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━━━━━━━━𝐄𝐂𝐋𝐈𝐏𝐒𝐄━━━━━━━━


Si su memoria no fallaba, era como la tercera noche de esa semana en la que no podía dormir. Su mente ultimamente vagaba tanto por su cabeza esas ultimas noches que hasta ya le empezaba a dar leves migrañas.

Salió de la cama soltando un bajo suspiro de frustración y salió con cautela de la habitación para que Anne no se despertara de su notable gustoso y profundo sueño. Bajó al primer piso con el objetivo de buscar un vaso de agua en la cocina, pero se vio interrumpido cuando la puerta de entrada fue abierta bruscamente y, de allí se presentó una agitada Diana, vestida en pijamas y con un pequeño farol en sus manos y antes de poder preguntarle el porque estaba allí, Diana corrió escaleras arriba llamando escandalosamente a Anne sin notar la presencia de la chica.

Jean corrió tras ella y al llegar ya se encontraba una pelirroja confundida mientras Diana trataba de expresarlicarse entre lloriqueos.

—Minnie May está enferma, debo buscar a la señora Cuthbert— Exclamó Diana rapidamente, pero Jean la detuvo antes de que pudiera salir de la habitación.

—Marilla no está, fue a ver al ministro al igual que tus padres— Jean dijo tomando a la chica por los hombros para que pudiera respirar tranquila

—¿Que le pasa a Minnie May?— preguntó la pelirroja mientras se ponía sus botas y un abrigo

—¡No lo sé! se ahoga, tose y suena horrible—  explicó entre jadeos, Jean rapidamente buscó también un abrigo y sus botas para ponerselas.

—Tos ferina— Anne murmuró y Jean la miró con una ceja alzada 

—¿Sabes lo que es?

—Tengo una leve sospecha— Anne se levantó de la cama y salió de la habitación en busca de Matthew . Jean tomó un abrigo suyo del perchero y se lo lanzó a Diana.

—Abrígate o te vas a congelar— dijo —iré por mi hermano, nos será de mucha ayuda.

Jean bajó las escaleras con Diana tras ella y se encontró con James terminando de atar las agujetas de sus zapatos y a Mattew saliendo de la casa

—Ya mandé a Matthew a Carmodia por un doctor, tal vez tarde horas pero trataré de ayudar en lo que pueda— avisó la pelirroja en cuánto vio a las dos chicas bajar

—Anne, está muy enferma, ¡casi no puede respirar!— Diana gritó desesperada —La tía Josephine está en casa pero no sabe que hacer. Dice que jamás vio una tos como esa.

—Iré por el espectorante antes de irnos. tal vez podamos manejarlo hasta que Matthew llegue con el doctor— Anunció James poniéndose un gorro, y luego miró a su hermana —Jean, me llevaré a Venus e iré con Diana para llegar más rapido a su casa, te veré ahí con Anne— las mencionadas asintieron y James corrió hacia el caballo negro de Jean, ayudó a Diana a montarse y luego él lo hizo, Anne y Jean ya estaban por salir pero James las detuvo —Tengan cuidado... y Jean.

—¿Si?

—Por favor, no corras tan rápido.

Ya los cuatro chicos estaban en la casa de los Barry. Anne y James se encargaban de Minnie May mientras Diana la cargaba entre sus brazos y Jean le colocaba otra manta encima debido a la fiebre.

—Inclinala, que quede sobre el vapor— le indicó James a Diana mientras Anne colocaba una olla con agua hirviendo frente a Minnie May —hay que suavizar la flema que la está ahogando.

La tos de Minnie May cada vez sonaba peor, flemática y seca. Ni siquiera podía respirar con normalidad e incluso hablar, la pobre niña no paraba de toser.

—Ya casi nos quedamos sin espectorante, solo nos queda una dosis— avisó el de lentes a la pelirroja entregándole el frasco.

—Sigamos con el vapor y el aire hasta que tengamos que usarla.

Jean abrazó con más fuerza a Minnie May, pero hizo una mueca al darse cuenta que su temperatura había subido.

—Chicos, está hirviendo.

—Hay que llevarla a la ventana— Anne caminó hacia ellas y junto con Jean colocaron a Minnie May junto a la ventana para que la brisa fría de la noche le llegará directamente —le hará bien el aire fresco.

