⠀ 𝖎𝖎𝖎. cosmic love
𝕮apítulo 𝕿res ☪
Amor Cósmico
ELIZABETH CAMINÓ POR LA ENTRADA PRINCIPAL DEL INSTITUTO MYSTIC FALLS. Para su sorpresa, parecía menos concurrido de lo que solía estar. Mantuvo la barbilla en alto y sus ojos se posaron en su hermana y Bonnie, que caminaban delante de ella.
A raíz del accidente de Vicki Donovan, la gente habló mucho de ello y se difundieron rumores de que Elizabeth había llevado a la chica drogadicta al bosque para que fuera atacada, resultado de sus furiosos celos por robarle a Tyler.
La gente incluso especuló que ella fue quien atacó a Vicki. Elizabeth le traía sin cuidado Vicki, y cualquiera de las conversaciones que la acompañaban. Para ella, era sólo otro día más de instituto.
Suspendió un examen de matemáticas que le podría haber hecho ganar un punto más en la nota final de la asignatura, soportó las quejas programadas de Caroline, y se tragó todos los sutiles insultos que le dio el Sr. Tanner durante la clase de Historia.
Nada había cambiado.
—No lo entiendo —le respondió Caroline a Bonnie. Elizabeth se las arregló para ponerse al día y se puso al lado de su mejor amiga, lista para unirse a la conversación—. ¿Eres médium o clarividente?
—Oh Dios —Elizabeth suspiró.
Bonnie le lanzó un juguetón ceño fruncido antes de responder.
—Técnicamente, mi abuela dice que bruja. Mis antepasadas eran unas brujas de Salem, o algo así. Mi abuela empezó a contármelo, pero se había tomado unas copas, así que desconecté.
Elizabeth podía ver la diversión grabada en la cara de Caroline, la misma que aparecía cada vez que pensaba que algo era ridículo o embarazoso.
—Familia de locas, sí. ¿De brujas? No creo —terminó Bonnie mientras doblaban la esquina.
Caroline se rió disimuladamente.
—Ya, pues podrías conjurar el nombre y el número de aquel tío de anoche.
Elizabeth frunció el ceño, sin recordar a su hermana hablando con un chico.
—¿Qué tío?
—Probablemente era un universitario. Tenía los ojos más hermosos que he visto nunca, quiero decir, estaba ahí sentado, sonriéndome —Caroline sonrió al recordarlo—. En realidad estaba mostrando mucho interés en mí.
Elizabeth palideció.
—¿Sus ojos eran... azules?
Las dos chicas a su lado respondieron a su temida pregunta con sonrisas nacaradas y asentimientos de cabeza. El tío que estaba coqueteando con ella en el bar, era el mismo que vio Caroline. Damon.
—¿Por qué no hablaste con él? —le preguntó Bonnie a la rubia sonriente, sin notar la cara sombría de Elizabeth y sus ojos pensantes.
Caroline se encogió de hombros.
—No lo sé, estaba borracha.
Las dos chicas continuaron su camino hasta clase y Elizabeth aminoró el paso antes de detenerse por completo.
Si le advertía a Caroline sobre el posible depredador, Damon, no le creería. Más bien, eso solo haría que tuviera más ganas de estar con él por miedo a que alguien más se apodere del azabache.
Sabía perfectamente cómo funcionaba la mente de Caroline. No tenía más remedio que tomar el asunto en sus propias manos y encontrar a Damon ella misma.
—Hey.
Elizabeth volvió la cabeza y encontró a Stefan a su lado. Tenía una pequeña sonrisa en la cara, una que le aseguraba que era amigable.
—Hola —saludó, devolviendo la expresión suave.
Stefan era alguien con quien nunca hubiera hablado si no tuvieran amigos en común. Parecía similar a ella, introvertido pero directo cuando era necesario. Además, era muy agradable.
—¿Adónde vas? ¿No vas a clase? —preguntó él, con el amarre de su bandolera aferrado a su hombro.
Elizabeth miró hacia el pasillo casi vacío y se estremeció cuando sonó el timbre. Nunca se acostumbraría al estridente sonido que emitía la alarma. Se echó el pelo hacia atrás con una mano y luchó contra la vergüenza que la seguía.
