El aire olía a lluvia y a esperanza agridulce. Gi-hun, con el cabello empapado y la ropa pegada al cuerpo, se aferraba a una maleta gastada. Había perdido todo: su trabajo, su apartamento, incluso la custodia de su hija. Ahora, solo le quedaba la incertidumbre y un billete de lotería, un último clavo ardiendo en un mar de desesperación.

Se refugió bajo el pretil de un puente, observando el tráfico frenético de Seúl. La ciudad, un monstruo de acero y neón, lo abrumaba. Su vida se había convertido en una carrera contra el tiempo, una lucha por sobrevivir. El billete de lotería era su única esperanza, un susurro de posibilidad en medio del silencio ensordecedor de su fracaso.

De repente, una mano se posó sobre su hombro. Gi-hun se sobresaltó, girándose con brusquedad. Un hombre alto y delgado, con un abrigo negro que parecía absorber la poca luz que quedaba, lo miraba con una sonrisa enigmática. Sus ojos, oscuros y profundos, parecían penetrar hasta el fondo de su alma.

—Perdón, ¿te importa si me uno a ti?—
preguntó el hombre, su voz suave y tranquilizadora, en marcado contraste con su apariencia imponente.

Gi-hun, desconfiado, dudó un instante. El hombre no parecía amenazante, pero la situación lo ponía nervioso. Sin embargo, la soledad era un peso insoportable.

—Está bien—
murmuró Gi-hun, encogiéndose de hombros.

El hombre se sentó a su lado, manteniendo una distancia respetuosa. El silencio se prolongó unos minutos, roto solo por el sonido de la lluvia y el tráfico. Gi-hun observó al hombre con cautela, notando la elegancia sutil de su atuendo, el brillo casi imperceptible de un anillo en su dedo anular. No parecía un hombre cualquiera.

—Soy In-ho—
dijo el hombre, rompiendo el silencio. Extendió una mano, y Gi-hun, con vacilación, la estrechó. La mano de In-ho era cálida y firme.

—Gi-hun—
respondió, sintiendo una extraña conexión con este desconocido.

In-ho sonrió de nuevo, una sonrisa que no llegaba a sus ojos, pero que transmitía una sensación de seguridad y confianza.

—Sé que estás pasando por un mal momento—
dijo In-ho, como si leyera sus pensamientos.

—Pero te aseguro que las cosas pueden cambiar. Hay oportunidades que se presentan solo una vez en la vida—

Gi-hun lo miró, intrigado. ¿Qué sabía este hombre de él? ¿Cómo podía saber lo que estaba pasando por su mente? En ese instante, la lluvia cesó, y un rayo de sol atravesó las nubes, iluminando el rostro de In-ho. En sus ojos, Gi-hun vio un destello de algo... algo que no supo definir. Pero en ese momento, sintió una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, este encuentro cambiaría su vida para siempre. El juego, sin que lo supiera, acababa de comenzar.