—¿Que demonios están haciendo? Se va a morir congelada— una mujer de cabello largo y grisaceo apareció en la estancia apoyada de un bastón y una vela en la mano. Jean supo de inmediato qué aquella mujer debía ser la tía Josephine

—El aire frío es el mejor amigo de un médico contra la tos ferina— mencionó Anne mientras iba a la cocina por una toalla mojada

—Pero tú no eres un médico, no etsoy de acuerdo con esto— la tía Josephine la miró con reproche mientras James solo rodaba los ojos por tanto parloteo por parte de la mujer

—Sé lo que estoy haciendo— dijo la chica sin rechistar. La mujer se posó frente a ella esperando que le prestará atención, pero la pelirroja simplemente pasó por su lado —disculpe, por favor. Necesito espacio

La tía Josephine seguía murmurando cosas que ninguno de los cuatro chicos logró escuchar. James trataba de distraer a la pequeña niña para que le fuera más fácil sacar toda la tos que se acomulaba en su garganta mientras Anne pasaba la toalla mojada por su frente.

—Esta bien, linda, estarás bien— murmuraba el chico a Minnie May —¿Ya viste la luna? Está muy hermosa esta noche. Ella te está cuidando

Jean hizo una mueca de ternura al escuchar lo que su hermano le decía a la pequeña Minnie May, hacía lo mismo con ella y su pequeño hermano cuando uno de los dos se enfermaba. James siempre estaba ahí para cuidarlos y protegerlos. Como todo un gran hermano mayor.

—Ojalá tuvieras algo de menta o eucalipto par una compresa— dijo James mirando a Diana quién negó con una mueca.

—¡Cebollas! Las cebollas podrían servirle— sugirió Anne yendo a la cocina por dicho alimento, mientras volvía a esquivar a la mujer quien le obstruía el paso —disculpame

—¿Cuanto tiempo más tardará ese maldito doctor? ¡Odio la provincia!

—Lo siento pero ayudaría mucho si pudiera hacerse a un lado— Anne le reprochó volviendo a rodearla. La Mujer se encontraba tan histérica qué no podía parar dr caminar de un lado a otro.

—Ayudaría más un doctor profesional.

—Creo que tardará más o menos una hora más, si es que viene— mencionó Jean levantándose del pequeño mueble donde estaba junto a Diana y Minnie May

—¿Por que dices eso?— inquirió la mujer acercándose a ella

—Todo el mundo fue a Charlottetown a conocer al primer ministro.

—Precisamente por esa razón me fui de allá.

—Bueno, no dudo que el doctor también haya ido— Anne regresó junto a Minnie May y, con la ayuda de James ambos colocaron las rodajas de cebolla qué Anne había cortado dentro de los calcetines de la pequeña Barry.

—Solo hace falta que revuelvan ojos de rana en un caldero.

—La cebolla cruda en la planta de los pies ayuda a que la fiebre disminuya— informó James mirándola, luego frunció sus cejas con extrañeza —¿no lo sabía?

—¿Por que debería saberlo?

—Por lo que sé, es un remedio de abuelas— se encogió de hombros con ebviedad

—Podré ser vieja pero yo no soy abuela— dijo Josephine con molestia —y no hace falta ser ni una ni la otra para saberlo.

—Es cierto. Como sea, creo que funciona y no hay que descartar ninguna medida desesperada.

—Si supiera alguna medida desesperada te la diría, pero no sé nada sobre cuidar niños.

—No se preocupe, señora Barry, eso pudimos notarlo desde un principio— comentó la castaña

—Pues no pueden decir mucho, no creo que sepan lo que realmente están haciendo— la mujer vio con petulancia a James —qué edad tienes, ¿once?

—Tengo catorce, pero a pesar de mi corta edad he leído los libros suficientes y necesarios sobre medicina y enfermedades desde los seis años, cuidé a mi hermano pequeño cada vez que enfermaba y desde que tengo memoria he cuidado y manejado la enfermedad de mi hermana hasta el día de hoy— James había hablado tan rápido que a Jeen le sorprendió que no se tomara por lo menos un minuto para respirar. Sabía que a James le estaba empezando a molestar los comentarios de Josephine Barry, cuestionando lo que el sabía que estaba haciendo. James miró una última vez a la mujer de manera desafiante, esperando que esta se quedará callada por lo menos unos cinco minutos —Entonces, creo ciegamente, Señora Barry, qué sé lo que estoy haciendo.

Ese era James, su James.

Después de todo, no había cosa que James Cuthbert odiara más en el mundo que el hecho de que lo subestimen. Conocía sus capacidades, sabía de lo que era capaz.