—Tengo hora libre.
Stefan extendió los brazos.
—Y yo.
—Probablemente vaya a leer afuera —Elizabeth suspiró, sintiendo el libro dentro de su mochila.
Él tarareó en respuesta.
—¿Puedo unirme a ti? Quiero decir, realmente no tengo ningún otro lugar a donde ir. Pero si no quieres-
—Stefan, está bien —se rió de sus modales y vio sus ojos verdes brillar con interés—. Ahora vámonos antes de que alguien me robe el banco.
Stefan la siguió hasta la salida, ambos disfrutando del cómodo silencio y de la fresca brisa. Siempre hacía más calor durante el día. Con el sol brillando sobre ellos, a Elizabeth le resultó difícil aceptar que en realidad era otoño.
Lo condujo hasta un banco lejano, uno que estaba más cerca de la carretera principal. Le gustaba el lugar en el que se encontraba a menudo. Podía leer, escuchar música, dibujar y mirar los coches que pasaban a toda velocidad. Era relajante.
—Y bueno, ¿qué libro estás leyendo? —preguntó Stefan una vez que se sentaron. Dejó su bandolera en su regazo y la vio pasarse el pelo sobre un hombro antes de sacar un libro grueso.
La rubia dejó escapar un suspiro.
—Matar a un ruiseñor. Un clásico.
Stefan parpadeó sorprendido.
—Es una buena lectura. Tengo la copia de tapa dura en casa.
Elizabeth abrió el libro por la página que tenía la punta doblada y arqueó una ceja. Para ella, Stefan parecía tener un "alma vieja".
—Entonces —comenzó, cambiando el curso de la conversación—, ¿Elena y tú?
Stefan inclinó su cabeza tímidamente y Elizabeth tomó eso como una respuesta, aunque esperaba su explicación completa.
Aunque se conocieron hace nada, parecía digno de confianza. Era muy amable y tenía buenos modales, cosas que ella deseaba que tuvieran todos los chicos.
Incluso Elena logró ser cautivada por él en solo unos días. Stefan debe de ser un buen chico, o un sociópata. Sea como sea, Elizabeth estaba interesada.
Stefan se frotó la barbilla mientras su corazón rebosaba de amor ante los pensamientos hacia Elena Gilbert. La castaña era hermosa, dulce y cautivadora.
—Elena y yo —soltó, riéndose entre dientes.
Elizabeth inhaló profundamente y cerró su libro antes de girarse para mirar a Stefan completamente. A pesar de que tenía una cálida sonrisa en la cara, él podía ver la seriedad en sus ojos.
—Elena es una de mis mejores amigas y puedo ver que le gustas mucho.
—Me alegro de oír eso —murmuró.
—Pero —se detuvo, dejando escapar un suspiro—, quiero asegurarme de que no le hagan daño.
Stefan aceptó sus preocupaciones con un asentimiento. Estaba cien por ciento seguro de que Elena estaría a salvo con él, emocional y físicamente, pero con el regreso de su hermano, se sentía inseguro y asustado.
Elizabeth vio su sonrisa caer lentamente con escepticismo, como si solo eso le contara todos sus secretos e intenciones.
—Tengo una especie de... conexión especial con Elena —respondió por fin Stefan—. Siento que todo tiene sentido cuando estoy cerca de ella. Como si estuviera destinado a estar aquí.
Elizabeth no pudo evitar sonreír. La forma en que los ojos de Stefan se posaron en la carretera unos metros más adelante, encantados con los pensamientos hacia Elena, calentó su corazón. Le hizo echar de menos estar enamorada.
—Puedo verlo —musitó—. La forma en que te pierdes con solo pensar en ella. Es muy dulce —Stefan se puso nervioso una vez más por su elección de palabras y desvió su mirada hacia el banco, aunque con el rabillo del ojo miraba hacia donde estaba Elena con Matt.
Elizabeth imitó sus movimientos y vio cómo los coches pasaban en destellos de colores. Sentía envidia de Stefan y Elena, y la forma en que encajaban tan fácilmente como dos piezas de puzzle. Eso la desanimó.
Stefan se aclaró la garganta.
