⠀ 𝖛𝖎𝖎𝖎. curiousity killed the cat
𝕮apítulo 𝕺cho ☪
La Curiosidad Mató Al Gato
LAS ÚLTIMAS CUATRO NOCHES CONSISTIERON EN ELIZABETH encorvada sobre su portátil investigando lo sobrenatural. Además de sus pesadillas, la investigación le agotó toda su energía y la había dejado en cama.
Se negó a dejar entrar a Caroline, y le mintió a su madre sobre los fuertes calambres que estaba teniendo por el periodo. No estaba muy segura de faltar a clase, pero no quería ver a Stefan Salvatore mientras tuviera esos pensamientos errantes. No hasta que estuviera segura.
Y vaya si lo estaba. Se acercaba la una de la tarde y estaba dispuesta a enfrentarse a la nueva familia de la ciudad.
Después de pagar al taxista, salió del coche amarillo y se acercó lentamente a la casa más grande que había visto nunca, aparte de la mansión Lockwood. Pasó todo el trayecto pensando si era una idea inteligente o peligrosa.
Pero cuando se encontró cara a cara con la puerta de madera, se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás. Inhalando con suavidad, dejó que sus suaves nudillos golpearan con fuerza la puerta. Tres golpes, ni más, ni menos. Aumentó la expectación y el miedo que ya crecían rápidamente en sus entrañas.
«¿Y si Damon responde a la puerta? ¿Y si no responde nadie?», se preguntaba frenéticamente. Cruzó los dedos detrás de su espalda y se balanceó sobre las puntas de los pies.
Su mente estaba dispersa, los pocos segundos que llevaba allí de pie le parecieron un infierno. Quería que alguno de los chicos abriera la puerta para poder aporrearles con preguntas que exigían respuestas.
No, no se conformaría con vaguedades y pequeñas insinuaciones. Quería una explicación que justificara el puñetazo en la cara a Damon y reforzara la confianza que Stefan le iba generando poco a poco.
Sin perder un segundo, la puerta se abrió. Se encontró cara a cara con un hombre desconocido, pero detrás de él estaba Stefan. Parecía confundido y un poco sorprendido de que ella estuviera aquí.
—Elizabeth —la saludó.
El desconocido se volvió hacia Stefan con una mirada interrogativa, que ella respondió por sí sola.
—Siento interrumpir, soy Elizabeth, amiga de Stefan del instituto.
Le tendió la mano para que se la estrechara y, cuando lo hizo, pudo notar lo húmeda que estaba.
—Yo soy Zach, el tío de Stefan.
Ahora lo recordaba, Caroline mencionó a un tío cuando acechaba los orígenes de Stefan. Stefan se acercó a la puerta, poniendo una mano tranquilizadora en el hombro de su tío.
—¿Qué haces aquí?
Elizabeth apretó con fuerza la correa de su bolso, y la verdadera razón por la que estaba aquí resurgió. Compartió una mirada con Zach antes de volverse hacia su amigo.
—Me preguntaba si podríamos hablar. En privado.
Zach se aclaró la garganta y le envió un pequeño saludo con la mano antes de desaparecer en la enorme casa. Por dentro parecía un museo, con alfombras antiguas y muebles de estilo victoriano. Podía sentir lo rico que parecía todo.
—Si se trata de Caroline--
—Se trata de Caroline —lo cortó—. Pero también de Damon y, desafortunadamente, de ti —Elizabeth vio cómo aumentaba su confusión. Se le arrugó la frente y se le formaron unas líneas ante las que ella no pudo evitar sonreír.
Sin su permiso, dio un paso dentro de la casa y dejó vagar sus ojos.
—Vaya, esto... no es lo que me esperaba.
Stefan cerró la puerta y la siguió por el vestíbulo.
—Mira, Elizabeth, ahora no es un buen momento-
—Oh, ya sé que tienes algo con Elena ahora mismo. Está bien, puedes irte. Hablaré con el demonio al que llamas hermano —Elizabeth sonrió, despidiéndose de Stefan con indiferencia.
Ella sabía que él no la dejaría en su casa sólo con Damon. Era evidente que no confiaba en su hermano cerca de nadie. Pero era el secretismo que había detrás del odio de Stefan hacia Damon, lo que sólo alimentaba sus teorías de medianoche.
Stefan se detuvo junto a ella cuando llegaron al salón. Tenía las manos en los bolsillos y su habitual mirada ardiente plasmada en su cara.