Y nunca se dejaba pisotear.

Pero volviendo a lo anterior, la señora Barry quedó muda con todo lo que James le había dicho, lo cual todos agradecieron por unos momentos, pero fue cuestión de tiempo cuando comenzó a hacerle preguntas a Anne sobre cómo sabía todo aquello de remedios y curación además de James. La pelirroja le contó brevemente como hace tiempo cuidaba a los hijos de una tal señora Hamont y eso le sirvió mucho como para saber como tratar una tos ferina.

La conversación se vio interrumpida cuando Minnie May comenzó a ahogarse de nuevo, por lo que Anne fue a socorrerla.

—Hay que ponerla boca abajo para que saque toda la tos. Jean quita todo de la mesa, ¡rápido!— James exclamó y Jean rápidamente tiró todo lo que había en la mesa tirándolo al suelo, James cargó a la niña y la recostó boca abajo sobre la mesa con la cabeza colgando

—Diana sujeta sus pies, hay que hacer que tosa— Anne dijo, Jean y Diana tomaron los pies de la niña mientras James la sujetaba del torso y Anne golpeaba su espalda ligeramente con las manos hechas puño, esperando que Minnie May expulsara toda la mucosidad qué le prohibía respirar

—¡Tose Minnie May, tose!

—Puedes hacerlo, Minnie May. ¡Tose, tose, tose!

—¡No está respirando!

—¡Por favor, Minnie May, tose!

La pequeña Barry dejó de toser y fue una señal para Anne, tomó un trapo qué había sobre la mesa y lo puso sobre la boca de Minnie May para que la niña pudiera escupir todos los mocos qué anteriormente la estaban ahogando.

Al fin todo había acabado.

Diana abrazó con fuerza a su hermana, Jean sonrió con ternura ante la escena y miró orgullosamente a su hermano, quién tenía una pequeña sonrisa asomada.

—Lo hiciste bien, Minnie May— Anne la felicitó, acariciando su frente sudada

—Fuiste muy valiente, pequeña— James cargó a la pequeña para llevarla a su habitación para que después de una horrible noche, pudiera descansar —es hora de que todos descansen.

—En serio muchas gracias, chicos. No se que hubiera hecho— Diana confesó entre sollozos, James le sonrió en respuesta mientras Anne y Jean la abrazaron

—Hay que llevarla a la cama— James dijo, Diana asintió en su dirección y lo guió hacia la habitación de la niña para que pudiera descansar.

—Creo que lo peor ya pasó— con eso último dicho a la señora Barry, siguió a los demás escaleras arriba para descansar

—Yo creo que necesito un Brandy.

Matthew, Josephine y el médico que el primero había ido a buscar, se encontraban parados en la puerta de la habitación de las dos niñas Barry, observando como Diana dormía profundamente junto a Minnie May en la cama, mientras James dormía sentado en el suelo, con su cabeza recostada en la orilla de la cama, Jean durmiendo plácidamente en su hombro derecho mientras este la abraza, y la pelirroja tenía su cabeza recostada en la pierna izquierda de James, también dormida.

—Sus niños no pueden ser más inteligentes. Le salvaron la vida a esa pobre niña, así de fácil— halagó el médico hacia Mattew, quien sonreía mientras veía a sus sobrinos y a su pelirroja.

—Tengo que admitir que saben como conservar la cordura muy bien para unos niños de su edad— admitió Josephine

—Bueno, creo que es hora de ir a casa— Matthew se acercó hacia el chico y levemente tocó su hombro para despertarlo —Es hora de ir a casa, niños.

Matthew llenaba a Anne en su caballo, en la temprana y fría mañana, dirigiéndose a Green Gables, la pelirroja no paraba de hablar sobre lo hermosa y maravillosa que era la escarcha y lo mucho que estaba fascinada por la misma.

James disfrutaba escuchando a la pelirroja, le gustaba en la manera como se expresaba al hablar, las palabras tan rimbombantes qué usaba al hablar sobre algo y la manera tan apasionada en cómo las decía, disfrutaba tanto estar con ella, escucharla hablar y mirarla. Solo mirarla.

Y mientras James se perdía en sus propios pensamientos mientras cabalgana a Venus, una Jean totalmente somnolienta estaba tras él, abrazando su cintura y con la cabeza apoyada en su espalda, ajena a todo a su alrededor. Solo quería dormir después de una dura noche y escuchar las quejas de James todo el camino sobre porque ella debería cabalgar a Venus y él descansar en la parte de atrás, porque después de todo el y Anne fueron quines ayudaron a Minnie May.