—Bueno, ¿y qué hay de ti? quiero decir, las cosas se pusieron bastante acaloradas en el Grill con Vicki. ¿Hay una historia ahí?
Elizabeth inhaló bruscamente ante la mención de la chica Donovan. No se había disculpado con Matt por abofetear a su hermana y se sentía horrible por eso, pero su razonamiento detrás de ello lo justificaba todo.
—Sinceramente, no quiero hablar de eso.
Le encantaría despotricar sobre su horrible ruptura y la chica que se burlaba de ella continuamente, pero estaba avergonzada.
Stefan asintió.
—Está bien. Parece complicado.
—Mucho —respondió, exasperada.
Debajo de la calma exterior que normalmente sostenía, estaba sufriendo. Ella fue engañada y dejada por alguien a quien se lo dio todo. No podía recuperar el amor y los recuerdos que tenían, solo vivir con eso y seguir adelante.
La reticencia cayó entre ellos cuando unos pensamientos angustiantes consumieron sus mentes. Cada uno tenía algo de qué preocuparse, pero su compañía parecía hacer que todos sus problemas fueran mucho más pequeños.
El resto de su hora libre fue relajante y ninguno de ellos dudó ni un segundo de su creciente amistad.
Elizabeth se recostó en su asiento y se empapó en el cálido atardecer. El aire frío que recordaba de ayer solo logró infundirle tristeza. Aunque el verano había terminado, los días de septiembre venían con más calor para ofrecer.
Llevó su mirada hacia los árboles y vio cómo se balanceaban con la cálida brisa. Era en ese momento cuando las hojas comenzaban a perder el verde brillante y florecían en explosiones de colores.
Este era el tipo de escena de Elizabeth.
Esta noche era la observación del cometa. La plaza del pueblo estaba llena de gente que estaba montando un campamento y asando unas ricas hamburguesas que le hacían rugir el estómago.
La música llenaba el aire sin esfuerzo, como el viento que soplaba generosamente. El sonido corría dentro y alrededor de cada persona. Algunos reaccionaban a las canciones con un baile, otros continuaban charlando.
Tomando un sorbo de su vaso de limonada, los cubitos de hielo del interior se agrietaron con el movimiento y los cambios de temperatura. Le recordaba a su infancia. Salir corriendo de la piscina para beber una bebida fría y pillar un sándwich envuelto en platina.
Esta era la primera vez en mucho tiempo que Elizabeth no necesitaba que le hablaran ni que la obligaran a salir para divertirse. Se sintió bien participar.
—Volvemos a encontrarnos.
Se sentó derecha y se quitó las gafas de sol para ver al hombre que quería encontrar.
—Damon —su tono era neutral, aunque era obvio que no estaba contenta de verlo.
—No te voy a mentir, tuve que pensármelo dos veces antes de acercarme a ti dado que la última vez que hablamos me amenazaste con darme una patada en el culo —admitió, jugando con la pajita de su vaso de plástico.
Llevaba la misma chaqueta de cuero que tenía la última vez y Elizabeth no pudo evitar reconocer lo bien que le quedaba. Parecía que cada persona nueva que llegaba a Mystic Falls tenía buenos genes y llevaba una chaqueta de cuero que iba a juego con ellos.
Elizabeth tarareó.
—En ese momento no lo decía completamente en serio, pero ahora... —recordó cómo Caroline babeaba por él esta mañana, cómo deseaba poder hablar con Damon de nuevo y hacer un movimiento. Eso la enfureció—. Ahora te lo vuelvo a decir, pero completamente en serio.
Damon alzó una ceja.
—¿Y eso? —se balanceó de un lado a otro, con una mirada juguetona y burlona en sus ojos helados. Parecía divertirse, acercándose a una chica y coqueteando abiertamente con ella delante de ojos curiosos y errantes.
Ella odió eso. Su confianza era abrumadora e irritante. Si él tuviera alguna oportunidad de estar con Caroline, no sería capaz de lidiar con ellos y sus narcisismos explosivos.
—Mi hermanita me dijo que la estabas mirando —informó Elizabeth antes de levantarse de su asiento con facilidad. Damon era mucho más alto que ella, pero no se echaría atrás. Era fuerte cuando necesitaba serlo. Todo lo que necesitaba era dar un buen golpe.
