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𝟏𝟎. 𝐒𝐈𝐆𝐈𝐋𝐎

Capítulo 10

SOUTHLANDY

—¿Se encuentra bien, padre? —preguntó Verti con preocupación, observando a su padre que yacía en la cama.

—Sí, solo fue un dolor de cabeza, nada más. No hay mucho de qué preocuparse.

—Últimamente tus dolores de cabeza son más fuertes, Dafert —comentó la reina con evidente inquietud—, y los remedios que te dan tardan más en hacer efecto.

—No te preocupes, esposa. Esta vez fue solo un poco más fuerte, nada más.

—Padre —intervino Verti—, si necesita ayuda con la reunión del consejo sobre Hillcaster, puedo encargarme.

—No, hijo, no. Yo me ocuparé de eso. Tú solo estudia las modificaciones que tu hermano hizo a tu propuesta, y cuando te lo pida, te presentarás ante el consejo.

Verti se levantó de la silla y, mientras se preparaba para retirarse, dijo: —Está bien, padre, como usted diga.

El rubio comenzó a caminar hacia la puerta de la habitación del rey, pero se detuvo al escuchar la voz de su padre interrumpiéndolo.

—Espera, hijo.

Verti se dio la vuelta y lo miró.

—¿Sí, padre?

—Prepárate, hijo. En unos días llegará la princesa Katrina Filty, y la desposarás en una ceremonia tradicional de la casa.

—¿Katrina Filty? —repitió Verti, sorprendido.

El rey tomó la palabra de nuevo: —Antes de que te retires, Verti...

—¿No se supone que esa princesa ya estuvo casada con un lord? —lo interrumpió Verti.

—Correcto, hijo.

—Lord Hemsen la repudió. ¿Por qué debería casarme yo con ella?

—Todos sabemos bien por qué el honorable Lord Hemsen la repudió, y no es una razón de gravedad. Al menos, no para ti, siendo el hombre que va a desposarla.

Verti sonrió de medio lado, entendiendo la dirección de las palabras de su padre. Ya se imaginaba cuál era el asunto con la princesa y la unión que le proponían.

—¿Entonces no quiere que mi sangre, que también es Worwick, tenga descendencia?

El rey suspiró con cansancio. Había llegado el momento, según Dafert, de hacerle entender a su segundo hijo varón sus motivos.

—Hijo...

—No es necesario —interrumpió la reina Irenia, mirando a Verti con sus intensos ojos azules, que destilaban frialdad—. Los hijos que tenga tu hermano serán los importantes para continuar el linaje de esta casa. Y antes de que te quejes, deberías estar agradecido. No te presionaremos para que cumplas con tu deber marital con ella.

Verti la miró sin expresión alguna, sabiendo que quejarse no serviría de nada, y no era opción en ese caso. Al final, una unión matrimonial y una mujer adecuada no eran sus principales preocupaciones en ese momento.

—Está bien.

—Esperamos que la princesa sea de tu agrado, hijo —dijo el rey—. Es una joven muy linda, y solo queremos que tengas un matrimonio sólido con ella.

Verti esbozó una sonrisa hipócrita.

—Claro, padre. Esperaré la llegada de la princesa Filty. Con su permiso.

El joven se retiró de la habitación, dejando a los reyes a solas en la intimidad de sus aposentos.

—No debiste decirle que no era necesario —exhortó el rey a su esposa.

—No lo es, Dafert. Si Verti tiene hijos o no, no importa. Sabes que los importantes serán los que Valerio pueda tener. De él vendrá el heredero que se sentará en el trono.

—Tienes razón, pero deberías tener más tacto al hablar.

—Sinceramente, no creo que esa jovencita tenga problemas para quedar en cinta.

—¿A qué te refieres?

—Lord Hemsen ha tenido tres esposas, y a todas las ha repudiado porque no le han dado un heredero para su fortuna y título. Y, según he escuchado, la cuarta va por el mismo camino.

—No deberías decir esas cosas.