Obviamente Jean no le hizo caso ni a una sola de sus quejas.

Marilla entró a su hogar con una sonrisa, estaba feliz de por fin haber llegado. Fue clara su sorpresa cuando encontró a su hermano completamente dormido en una silla y mediamente arropado con una cobija

—¿Matthew? Matthew, ¿te sientes bien?— Marilla preguntó, dejando su bolso a un lado e ir con su hermano.

—Marilla, volviste. ¿Qué tal Charlottetown?

—¿Por que estas durmiendo al medio día?

—Todo está bien, Marilla— Matthew la tranquilizó acomodándose mejor en la silla —supongo que Anne, Jean y James también dormirán todo el día.

—¿Qué pasa, Matthew? ¿Algo le pasó a Anne? ¿James esta bien? ¿Qué ocurrió? ¿Es Jean, otra vez tiene dificultad para respirar?

—No pasó nada, Marilla. Te lo diré con una taza de café.

Gilbert se encontraba desatrasandose de los días que había faltado a la escuela frente a la cama de su padre, quien descansaba. Agradecía al señor Philips mandar a Jean todos los días a su casa para entregarle los apuntes. En esos días que veía a la chica los aprovechaba un poco para molestarla, pero su padre también los aprovechaba y se ponía a tomar té con la castaña mientras ambos conversaban tranquilamente sobre los númerosos lugres a los que había viajado el mayor o cualquier cosa trivial de la vida de la menor.

Ahí fue cuando Gilbert creyó fervientemente qué a la chica le cayó mejor su padre que él mismo.

—Gilbert...

—Dime, ¿necesitas algo?

—¿Te digo... Que fue lo bueno de enfermarme? — John le preguntó con un poco de esfuerzo en la voz, Gilbert lo miró ceñudo por su pregunta esperando que prosiguiera —viajar al oeste otra vez... El tren, cuanto amo ir en tren y las mostañas rocañosas

—Son sorprendentes.

—Ayudaron a mi corazón, es un mundo grande hijo— John lo miró con una pequeña sonrisa —no lo olvides, tendrás mucho tiempo para enfocarte en tu futuro, al igual que para divertirte, viajar, conocer el amor...

—Eso último no está en mi lista de pendientes justo ahora— confesó volviendo a escribir en su cuaderno.

—Por favor, no seas pesimista. Aunque no lo quieras algún día llegará esa persona por la cuál estarás dispuesto a sacrificarlo todo— Gilbert lo miró de manera burlona —no me mires así, es la verdad. En la vida tendrás dos amores verdaderos; el amor adolescente y el que es para toda la vida.

—Esas son tonterías, papá. Puede que no llegue a tener un amor adolescente o tal vez al amor de mi vida— dijo el chico mirando su pluma —incluso puede que no tenga ninguno de los dos.

—Di lo que quieras, hijo, pero yo se que llegará y muy pronto— John sonrió hacia su hijo sabiondo, quién negó con una mueca divertida —incluso me atrevo a decir, que tus dos amores se encuentran en la misma persona.

—Sigo creyendo que es una tontería, de todas formas, primero quiero concentrarme en mi futuro, ese si me durará para toda la vida.

John rodó los ojos con diversión, su hijo era un caso perdido, pero creía ciegamente qué Gilbert tarde o temprano comprendería lo que le había dicho, incluso qué le agradecería.

Pero debía convencer a su hijo... Un poco más.

—¿Qué te parece si cambiamos de tema? Quiero contarte algo.

—¿Qué es?

—La pequeña historia de el sol y la luna.

—¿El sol y la luna?— Gilbert casi carcajeo por el tan repentino cambio de tema —¿qué tienen que ver el Sol y la Luna con todo esto?

John suspiró con emoción, se acomodó un poco más en la cama y miró a su hijo.

—Cuenta una leyenda que el Sol y la Luna siempre estuvieron enamorados uno del otro, pero nunca podían encontrarse, pues la Luna solo salía cuando el Sol se iba. Siendo así, Dios en su infinita bondad, creó el eclipse, como prueba de que no existe en el mundo un amor imposible.

Gilbert alzó una ceja esperando a que su padre continuase, sin embargo, este solo lo miró esperando su reacción.

