labios estaban pálidos y secos, y sus ojos se veían cansados.
—Nana —gritó Luna al escuchar movimientos en su dormitorio—. Nana, por favor, déjame el té sobre la mesa. Lo beberé después del baño —dijo, mientras Valerio se asomaba por la puerta del baño y la veía de espaldas, completamente desnuda.
Su piel, aunque algo más pálida, seguía captando su atención. Los ojos grises de Valerio se fijaron en el cuerpo de su esposa, como si contemplara algo precioso que no poseía.
Él dio un paso más, pero Luna se giró en dirección hacia la puerta para entrar en la tina, y entonces lo vio, de pie frente a ella. Un grito de susto escapó de sus labios y al estar débil por la fiebre, sumado al sobresalto de ver a su esposo observándola su cuerpo se desmoronó.
Luna se tambaleó y estuvo a punto de caer al suelo, de no haber sido por Valerio, quien la sostuvo rápidamente, evitando que su cuerpo golpeara el frío suelo y la envolvió en sus brazos mientras ella se aferraba a él, buscando estabilidad.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, molesta y asustada.
—Me dijeron que estabas enferma y quise venir a ver a mi esposa.
—¡Valerio, vete de mis aposentos ahora mismo! —exigió Luna, sin energía para discutir.
Él buscó su mirada. —No hay nada de malo en que vea tu desnudez, Luna.
—¡Valerio, por favor!
Sus miradas se cruzaron en silencio durante unos segundos. Valerio tragó saliva y desvió la vista hacia la ventana. —Está bien, no te miraré. Mantendré los ojos en otra dirección. Ahora déjame estabilizarte y te pasaré la bata para que te cubras.
—¿Prometes no mirar? —preguntó ella, sin otra opción.
—Lo prometo.
Valerio la ayudó a mantenerse en pie, sintiendo la calidez de su cuerpo mientras pasaba con ligereza las manos por su cintura sintiendo como la piel de ella estaba caliente, y como un leve escalofrío emergió de ella. Una vez logró que Luna se sostuviera, él desvió la mirada y recogió la bata, entregándosela sin mirarla.
—Voltéate, por favor. Quiero entrar en la tina.
—Está bien —respondió él, dándole la espalda mientras ella se sumergía en el agua fresca—. Te sentí bastante caliente. ¿Segura de que no necesitas ayuda?
—¿Ayuda para qué?
—Bueno, podría ayudarte a quitarte la calentura —respondió él con una sonrisa traviesa, haciendo una broma de doble sentido que no pudo evitar. Luna frunció el ceño, sin entender a qué se refería exactamente. Aún no conocía ese lado de Valerio, donde decía cosas inapropiadas en momentos inoportunos.
—¿Qué?
—Nada, no te preocupes. Yo me entiendo.
Luna se sumergió en el agua con un leve suspiro. Las palabras de Valerio quedaron resonando en su mente, y mientras ella las relacionaba con su malestar, él las asociaba a otra cosa. —Puedes voltearte.
Valerio se dio la vuelta y vio a su esposa sumergida en el agua. Él rodeó la tina y se acercó a ella, quedando frente a su rostro.
—Puedes irte, ya estoy bien —dijo Luna.
Valerio se arrodilló para quedar a su altura. —He llamado al mejor encargado del palacio para que te atienda y te dé algo para la fiebre —dijo, metiendo la mano en el agua para mojarla, intentando llevarla a la frente de ella, pero Luna se echó hacia atrás, mostrando claramente que no quería ser tocada.
Ella mantenía la vista fija en el suelo, evitando a toda costa encontrarse con la suya, así que entendiendo su actitud; Valerio retiró la mano, se incorporó, ajustó su camisón y caminó hacia la salida. Luna, de espaldas a él; escuchó su voz grave antes de que cruzara la puerta.
—Espero que me envíes noticias de tu mejoría cuando te sientas mejor.
—No es necesario que…
—Es una orden, Luna —interrumpió Valerio, imponiendo su autoridad una vez más.
Valerio salió de la habitación, mientras Luna cerraba los ojos, sumergiéndose aún más en el agua fresca que su nana le había preparado, tratando de olvidarse de todo.
IRRUPCIÓN
La noche había caído sobre Escandineva. El encargado que atendió a Luna informó al príncipe Valerio sobre el estado de la Lady, asegurándole que pronto estaría bien. Sin embargo, recomendó que ella saliera de sus aposentos y realizara actividades que le causaran entusiasmo. Valerio recordó entonces lo ocurrido entre ellos la noche anterior, la discusión que tuvieron, y no pudo evitar sospechar que eso había afectado a Luna más de lo que imaginaba, aunque le parecía descabellado.
