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⠀ 𝖛. salvatore

𝕮apítulo 𝕮inco ☪
Salvatore

HACÍA TIEMPO QUE ELIZABETH no visitaba la casa de los Gilbert. Las chicas ya no tenían tantas fiestas de pijamas como antes, desde que fallecieron los padres de Elena.

Ya casi había olvidado cómo era por dentro, pero la nostalgia se apoderó de ella cuando vio las escaleras por las que se cayó de niña.

Elena y Bonnie ya estaban preparando la cena cuando llegó, y se alegró. Por mucho que quisiera a las chicas, quería que esa cena, que había olvidado que había aceptado venir, terminara de una vez.

La novela de misterio y asesinato sobre su mesilla de noche le resultaba más atractiva que la amistad de Bonnie y Stefan.

—¿Cómo lo explican? —empezó Bonnie—. Anoche, estaba viendo la tele, empiezan los anuncios, y pienso: «¡Ahora viene ese anuncio de móviles!». Y ahí está, el chico y la chica en el banco, que él se va a París y vuelve. Y se hacen la foto.

Elena y Elizabeth comparten sonrisas divertidas mientras abren los últimos paquetes de comida que le habían entregado no hace mucho a la chica Gilbert en la puerta.

—Vamos, Bon, ese anuncio lo ponen constantemente.

—Bien —dejó escapar un suspiro—. Vale, ¿y qué hay de esto? Hoy estoy obsesionada con los números. Tres números. Veo el ocho, catorce, y veintidos. ¿No les parece raro?

Elena dejó la pasta en la isla de la cocina y se volvió hacia su amiga con falsa seriedad.

—Deberíamos jugar a la lotería.

A Bonnie se le cayó la cara y Elizabeth no pudo contener la risa. No era su intención, pero el momento era perfecto. Si ella estuviera en el lugar de Bonnie, tampoco habría apreciado la burla de la castaña.

—¿Has hablado con tu abuela? —preguntó Elizabeth, que consiguió agarrar una cucharada de pasta antes de que Elena le diera una ligera palmada en el torso de su mano.

Bonnie sirvió la comida en otro cuenco, mientras sus pensamientos seguían retorciéndose ante su extraña situación.

—Ella me diría que es porque soy bruja. Y yo no quiero ser bruja. ¿Ustedes quieren ser brujas?

—Creo que sería muy guay.

—Yo no quiero ser bruja.

Elena y Elizabeth parpadearon ante el contraste de sus respuestas. La rubia no encontraba nada de malo en lanzar hechizos y tener algún tipo de poder para protegerse a sí misma y a los demás.

Bonnie suspiró.

—Aunque pongas eso en un cuenco no vas a engañar a nadie.

—Tiene razón —una sonrisa burlona apareció en la cara de Elizabeth—. Stefan recordará esta noche como "esa novia que no sabe cocinar".

Elena puso los ojos en blanco ante los tontos insultos de sus amigas y volvió rápidamente a su labor.

—Vale, cucharas de servir. ¿Dónde están las cucharas de servir?

—En el cajón del centro a tu izquierda —respondió Bonnie sin pensarlo dos veces. Elizabeth se inclinó hacia delante en la silla alta de la isla y robó otro bocado de comida antes de observar si Bonnie tenía razón.

Elena abrió el cajón y, efectivamente, las cucharas de servir estaban dentro. Elizabeth tragó la comida y se sentó recta.

—Es espeluznante, pero hemos estado en esta cocina muchas veces.

—Ah sí, es eso —murmuró Bonnie sarcásticamente.

Entonces sonó el timbre.

—Bueno, ya está aquí. No te pongas nerviosa, esto es de lo más normal, como siempre.

Elizabeth alzó las cejas y se levantó del asiento.

—Ve a abrir a Stefan, nosotras prepararemos la mesa.

Elena le dio las gracias en silencio antes de salir corriendo de la cocina. Elizabeth cogió uno de los cuencos y se dirigió a la mesa.

—Velas de cumpleaños —oyó a Bonnie murmurar. Dejó el cuenco en la mesa y caminó hacia la isla de la cocina. La chica de piel oscura abrió el cajón que tenía delante y lo miró con horror y revelación.

—Sé que no lo parece, pero te creo —confesó Elizabeth—. Tus predicciones son a veces un poco absurdas y parecen coincidentes, pero con todo lo que me está pasando, no me parece tan descabellado.

Bonnie la miró con agradecimiento y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro mientras la pareja entraba en la cocina.

—Hola Stefan —saludó Elizabeth con una sonrisa, volviendo a la mesa con el último cuenco de comida.