—¿Y? ¿Es todo?— su padre asintió —esperé más, pero muy bonita historia.

—No la haz comprendido, Gilbert— John dijo, provocando qué su hijo se acercara más a él —con esto quiero decirte que en algún momento de tu vida encontraras a luna.

—¿Mi luna? ¿Se supone que soy el sol?

—¿qué otra cosa serías? ¿Una estrella?

—Papá, en serio no comprendo a que quieres llegar con todo esto— el pelinegro hizo a un lado sus cuadernos y la pluma, poniendo la silla a lado de la cama

—Tú madre fue  el amor de mi vida, Gilbert... Y aún lo sigue siendo— admitió —pero tuve otro amor, mi amor adolescente, yo tuve a mi luna.

—¿Y que pasó?

—Bueno. Yo decidí viajar y conocer el mundo y ella simplemente no pudo acompañarme— una mueca de tristeza se colocó en el enfermo y pálido rostro de John, recordando su adolescencia —ella estaba en una situación difícil con su familia. Su hermano mayor se fue de la casa en cuanto cumplió veinte años e hizo su vida en otro país, conoció a una bella dama con la que formó una hermosa familia.

—¿Y que pasó con ella?

—Se quedó en casa cuidadando a su hermano menor y velando por la salud de su madre, quién enfermó horriblemente después de que su hijo mayor se fuera de casa. Nunca pudimos estar juntos.

—¿Nunca fueron nada?

—Lo fuimos todo, hijo, pero también fuimos nada. Sabía que ella era mi verdadero amor es ese entonces y yo sabía que ella sabía que yo era el suyo— John quitó una pequeña lágrima qué corría de su rostro mientras sonreía con nostalgia —pero por cosas de la vida y el destino, nuestros caminos siguieorn su propio rumbo.

—Lo siento mucho, papá. Debió ser duro para tí— dijo Gilbert con sinceridad acariciando el hombro de su padre.

—Lo fue. Por esta razón no quiero que cometas el mismo error que yo, Gilbert. Si llegas a conocer a ese amor, si tienes la oportunidad de estar con la luna, no la desaproveches, podrías arrepentirte después.

—Lo haré.

—Promete que lo harás, hijo— pidió el hombre tomando la mano de su hijo con delicadeza —promete que pase lo que pase, lucharás por ese amor.

—Lo prometo.

John sonrió a su hijo satisfecho, y se acomodó hacia un costado para tomar una pequeña siesta, pero Gilbert tenía una duda.

—Papá...

—¿Si?

—¿Como sabré cuando encuentre a mi... Verdadero amor o... "mi luna"?

John sonrió con ternura hacia Gilbert.

—Encontrarás la forms de averiguarlo, sé que lo harás— aseguró —y en cuanto lo hagas, asegúrate de luchar por ella, estar para ella, cualquier cosa en el mundo podría arrebatartela.

Anne y James bajaron al primer piso riendo y platicando cosas triviales, se encontraron con una sonriente Marilla qué cosía lo que parecía ser un suéter.

—Buenos días, tía Marilla— James la saludó con una sonrisa, notando como la mencionada trató de ocultar una pequeña sonrisa por como la había llamado.

—Te extrañé mucho, Marilla. ¿Conociste al primer ministro? ¿Qué cara tiene?

—Pues no llegó como primer ministro por su cara— comentó con diversión —pero me sentí orgullosa de ser conservadora. Vengan, tienen que comer algo, supongo que tienen hambre.

—Estoy famélica, ¿Matthew te contó los acontecimientos de anoche?

—Así es— asintió mientras servía el desayuno a sus dos sobrinos y a Anne, supuso qué la castaña no tardaría en bajar pronto. Mientras James y Anne se sentaron encima de la mesa escuchando a la mayor —debo decir que fue fortuito qué ambos supieran que hacer, yo no hubiera tenido ni idea. Nunca he visto la tos ferina.

—Por suerte Anne y yo sí. Creo que fue de gran ayuda qué a mi hermano pequeño le dio tos ferina cuando estaba más pequeño. Afecta más que todo a los niños de corta edad— explicó James recibiendo el plato qué Marilla le entregaba y Anne asintió de acuerdo.

—Lo bueno de todo esto fue que Jean y yo pudimos pasar algo de tiempo con mi querida Diana. Este tiempo que estuvimos separadas fue una terrible agonía.

—Ha sido un mes muy largo sin duda— dijo James tomando una tostada

—Me siento tan mal por haberle dejado esta mañana sabiendo que todo volverá a ser como hasta ahora.