—Damon no está... aquí.
Elizabeth enarcó una ceja.
—¿Dónde está? —Era evidente lo nervioso que estaba Stefan. Sus ojos miraban casualmente a los de ella cada pocos segundos pero apartaba la mirada casi al instante. Estaba conteniéndose bastante bien, como solía hacer.
La táctica de Elizabeth era actuar como si supiera algo y ver si Stefan cedía ante la presión.
—Se fue de Mystic Falls.
—¿Tengo la palabra "idiota" escrita en la frente, Stefan?
Él ladeó la cabeza, interrogante. Ella estaba de pie ante él con una sonrisa, una que se burlaba de él. Su pasado estaba saliendo a la superficie no sólo para Elena, sino también para Elizabeth. Ella sabía algo y si no sabía nada, tenía una idea.
Stefan se puso de brazos cruzados.
—No.
—Entonces, ¿por qué me mientes? No hay forma de que Damon se haya ido ahora del pueblo. A menos, claro, que sea culpable de matar a Tanner —se mofó Elizabeth, mordiéndose ligeramente el labio.
Rodeó a Stefan y entró en el salón. Elizabeth no entendía de dónde venía su repentina osadía, pero estaba segura de que tenía que ver con las interminables noches que había pasado investigando.
A Stefan casi se le salen los ojos del cráneo. Había cosas que esperaba no decir cuando regresara a Mystic Falls, pero parecía que Elizabeth lo haría por él.
—Damon no ha matado a nadie. ¿Dónde has oído eso?
—Ambos sabemos que ningún animal mataría de esa forma a un humano. Las mordeduras de Caroline y Google sólo apoyaron mi tesis —le informó, su tono normal y aceptando las palabras que estaba diciendo.
Stefan estaba atascado. No podía formular un pensamiento normal y mucho menos una respuesta a eso. Elizabeth estaba insinuando que sabía la verdad y él podía sentarse aquí y discutirlo con ella, pero eso sólo pondría más sospechas en sus manos.
—Elizabeth... —arrastró— Hay muchas cosas que no sabes sobre Damon y sobre mí, pero esto, el asesinato, no es una de ellas.
Elizabeth se volvió hacia él y sus ojos se oscurecieron. No quería que le soltaran mentiras. Era demasiado evidente para negarlo.
—¿Sabes lo que me dijo Damon antes de que me fuera de la fiesta de los Fundadores?
Stefan inhaló bruscamente y aguardó su respuesta.
—Me preguntó si creía que era un vampiro.
—Bueno, eso es porque lo acusaste de matar a Tanner —replicó Stefan, con ganas de marcharse e ir con Elena. Estaba estresado, dos personas ya estaban descifrando el único secreto que tan desesperadamente trató de mantener en secreto.
Elizabeth resopló.
—¿Así que lo primero que dice es vampiro? Era su manera de reflejar la sospecha fuera de sí mismo cuando hizo exactamente lo contrario. Mira, no voy a correr por la ciudad gritando vampiro, sólo quiero proteger a mi hermana.
Stefan la miró por un momento, debatiendo si era lo suficientemente de confianza para su verdad. Todavía tenía que contárselo a Elena y, si las cosas empeoraban, ambas chicas lo estarían vigilando como un halcón.
Estaba acorralado.
—¿Por qué no te quedas aquí? No estaré fuera mucho tiempo —Stefan suspiró en señal de derrota. Elizabeth era como él en algunos aspectos, sólo quería proteger a los que le importaban.
Ella le dedicó una pequeña sonrisa antes de dejarse caer en el mullido sofá rojo. Se sentía un poco incómoda, quedándose sola en la pensión Salvatore por primera vez, pero merecía la pena.
—Estaré aquí —se despidió de él. Stefan la observó un momento, avergonzado. Vino aquí para vivir una vida normal y con su secreto prácticamente revelado, sería más difícil hacerlo.
Él dejó escapar otro suspiro antes de escabullirse del salón para informar a su tío de que se quedaba allí. Había una parte de ella que se arrepentía de haber venido, de entrometerse y acusar la vida de Stefan de una forma tan poco disimulada. Pero había que hacerlo.
Tenía que saberlo.
Han pasado horas.
Lleva horas sentada en el salón de la pensión Salvatore. No estaba segura de a qué cosa tenían que asistir Stefan y Elena, pero no pensó que les llevaría tanto tiempo.
