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➻ Cɑpítulo I : El despeɾtɑɾ de unɑ ɑntiguɑ eɾɑ

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➻ ♞ 𝐂𝐀𝐈𝐁𝐈𝐃𝐄𝐈𝐋 𝐀 𝐇-𝐀𝐎𝐍
✠ 𝘈𝘯 𝘵𝘰𝘪𝘴𝘦𝘢𝘤𝘩 𝘢𝘯𝘯 𝘢𝘯 𝘴𝘦𝘢𝘯𝘯 𝘢𝘰𝘪𝘴 ✠
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𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝟏𝟖𝟖𝟎

━━ ¡𝐖𝐄𝐍𝐃𝐘! ¡𝐖𝐄𝐍𝐃𝐘! ¡𝐖𝐄𝐍𝐃𝐘! ¡𝐃𝐄𝐒𝐏𝐈𝐄𝐑𝐓𝐀 𝐘𝐀! —La voz ronca y chillona de la señora Agnes cayeron de lleno en la mente casi dormida de Wendy como el fulgor de un relámpago centelleando en los vastos prados de una noche inmensa.

—Mis más sinceras disculpas, señora Agnes, tuve una mala noche y quedé dormida a horas tardías, pero estoy segura que no volverá a suceder. —Los pómulos marmóreos de Wendy se volvieron de un tono carmesí tras contemplar las miradas burlonas que recibía de parte de otras huérfanas mientras se levantaba de la cama con paso casi moribundo y con el cabello desaliñado. 

—Tuve una mala noche y quedé dormida a horas tardías. —La imitó Agnes, con tono burlón—. ¡Siempre dices lo mismo! Pues no es la primera vez, ¡pequeña granuja! —pausó y le estiró de la oreja, Wendy apretó los puños para no hacer una escena; esas que a veces tanto le encantaban— ¡Qué no vuelva a ocurrir! ¿Me has oído? ¡Ni se te ocurra! ¡Cómo yo me entere que esto tiene que ver con algún escape nocturno prohibido para estar con un chico yo misma les haré sepultura a los dos!

—¡Oh, por favor! —El cambio de tono de los pómulos cada vez era más evidente y las sonrisas de las demás huérfanas que seguían observando desde la gran puerta que daba al pasillo y hacían como que limpiaban se incrementaron; Wendy las ignoró— Bien sabe usted que eso no es así; ¡jamás de los jamases! Nunca he estado con ningún chico y tampoco he salido de noche, me constiparía.

—¡Por supuesto! Y así te ahorrarías de los trabajos del hogar, no eres lista ni nada —observó Agnes.

—No, señora, no. Yo cumpliría con mi deber de limpiar el hogar con las demás y obedecer sus órdenes. Nada me gustaría más, señora Agnes. —Wendy intentó con todas sus fuerzas que su frase sonará creíble pero su faceta la delataba por lo tanto empezó a hacer la cama mientras lo decía. Sin embargo, lo que le gustaba —y como era evidente— no eran esos quehaceres sino, salir al bosque, corretear y leer, por lo tanto, también era mentira su respuesta en cuanto a los escapes nocturnos; le encantaba observar la luna. Claro que sin chico de por medio, jamás se había enamorado y mucho menos había tenido novio, digamos que sus gustos eran algo peculiares.

—Basta de parloteo innecesario, termina tu cama, ponte la vestimenta y el velo en ese cabello tan grande que tienes, toma la cesta de la ropa de las niñas nuevas y vete a lavarlas al lago —le ordenó Agnes—. Y mírame a los ojos cuando te hablo, es de mala educación hacer un quehacer mientras otra persona te educa.

Wendy no pudo evitar sonreír por aquella última frase, la señora Agnes más que educarla le sacaba de sus colores, por pura intuición las palabras le salieron solas mientras se giraba hacia ella tras hacer la cama :

—¡Educar! Que bonita palabra, ¿no cree señora? Es una pena que hoy en día las mentes más necias no entiendan su verdadero significado como para llevarlo a cabo de una forma favorable, ¡oh, por favor! No me refiero a usted, no me malinterprete, he sido yo, que nunca he entendido esas increíbles mentes como para estudiarlas más a fondo.

Agnes quedó perpleja ante aquellas palabras, si bien Wendy se refería a ella, fue tan rápida en decirlo y de una forma muy sutil que casi ni pudo interpretarlas.