—Come otros bocados más— dijo Marilla con simpleza

—¿Por?

—Porque cuando te diga quién nos visitó hace un rato tu reacción te va a llevar muy lejos del mundo de las cosas materiales como el apetito— Anne miró con extrañeza a James quién se encogió de hombros igual de confundido —la señora Barry vino hace un rato y quiere qué tú y Jean la perdonen. También te agradece mucho a ti, James.

James sonrió al ver el rostro de Anne, era todo un poema. La pelirroja saltó de la mesa y le entregó su plato a Marilla con emoción.

—Después lo lavo, ¡no puedo ocuparme de algo tan poco romántico como un plato en este momento tan feliz!

—¡Anne llevate un abrigo!— exclamó Marilla en cuanto la pelirroja iba salir de la casa, se devolvió, tomó su abrigo y salió corriendo del lugar.

—Buenos días a todos— saludó una castaña terminando de amarrar un listón lila en su cabello. Miró hacia su hermano y su tía con confusión —¿qué sucede? ¿Por que Anne salió corriendo?

James sonrió hacia Marilla quién negó divertida buscando el desayuno de la castaña.

—Jean, siéntate y dale unos bocados al desayuno. Los vas a necesitar...

Anne, Diana y Jean ahora se encontraban caminando hacia la escuela conversando alegremente después dd un efusivo encuentro en el bosque, tan felices de poder volver a ser amigas.

—La tía Josephine dijo que le daría gusto volverlas a ver, también a James lo cual es sorprendente porque ella no quiere a nadie— comentó la pelinegra con diversión

—¿No vino solo porque se iban tus padres?

—Oh, no, se quedará por lo menos un mes— respondió con una sonrisa —no sé si podamos resistir, es algo especial. Ella acaba de perder a alguien, esta de luto y no quiere volver a Charlottetown desde que su compañera murió.

—¿Su compañera?— Jean preguntó.

—Su mejor amiga deles siempre— Diana contestó, apretando más su agarre en los brazos de Anne y Jean

Estaban más cerca de la escuela y el tema de la tía Josephine se ponía cada vez más interesante para Jean.

—La tía Josephine nunca se casó, vivió toda su vida con su mejor amiga.

—Yo viviría toda mi vida contigo si pudiera— comentó Anna hacia Diana. Jean cambió su semblante de inmediato, sabía que aunque no se lo dijera directamente, la había excluido de esa idea, pero, ¿qué podía esperar? Anne y Diana eran mejores amigas desde antes que ella llegara a sus vidas y sabía que momentos como estos se repitirían más de una vez. Decidió por ahora no decir nada y seguir escuchando a las dos niñas —De todas formas sé que me cambiarás el día que te cases con un caballero muy guapo y adinerado, desde ahora lo odio.

—¿Como está Gilbert?— Jean miró de inmediato a Diana en cuánto escuchó el nombre del chico, dándose cuenta por la mirada de ambas chicas de que la pregunta iba dirigida a ella —vas casi todos los días a llevarle los apuntes de clase ¿no?

—No te burles, Diana. No es porque me guste visitarlo constantemente, ¿de acuerdo? El profesor Philips me obliga. Ya se lo expliqué a Ruby, no quiero explicarles a ustedes también— soltó un suspiro de frustración mientras seguía caminando, desviando su mirada a sus botas cubierta de nieve —lo único bueno de ir a su casa es charlar con el señor Blythe y tomar un poco de té, es un hombre realmente agradable.

—¿Y como sigue el señor Blythe?

—Nada bien— respondió con tristeza —cada día se ve más enfermo y no mejora en absoluto, eso me preocupa bastante.

—No lo había pensado hasta ahora— soltó Anne, deteniendo su caminata

—¿Pensar qué?

—Es muy seguro que el padre de Gilbert ya no mejore— contestó —entonces, es más que posible que cuando Gilbert por fin regrese a la escuela... Será huérfano.

Diana y Jean se miraron ante lo dicho por Anne, tal vez Anne tenía razón, no lo sabía pero Jean en el fondo deseaba qué estuviera equivocada, deseaba qué John se mejorará de una vez por todas.

Pero las posibilidades de eso eran casi nulas, y ella lo sabía.

Sus manos se encontraban frías a pesar de que estuvieran cubiertas con guantes de lana, su mirada estaba perdida en la nieve y trataba de ignorar lo que sucedía a su alrededor.

