⠀ 𝖎𝖎. ocean eyes
𝕮apítulo 𝕯os ☪
Ojos Oceánicos
LAS FIESTAS NO ERAN EL TIPO DE ESCENA DE ELIZABETH. Rodearse de adolescentes borrachos y drogados no se sentía tan normal como solía ser. Las parejas se enrollaban contra los árboles, los chicos se gritaban los unos a los otros borrachos, y hacía frío.
Elizabeth tiró de su chaqueta para que se aferrara más a su cuerpo, y siguió el rastro de tierra y la música fuerte. Caroline abandonó otra vez para ir por su cuenta, dejando que la chica mayor caminara sola hasta la fiesta.
Ya debería de estar acostumbrada, pero cada vez duele más que la anterior.
Las hogueras ardían intensamente, el calor calentando a cualquiera que estuviera cerca mientras que las chispas volaban muy por encima de las copas de los árboles.
Un poco lejos de donde estaba, se encontraba Stefan Salvatore, de espaldas a ella. Sin duda estaba buscando a Elena, al igual que ella.
Echó un último vistazo rápido alrededor de la tenue fiesta en busca de alguien conocido. Al no encontrar a nadie resopló y cerró el espacio entre el chico nuevo y ella.
—Hola —saludó con una pequeña y casi forzada sonrisa en su cara.
Stefan se giró hacia ella y sus cejas se alzaron con regocijo. Se alegró de haber encontrado por fin a alguien conocido.
—Oh, hey. ¿Acabas de llegar?
Elizabeth asintió.
—Sí, por desgracia. Tuve que caminar hasta aquí.
Todo apestaba a alcohol barato y marihuana, una de las cuales Elizabeth solía disfrutar. Ahora todo lo que parecía ser era un mal recuerdo.
—Estuvo genial lo que hiciste antes —empezó Elizabeth, tratando desesperadamente de escapar de la incomodidad que amenazaba con tragarlos enteros—. Quiero decir, ya era hora de que alguien le hiciera frente a Tanner.
Stefan soltó una carcajada.
—Supongo que tengo buen ojo para los abusones.
El Sr. Tanner era un completo abusón. Siempre que podía se metía con cualquier estudiante, sacaba inseguridades y estereotipos, y los humillaba frente a toda la clase.
Elizabeth a menudo se encontraba al otro lado de su tormento.
—Sí, ese tío es un completo idiota —suspiró, repentinamente deseando un vaso de cerveza ante el recordatorio de la vergüenza interminable que tuvo que soportar durante la clase de historia.
La música fuerte reemplazó el final de su corta conversación y ella se balanceó hacia adelante y hacia atrás en cada pie, los vientos fríos pellizcando su piel a través de su ropa.
—Busquemos a Elena —sugirió Elizabeth. No quería deambular sola por la fiesta en busca de un amigo. Preferiría perderse con Stefan.
Dieron un paso adelante solo para ser detenidos inmediatamente por una voz aguda.
—¡Eh! ¡Has venido!
Caroline se paró ante ellos con una radiante sonrisa y un vaso rojo en su mano. Elizabeth sabía que Caroline participaría en las actividades de los menores de edad en un intento de hacerse accesible para chicos como Stefan.
—Sí —respondió Stefan, una educada sonrisa adornando su rostro.
Caroline se volvió hacia su hermana.
—Te he estado buscando por todas partes.
Elizabeth inclinó la cabeza.
—Ah, ¿sí? —estaba segura de que la rubia ni siquiera había pensado en ella. Estuvo todo el tiempo caminando por las normalmente desoladas y frías calles de Mystic Falls mientras Caroline estaba bebiendo cerveza tras cerveza.
No siempre fue todo así entre las dos chicas. Desde segundo, Caroline había ido ganando el deseo de ser algo más grande que ella misma. Tenía que vestirse mejor, hablar mejor, conseguir a todos los chicos lindos, y derribar a cualquiera que sintiera que era mejor que ella.
Elizabeth no quiso subirse a ese tren, así que Caroline la destacó como una de sus "mejores" opciones.
—Sí, Tyler no ha parado de despotricar sobre volver contigo y tenía que asegurarme de que no fuera a secuestrarte o algo así —Caroline se rió, sin darse cuenta de las extrañas expresiones faciales de vergüenza de Elizabeth.
Stefan se aclaró la garganta y Elizabeth cerró los ojos. Ella era extremadamente sobreprotectora con su vida personal, algo con lo que Caroline no podía relacionarse.
—Gracias por eso, Care —murmuró Elizabeth. Ya estaba empezando a arrepentirse de haber salido de casa.
—Bueno, vamos a tomar algo —soltó Caroline.
Stefan y Elizabeth compartieron una mirada, los dos sin saber cómo salir de esta situación.
—Bueno, me-
—Oh, ¡vamos! —insistió Caroline, agarrando la mano de Stefan y llevándolo hacia los barriles de cerveza. Elizabeth extendió su mano pero dejó que cayera de nuevo a su lado. Stefan ahora era el rehén de Caroline, y por mucho que odiara ver cómo su hermana le hacía eso, prefería que fuera él antes que ella.
