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𝟬𝟮

—Hola pequeñito.

     Escuché una voz peculiar antes de ser levantado de la que yo conocía como mi casa, y hasta entonces mi único mundo. Solía vivir entre aquellas cuatro paredes cafés acompañado de mis cinco hermanos, aunque con el tiempo solo quedaban dos de ellos.

     Levante la mirada para ver de quien se trataba y era un chico de pelaje rubio y manos temblorosas. Lo primero que me cautivó de él fue el agradable aroma que tenía, similar al que provenía del exterior de mi casa, uno fresco y dulce a la vez.

     —Eres demasiado lindo —decía acercándome a su rostro—. Y tu pelo es peculiar, entre gris y lila.

     —Como el helado de taro que comimos la otra vez, ¿Recuerdas? —dijo el chico a su lado mientras acariciaba mi cabeza.

     —Si... Taro, ese podría ser su nombre —sonrió de lado.

     Antes de notarlo, ya me había alejado de mi casa y ahora estaba en los brazos del chico siendo dirigido a un lugar nuevo. Llegamos a una casa que era aún más grande que la mía, donde el chico de voz nasal dejó al rubio —no sin antes lamerle la boca, raro—.

     Al entrar un aroma peculiar inundó mis fosas nasales, un poco amargo para mi gusto, haciendome estornudar. Rápidamente un par de voces más se hicieron presentes, tal parece que tampoco están tan familiarizados con el mundo exterior y por eso les alertó verme.

     —¿De donde lo sacaste? —dijo una voz femenina.

     —Estaba en una caja en el parque —respondió el chico—, Tal parece que a alguien le pareció buena idea dejar gatitos indefensos en medio de la nada y dejar que el pasto humedeciera su caja.

     —Teníamos una sería política de no animales, Tweek —dijo esta vez una voz masculina—. Ya es suficiente con el conejillo de indias que compartes con tu novio, si querías otro podríamos haberte dado un pez.

     —Ya sé papá, pero no podía dejar que este pequeño muriera de frío —dijo el rubio acariciándome—. Además, podría ayudarme con mi ansiedad.

     —Tweek, cuidar de una mascota no es cualquier cosa —el mayor le acusó.

     —Richard —dijo suavemente la mujer a su lado—. Quizá Tweek tenga razón, además, esto podría ayudarlo a ser más responsable.

     —Papá, ya no soy un niño, ya tengo quince y creo que ya podría comenzar a tener más responsabilidades.

     A pesar de que al principio no lucían del todo convencidos, me aceptaron en su gran casa. Me dieron de comer, donde dormir y me dieron mi nombre. Tweek fue un gran padre para mí, siempre solía esperarlo en casa cuando se iba a una cosa llamada "escuela" de la cual se quejaba mucho. Cuando volvía me daba mimos o salíamos a su patio lleno de flores, las cuales amaba olfatear, pues olían a él.

     De verdad estaba demasiado agradecido con el rubio, así que el día en que ví a una rata intrusa intenté cazarla para dársela, el problema fue que al intentar hacerlo terminé dañando varios de los objetos que había en la sala, enfadando al señor papá de Tweek.

     —¡Tweek Tweak, llévate a ese gato en este momento a tu habitación! —exclamó él.

     Tweek me tomó en brazos y me llevó hasta su habitación, dónde se quedó conmigo hasta que su papá lo llamó de nuevo. Cuando volvió al cuarto se veía triste, así que dormí a su lado intentando calmar sus sollozos. No sabía lo que pasaba, pero al día siguiente intuí hablaba de eso con el otro chico ya que había comenzado a llorar de nuevo.

     —Papá quiere que llevemos a Taro a un refugio de animales, investigue y si no lo adoptan en un lapso de tiempo lo... Lo dormirían —sollozaba estrujandome entre sus brazos—. No puedo dejar que le haga eso, Craig, no a él.

     Craig pasó uno de sus brazos por los hombros de Tweek y con su mano libre acarició mi cabeza.

     —¿Sabes qué es lo peor? —volvió a hablar el rubio—. Piensa sustituir a Taro con un ave. ¡Una estúpida ave!