Zach se había pasado a ver cómo estaba de vez en cuando, preguntándole si estaba segura de que quería esperar a que Stefan volviera. Ella estaba segura, y se estaba enfadando por su terquedad.
Eran casi las seis y estaba cansada. Se levantó del sofá y cogió su bolso. Empezaba a parecer que Stefan también se había ido de la ciudad.
Elizabeth se dirigió a la entrada principal y abrió la puerta de un tirón para encontrarse cara a cara con su hermana. Caroline permanecía inmóvil con la mirada perdida. Llevaba una única sudadera azul marino con cremallera sobre lo que parecía ser un bikini junto con un pantalón corto vaquero.
Entonces se dio cuenta de a qué se debía la demora.
—Oh, Caroline me olvidé del estúpido lavado de coches. Te juro que estaba--
Dejó de hablar cuando la rubia simplemente la apartó de un empujón y entró en la casa. Elizabeth frunció el ceño y volvió a cerrar la puerta.
—Caroline, ¿qué haces?
Siguió a su hermana por la casa con ansiedad. Si Zach las pillaba merodeando por la casa sin permiso, temía lo que pudiera ocurrir.
Se acercaron a la parte trasera de la casa, donde había una escalera. Les condujo a un pasillo poco iluminado. Estaba un poco polvoriento y abarrotado, seguramente donde guardaban la mayor parte de la historia familiar.
Elizabeth pasó las manos por las paredes de ladrillo. Eran frías y viejas, algo que no iba nada bien con ella. Caroline caminaba sin rumbo delante de ella, como si estuviera en una especie de trance.
—¿Damon? —llamó, confundida.
Elizabeth frunció el ceño cuando se detuvieron en medio del oscuro pasillo.
—Caroline, Damon no está aquí--
—¡Oh, Dios! —exclamó Caroline. Se hizo hacia delante y miró dentro de una habitación. La puerta tenía barrotes a modo de ventana y allí estaba Damon, encerrado dentro.
Elizabeth se quedó de pie junto a su hermana, sorprendida, observando al narcisista de ojos azules tendido en un estado que parecía de dolor. Su piel brillaba por el sudor, con la misma ropa que llevaba en la fiesta de los Fundadores.
Stefan le había mentido sobre el paradero de Damon. Estaba encerrado en una especie de cámara, probablemente sin comida ni agua.
—¿Qué es esto? —preguntó Elizabeth, preocupada al ver a un Damon desnutrido.
—¿Cómo he sabido que estás aquí? —preguntó Caroline con su tono de voz habitual. No parecía tener miedo de estar cara a cara con su agresor.
Damon estiró sus extremidades con cuidado.
—Porque yo lo he querido. Muy intesamente —Las chicas le observaron atentamente mientras se ponía en pie. Chocó contra una pared y soltó un quejido antes de forzarse a acercarse a la puerta.
Apoyó las manos a ambos lados de la ventana enrejada y prácticamente fulminó con la mirada a las dos chicas.
—Dejadme salir. Por favor.
En este punto, a Damon no podía importarle menos el secreto que guardaban él y su hermano. Quería venganza y libertad.
Elizabeth se agarró a la mano de Caroline y ambas encontraron consuelo en el contacto de la otra.
—Me mordiste —murmuró Caroline, recordando de pronto quién era realmente Damon Salvatore.
—Te gustaba —respondió Damon—. ¿Recuerdas?
—No trates de manipularla delante de mí —escupió Elizabeth, acercando a Caroline a ella. Damon la miró fijamente a los ojos, suplicándole que descorriera el pestillo de la puerta gigante. Podía ver cómo enloquecía ante aquel proceso, cómo su deseo de ser libre dominaba todos los demás sentidos.
Caroline negó con la cabeza y cerró los ojos antes de volver a mirarle.
—¿Por qué sigo recordando las mismas cosas, pero de forma diferente?
Damon se enfadó.
—Recuerdas lo que yo quiero que recuerdes. Y ahora que la verbena ha desaparecido de tu sangre, no recordarás lo que vas a hacer.
Elizabeth le miró incrédula. Toda la compasión que sintió por él en aquel primer momento se desvaneció cuando pudo ver las señales de advertencia que parpadeaban ante ella. Tenía razón, estaba loco y era inhumano.