El chico alto le devolvió la sonrisa, agradecido por tener a otra amiga cerca.

—Elizabeth, Bonnie —Elena les indicó a todos que se sentaran y enseguida comenzó a servir la comida.

El silencio que se instaló entre ellos era un poco incómodo. Elizabeth no estaba acostumbrada a él, pero supuso que se debía a que Bonnie tenía algún problema sin resolver con Stefan.

Así que comieron en silencio. Duró unos ocho minutos, pero pareció más tiempo. Elizabeth masticó felizmente la pasta y las verduras, y su estómago le agradeció que por fin hubiera comido una comida completa.

Una cosa que Elizabeth quería mencionar, era Damon Salvatore. Quería explicarle a Stefan lo nefasto que era su hermano mayor y cómo lo odiaba, pero eso sólo provocaría preguntas.

«¿Y qué si estoy celosa?», se preguntó, tragando su comida antes de darle un generoso sorbo a su refresco.

—¿Tanner te lo ha hecho pasar mal? —le preguntó Elena a Stefan, recordando las pruebas de fútbol que habían tenido lugar hoy.

Elizabeth recordó haberle visto correr con el equipo, demostrando su valía en el deporte. Estaba impresionada y un poco escéptica ante su vida aparentemente perfecta. Le parecía que era bueno en todo.

Stefan se encogió de hombros ante la pregunta de su novia.

—Me ha admitido en el equipo, así que... algo habré hecho bien.

Elena se rió, emocionada por él. 

—Bonnie, deberías haber visto a Stefan. Tyler le tiró un balón, y-

—Sí, ya lo sé —la cortó Bonnie, que no estaba de humor para adular los logros de Stefan. Elizabeth no pudo evitar estar de acuerdo con ella. La cena era para entablar una amistad, no para alabar a nadie.

Elena asintió con la cabeza, con su sonrisa cayendo lentamente. Su incomodidad creció y cogió su vaso de refresco, dando un gran trago para relajar los nervios. 

Elizabeth se aclaró la garganta y bajó el tenedor.

—Bon, ¿por qué no le cuentas a Stefan lo de tu familia? —sabía que no le correspondía revelar ese tipo de conversación, pero sabía lo apasionada que era Bonnie con la historia de su familia, y tal vez Stefan podría ganar interés en ella.

Bonnie frunció el ceño, pero se recuperó rápidamente.

—Emm, divorciados. Sin madre. Vivo con mi padre.

—No, lo de las brujas —corrigió Elena—. Bonnie y su familia vienen de un linaje de brujas. Creo que es genial —el final de su frase se convirtió en un mensaje para Bonnie, incitándola a intentar conversar con su novio.

—Genial no es lo que yo diría —discrepó Bonnie, con un rostro suave y tímido.

Elizabeth pinchó su comida con el tenedor y observó el interés que despertaban los singulares ojos esmeralda de Stefan.

—Bueno, es muy interesante. Yo no soy muy versado, pero sí sé de una historia de druidas celtas que migraron aquí hacia 1800.

Elizabeth enarcó las cejas, aunque no se sorprendió. Stefan siempre se las ingeniaba para saber prácticamente todo.

—Mi familia venía de Salem —le contó Bonnie.

—¿De verdad? ¿Brujas de Salem?

Bonnie asintió, relajando sus músculos, que se encontraban tensos. Se sorprendió al encontrar a Stefan intrigado con ella en lugar de creer que estaba loca.

—Es verdad, es genial —tarareó Stefan mirando a Elena, que asintió.

—¿Por qué? —preguntó Bonnie, pensativa.

—Las brujas de Salem son un ejemplo heróico de individualismo y disconformidad.

Elizabeth pinchó su pasta y compartió una sonrisa con Elena. Lo que Bonnie tenía contra Stefan desapareció en un instante y aceptó su explicación como un cumplido.

—Sí, es verdad.

El timbre volvió a sonar y Elena frunció el ceño. No esperaba que nadie más apareciera esta noche. Pero se limpió la boca con una servilleta y apartó su silla.

—No sé quién puede ser.

Elena salió de la cocina y el silencio los invadió a todos una vez más. Esta vez no fue extraño ni incómodo, sino que fue un alivio. Compartieron pequeñas sonrisas y jugaron con la comida en sus platos. Eso es hasta que el tenedor de Stefan cayó en su plato con un estruendo y se levantó de su asiento en segundos.

Elizabeth y Bonnie, ambas sobresaltadas, se preguntaron qué le hizo ponerse tan frenético.

—¡Vamos, ven! —la voz de Caroline se escuchó desde la entrada.

