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cuarenta y siete

Habían pasado algunos días desde nuestra última caminata por la playa. Aunque intentamos disfrutar del tiempo que nos quedaba en este pequeño paraíso, la tensión entre nosotros nunca desapareció del todo. Las conversaciones importantes seguían quedando sin resolver, flotando en el aire, y yo podía sentir cómo esas pequeñas grietas entre Roier y yo se hacían más profundas con el paso de los días.

Ahora, estábamos en la habitación del hotel, guardando nuestras cosas para regresar a casa. El sonido de las cremalleras y el movimiento de las maletas llenaban el espacio, pero el silencio entre nosotros era ensordecedor. Cada uno de nosotros estaba perdido en sus propios pensamientos, centrado en terminar la tarea, pero evitando lo inevitable: hablar de lo que había estado mal durante todo este viaje.

—¿Ya tienes todo listo?.— preguntó Roier sin mirarme, mientras terminaba de cerrar su maleta

—Casi.— respondí mientras guardaba mi última camiseta

Sabía que él estaba igual de ansioso por terminar de empacar y evitar una nueva conversación incómoda. Los dos estábamos atrapados en un ciclo donde preferíamos la superficialidad antes que enfrentar las verdades que nos incomodaban. Roier había intentado en varias ocasiones desviar las cosas hacia temas más triviales, pero esta vez ni siquiera eso parecía funcionar.

Me detuve por un segundo, mirando a través de la ventana. El sol estaba alto, y los rayos dorados iluminaban la habitación con una luz cálida que contrastaba con el frío que sentía por dentro. Estaba emocionada por volver a casa, por regresar a mi rutina, pero no podía evitar sentir un nudo en el estómago. No era solo por lo que había pasado entre nosotros, sino también porque había alguien más que estaría presente en nuestra despedida: Emilio

Había mantenido el contacto con aquel chico durante estos días, aunque de forma breve y discreta. A veces, un mensaje aquí o allá, nada que pudiera malinterpretarse, pero suficiente para hacerme sentir que había algo más que Roier no entendería. Emilio se había convertido en un buen amigo, un punto de estabilidad en medio del caos de nuestras vidas. Y hoy, él había insistido en despedirse de mí en el aeropuerto antes de nuestro vuelo.












(.....)

El trayecto hacia el aeropuerto fue igual de tenso que nuestros últimos días en el hotel. Roier manejaba el auto que rentamos con la mirada fija en la carretera, sus manos apretando el volante con más fuerza de lo habitual, y yo miraba por la ventana, perdida en mis propios pensamientos. No intercambiamos muchas palabras, pero tampoco lo necesitábamos. Sabíamos que algo estaba mal, pero ninguno de los dos estaba listo para enfrentarlo.

Cuando llegamos al aeropuerto, nos dirigimos directamente a la zona de facturación. Roier caminaba a mi lado, con el rostro inexpresivo, mientras yo me esforzaba por mantener una fachada de normalidad. No quería que este viaje terminara con más discusiones, y aunque el ambiente entre nosotros seguía cargado, decidí no presionarlo.

Estábamos cerca del mostrador cuando lo vi; Emilio, de pie cerca de la entrada de la terminal, me sonrió al verme. Estaba vestido de manera casual, con una camisa blanca y gafas de sol, con su aire relajado de siempre. Se acercó rápidamente, y antes de que pudiera siquiera saludarlo, ya lo tenía frente a mí.

—¡Señorita casada!— exclamó Emilio sonriendo mientras se acercaba para darme un abrazo.

—Hola.— respondí, devolviéndole el gesto, aunque era consciente de la presencia de Roier justo detrás de mí

No hizo falta que mirara a Roier para saber cómo se sentía. Podía sentir el cambio en su energía, su incomodidad palpable en el aire. Emilio se separó de mí y me lanzó una sonrisa amistosa.

—Solo quería despedirme antes de que se vayan. Ha sido genial coincidir contigo en este viaje.— comentó con su tono relajado —No creo que nos volvamos a ver, pero fue interesante.—

—Gracias, Emilio. También me ha encantado conocerte, aunque yo espero que podamos repetirlo en el futuro.— solté una ligera risa

Mientras hablábamos, Roier permanecía en silencio, observándonos desde unos pasos atrás. Finalmente, Emilio dirigió su atención hacia él.

—Roier, buen viaje.— dijo Emilio, con la misma cordialidad de siempre —Me hubiera gustado convivir más contigo, no sé si ella te contó que soy un seguidor y los admiro bastante.—

Roier lo miró, pero su respuesta fue apenas un murmullo, una especie de gruñido que apenas se podía calificar como un saludo.

—Gracias.— fue casi inaudible

El ambiente entre nosotros se volvió tenso, casi incómodo. Emilio parecía que se dio cuenta de inmediato.

—Bueno, no los entretengo más. Que tengan un buen vuelo.— dijo Emilio rápidamente, despidiéndose con una sonrisa y una última mirada en mi dirección antes de desaparecer entre la multitud del aeropuerto.

Cuando Emilio se fue, el silencio que quedó fue abrumador. Pude sentir la tensión en el aire, y aunque sabía que Roier no iba a explotar en ese momento, su incomodidad era evidente. Comenzamos a caminar hacia la puerta de embarque, cada uno en silencio, con nuestras propias emociones luchando por salir a la superficie.

Pasaron unos minutos antes de que Roier finalmente hablara, su tono lleno de reproche.

—¿Era necesario que se despidiera así?.— murmuró sin mirarme, pero lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara

—¿A qué te refieres?.— pregunté aunque sabía perfectamente de lo que hablaba.

—A que lo viste justo antes de irnos. Podrías haberle dicho que no hacía falta. ¿Realmente lo necesitabas?.— cuestionó

¿Por que este tema no lo evitaba? No era nada tan grave como lo que solía ignorar

Su tono estaba cargado de celos, y aunque trataba de no hacer una escena, era evidente que la presencia de Emilio lo había molestado más de lo que quería admitir.

—Roier, por favor.— suspiré, tratando de mantener la calma —Solo fue una despedida. No es tan importante.—

Roier no respondió de inmediato, pero podía ver la rigidez en sus hombros mientras caminaba a mi lado. No importaba cuántas veces tratara de explicarle que podía tener amigos, sus celos siempre aparecían en el peor momento. Sabía que este no sería el último episodio, pero también sabía que en este momento no valía la pena discutir.

Llegamos a la puerta de embarque en silencio, y cuando nos sentamos a esperar el vuelo, Roier se reclinó en su asiento, cerrando los ojos, pero su mandíbula seguía tensa. A mí me quedó claro que había algo mucho más profundo en juego entre nosotros. Algo que no se trataba solo de Emilio, sino de la confianza que habíamos dejado de tener el uno en el otro.

Mientras esperaba a que llamaran nuestro vuelo, me pregunté si este viaje había sido un punto de quiebre en nuestra relación, o si, de alguna manera, todavía había algo que salvar.

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