—¿Qué es lo que voy a hacer? —preguntó Caroline, ajena al trance en el que Damon la tenía sumida.
Elizabeth tiró hacia atrás de su hermana una vez más.
—¿Qué? No, Caroline. Está ahí por una razón, ¿no lo ves?
—No la escuches, Caroline —le dijo Damon con voz más calmada—. Están tratando de mantenernos separados. Ahora vas a abrir la puerta.
Caroline miró entre su hermana y Damon, estaba en una encrucijada con qué realidad era real.
—Caroline, no le importas. Sólo va a hacernos daño —escupió Elizabeth frenéticamente mientras Damon le decía repetidamente a Caroline que abriera la puerta.
Caroline luchó contra el agarre de Elizabeth, tirando de su brazo hacia delante y hacia atrás en un intento de ayudar al hombre que deseaba no haber conocido nunca.
—Caroline... —La súplica de Elizabeth se vio interrumpida cuando su hermana la apartó de un empujón. Cayó al suelo con un quejido y un fuerte dolor en la mano ya rota.
Oyó que el pestillo de la puerta se descorría y, al instante, escuchó unos pasos que corrían hacia ellas.
—¡No! ¡No! —Era Zach. Vino corriendo por el pasillo y apartó a Caroline de la puerta.
Damon forcejeaba al otro lado, golpeando enloquecido contra la puerta de metal. Elizabeth se puso rápido de pie y saltó de nuevo al lado de su hermana.
—¡Salid de aquí, rápido! —gritó Zach— ¡Corred!
Elizabeth hizo caso y tiró de su hermana con ella antes de que echaran a correr por el tenue pasillo, por donde habían venido. Su corazón palpitó apresuradamente en su pecho al oír a Damon atravesar la puerta.
—¡No mires atrás, Caroline! —gritó mientras llegaban a las escaleras. Elizabeth se agarró temblorosamente a la barandilla e intentó desesperadamente saltar las escaleras.
Casi la tiran hacia atrás cuando Caroline soltó un grito. Se dio la vuelta y Damon ya las había alcanzado. Su mano se aferraba al tobillo de Caroline y tiraba de él con rabia, intentando hacerla bajar las escaleras.
Elizabeth se agarró fuertemente a su hermana con una mano mientras con la otra rebuscaba frenéticamente en su bolso. Podía recordar con claridad a su madre sentándola y dándole un spray de pimienta, de los que usaban en la comisaría.
«Protégete o protege a tu hermana con esto. No puedo soportar ver a ninguna de las dos metidas en una ambulancia en una bolsa para cadáveres.»
Elizabeth agitó la botella de spray que tenía en la mano antes de quitarle la tapa de un tirón y rociar el nocivo contenido directamente sobre la cara de Damon. Él soltó un alarido y Caroline aprovechó para darle una patada y sacudir la pierna para que la soltara.
—¡Vamos! —gritó Elizabeth.
Las dos chicas subieron el resto de las escaleras y doblaron deprisa la esquina donde estaba la puerta principal. Caroline la abrió de un tirón y Elizabeth se giró a tiempo para ver a Damon corriendo directamente hacia ellas.
Una vez abierta la puerta, la luz del sol la atravesó y Elizabeth vio cómo Damon se retorcía del dolor. Gritos salieron de su boca y su piel empezó a ampollarse de inmediato.
Ella observó horrorizada cómo él huía de la luz. A ambas se les escapó una respiración agitada y él se volvió hacia ella conmocionado. Las ampollas de su piel se curaron lenta pero inexorablemente, dejando su piel tan impecable como era antes.
«Quemaduras por la luz del sol, marcas de mordeduras en Caroline y Tanner, trucos mentales», pensó, uniendo las pequeñas piezas que tenía. Lo que comenzó como una amenaza imaginaria, se convirtió en una realidad en la que no esperaba vivir.
—Vampiro —murmuró Elizabeth, lo bastante alto como para que él la oyera. Damon la miró fijamente, con el cuerpo aún débil por haber permanecido cuatro días en una celda.
Elizabeth tenía miedo, pero sólo de la verdad. Sabía que él no podía hacerle daño ni a ella ni a Caroline, no durante el día. Sin decir una palabra más, salió corriendo por la puerta.
Sus piernas la llevaron una gran distancia en cuestión de segundos, la adrenalina que nadaba en sus venas alimentando la necesidad de escapar.