—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Elizabeth, viendo cómo una tímida sonrisa se dibujaba en la impecable piel de Bonnie. Le gritaría, pero tenía que guardar su energía para quien estaba a punto de entrar en la casa de los Gilbert. Estaba cien por ciento segura de que Caroline no se había presentado de improvisto, sola.

Elena volvió a entrar en la cocina confundida con un recipiente de postre; pastel. Elizabeth deslizó hacia atrás su silla y se levantó.

—¿Está aquí con...

La chica Gilbert sólo asintió. Tenía miedo de que esto pasara. Bonnie también se levantó.

—Te ayudaré a cortar el pastel.

Las dos chicas se pusieron rápidamente manos a la obra y Elizabeth se abstuvo de empujar todo de la mesa del comedor. No podía pasar un día entero sin que Caroline la jodiera.

Sin embargo, no era culpa de su hermana, era Damon el que jugaba con ella. Pero Elizabeth no podía evitar pensar que la repugnante pareja se divertía haciéndola enfadar.

Elizabeth inhaló bruscamente antes de escapar a la sala de estar. Caroline, Stefan y Damon estaban sentados, los dos hermanos enzarzados en una silenciosa mirada y Caroline, que sonrió al ver a su hermana.

—¡Elizabeth!

Esto atrajo la atención de Damon, cuyos ojos parpadearon con diversión una vez que los de ella se encontraron con los suyos.

—Tengo que decir que me ofende que no me hayas hablado de esta cena. Pero me alegro de estar aquí ahora —le dijo Caroline antes de abrazarla.

Elizabeth gruñó pero le devolvió el abrazo, la mirada que mantenía con el mayor de los Salvatore se oscureció. Se apartaron y ella no pudo evitar fruncir el ceño.

—¿Por qué llevas ese fular tan feo? Odias los fulares.

Caroline palideció, aunque fue más por confusión que por otra cosa.

—Eh —se detuvo antes de suspirar—. Supongo que sólo lo estoy probando, ya sabes, para variar.

Elizabeth entrecerró los ojos, pero aceptó la respuesta. No tenía tiempo para comprender el funcionamiento interno de la complicadísima mente de Caroline.

Bonnie y Elena entraron con los platos de pastel. Elizabeth agradeció a su amiga y aceptó el postre antes de sentarse en el sofá junto a Stefan.

—Nunca se pueden tener cosas buenas en Mystic Falls.

Él asintió con la cabeza mientras apartaba los ojos de su amenazante hermano.

—Dímelo a mí.

Una vez que todos tenían un plato, Caroline comenzó su habitual parloteo.

—No me puedo creer que Tanner te acepte en el equipo —le dijo a Stefan, impresionada—. Oh, Tyler tiene que estar flipando. Pero bien por ti, me alegro.

Elizabeth se mordió ligeramente el labio ante la mención de su ex novio. Caroline tarareó.

—Lo siento, El —se disculpó, antes de susurrarle a Damon—. Tyler es su ex.

La chica rubia oscura se mordió la mejilla por dentro con rabia, sin aceptar los ojos que se dirigían hacia ella. Nunca entendió por qué Caroline consideraba necesario contarle todo a todo el mundo. No era asunto de nadie.

Incluso Stefan se sorprendió, pero al percibir su incomodidad, lo dejó ir y se volvió. Los ojos de Damon se clavaron en los de ella, ambos con un toque de picardía. Ella lo desafió a decir algo.

Su boca se abrió, pero su declaración fue dirigida a su hermano.

—Es lo que le digo siempre. Tienes que integrarte. No puedes quedarte sentado esperando que la vida venga a ti. Tienes que ir tú a por ella.

Elizabeth se burló.

—Sí, porque encuentras mucha vida sentado en un bar.

Elena le lanzó una mirada y Bonnie le dio un ligero codazo.

—¿Hay algún problema, Elizabeth? —Caroline se rió, mirando a su hermana como si estuviera chiflada.

—En absoluto, Care —respondió ella, negando con la cabeza. La ira hirviendo dentro de ella.

—De todos modos, Elena no ha tenido tanta suerte hoy —continuó Caroline, desestimando la frialdad de su hermana—. Pero porque te perdistes las prácticas de verano. Dios, no sé cómo te vas a aprender las rutinas.

Bonnie resopló.

—Yo la ayudaré. Las aprenderá.

Era obvio que Elena también estaba incómoda, pero Caroline siempre era ajena a ello.

—Sí, no lo hace demasiado mal.

Justo cuando Elizabeth iba a defender a Elena, Damon intervino una vez más.

—Sabes, no pareces ser la animadora típica, Elena.