—Y ahora si me disculpa, tengo que cambiarme y recogerme el pelo, así que necesito algo de privacidad no vaya a ser que aparezca ese chico que bien usted dice respecto a mis escapadas nocturnas y mi castidad se vea en peligro, así que agradecería que le pida a una de sus más fieles muchachas que cierren las ventanas, tampoco quisiera ponerme constipada y perderme el dichoso lujo de hacer grandes quehaceres para su agradable merced.

La señora Agnes, seguía perpleja pero movió  la cabeza de un lado a otro para volver en sí y amenazarla diciéndole : «Las que van de inteligentes son las que primero caen» pero Wendy quiso enfrentarla y poner en orden su dignidad : «Ser amable con alguien que te cae nefastamente mal no es una mala acción, se llama habilidad y lo hago estupendamente bien». Y tras estas palabras, Agnes ahogó un grito desesperado y se volvió hacia la puerta con paso ligero e irritante, a sus espaldas, Wendy la observaba de una sonrisa en boca en boca, satisfecha, ignorando las sonrisas de las demás muchachas.

—¡Y vosotras que miráis! ¡Dejad de novelerear! —gritó la señora Agnes al contemplar a las chicas. En un abrir y cerrar de ojos, todas se marcharon y continuaron con sus quehaceres.

Wendy terminó de cambiarse y recogerse el pelo cuando se dispuso a coger la cesta de ropa que residía en su cama y con ella en mano se dirigió a la puerta y una chica vociferó detrás suya :

—¡No he pedido tomates para comer hoy!

Wendy puso los ojos en blancos y no se giró pues sabía a quien le pertenecía, la tediosa de Aline, con sus 21 años —los mismos que la primera— se comportaba como una niña pequeña, fue una de las más tempranas en llegar al orfanato al igual que Wendy así que eran enemigas de tiempos inmemoriales, también sabía que la referencia de los tomates eran por los pómulos coloridos que antes se reflejaron en ella.

—¡Querida Aline! Quizás tomates no, pero a lo mejor alguna piña te habrás de pedir —continuó Wendy, sin pausar su paso. Aline se quedó callada, entendiendo el significado de aquella frase y observó como se iba con una de sus miradas llenas odio, quiso detenerla pero los pasos de Agnes acercándose la hizo pausar en seco y seguir limpiando.

𝐖𝐄𝐍𝐃𝐘 𝐂𝐀𝐌𝐈𝐍𝐀𝐁𝐀 𝐏𝐎𝐑 𝐀𝐐𝐔𝐄𝐋𝐋𝐎𝐒 𝐋𝐀𝐑𝐆𝐎𝐒 𝐏𝐀𝐒𝐈𝐋𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐅𝐀𝐍𝐀𝐓𝐎, eran tan familiares que incluso con los ojos cerrados muy difícilmente se perdía. Había llegado con apenas 8 años, sus padres fallecieron en un viaje que tuvieron que emprender al norte de Francia, en cuanto una de sus tías —que se había cuidado al resguardo de ella mientras sus padres no estaban— recibió las noticias, no pudo ocuparse de ella pues tenía ocho hijos a los cuales alimentar y no podía más, pero me prometió que siempre la visitaría y así fue, todos los días por un pequeño rato, Wendy se escapaba por la mañana para ver a su querida tía, Beatrice y más tarde llevó a una de sus hijas más mayores, Catherine, la cual compartía la misma edad que Wendy y crearon un poderoso vínculo de amistad. Muchas veces venía Catherine sola pues la madre estaba ocupada y no se preocupaba pues sabía que su hija acompañaría a Wendy.

Al llegar a la puerta trasera del orfanato, vio a lo lejos la pequeña pradera llena de flores y vegetación, acompañado del majestuoso lago. El olor a rosas inundó por completo los sentidos de Wendy y sonrió, acercándose cada vez más, observó también el cielo, estaba despejado más a unas cuantas villas de distancia vislumbró algunas nubes que hacían divertidas formas en sus ojos y dijo :

—¡Tiempo bueno, noche bella!