—Es lo que pienso. En algunas estrellas, después de la unión entre Verti y Katrina, sabremos si realmente ella es inadecuada o no. Ahora recuéstate, para que descanses y te sientas mejor.

Irenia ayudó a su esposo a acomodarse mejor en la cama, arreglando los almohadones de seda a su alrededor. Mientras tanto, Verti, con una mirada seria y algo molesta, se retiraba tras haber escuchado la conversación entre sus padres.

DÍAS DESPUÉS

Los días transcurrían en las Islas de Mares Turbios con aparente calma.

Valerio se ocupaba estrictamente de todo lo relacionado con Hillcaster, colaborando en todo lo posible con la propuesta de su hermano. A diario tomaba sus entrenamientos de espada en el patio de armas del palacio, desafiando una vez más a su padre al optar por un entrenamiento militar, el mismo que los Worwick de casta blanca recibían, ya que no se le permitió ser arquero.

Por otro lado, Luna parecía disfrutar de una aparente paz y tranquilidad y todos los días paseaba por los jardines acompañada de su Nana o se encerraba en una de las bibliotecas a leer y para cualquier cosa que necesitara, recurría a Lord Jensen Whitemount.

Debido a sus actividades, Valerio y Luna no se hablaban ni se veían durante días, ya que no coincidían ni en el desayuno ni en la cena en el comedor del palacio.

En ocasiones, Luna se acercaba al patio de armas para observar cómo Valerio entrenaba, pero no se quedaba mucho tiempo para evitar ser vista por él o por alguien que pudiera comentarlo.

Valerio, por su parte, aprovechaba una puerta privada que le dejaba acceder a la biblioteca sin ser visto. Esto le permitía, en varias ocasiones, observar a Luna leer cómodamente en uno de los sillones, sin que ella se percatara.

El único factor que perturbaba la tranquilidad de Luna era Lexa, la sirviente personal de su esposo. La mujer la miraba con desdén, sin mostrar respeto por su posición en el palacio. A menudo, Luna la escuchaba hablar con los sirvientes, dando instrucciones relacionadas con el príncipe y subrayando que, aunque Luna fuera su esposa, él la despreciaba. Lexa también advertía a los demás sirvientes que Luna era grosera y desagradable, lo que explicaba por qué muchos de ellos evitaban tratar con ella o lo hacían con miedo.

Luna decidió no decir nada ni molestar a Valerio con el asunto, pues sospechaba que si Lexa se atrevía a hablar de esa manera era porque el propio príncipe le había otorgado demasiado poder y confianza, compartiendo detalles sobre sus problemas maritales.

Esa tarde, el sol se ocultaba en Mares Turbios. Luna caminaba por los pasillos junto a su Nana, dirigiéndose al patio de armas. Valerio se encontraba entrenando con un guardia del palacio, pero la vista desde el lugar donde Luna optó por observar no era la mejor.

La señorita Helen sugirió que fueran al balcón, donde los entrenamientos se podían ver con claridad. Sin embargo, ese balcón solo estaba reservado para miembros de la familia o aquellos que tuvieran el permiso de un Worwick y después de un breve intento de convencerla, Luna aceptó y ambas se dirigieron al balcón, donde se encontraron con Lexa, quien observaba el entrenamiento del príncipe.

El encuentro entre Luna y Lexa fue tenso, ambas se miraron con recelo, y la atmósfera rápidamente se tornó hostil.

—No puede ser —murmuró Luna, disgustada al ver a Lexa ocupando ese lugar.

—¿Qué hace usted aquí? —la encaró Lexa con descaro, lo que era una clara falta de respeto.

—¿Disculpe? —respondió Luna, irritada—. ¿Quién se cree que es para dirigirse a mí de esa forma?

—Usted no tiene nada que hacer aquí —replicó Lexa, sin bajar la mirada.

—¡No sea insolente! Está hablando con la esposa del príncipe heredero al trono —intervino la Nana de Luna.

—Sí, lo sé, y no me importa —contestó Lexa con arrogancia—. Usted solo es una sirviente más, no me hable de esa forma porque...