     —¿Y no has pensado en dárselo a alguien cercano?—dejó de acariciarme.

     —¿A quién? Que yo sepa no hay nadie que quiera un gato solo porque sí —hablaba rápidamente—. Si así fuera no lo hubiéramos encontrado en la calle en primer lugar.

     Ambos se quedaron en silencio, el llanto de Tweek no cesaba, así que solo se limitaba a acariciarme detrás de las orejas mientras yo ronroneaba.

     —¿Y si se lo das a Tricia? —propuso de pronto Craig—. Hace un tiempo que ella le pidió a mamá y papá una mascota, pensaban ir al refugio después de su cumpleaños, pero quizá si le entregas a Taro sabrías que está seguro y podrías seguir viéndolo.

     —Creo que no podría verlo como si nada después de eso...

     No entendí a ciencia cierta el porqué de su plática, pero un par de días después Tweek me regresó a mi casa café —no me queje, pero me resultó extraño—. Le puso un techo con hoyos y no pasó mucho para que lo quitarán de nuevo, solo que está vez quien me sacó de ahí fue una chica pelirroja.

     —¿En serio es para mí? —dijo en un tono agudo.

     —Si, se llama Taro y le encanta el olor de las flores —respondió Tweek con cierta tristeza.

     —Que bueno que uso perfume de lavanda —se acercó al chico y lo abrazó—. Muchas gracias, Tweek.

     Cuando la reunión a la que me habían llevado a acabo, me extrañó que me dejarán en esa otra casa. No es que fueran malos conmigo, pero me hizo sentir mal no ver a Tweek por más que lo espere varios días desde la ventana.

     Solía ver a Craig muy seguido, aunque salía con frecuencia, pero no ví de nuevo al de pelaje rubio. A pesar de no tener una buena percepción del tiempo, supe que los días pasaron y la siguiente vela de cumpleaños de Trish era un "13" y la siguiente un "14", y durante ese lapso el aroma de mi primer dueño permaneció en mi recuerdo, pero como solía evitarme fue que olvidé su rostro, sus extraños ronroneos y sus gritos agudos.

Me alejé del aroma de aquellas flores rojas y le maulle al rubio que miraba a lo lejos. Se acercó un poco a mi y yo me acerque de nuevo a las flores, intentando comunicarle la idea.

     —Quizás no sea un pastel, pero podrían gustarle las flores, ¿cierto? —pasó sus manos por estas y comenzó a cortar algunas mientras yo jugueteaba con un pétalo que estaba en el pasto—. Gracias, Taro.

     Dejó un par de caricias y me llamó para regresar dentro de la casa, donde tras recoger un poco lo que se había caído en la cocina, comenzó a acomodar las flores mientras yo lo veía entretenido desde una silla.

     De pronto tocaron la puerta, ambos dimos un pequeño salto y luego seguí al chico para que pudiera abrir ocultando las flores en su espalda, notando como Craig estaba ahí.

     —La tortura termino —fue lo primero que dijo Craig con una amplia sonrisa, notando como los fierros ya no estaban—. No más besos sabor a metal.

     —Diablos, comenzaba a acostumbrarme —bromeó Tweek.

     —Que pena —dijo entrando a la casa—. Espero que Taro se haya portado bien.

     —De maravilla, en realidad —me sonrió mientras Craig comenzaba a acariciarme—. Él me ayudó con tu regalo, de hecho.

     Craig elevó una ceja al escucharlo mientras me tomaba en brazos, Tweek soltó un suspiró y sacó de sus espaldas el conjunto de flores. El chico que me cargaba se quedó en silencio haciendo que el rubio comenzara a ronronear nervioso.

     —¿Rosas? —preguntó mirando a Tweek.

     —Se que no es un pastel, pero hubo un problema con eso y...

     —Tranquilo, cariño —lo interrumpió Craig—. El detalle es más que suficiente, además, me ayudaste con Taro, no puedo pedirte más que eso.

     Ambos se acercaron aplastandome entre sus cuerpos y comenzaron a lamerse sus bocas, en fin, humanos. Son raros, pero creo que así los quiero.

1,369 palabras

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