Una vez el encargado salió de la sala privada, Valerio sintió la tentación de ir a los aposentos de Luna para hablar con ella, y aclarar lo que sentía respecto a su matrimonio. Él sabía que debía decirle que el repudio que sintió por ella al principio se estaba desvaneciendo, pero también sabía que sería difícil, pues Luna estaba a la defensiva debido a todo lo que él había hecho para molestarla, y al final, aunque lo intentó, dudó y prefirió quedarse en la sala, leyendo un libro para distraerse.
Los guardias que custodiaban el palacio estaban en sus puestos, pero todos tenían la guardia baja. Escandineva nunca había sido blanco de ataques, por lo que los guardias se turnaban para dormir mientras sus compañeros vigilaban, siempre acompañados de una botella de perada. De pronto, un machete silencioso cortó la cabeza de uno de los guardias que "vigilaba" mientras bebía.
Los ataques se desataron de forma sigilosa, tomando por sorpresa a los desprevenidos guardias y el caos comenzó a extenderse por la fortaleza cuando uno de los guardias encontró a otro muerto en su puesto de vigilancia.
Un estruendo resonó desde la torre del palacio, anunciando que un ataque estaba en marcha. Este sonido vago despertó a un adormilado Valerio, que sostenía un libro entre sus manos. Él abrió los ojos ligeramente, sintiendo un mal presentimiento, pero al no ver nada inusual, volvió a cerrarlos.
Afuera, la lucha entre los Eslovas y los guardias del palacio se intensificaba. Los Eslovas, acostumbrados a atacar en la oscuridad, aprovechaban la noche para avanzar, derribando con fuerza las puertas del palacio y lanzando botellas de vino vacía con trapos encendidos hacia los ventanales, iniciando incendios. Fue ahí cuando las puertas de la sala privada se abrieron de golpe.
—¡Mi príncipe! —gritó Lord Jensen, despertando a Valerio de su sueño.
—¿Qué sucede, Lord Whitemount? —preguntó él aún somnoliento, pero pronto escuchó el bullicio afuera—. ¿Qué es ese ruido, Lord Whitemount?
—Los Eslovas, príncipe. Han derribado las puertas y están invadiendo el palacio. Necesito su aprobación para ordenar un ataque masivo de los soldados.
—¡Ordénelo ya, de inmediato! —exclamó Valerio, poniéndose en guardia también.
Luna estaba en su cama, tratando de dormir, pero el ruido exterior la comenzó a despertar poco a poco y de repente, un objeto en llamas atravesó la ventana de su habitación, haciéndola saltar asustada de la cama.
Un hombre vestido de negro, con ropajes sucios, apareció ante sus ojos y los gritos de Luna inundaron la habitación mientras intentaba huir. Asustada, ella gritaba el nombre de Valerio buscando la forma de esquivar al hombre para correr hacia la puerta, pero cuando lo logró y estuvo apunto de salir; el hombre la atrapó por el cabello, tirándola brutalmente al suelo.
Luna quedó aturdida por el golpe, pero el instinto de supervivencia la impulsó a seguir luchando. Ella trató de arrastrarse para ponerse de pie, pero el hombre la agarró por las piernas y la arrastró hacia él con fuerza. El caos se intensificaba aún más en el palacio, y los invasores tenían en mente dos objetivos; uno de ellos ya había sido encontrado.
El Eslova miraba a Luna con morbo y perversión; mismo pensamiento lo llevó a relamerse los labios, mostrando una sonrisa maliciosa adornada por dientes amarillos y malformados. La bata de Luna era fácil de remover, y ella estaba aterrada al ver las intenciones del hombre en su sádica mirada, así que llena de desesperación comenzó a llamar a Valerio, como si ella tuviera la certeza de que él podía oírla desde donde sea que estuviera.
El invasor pretendía tomarla carnalmente antes de matarla y las lágrimas corrían por el rostro de Luna mientras luchaba, recibiendo golpes en la cara para que dejara de resistirse. Aquel hombre la volteó boca abajo, hundiendo su rostro contra el suelo y con los ojos entreabiertos, ella vio la puerta abrirse haciendo visible un par de botas negras entrando apresuradamente.
«Ahora son dos. No puedo contra dos de ellos», pensó ella rindiéndose. Al instante escuchó un grito furioso y sintió salpicaduras de sangre en su rostro y cuando levantó la cabeza, vio la cabeza del Eslova rodar por el suelo y a Valerio frente a ella, empuñando su espada ensangrentada y al instante él se arrodilló para asegurarse de que ella estuviera bien.
Sin pensarlo, Luna se arrojó a los brazos de Valerio.
—¿Estás bien, Luna?