—¡Cállese! —gritó Luna, interrumpiéndola.

La furia invadió a Lexa, quien no dudó en responderle con el mismo tono—: ¡No me grite!

—Tengo todo el derecho de hacerlo si usted no me respeta —sentenció Luna, sin amedrentarse.

—No le debo respeto alguno —replicó Lexa—. Puede ser la esposa del príncipe, pero sé muy bien que entre ustedes no se entienden como pareja y también sé que….

Antes de que pudiera terminar, Luna le propinó una bofetada que la dejó sin palabras.

—Tengo mucho más poder del que usted cree —le advirtió Luna con frialdad—, así que no me obligue a demostrárselo porque lo lamentará.

Con esas palabras, Luna se retiró del balcón, dejando a Lexa aturdida. Abajo, un guardia se acercó a Valerio, deteniendo su entrenamiento para susurrarle algo al oído.

El guardia había presenciado toda la escena y consideró que era su deber informar al príncipe los que estaba sucediendo. Valerio frunció el ceño y miró inmediatamente hacia el balcón, visiblemente molesto.

Lady Luna se encontraba en sus aposentos, lista para dormir, cuando un guardia interrumpió su privacidad para informarle a su Nana que el príncipe Valerio la solicitaba en su sala privada.

Luna salió a regañadientes de su habitación y caminó hasta la sala privada de su esposo en el palacio y al llegar, un guardia la anunció. Valerio autorizó su entrada de inmediato, permitiéndole finalmente presentarse ante él.

—Retírate —ordenó Valerio al guardia, quien salió, dejando a la pareja a solas.

Los fríos y duros ojos de Valerio se posaron sobre Luna, pero ella decidió no mirarlo.

—Supongo que ya sabes por qué te mandé llamar.

Luna lo miró con calma.

—No lo sé, o tal vez sí, pero espero que no sea por lo que creo. Sería muy estúpido.

—Entonces dime esa razón que crees saber.

—No discutiré contigo sobre lo que pienso, así que me voy —dijo ella, girándose para marcharse, pero Valerio, rápido como un rayo, la sujetó del brazo.

—¿A dónde crees que vas?

—¡Suéltame! —intentó zafarse.

Él la sujetó con más fuerza.

—¡Dime tus razones!

—¡Déjame salir, Valerio!

—¡Estoy hablando en serio, Luna, no me retes! —rugió él, con tal firmeza en su voz que la hizo detenerse entre sus brazos.

—¿Qué vas a hacer si te reto? ¿Castigarme? ¿Golpearme o encerrarme? —preguntó Luna con una mezcla de desafío y hastío en su mirada.

Valerio, sorprendido por sus palabras, no podía entender cómo ella creía que él sería capaz de hacerle algo así, ya que él jamás la había maltratado físicamente.

—¿De verdad crees que sería capaz de eso? —preguntó, soltándola.

—Me estás amenazando, ¿qué se supone que debo pensar?

—Solo quiero que me digas por qué crees que te llamé aquí —exigió Valerio, con impaciencia.

Luna no aguantó más y estalló.

—¡Por tu sirviente! ¡Llevamos días sin hablar y, justo hoy, después de tener un altercado con ella en el patio de entrenamiento, me llamas!

—¿Hay algo que quieras decirme sobre eso? —la mirada fría de Valerio se clavó en ella.

—No, solo quiero irme. No quiero pelear, quiero estar en paz.

—Solo dime qué ocurrió.

—Para qué necesitas que yo te lo diga, si me imagino que ya te lo habrá contado a su manera. Porque después de todo, tu pareces tener cierta preferencia con ella, así que dudo que sea solo una simple sirviente.

—¿Entonces la golpeaste? —preguntó Valerio sin emoción, dejando a Luna perpleja.

—Sí, lo hice, pero tuve mis razones.

—Quiero oírlas.

—¿Para qué, Valerio?