Soltó un resoplido y arrebató el vaso rojo que se hallaba en la mano de un muchacho que pasaba junto a ella. Dejó que toda la cerveza bajara de sopetón por su garganta y le devolvió el vaso vacío al chico antes de alejarse de allí.
Al parecer Bonnie y Elena no se encontraban por ningún lado. Parecía que no estaban allí en absoluto. Caminó al margen de la fiesta con las manos enterradas en los bolsillos y la nariz roja como una rosa.
—Ellie.
—Dios, ahora no, Tyler —suspiró, sin detenerse a mirarlo. Sus pies pisaban con firmeza sobre la tierra y las hojas en descomposición, su cuerpo ansiando alejarse de Tyler y sus falsas palabras.
Él era como una picazón que ella no podía alcanzar, siempre jodiéndola.
—Elizabeth, por favor. Necesito que me escuches —balbuceó Tyler. Sus ojos giraron por instinto al oírle decir eso. Si no estuviera borracho, se sorprendería.
La rubia no dejó de caminar. Le importaba una mierda lo que él tuviera que decirle.
—Vicki fue un error, ¿vale? No fue más que un rollo pasajero, y una borracha también. Fue un impulso del momento y no quiero que vuelva a suceder nunca más.
Elizabeth continuó caminando, tratando desesperadamente de no romper a llorar. Estaba entrando en pánico, y asustada. El hogar que ella encontró en él no eran más que cenizas en su boca, que se desmoronaban en pedazos más pequeños hasta no quedar nada.
—Ella ni siquiera me quiere —soltó Tyler—. Y tampoco quiere acostarse conmigo, así que, ¿cuál es el punto?
Ahora se detuvo. Elizabeth sacó sus duros puños de los bolsillos de su chaqueta y se giró para mirarlo. Su cara, junto con sus ojos, estaba roja. Llevaba la chaqueta que ella solía amar tanto, la que ella misma tomaba prestada siempre que podía.
Todo parecía estar planeado.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó con disgusto. Tyler frunció el ceño. En su estado de ebriedad, no pudo encontrar nada de malo en lo que acababa de decir.
—¿Qué? —preguntó, sin siquiera notar los ojos llorosos de la rubia.
Elizabeth quería darle un fuerte puñetazo en la cara, uno con más fuerza de la que empleó en la bofetada que le dio a Vicki. Ella quería hacerle más daño del que le estaba haciendo él a ella y asegurarse de que dejaba un buen moretón. Tyler Lockwood era, y siempre sería, la fuente de todo su odio.
—Así que te aburriste de mí, me pusiste los cuernos, ¿y ahora qué? ¿Tu "rollo pasajero" no quiere tener sexo contigo y ahora crees que puedes simplemente volver y arreglarlo todo? —criticó, su mirada volviéndose más rencorosa a cada segundo.
Tyler negó con la cabeza.
—No, yo no-
—Ahórratelo —siseó—. Tú y yo, nunca volveremos a estar juntos —se forzó a volver a meter sus manos en los bolsillos y se alejó de allí. La trató como si fuera una opción y le dolía más de lo que esperaba.
Pero ya no iba a dejar que eso la definiera. Ni ahora, ni nunca.
Elizabeth estaba a medio camino de casa cuando Bonnie la llamó para decirle que Vicki fue atacada en el bosque. La noticia fue impactante y un poco inquietante dado que todo lo que ha hecho Elizabeth es desearle el mal a la chica Donovan.
Ahora, estaba sentada en una mesa en el Grill con Bonnie, y una Caroline muy borracha que suspiraba constantemente y se dejaba caer sobre sus manos.
—¿Ya estás sobria? —le preguntó Bonnie a Caroline con suavidad.
Ella inhaló bruscamente y se sentó recta en su silla, sólo para encontrar la habitación borrosa y todavía dando vueltas.
—No.
Elizabeth jugó con los paquetes de azúcar en la mesa, reordenándolos por color y luego mezclándolos de nuevo. Levantó la mirada de lo que estaba haciendo y miró a su hermana brevemente.
—Sigue bebiéndote el café, quiero irme a casa. Y como mamá te vea así, nos matará a las dos.
—¿Por qué no le gusto? —preguntó Caroline, su cara cubierta de dolor y tristeza—. ¿Por qué los chicos que quiero nunca me quieren?
—No voy a entrar en eso —murmuró Bonnie.
Elizabeth deslizó el recipiente del azúcar lejos de ella y se apoyó en sus codos.
—Caroline. Bebe.
—Resulto incómoda. Siempre digo lo que no debo —continuó. Sus ojos eran distantes, algo que siempre hería a Elizabeth de la manera equivocada—. Y Elena siempre dice lo que debe.
Ambas chicas suspiraron. Era de esperarse que esto iba a suceder.
—Ella ni se esforzó, y la prefirió. Siempre es ella a quien todos prefieren... ¡para todo!
—Care-
—Yo intento todo lo posible y nunca soy la persona que...
Bonnie se inclinó hacia adelante con una sonrisa divertida pero compresiva en su cara.