Pero la situación es la que es y no puede cambiarse.

Desgraciadamente, caminaba con un grupo de personas a las cuales la mayoría no conocía, todas y cada una de ellas vestidas de negro, y un ataúd liderando el grupo, dirigiéndose a enterrar el cuerpo sin vida de John Blythe.

Miró al frente, donde se encontraban Gilbert y su hermano James, este último no se apartó del primero en ningún momento, brindandole apoyo en silencio.

Sabía que James estaba haciendo un gran esfuerzo por permanecer allí, nunca le habían gustado los funerales y mucho menos después de la muerte de sus padres y hermano.

En cuanto llegaron todos al panteón, bajaron el ataúd de John al hoyo y comenzaron a echarle tierra para enterrarla mientas el ministro hablaba en su honor.

Si Jean era completamente sincera, no prestaba nada de atención a lo que el hombre decía, en algún momento, su vista viajó hacia Gilbert y se clavó en él, arrugando su corazón al ver el rostro lleno de tristeza y pena del chico, conocía perfectamente el sentimiento.

Quería acercarse a él, consolarlo, incluso abrazarlo, pero sabía que no tenía las agallas suficientes ni necesarias para hacerlo, era demasiado cobarde.

En cuanto el ministro terminó sus oraciones y el entierro terminó, todos empezaron a retirarse hacia la casa Blythe, donde sería el velatorio del hombre. Jean miró hacia atrás y observó como James le daba un corto abrazo al chico y se alejaba de él, yendo en su dirección.

—Sé que sonará estúpido pero... ¿Como está?— preguntó la chica incómoda

—Pues no me dijo ni una sola palabra desde que llegamos, pero sé que esta muy mal— habló el de gafas mirando hacia su amigo —de cualquier forma, pienso estar con él, al menos a la distancia. Ahora quiere estar solo— James dio una última mirada a Gilbert y miró a su hermana menor, quién no había despegado la mirada del chico deprimido —¿Vienes?

—Adelantate, los alcanzaré después.

James asintió y con una última mirada a los dos chicos, se fue entre la blanca nieve del panteón.

Gilbert se sentó en una de las banquetas alzando su mano para que los pequeños copos de nieve cayeran en la palma de la misma, dejando que se derritieran lentamente con la calidez de su mano.

Desvío su mirada a su derecha cuando la chica Cuthbert se sentó a su lado sin emitir ninguna palabra, ni siquiera lo miró, lo que hizo que Gilbert frunciera su cejas con confusión.

—Jean, si vienes a darme tu lástima puedes ahorrartela. No la quiero— soltó con desdén, mirando el perfil izquierdo y pecoso de la castaña. De inmediato Jena giró con brusquedad hacia él y una mueca de enfado se instaló en su cara.

—Yo no vine a darte mi lástima, Blythe. Vine a hacerte compañía.

—¿Y que te hizo suponer que yo quería tu compañía?— Gilbert soltó despectivo, regresando su mirada al frente

Jean iba a contestarle, pero no lo hizo, sabía que la actitud que estaba teniendo Gilbert con ella no era su culpa, sabía que el chico se sentía frustrado e impotente y no quería empeorar las cosas, todo lo contrario.

Inhaló profundamente y lo miró, esperando no recibir otra contestación grosera por parte de Blythe.

—Escucha, sé que tu y yo no somos los mejores amigos del mundo, pero en circunstancias como estas nadie debería estar solo, Gilbert— por primera vez Gilbert la miro a los ojos, aún sin cambiar su semblante —puedes echarme de esta banca, insultarme todo lo que quieras, pero no me iré. Podrás decirme en mil idiomas que quieres estar sólo, pero sé que no es así, sé que no quieres sentirte sólo... — Gilbert la miro profundamente, analizando su mirada y encontrando nada más que sinceridad en sus ojos —Tal vez yo no soy la persona más indicada, pero no me gustaría dejarte solo.

Jean esperó a que el chico dijera algo, que le gritara o la echara, sin embargo el solo le regaló una media sonrisa y fue suficiente para que Jean soltara el  aire que no sabía que estaba reteniendo en sus pulmones dañados.

Jean no esperó que Gilbert hablara con ella, que le dijera como se sentía, que llorara ni nada, sabía que el chico no lo haría y a ella no le molestaba. Se conformó con el hecho de que Blythe aceptara su compañía.