Siempre intentaba salir por alguna ventana o bien por la puerta cuando ninguna de las señoras y vigilantes del lugar estuvieran despistados, era muy escurridiza y bien sabía lo que hacía, contemplar la luna era una de las sensaciones más bonitas y uno de los momentos de más tranquilidad que calmaban su alma después de un día agotador y triste en el orfanato, también las visitas de Catherine y Beatrice las agradecía pero el contemplar la luna tenía un significado muy bonito para ella pues cuando era pequeña, sus padres siempre le contaban diferentes cuentos de caballeros a la luz de ella así que siempre que la admiraba podía oír para sus adentros las voces de sus padres, como si estuvieran allí realmente con ella, como si aquel viaje nunca les produjera sus finales.

—¡Wendy! —La vivaz voz de Catherine sacó a Wendy de su mente y la volvió a la realidad, esta se giró y le sonrió, saludándola.

Después ambas se dirigieron al lago y se sentaron de rodillas al borde de este, entre la suave y fina hierba. Escucharon las esperanzadoras voces de los pequeños pajaritos que allí residían y cerraron los ojos, dejándose llevar por el momento mientras una sonrisa se dibujaba en los rostros de ambas muchachas.

—¡Qué bonita es la naturaleza! —exclamó Wendy.

—¡Has estropeado mi momento de paz!  —continuó Catherine, bromeando—. Por cierto, he encontrado esto que llevaba tiempo buscando para ti —pausó y dirigió su mano dentro de su traje— Bien sabía que si Agnes me veía con alguno lo rompería.

Wendy observó que se refería a un libro; un libro de caballeros; sus favoritos, amaba las hazañas y las aventuras de todos y cada uno de ellos, en más de una ocasión fantaseaba con formar parte de una historia heroica en donde ella sería la heroína, protegiendo a todos los ciudadanos; antes, la plebe, de todo mal, desde pequeña pensaba en ello y bien sabía que jamás se cansaría.

—¡Muchas gracias querida prima! —La abrazó, entusiasmada y dirigió nuevamente la mirada hacia el libro— "El pequeño héroe", tiene un bonito nombre y de seguro que también una gran historia.

—Así es, me lo leía de pequeña, era uno de mis favoritos, no quisiera decirte la trama más te diré que de un valiente campesino que a pesar de las normas que regían en la época, se convirtió en un feroz guerrero y más allegado aliado de la defensa de los más desamparados. Un digno defensor de la justicia y peor enemigo de la desigualdad. En parte se parece a ti, eres valiente, algo testaruda, a veces desobedeces las normas y blá blá blá pero estoy segura que si algún día te necesitaran allí estarás para protegerlos.

Tsss, ¡no quisiste darme gran trama pero bien hiciste en contarme el final! —bromeó Wendy y le puso una mano en el hombro, agradecida por aquellas palabras—. Te agradezco este gesto afable, lo disfrutaré, querida y la verdad amaré a este personaje.

—Lo sé, lo sé, siempre te enamoras de los hombres de antes, eres demasiado rara pero no por ello menos interesante aunque admito que los del nuestro siglo XIX no están nada mal —adujo Catherine con gesto agraciado.

—Y bien que no te equivocas, mi querida Catherine, son hermosísimos y los de Londres —en realidad, el orfanato estaba a las afueras de dicha ciudad más pertenecía a él— se ven bastante elegantes aunque admito que me fascinan también y por completo los escoceses y los irlandeses, bien dirás que no he tenido la oportunidad de conocer alguno en persona y es inevitable no pensar que estoy fantaseando con algo que es irreal pero he visto, a los lejos, algunos y son demasiados —pausó, dirigió su cara a los oídos de Catherine y continuó—: agraciados. —Ambas rieron—. Pero no digas nada, Agnes me mataría si me ve observando hombres, bien lo sabes, en todo caso, hay un aura en ellos que me fascina ¿sabes? Y también tuve la oportunidad de oír alguna que otra composiciones de distinta música que ellos mismos escuchan en su país, ¡son preciosas! Y si hablamos de paisajes...he escuchado que son bellos lares, kilómetros y kilómetros de espesor natural; ríos inmensos, lagos encantados, leyendas folclóricas que hablan sobre criaturas mitológicas ancestrales, bosques que llenarían un mundo entero de vegetación...

—¡Lo sé, lo sé! —le interrumpió Catherine, guiñándole un ojo—. Yo también me he informado sobre ello y además, tengo una cosa que te va a interesar, esta me la aguardé aquí detrás, entre las flores, ahora vuelvo.