—Sí, estoy bien —sollozó ella, aferrada a él.
—Dime si te hicieron algo.
—No, pero pensé que sí, Valerio —ella lo abrazó aún más fuerte.
—Tranquila, ya pasó. Mírame —dijo él, buscando su mirada—. Luna, necesito que hagas lo que te diga.
Ella asintió, con lágrimas en los ojos, y respondió entre sollozos: —Sí, haré lo que me pidas, Valerio.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió nuevamente, y un hombre con un hacha en mano entró.
—Un Worwick rubio —se burló—. Será fácil ejecutar esta tarea.
Valerio soltó a Luna y le ordenó que se escondiera, preparándose para recibir el ataque del Eslova y el invasor no dudó en atacar. Él hombre intentó pasarle el hacha por la garganta a Valerio, pero aunque la espada del Worwick era fuerte, él no sabía cuánto tiempo podría resistir contra un arma tan pesada.
Ambos hombres comenzaron a luchar a muerte y el Eslova, aunque burlón, empezó a cansarse de la resistencia de Valerio, el "Worwick rubio" al que había subestimado. Valerio peleaba con ferocidad, atacando y defendiéndose sin tregua, hasta que el Eslova logró golpearlo en la espalda con la empuñadura del hacha, derribándolo al suelo.
Pero Valerio, astuto, le dio un fuerte golpe en el rostro al Eslova a puño cerrado, haciéndolo caer también y logrando que este soltara el hacha. Desarmados, el Eslova se repuso más rápido y se lanzó sobre Valerio, rodeando su cuello con el brazo para asfixiarlo.
Luna observaba con miedo cómo Valerio luchaba por soltarse y ella no sabía si debía salir a buscar ayuda o intervenir de alguna manera, ya que ella había prometido hacer lo que él le pidiera, pero ¿qué podía hacer? Ella sabía que no tenía la fuerza para enfrentarse a uno de esos hombres.
Valerio logró ver con el rabillo del ojo a Luna cerca del cuarto de baño acorralada en una esquina de la habitación, mientras que lágrimas rodaban por su rostro. Con la voz entrecortada y sofocado por la asfixia, él le gritó que saliera de ahí y ella se movió dispuesta a correr lejos, pero algo en su interior la detuvo. Luna no iba a dejarlo solo y llena de desesperación, su mirada se posó en el cadáver del otro Eslova y notó que este llevaba una daga. Sin pensarlo, ella la tomó y se lanzó sobre el hombre que intentaba asesinar a Valerio.
Ella comenzó hundir la daga en su espalda una y otra vez, con los ojos mientras gritaba en medio de un llanto descontrolado, deseando con todas sus fuerzas que él muriera.
El ataque de Luna obligó al hombre a soltar a Valerio, quien intentó recuperar el aliento lo más rápido posible, mientras que Luna, consumida por la furia, siguió atacando al hombre, clavando la daga oxidada repetidamente en su espalda. Al lograr reponerse Valerio se acercó a Luna y la apartó del cuerpo del hombre; quitándole la daga de las manos.
—Ya pasó, Luna —le dijo él tratando de calmarla.
Ella, temblorosa y asustada se aferró a su pecho, llorando sin control y seguidamente alzó la vista para mirarlo. Ella necesitaba verlo, y asegurarse de que él estaba bien.
—¿Estás bien, Valerio? ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien, no llores —respondió él, con una voz suave y reconfortante.
—Pero... él te estaba haciendo daño. Yo... yo no soy así… yo…
—No llores, no te preocupes —la acunó en sus brazos, acariciando su cabello—. Hiciste lo que tenías que hacer.
—Él no tenía por qué hacerte daño —sollozó ella, entre la rabia y el miedo.
—Luna, estoy bien, y tú hiciste lo correcto.
—¿Seguro que hice bien?
—Sí, lo hiciste bien. Ahora tenemos que irnos de aquí.
—¿A dónde?
—Solo sígueme y haz lo que te diga.
Valerio tomó la mano de Luna y la condujo fuera de la habitación, mientras que el caos reinaba en el palacio, con guardias y sirvientes corriendo por todos lados, intentando refugiarse. De repente, se encontraron con Lord Jensen, quien caminaba por los pasillos con mucha prisa.
—Mi príncipe, debe venir de inmediato. Los soldados están masacrando a los Eslovas, pero ellos aún se están resistiendo y una gran turba quiere entrar al palacio.
—Lord, necesito que proteja a mi esposa a toda costa.
—Lo haré, mi príncipe.
Valerio se volvió hacia Luna y, colocando una daga en sus manos, le dijo:
—Tómala y mantenla contigo. Si la necesitas, no dudes en usarla. Prometo volver pronto.