Estaba segura de que si esperaba, Stefan volvería y la llenaría de más mentiras. No había forma de que le contara un secreto así de buena gana, especialmente antes de contárselo a Elena.
Ahora, ella no necesitaba su palabra. No tenía que esperar otro par de horas sólo para escuchar sus excusas e historias. Tenía que agradecer a Damon por el conocimiento que ahora tenía.
Todo lo que necesitaba hacer ahora era averiguar cómo matarlo.
Increíble.
Los vampiros eran reales. Enseñaban dientes afilados y bebían sangre humana hasta saciarse. Tenían el poder de controlar las mentes, de manipular a la gente para conseguir lo que querían.
Eran inmortales, invencibles contra los humanos y fuertes más allá de la comprensión.
Elizabeth se sentía impotente. Su hermana estaba bajo el influjo de una criatura sobrenatural que se alimentaba de ella cuando le apetecía. Pasaba delante de sus narices pero no podía desacreditar su instinto. Sabía que Damon era una mala persona.
Lo único que se reprochaba era no haber actuado físicamente. Antes de que Damon se revelara, nunca la había atacado durante sus interacciones, aparte del incidente del partido de fútbol. Ella antes no tenía nada que perder.
Ahora tenía su vida.
La habitación de Caroline era mucho más oscura que la de ella. La ventana del dormitorio daba a la parte trasera de la casa, mientras que la de ella daba a la delantera, dejando espacio para que la luz de la luna brillara e iluminara la oscuridad.
Ambas yacían en la cama de Caroline, traumatizadas y agotadas por el ataque de Damon. Caroline no vio a Damon freírse bajo la luz del sol, pero Elizabeth sí. Era algo que se repetía en su cabeza en un bucle constante.
Le aliviaba saber que no eran cien por cien intocables. Siempre había una laguna.
Las manos de las hermanas permanecían entrelazadas, una temerosa de que la otra pudiera desaparecer. Caroline sabía que iba a tener pesadillas durante un tiempo, y que los recuerdos de Damon dándose un festín con ella volvían en claros destellos.
Deseó que la escuchara. Elizabeth casi siempre tenía razón sobre los hombres a por los que iba Caroline. Siempre la engañaban o mentían, desaparecían o la rechazaban. Estaba cansada de que le rompieran el corazón.
La puerta de la habitación se abrió y Liz Forbes asomó la cabeza. Su boca se curvó en una sonrisa, sus dos hijas juntas, acostadas una junto a la otra como solían hacer.
Desde que empezaron el instituto, Elizabeth se separó de Caroline. Sus personalidades eran demasiado diferentes.
—Hoy no os he visto lavando coches —dijo Liz, con un tono preocupado, como era habitual en ella. A Elizabeth le reconfortaba saber que pensaron en ella.
—Me fui antes —murmuró Caroline brevemente, sin importarle hablar con su madre.
—Yo no fui. Fui a casa de una amiga a hacer algunos de los deberes que me faltaban —Su mentira era conveniente y suave como la mantequilla.
Liz sonrió a su hija adoptiva antes de volverse hacia Caroline, que ni siquiera se atrevía a dedicarle una mirada a la mujer que la trajo al mundo.
—Cielo, ¿estás bien? ¿Hay algo de lo que quieras hablar?
Caroline no dijo nada.
Siempre le amargó que su padre las dejara por un hombre, la convenció de culpar a su madre por "ahuyentarlo". Pero Elizabeth no guardaba rencor a ninguno de sus padres. Comprendía cómo la gente cambiaba.
—¿Es algún chico? —preguntó Liz, con un pequeño brillo de diversión en sus ojos castaños. Elizabeth se encogió, sabía que la respuesta de Caroline no sería agradable.
—Mamá, si quiero hablar de chicos, llamaré a papá —se burló Caroline con un tono seco—. Al menos él está saliendo con uno.
Elizabeth soltó un fuerte suspiro y, avergonzada, vio cómo la sonrisa de su madre se esfumaba con la luz. Frunció los labios y salió del cuarto antes de cerrar la puerta.
—¿Tienes que ser tan mala? —le susurró Elizabeth a Caroline. La rubia brillante no se molestó en responder, mantuvo la cabeza hacia la ventana y su agarre en la mano de Elizabeth.
Sus vidas parecían ser perfectas durante un tiempo, pero los hombres que entraban en ellas tenían la mala costumbre de dejarlas hechas polvo.
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