—Luna, sé que tenemos problemas, muchos problemas, pero no puedes arremeter contra Lexa por eso. Ella no tiene la culpa de nuestras diferencias.

—¿Qué? ¿En serio crees que mi enojo con ella es por nuestros problemas?

—Sí, porque conozco a Lexa. Siempre ha sido respetuosa y servicial. Nunca he tenido quejas de ella, y no, ella no es mi concubina.

—¡PUES NO, VALERIO, NO! —gritó Luna, con los ojos llenos de lágrimas y la voz cargada de rabia—. Desde que la vi por primera vez, ha sido grosera conmigo. Me mira con desprecio, no respeta mi posición como tu esposa, y les habla mal a los demás sirvientes sobre mí.

—¿De qué estás hablando? —frunció el ceño Valerio.

—¡La he escuchado! Todos murmuran en el palacio del porque ella sigue siendo la encargada de tus cosas cuando eso lo debería hacer yo. Ella les dice a todos que nos casaron por obligación, que no hemos compartido lecho y que no tenemos nada y la única forma en que ella sepa todo eso de nosotros es porque tú se lo debiste haber dicho.

—¡Nunca hablaría de mi intimidad con ella ni con ningún sirviente!

—Pues no sé cómo se enteró, pero no me respeta. Habla mal de mí, y por eso la mayoría de los sirvientes me evita. Hoy discutí con ella porque quería verte entrenar, pero me echó del balcón donde yo debería estar. ¡No ella!

—¿Qué te dijo?

—Me pidió que me fuera, diciendo que yo no tenía nada que hacer allí, que solo soy tu esposa por compromiso. Y aunque tenga razón, es una insolencia que me hable de esa forma, así que la golpeé.

Con seriedad y una calma abrumadora, Valerio se acercó a la puerta y, mirándola fijamente, dijo:

—Está bien, resolveremos esto. La llamaré.

—No lo hagas, Valerio —rogó Luna—. No me humilles de esa forma o te juro que...

—¿Qué me juras? —Valerio se acercó amenazante, haciendo que Luna retrocediera.

—¡Me voy de aquí! —exclamó ella, apresurando el paso hacia la puerta, pero Valerio la agarró de los brazos y la acorraló contra la puerta.

—No vas a ningún lado.

Desconsolada, Luna lo miró a los ojos y suplicó:

—Valerio, déjame ir. Te juro que no volverás a saber de mí. Todos creerán que estoy muerta o lo que sea. No te exigiré nada, lo prometo, pero por favor déjame ir. No ganas nada teniéndome aquí.

—¡Eres mi esposa y no irás a ningún lado!

—¡QUIERO IRME Y NO VOLVER A SABER DE TI NUNCA MÁS! —gritó ella, tratando de liberarse, pero Valerio la sujetó con más fuerza.

—¡Eres mi esposa y tu lugar está aquí conmigo!

—¡NO QUIERO ESTAR CONTIGO! —vociferó Luna con rabia.

—¡ESTÁ BIEN, LÁRGATE! —gritó Valerio, soltándola—. ¡HAZ LO QUE QUIERAS, PERO NO DUDES QUE DARÉ LA ORDEN A CADA ARQUERO DE ESTE MALDITO PALACIO QUE TE DISPAREN CON SUS FLECHAS SI TE VEN SALIR!

—¡ERES LO PEOR QUE ME HA PASADO EN LA VIDA! —gritó ella con el corazón roto—. ¡Y SÍ, OJALÁ MUERA, ASÍ NO TENDRÉ QUE VERTE NUNCA MÁS!

Luna salió de la sala, dejando a Valerio alterado y furioso. Ella corrió a sus aposentos, donde se tiró a llorar sobre su cama, sintiendo que su estancia en Turbios solo le traía más problemas que la calma que pensó tendría y que la paz siempre se le terminaba por escapar.

Las puertas de la sala privada del palacio se abrieron, y a través de ellas entró Lexa, quien había sido convocada por el príncipe Valerio. La mujer entró sin pedir el pase, como solía hacerlo, presentándose ante él con actitud victimista. Ella ya le había relatado a Valerio su versión del enfrentamiento, aprovechándose de la situación para dejar a Luna en mala posición.