—Ah, es porque sus padres han muerto —saltó Caroline—. Sí, bueno, ahora está pasando por la típica fase buah —se río—. Antes era mucho más divertida.

—Quizás deberías intentar callarte por una vez —le siseó Elizabeth a su hermana. Había una razón por la que era difícil para cualquiera de ellas confiar en la rubia brillante, siempre estaba divulgando secretos y despotricando sobre la vida personal de la gente.

Caroline se estremeció ante el tono de su hermana y se dio cuenta de lo irrespetuosa que estaba siendo.

—Y lo digo con toda la sensibilidad —murmuró ella, enviando a Elena una mirada de disculpa.

—Lo siento, Elena. Sé lo que es perder a tus padres —relató Damon, su cara llena de falsa simpatía. Elizabeth podía ver a través de él, su tarea era sacar de quicio tanto a ella como a su hermano. Y estaba funcionando—. De hecho, Stefan y yo hemos visto morir a casi todas las personas que nos eran queridas.

Stefan se volvió hacia él.

—No hay por qué hablar de eso ahora, Damon.

—Ah, sabes qué, tienes razón, Stef. Lo siento. Lo último que necesitas ahora es hablar de ella —Damon suspiró antes de sonreír.

Elizabeth dejó con fuerza su plato sobre la mesa de café y contuvo una sarta de insultos. Le resultaba imposible quedarse sentada y dejar que Damon saboteara la velada con su intromisión.

Su presencia parecía zumbar a su alrededor como una mosca. Cada palabra, cada movimiento y cada respiración que realizaba parecían enfurecerla hasta la saciedad.

Lo peor es que él lo sabía.

La noche transcurrió como se esperaba. Caroline y Damon fueron los que más hablaron, Elena trató de mantener la paz, Stefan disparó dagas con los ojos a su hermano, y Elizabeth y Bonnie mantuvieron la boca cerrada. A pesar de querer maldecir a la pareja de bocazas, se mantuvieron civilizadas.

—¿Se pueden creer que Vicki todavía sigue rebotando de Tyler a Jeremy? —preguntó Caroline con una risa distraída—. Quiero decir, uno pensaría que con su accidente y todo, ella ganaría algo de sentido común-

Elizabeth palmeó sus muslos y se levantó del sofá, dirigiendo a su hermana una mirada enloquecida.

—Voy a lavar los platos.

Elena se incorporó.

—Oh, El, está bien. No tienes que-

—Cualquier cosa para evitar que me rebane las orejas con este cuchillo de mantequilla —aclaró antes de recoger los platos de todos y dirigirse a la cocina con el corazón palpitante.

Abrió el grifo del fregadero y empezó a quitar la grasa y las migas de los platos blancos. Elizabeth tenía ganas de llorar. No podía soportar escuchar el nombre de Tyler en ninguna conversación y lo odiaba. Lo que lo hacía aún peor era que la gente sabía que ella no podía soportarlo.

Ella siempre se reprimía y se retorcía, buscando cualquier excusa para irse, y eso era culpa suya. Tenía que superarlo.

Ignorando el entumecimiento de sus dedos bajo el agua fría del fregadero, observó cómo la espuma se arremolinaba antes de hundirse en el desagüe, llevándose las migajas de pastel.

Justo cuando iba a cargar el lavavajillas, una voz indeseada le habló.

—Se te olvidó un vaso.

Elizabeth se movió el pelo por encima del hombro derecho y se giró para ver un solo vaso en la mano de Damon. Él la miraba fijamente con una sonrisa en la cara, la primera que había visto hasta el momento. Parecía que todo lo que vivía haciendo eran muecas y bromas juguetonas, pero su sonrisa astuta debía ser la peor.

—Gracias —murmuró antes de quitarle la copa de las manos. Abrió el grifo y el agua fría volvió a salir.

Damon se quedó en la cocina, pudo verlo mirando a través del reflejo de la ventana frente a ella. Parecía estar pensando, y por primera vez en la noche, su cara estaba seria.

Quiso preguntarle cuál era su problema, por qué se quedaba ahí parado y no volvía al salón para estar con Caroline. Pero él pareció tomar el asunto en sus propias manos, moviéndose desde el mostrador hasta su lado.

—Me gustas.

El vaso enjabonado casi se le escapa de las manos. Su cara se enrojeció al instante y se volvió para mirarle.

—¿Qué?

—Siempre das la cara por ti misma y por los demás —Damon se apartó, cogiendo un plato y cargándolo en el lavavajillas—. Puedo ver por qué mi hermano te tiene tanto aprecio.

Elizabeth se aclaró la garganta y se recuperó de su estado de nerviosismo.