—No es una competición, Caroline.
Elizabeth podía recordar las innumerables veces que ella le ha dicho eso. Sólo alimenta más sus inseguridades. Caroline estaba convencida de que si ella no era la número uno en nada, era la última en morir.
—Sí, lo es —su tono era serio a pesar de lo borracha que estaba. Preocupaba a las dos chicas. Parecía que no importaba lo que le dijeran, Caroline nunca les escucharía.
Elizabeth señaló la taza vacía de Bonnie.
—¿Vas a usar eso? Quiero beber algo pero no tengo dinero.
—No, adelante —Bonnie sonrió, empujando la taza hacia la rubia. Elizabeth le dio las gracias y se levantó de su asiento, sintiendo un peso del tamaño de Caroline deslizarse de sus hombros.
Aunque el sentimiento siempre era temporal, disfrutaba de los descansos que recibía.
Llegó a la barra y se deslizó en uno de los asientos.
—¿Me la puede llenar de agua, por favor? —preguntó, tendiendo la taza hacia el barman. Éste asintió y la agarró, volviéndose y alejándose para llenarla.
—Parece que necesitas algo más fuerte que un simple vaso de agua.
Elizabeth giró la cabeza al escuchar una voz desconocida que le hablaba.
Se encontró con un hombre de pelo negro azabache sentado a dos asientos de donde estaba ella. Llevaba puesta una chaqueta de cuero negro, que era similar a la de Stefan, que revelaba un poco su piel pálida debajo de ella. Para colmo, tenía los ojos azules más intensos que jamás había visto junto a los de Matt.
Ambos ojos bailaron con sus ordinarios marrones, un azul oceánico chocando con un marrón terrenal.
Este hombre parecía mayor, definitivamente demasiado mayor para que esté hablando con ella.
—No soy lo suficientemente mayor para beber alcohol, así que —soltó Elizabeth, alejándose de él con la esperanza de que dejara de hablar con ella.
—Te ves lo suficientemente mayor para mí.
—¿Necesito llamar a la policía? —espetó Elizabeth amenazadoramente—. Quizás ellos puedan explicarte cómo dejar en paz a las menores de edad.
El azabache levantó las manos en señal de rendición.
—No hay necesidad de eso. Soy perfectamente capaz de ocuparme de mis asuntos.
Ella dejó escapar un suspiro y golpeó sus dedos contra el mostrador de madera con impaciencia. Todo lo que pidió fue agua y el camarero estaba tardando siglos en poner agua en una simple taza.
—Lo siento, pero tienes el pelo más increíble que he visto en mi vida. ¿Te lo teñiste así? —preguntó el hombre, mirándola con interés.
Elizabeth volvió a suspirar y se giró hacia él, furiosa.
—Vale, cretino. Como no te alejes de mí ahora mismo, juro que gritaré.
—Que yo sepa no es ilegal hacer una pregunta, además soy un cliente que paga —dijo descaradamente, con una sonrisa socarrona jugando en sus labios. Elizabeth no podía negar que era muy apuesto. Sus ojos eran encantadores y su voz sonaba como si hubiera sido sumergida en miel.
Pero él era mucho mayor que ella, y ese era el único inconveniente.
—Me siento insegura y me estás haciendo insinuaciones cuando te pido repetidamente que pares —siseó en respuesta, sin darse cuenta de que el barman estaba colocando la taza llena de agua frente a ella.
El hombre tomó un sorbo de su bebida antes de volver a hablar.
—Estoy sentado a dos asientos de ti. Te hice un cumplido por tu pelo, lo menos que puedes hacer es darme las gracias.
Elizabeth le lanzó una sonrisa cargada de falsedad.
—Bien. Gracias por dejarme claro que te gusta halagar a chicas más jóvenes que no conoces.
Él inclinó la cabeza.
—Eso no es justo.
—Ah, ¿no lo es? —reflexionó ella—. Quiero decir, simplemente podrías haberte quedado sentado ahí con tu bebida y ocupándote de tus asuntos. Algo de lo que dijiste que eras perfectamente capaz.
—Hmm, ya, y ahora mira, estoy teniendo una conversación con una chica muy hermosa que no parece impresionada por mi interés.
Elizabeth se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir? Es difícil que algo me impresione.
—Me gustan los retos.
—¿Me estás diciendo que eso no suena escalofriante y siniestro? —preguntó Elizabeth, su molestia volviendo gracias al atrevimiento del hombre.
Él se encogió de hombros.
—Soy Damon. ¿Ves? Ahora que me conoces, somos amigos, por lo tanto no soy un extraño espeluznante.
Elizabeth le miró con los ojos entrecerrados, su desconfianza por él aumentando cuanto más hablaba.
—Y yo... te patearé el culo la próxima vez que te acerques a mí —escupió Elizabeth. Agarró su taza llena de agua de la barra y se escabulló del bar, con una pequeña sonrisa adornando su cara.
Se sentía realizada, incluso poderosa. No tenía miedo del hombre, Damon, pero estaba segura de que se convertiría en un problema.
Ellos siempre se convierten en eso.
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