Ella asintió, y Valerio miró nuevamente a Lord Jensen.
—Ya sabe lo que debe hacer. No importa quién muera esta noche, pero mi esposa debe permanecer viva, cueste lo que cueste.
—Sí, mi príncipe —respondió Lord Jensen con firmeza.
Valerio se alejó rápidamente para unirse a la lucha junto a sus soldados. La adrenalina propia de los Worwick de la casta Blanca fluía con fuerza en su interior. Mientras tanto, Luna fue llevada a una pequeña biblioteca, un lugar donde se suponía que no podrían encontrarla con facilidad. Afuera, Valerio peleaba ferozmente, decapitando a los Eslovas a sangre fría y a pesar de recibir numerosos ataques que lo pusieron en peligro en varias ocasiones, él siempre logró superarlos y derribar al enemigo.
El fuego iluminaba partes del palacio, y la sangre corría sin cesar.
Uno de los Eslovas, que había logrado entrar al palacio antes de que se estableciera la contención, vio cómo Lord Jensen resguardaba a Luna en la biblioteca y pacientemente esperó el momento adecuado, hasta que ella estuvo sola y confiada.
Cuando lo consideró oportuno, el hombre irrumpió en la estancia, haciendo que la puerta chirriara al abrirse lentamente y al ella escuchar el sonido, empuñó la daga con las manos temblorosas y con su corazón palpitando con fuerza luchando por mantener el silencio de sus sollozos, pero su instinto le decía que no debía confiarse. Ella sabía que no debía estar sola en ese lugar, pero se suponía que nadie podría encontrarla ahí.
En el profundo silencio que invadía la biblioteca, ella fue acechada hasta que el Eslova la atrapó, cubriéndole la boca con fuerza y Luna luchó desesperadamente, logrando liberarse. Con un movimiento rápido, ella clavó la daga en el hombro del Eslova y, sin perder tiempo, corrió fuera de la biblioteca, cerrando la puerta tras de sí.
Luna Corrió por los pasillos del palacio, sumida en un llanto desesperado mientras intentaba taparse los oídos ante los estruendos desconocidos que llegaban a sus oídos. A su alrededor, el caos reinaba, pero nada de eso le importaba en ese momento, ella solo quería encontrar a alguien, a Valerio.
Al lograr salir al exterior, atravesando las filas de soldados que peleaban y se mataban con los Eslovas, ella comenzó a aturdirse por la violencia y la sangre que se esparcía el aire. La escena era tan brutal que la dejó casi que paralizada, mirando hacia todos lados sin saber a dónde ir y de repente, recordó a su nana. «¿Cómo pude olvidarla?» se recriminó, sintiéndose culpable, y teniendo la fuerte necesidad de encontrarla ella se dispuso a tratar de encontrar a Valerio.
El mundo a su alrededor se desmoronaba y mientras caminaba desorientada en medio del caos otro Eslova apareció ante ella, pero esta vez no tenía cómo defenderse. No tenía la daga ni nada que pudiera usar. El hombre levantó su hacha para matarla, pero antes de que pudiera hacerlo, una gran cantidad de sangre salpicó el rostro de Luna y en esa ocasión sí vio claramente cómo Valerio decapitó al Eslova frente a ella; quedando aquella imagen grabada para siempre en su mente.
El cuerpo decapitado cayó sobre ella, y Luna atrapada bajo su peso. Ella comenzó a gritar descontrolada presa del pánico y Valerio apartó el cuerpo del hombre lo más rápido que pudo, la cargó entre sus brazos, y corrió con rapidez atravesando el lugar llevándola de vuelta al interior del palacio.
—Nosotros nos encargamos, príncipe —dijo uno de los guardias mientras Valerio avanzaba.
El príncipe y Luna, fueron escoltados por un par de guardias, pudiendo llegar pronto a la sala privada. Los gritos de Luna y su llanto resonaban por todo el lugar logrando que Valerio se sintiera impotente al verla así, y la comprendía; ella esa noche vivió y presenció cosas que jamás debió haber experimentado. Ambos se arrojaron al suelo, y él la envolvió en sus brazos, tratando de calmarla.
—Ya pasó, Luna, ya pasó —le susurró tratando de tranquilizarla por lo alterada que estaba.
Nadie sabía si el peligro había pasado realmente, pero Valerio sabía que debía calmarla.
Él sintió como su sangre empapaba su camisón y corría por su piel, pero eso no le importó. Él solo quería que Luna estuviera bien, mientras ella seguía aferrándose a él con todas sus fuerzas, en medio de un fuerte sollozo.
—No me dejes sola.
—No te dejaré sola —respondió él—. Aquí estoy.
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