Las cejas de Damon se fruncieron.
—¿De verdad crees que soy un pedófilo?
La rubia se encogió de hombros.
—Todo lo que digo es que mi madre es policía y que da la casualidad que sé cómo usar un arma —su boca se conectó a su pajita y tomó un sorbo de limonada.
Damon parecía bueno en los juegos mentales, pero Elizabeth seguía neutralizándolo. Parecía confundido, desconcertado también. Pero él atrajo su mirada hacia ella y se recompuso.
—Sabes, eres muy hermosa, pero el verde no te sienta nada bien —la señaló, moviendo el dedo índice de arriba a abajo.
Elizabeth miró su ropa confundida. Llevaba unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta blanca de tirantes. La sonrisa del azabache se ensanchó.
—Verde de celos.
Su expresión cambió de golpe.
—¿Se supone que tengo que estar celosa de que mires a otras chicas?
Damon se encogió de hombros e inclinó la cabeza.
—¿Y se supone que yo tengo que tenerte miedo a ti y a tus amenazas abiertas?
Se miraron el uno al otro en silencio, la diversión y la molestia uniéndose poco después. Elizabeth quedó impresionada por sus respuestas rápidas. Sabía exactamente cómo hablar con ella y eso le interesó.
Damon, por otro lado, se preguntó por qué no era como Caroline; con ojos de ciervo, dulce e ingenua. Era diferente de las otras chicas a las que estaba acostumbrado.
En su mente, estaba segura de que Damon era alguien en quien no se debe confiar. Su mirada estaba llena de misterio y peligro, pero en el fondo, Elizabeth quería ver más allá de eso. Estaba de pie ante un hombre atractivo con su ex novio cerca, sin pensar en ella en absoluto.
—Me llamo Elizabeth —confesó la rubia después de poner los ojos en blanco.
Damon parecía sorprendido, tanto por su nombre como por su disposición a contárselo. Él había asumido que ella se guardaría esa información un poco más.
—Como la Reina Elizabeth.
Ella asintió y dejó que sus ojos se desviaran. Más gente estaba llegando al acontecimiento y el sol ya se estaba escondiendo detrás del horizonte, dando la bienvenida al cielo nocturno. Se preguntaba dónde estaban sus amigos, no los había visto desde que llegó ahí.
Irónicamente, sus ojos se fijan en unos ardientes ojos azules brillantes. Los ojos de una furiosa Caroline Forbes. En el momento que la vio hablando con Damon, sus celos se dispararon como locos.
La mandíbula de Elizabeth cayó un poco y se volvió para despedirse de Damon, pero él ya se había ido. Frunció el ceño y se alejó de donde él se encontraba anteriormente, la confusión sacudiéndole el cerebro.
Por el rabillo del ojo, pudo ver a Caroline marchando hacia ella con una animosidad que era ensordecedora a pesar de la música fuerte.
Si Caroline supiera que Elizabeth estaba intentando alejar a Damon, nunca escucharía el final de eso.
Antes de que la rubia enfadada pudiera llegar a ella, un cuerpo bloqueó su vista y ella se detuvo. Elizabeth miró hacia arriba para encontrarse, nuevamente, a Tyler. Él le estaba tendiendo una, indicándole que la agarrara.
Dejó escapar un suspiro y la aceptó. Caroline tendría que postergar sus sermones y quejas. Por mucho que odiase a Tyler, prefería hablar con él que explicarle a su hermana por qué estaba hablando con su crush.
—Déjame adivinar, ¿quieres hablar? —le preguntó ella mientras examinaba la vela en su mano. Nunca entendió por qué las necesitaban. Para mirar las estrellas hay que estar en completa oscuridad, así se disfruta más de ellas.
Tyler se rascó la nuca y asintió. Parecía nervioso y eso era algo que casi nunca se veía en él. Levantó su brazo con la esperanza de que se aferrara a él, pero ella solo lo empujó y caminó hacia un área menos poblada.
Era mayo cuando terminaron su relación. En una fogata, Elizabeth pilló a Tyler y a Vicki tirándose los tejos antes de que compartieran un beso bastante acalorado. Fue algo que le desgarró el corazón y le rompió el alma. Ninguna disculpa por parte de él podría curarla de aquello.