Gilbert y Jean fueron juntos a la casa del primero, en el camino el chico le había ofrecido su brazo a la castaña quién lo aceptó con gusto, sería una forma de darse un poco de calor mutuo bajo el tortuoso frío que hacía.

Gilbert miró una de las ventana de su casa e hizo una mueca al ver toda esa gente dentro de su casa, sabiendo que en cuanto entrara todas las miradas se posarían en él, con lástima y pena. Ciertamente prefería evitarlo.

—No tienes que entrar si no quieres— escuchó a Jean a su lado y agradeció  en sus adentros que ella lo entendiera, a pesar de que sabía que ella se estaba muriendo de frío.

—Si quieres puedes entrar, yo estaré bien aquí afuera.

—No, gracias. Creo que quiero evitar ese ambiente incómodo.

Gilbert sonrió en su dirección y ambos siguieron caminando por los alrededores de la casa Blythe.

—Jean...

—¿Sí?

—¿Por que te quedaste conmigo?— preguntó Blythe deteniendo su paso —sé perfectamente que no te agrado en lo absoluto

—Eso no es cierto— Gilbert alzó una ceja en su dirección —Bueno, tal vez me caigas un poquito mal pero es todo.

Gilbert soltó una pequeña carcajada, provocando que la chica riera también. No sabía exactamente cómo, pero Jean había conseguido que sonriera a pesar de las circunstancias y eso lo agradecía.

—¿Entonces?

—Yo...

—¡Gilbert! Aquí estas— Anne apareció frente a ambos algo agitada, mirando a Gilbert directamente —fue un funeral bonito, me parece que vino al caso— dijo la pelirroja con una sonrisa caminando junto al pelinegro, Jena caminó tras ellos a una distancia moderada, para darles privacidad a su conversación pero escúchando todo —todo estaba tan blanco y tranquilo. Siempre me ha parecido que el ministro  sermonea con un tono tan melancólico, quedó muy bien. Ser huérfano tiene desafíos pero tú tienes muchas ventajas, vas a estar mucho mejor que yo— en ese instante Jean alzó su mirada de sus zapatos ante lo dicho por Anne, algo completamente fuera de lugar —y... Yo nunca conocí a mis padres, murieron cuando era una bebé y nunca pude valerme por mi misma como tú y, yo no recuerdo a mis padres pero tú siempre podrás recordar a tu padre y si lo piensas bien, tienes mucha suerte.

Jean detuvo su paso en cuanto Gilbert se giró bruscamente hacia Anne, con ese deje de enfado de nuevo en su rostro y supo que Anne arruinó el poco buen humor que pudo sacarle a Gilbert.

—¿Crees que tengo surte?— le preguntó el chico con ironía 

—Comparado conmigo, sí— Anne respondió. Jean tomó su tabique al escuchar lo dicho por la pelirroja.

—¿Y en esto que tienes que ver tú?

—Yo… nada, solo-

—Adiós— Gilbert se fue dando una última mirada tras Anne, alejándose de ambas.

—pero, ¿qué le pasa? ¿Que le dije? — Anne preguntó confundida y Jean rodó los ojos inconsistentemente tomando el hombro de la pelirroja.

—¿Sabes, Anne? A veces, solo a veces algunas cosas no tienen nada que ver contigo ni tú trágica historia— soltó con enfado —el mundo no siempre gira a tu alrededor y debes aprender a vivir con ello— Anne la miró con desconcierto y observó como la castaña se alejó de ella a grandes zancadas, procesando todo lo que acababa de decirle.

Bueno, bueno. Quien me extrañó en este fanfic?

No saben lo feliz que me pone por fin haber actualizado esta historia después de unos largos diez meses y enserio pido una gran disculpas para todos esos lectores que esperaron pacientemente a que actualizara.

La verdad es esta; este no fue mi mejor año y tuve muchos problemas con respecto a mi vida, la inspiración para seguir con mis historias se fue al a caño por muchos meses al igual que mis ganas de escribir, además de que el colegio me tuvo como esclava.

Bueno no los voy a marear con tanta babosada, vuelvo a pedir una gran disculpa y prometo seguir con esta historia, además el próximo h capitulo será bastante largo ya que es el último del primer acto por lo que tardaré en actualizar (además debo actualizar otras de mis historias, tenganme paciencia) por ahora disfruten este capitulo que literalmente me costó dos semanas en escribir.

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Nos leemos pronto bolas de piojos, los tkm. Se despide...

VENUS💌

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