«Obviamente no le gustas de esa manera», se dijo a sí misma, concentrándose en enjuagar la copa ahora limpia.

Incluso si le gustaba a Damon, ella no estaba interesada. Salir con él, o incluso pensar en gustarle, arruinaría cualquier relación que tuviera ella con Caroline. Era un mal movimiento y uno poco interesante.

—¿Me tiene aprecio? —le preguntó.

Asintió con la cabeza.

—Ustedes dos tienen mucho en común. Ratones de biblioteca, atléticos, introvertidos...

Elizabeth se rió y se secó las manos en un paño de cocina.

—No estoy tan segura de ser atlética.

Lo observó deslizar los platos en el lavavajillas sin esfuerzo, sus ojos azules nunca se alejaron de su rostro mientras lo hacía.

Se sentía raro hablar con él así, normal y con tranquilidad. Se sentía como si él estuviera tratando de sacarla de sus casillas constantemente en lugar de ser agradable. Supuso que era porque no tenía a nadie a quien impresionar a su alrededor.

—Te vi en la práctica de animadoras —una sonrisa burlona apareció en su cara—. Suena atlético para mí.

—Eso no cuenta realmente para mí. Lo odio.

Damon cerró el lavavajillas y se movió para sentarse en el mostrador con un interés desbordante. Elizabeth era el tipo de chica que él nunca intentaría llevarse al huerto. Él se ceñía a las chicas buenas; inocentes e ingenuas. Pero Elizabeth era todo menos una pobre corderita, era una leona.

La rubia se inclinó para apretar el botón de encendido del lavavajillas y Damon la observó con atención. Su camisa negra abotonada dejaba al descubierto gran parte de su piel, desde los brazos hasta el estómago, y el escote, cosas que Damon encontró impecables.

Caroline no era más que un juguete para él, pero de repente se estaba arrepintiendo de su elección.

—Pues déjalo —le dijo después de salir de su pequeño trance.

Era muy cautivadora.

Elizabeth se apoyó en el fregadero y pensó en lo de seguir siendo animadora. Antes era lo suyo, le encantaba, pero ahora le parecía que no tenía sentido.

—A lo mejor lo hago.

Una sonrisa ladina apareció en la cara de Damon.

—Ahí está esa fiera interior, ese coraje.

—¿Por dar la cara por mí misma? —preguntó ella, sabiendo ya la respuesta que iba a recibir. Él asintió contento y golpeó el mostrador como un baterista.

—Ahora, ¿por qué sigues molestando a mi hermana? —empezó la rubia, dejando caer el papel de chico bueno que Damon intentaba hacer con ella. No tenía ni un sólo sentimiento bueno en su cuerpo acerca de que él estuviera con Caroline y no estaba segura de por qué, pero dado el pequeño odio de Stefan hacia él, no lo cuestionó.

Damon dejó escapar un suspiro y se apoyó en la isla.

—Es una chica preciosa, me tuvo en trance en el momento en que la vi-

—Corta el rollo —siseó Elizabeth. En un abrir y cerrar de ojos, cerró el espacio entre ellos hasta situarse a su lado. Sus ojos castaños relucían de la ira, aunque Damon sólo lo encontró divertido.

Se puso de brazos cruzados.

—Te conocí a ti antes de conocerla a ella y sólo desearía que no fueras tan condenadamente terca...

Elizabeth no se movió de su sitio, sólo escuchó. La rapidez con la que latía su pulso en sus oídos parecía antinatural. El sonido de su voz apagada y la falta de burla en sus ojos la dejaron sin aliento.

Odiaba pensar en ello, pero deseaba que él se mantuviera alejado de Caroline. Así no tendría que sentirse culpable por estar tan cerca de él.

—Te dije que cortaras el rollo —susurró. Era difícil apartar sus ojos de los de él.

La boca de Damon se abrió de nuevo, pero fue cortada por un carraspeo. Elizabeth se levantó de la isla y se pasó la mano por el pelo con ansiedad. Era Bonnie, que esbozaba una cálida sonrisa.

—Eh, ¿necesitan ayuda?

—Sí, él.

Damon la miró inquisitivamente, escondiendo también un poco de dolor en sus ojos helados. La rubia salió de la cocina, se deslizó por el salón sin ser vista y se quedó en la entrada.

Su respiración era rígida y pesada, la idea de que le gustara otra persona era excitante y atrevido, pero no podía ser Damon. Estaba mal.

Cogió su chaqueta de la percha y salió de la casa. Vería a todos en el instituto cuando terminara el fin de semana. Simplemente, no podía seguir estando por más tiempo en esa casa.

No con los ojos azules que hacían que su corazón se acelerara sin control.

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