La cálida brisa impregnaba el aire con el aroma de la hierba recién cortada mientras Elizabeth admiraba los tonos rosados del cielo que desaparecerían junto al sol en unos minutos.
Esta noche estaba a punto de convertirse en un recuerdo. La persona que ahora estaba junto a ella iba a convertirse en una silueta una vez que se separaran, y su conversación se convertirá en una grabación que se reproducirá una y otra vez en su cabeza.
Mirar a Tyler fue tan doloroso como la última vez. Sus profundos ojos marrones se clavaron en los suyos y juró que el mundo dejó de girar. Nunca lo admitiría, pero aún le quería. Debajo de la coraza de la ira y el odio que le lanzaba constantemente, estaba destrozada y le echaba aún más de menos.
—La última vez que hablamos, estaba borracho —comenzó Tyler una vez que se detuvieron por completo. Se quedó mirando la vela sin encender que tenía en la mano y se preguntó por qué podría arruinar la única cosa de su vida que parecía perfecta.
Elizabeth se mofó.
—No me digas.
—Pero lo decía en serio cuando dije que ella fue un error —continuó—. Ya me conoces, El, mi padre es duro conmigo todo el tiempo, mis notas no son tan buenas, y todo lo demás parece desmoronarse a un ritmo que ni siquiera yo puedo controlar.
—Eso no excusa el hecho de que me hayas puesto los cuernos —murmuró ella, cruzando los brazos contra su estómago mientras el ceño fruncido en su cara se profundizaba. Claro que se sentía mal por Tyler y su vida personal, pero todo lo que hizo fue decisión suya.
Tyler suspiró.
—Lo sé. Sé que no lo hace.
Su boca se cerró, casi como si lo que quisiera decir no valiera la pena. Elizabeth tuvo ganas de desaparecer con la conversación, de alejarse en una brisa interminable.
Ella tampoco sabía qué decir. Lo único que sabía era que su relación no tenía arreglo. Podía decir que él también estaba empezando a darse cuenta de eso.
—Lo siento —se disculpó, soltando las mismas palabras que ha escuchado durante los últimos meses. Lo único que hicieron fue golpearla con una fuerza que no supo comprender—. Sé que no importa cuántas veces lo diga, pero lo siento.
Su cabeza bajó y de repente encontró interés en sus zapatos. Las disculpas no eran tan buenas como las zapatillas converse.
—Me duele haberte hecho daño, y habérmelas arreglado para destruir lo único bueno de mi vida en una noche.
—Tyler--
—Tú eras la única para mí, Elizabeth, y lamento haber sido demasiado estúpido para darme cuenta de eso.
Ella se quedó quieta mientras él se inclinaba lenta pero inexorablemente hacia delante. Su boca estaba entreabierta y se le escapaba una respiración corta y rápida. Sus labios se conectaron con su, ahora sonrosada, mejilla y ella casi se desmorona.
Sus ojos se cerraron involuntariamente y los huesos de su cuerpo se estremecieron ante la proximidad entre ellos. Fue un simple beso, pero se prolongó y dolió. Le desgarró su corazón, ya roto, y arrebató cualquier esperanza que le quedaba.
Esto era todo. Este era el final de algo que quería para siempre. Pudo sentir cómo un sollozo subía por su garganta mientras las lágrimas se agolpaban en las esquinas de sus ojos tristes.
Tyler retrocedió.
—Te mereces algo mejor y sé que lo superarás. No te molestaré más.
Le dedicó una última mirada anhelante, deseando no tener que marcharse como un extraño. Pero los ojos de Elizabeth permanecieron cerrados mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas como una cascada.
Cuando Elizabeth sorbió la nariz y abrió los ojos, Tyler ya no estaba. Se quedó mirando el espacio vacío que tenía delante y liberó los sollozos que estaba reteniendo.
Nunca había llorado por su ruptura, pero ahora sentía que nunca dejaría de hacerlo. Tal vez el hecho de que el puente que había entre ellos estuviera quemado lo hacía aún más difícil.
Ahora estaba sola y lo estaría por un tiempo.
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