—¿Me mandó llamar, príncipe? —preguntó fingiendo desconsuelo.

—Sí, siéntate.

—Gracias, mi príncipe

Lexa tomó asiento.

—Seré directo, Lexa. A partir de ahora, muchas cosas van a cambiar.

—Mi príncipe, le prometo que la próxima vez ignoraré a Lady Helfort si vuelve a acercarse al balcón del patio de entrenamiento. No quiero que usted tenga problemas por mi causa.

—Me alegra que estés dispuesta a cooperar, porque lo harás —respondió Valerio con un tono de voz severo—. No volverás a subir al balcón del patio de entrenamiento.

—¿Qué?

—Tampoco volverás a entrar a esta sala sin pedir permiso. A partir de ahora, te encargarás de explicarle a la servidumbre del palacio cómo deben organizar y atender mis aposentos y todo lo relacionado conmigo. Como imaginarás, ya no tendrás nada que hacer en mi habitación, salvo que yo lo solicite. Y, por último, hablaré con Lord Jensen para discutir ciertas cosas que he oído sobre tu mala voluntad hacia mi esposa.

Lexa se levantó furiosa de la silla.

—¿Mala voluntad? ¡Es ella quien tiene mala voluntad hacia mí! Ella cree tener derecho sobre todo aquí, cuando no es así.

El rostro de Valerio se endureció y su tono se volvió más severo.

—Ten mucho cuidado, Lexa. Mi esposa tiene tanto derecho y autoridad en este lugar como yo. No seas tan atrevida como para hablar así de Lady Helfort, tu futura reina. La próxima vez que me entere de que te has pasado de la raya con ella, te juro que no me temblará la mano para desterrarte del palacio.

—Siempre he sido servicial y leal a usted, príncipe. ¡No es justo! —reclamó Lexa, sollozando.

—Lo sé, pero eso no te da derecho a faltarle al respeto a la figura de mi esposa. Cualquiera que se atreva a meterse con ella tendrá que rendir cuentas conmigo. ¿Ha quedado claro?

—Sí, mi príncipe.

—Retírate. ¡Ahora! —ordenó Valerio

—Con permiso.

Lexa salió de la sala, entre lágrimas y llena de rabia sin poder creer lo que acababa de suceder ni la forma en que Valerio la había tratado. Él nunca le había hablado con ese tono tan duro ni la había apartado de su lado y para ese momento Luna ya representaba una amenaza real para ella.

SOUTHLANDY

El príncipe Verti caminaba por los pasillos del castillo, aprovechando la soledad de la noche y la oscuridad para llegar a un lugar en particular:

El Salón del Trono del rey.

Con mucho cuidado, el rubio ingresó en aquel lugar, donde solo algunas antorchas iluminaban tenuemente el ambiente. Verti cerró las puertas con delicadeza y se giró para observar lo que tenía frente a él.

Sus ojos grises se llenaron de un brillo turbio, dejando entrever un anhelo desleal que irradiaba de ellos. Al fijar su mirada en el trono, que se erguía justo frente a él, Verti se acercó lentamente, imitando una caminata militar decorosa, con una postura recta y firme.

El blanco intenso del trono resplandecía en medio de la penumbra del salón, junto con el brillo de las antorchas que lo rodeaban. Los bordes del espaldar, con su peculiar forma triangular y desigual semejaban pequeñas barras de hielo que brillaban con intensidad. Una extensa base de color plata recorría el suelo donde reposaba el trono, irradiando el mismo resplandor bajo la luz de la luna, que se filtraba a través de las ventanas de cristal a sus espaldas.

Verti subió cada escalón con aparente calma y sigilo, como si estuviera emboscando su objetivo. De repente, se detuvo frente al trono. Su mano se posó sobre uno de los brazos del asiento, recorriéndolo suavemente con los dedos, y susurró:

—Pronto.

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