Wendy echó la vista atrás con una sonrisa y se acordó de sus quehaceres así que mientras esperaba empezó a coger la primera prenda de ropa cuando observó en la superficie del cristalino e índigo lago como todo el paraje donde ella estaba iba desapareciendo, sus facciones y facetas también, no se reflejó nada pero si un paisaje totalmente nuevo para ella, algo irreal incluso pues era imposible que aquello estuviera ocurriendo por lo tanto, acercó su cara frunciendo el ceño y cada vez los detalles hacían más evidente que aquello no era un simple sueño pues sentía incluso, un olor nuevo para ella, no olía a rosas, tampoco a ningún otro tipo de flor, no olía a Londres, donde ella residía, pero si olfateó el respectivo olor a madera quemada, volvió la vista hacia atrás, extrañada, dispuesta a contarle a Catherine pero unos gritos de guerra la sorprendieron de repente, de la nada —porque eso era lo único que se veía en la superficie del lago— y se volvió nuevamente, vio aparecer esta vez, un vasto prado con un gran bosque de por medio. Wendy tenía la curiosidad al límite e hizo lo que guardaba tiempo por hacer desde que empezó aquel extraño portento.

Metió una de sus manos y al ver que no ocurría nada, movió la otra. Las sacó mientras las contemplaba, estaban empapadas pero no había ningún signo de violencia, entonces, sacó valor, se levantó y se dispuso meterse en el lago con la ropa puesta. A medida que avanzaba distintas emociones le corrían por todo su cuerpo, emociones tales como el misterio, el terror, la fascinación, el saber e incluso la misma emoción de lo que acontecía aquel fenómeno. En pocos instantes, tan solo su cabeza se asomaba por fuera del agua templada y una fuerza le emergió hacia dentro, quiso gritar o llamar a Catherine pero no pudo, aquel lago, aquella fuerza que emanaba dicha belleza la absorbió a algo recóndito ante sus ojos, incluso, ante el mundo entero. Tan recóndito como la vida misma, una vida nueva que se abría ante su mirada y pasaba de lleno entre sus entrañas. Cerró los ojos, por alguna extraña sensación, no sintió asfixia alguna pero movida por tantas emociones perdió a medias el sentido del conocimiento y justo cuando se recuperó —o al menos, cuando el agua y el lago no les hacía tanta presión—, contempló desde las profundidades como los haces de luces danzaban debajo del agua y a través de las suaves brisas que dejaban ondas por la superficie de esta, le bastó este instante para coger fuerza y salir al exterior.

𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐕𝐈𝐎 𝐋𝐀 𝐃𝐄𝐉𝐎́ 𝐅𝐀𝐒𝐂𝐈𝐍𝐀𝐃𝐀, 𝐇𝐎𝐑𝐑𝐎𝐑𝐈𝐙𝐀𝐃𝐀 𝐘 𝐏𝐄𝐑𝐏𝐋𝐄𝐉𝐀 𝐏𝐎𝐑 𝐂𝐎𝐌𝐏𝐋𝐄𝐓𝐎 pues ya no se encontraba en aquel valle enorme y en el tranquilo lago sino, en un bosque de una inmensa floresta, y el olor a la madera quemada era más predominante y lo peor de todo los sonidos de la guerra; los fuertes disparos, las armas chocando, los feroces gritos, los cuerpos cayendo inertes después de dar todo en una salvaje batalla. 

Wendy pudo observar como un cuerpo —sin vida y con una flecha clavada en el cuello— rodaba de una pequeña colina del bosque hacia la tierra donde estaba el nuevo lago como para darse cuenta que por las condiciones y las vestimentas que llevaba puestas ya no estaba en Londres, sino, en un sitio perplejo, puede que no muy lejano pero si de tiempo, sabía que era otra realidad, quizás el pasado, o esa idea se le atravesó en la mente como la flecha que residía en aquel pobre hombre y bien sabía que si no salía de allí era cuestión de tiempo que acabara como él o incluso peor. No tenía tiempo de pensar si era esa idea loca la propia realidad, tampoco en que sitio estaba, lo único que quería hacer era alejarse y correr lo más lejos posible de aquel lugar, porque la batalla se bañaba en él. «Huir es de cobardes» pensó más ¿acaso no en mucho tiempo hablaba tranquilamente sobre caballeros con su bella y querida prima, Catherine? No tenía armas, estaba indefensa y quedarse allí era un disparate que bien podría costarle la vida.

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