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𝐈. 𝑾𝒆𝒍𝒄𝒐𝒎𝒆 𝑻𝒐 𝑺𝒐𝒄𝒊𝒆𝒕𝒚

01. bienvenida a la sociedad

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La temporada ha comenzado este año y como siempre, los actos de la sociedad siguen llenándose de mamás ambiciosas cuyo único objetivo es ver a sus preciosas hijas casadas con solteros convencidos. Las deliberaciones entre las mamás señalan al vizconde Bridgerton como su partido más cotizado para este año y, de hecho, si el pobre hombre parece despeinado y su cabello alborotado por el viento se debe a que no puede ir a ningún sitio sin que alguna jovencita sacuda sus pestañas con tal vigor y celeridad que provoque una brisa de fuerza huracanada.

Tal vez la única joven dama que no ha mostrado interés por Bridgerton sea la señorita Amalia Amstrong; su actitud hacia el vizconde en ocasiones roza más bien la hostilidad.

Y este es el motivo, querido lector, de que esta autora crea que un emparejamiento entre Bridgerton y la señorita Amstrong sería precisamente lo que animaría una temporada de otro modo vulgar.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
13 de abril de 1814

          Anthony Bridgerton siempre supo que moriría joven.
Oh, pero desde luego no de niño.

El pequeño Anthony nunca había tenido motivos para pensar en su propia mortalidad. Sus primeros años habían sido la envidia de cualquier muchacho de su edad, una existencia perfecta desde el mismo día de su nacimiento. Anthony era el heredero de una pareja que, a diferencia de la mayoría de parejas aristocráticas, estaban muy enamorados, y el nacimiento de su hijo no fue recibido como la llegada de un heredero, sino como la de un hijo. Por lo tanto no hubo más fiestas ni actos sociales, no hubo más celebraciones que la de una madre y un padre contemplando maravillados a su retoño.

Anthony adoraba a su madre. Sin duda sería capaz de arrancarse el brazo a mordiscos si aquello sirviera para verla a salvo. Pero todo lo que el muchacho hacía mientras crecía, todos sus logros, cada sueño, cada una de sus metas y esperanzas...todo era por su padre.

A Anthony le gustaba pensar que su relación con su padre era especial porque le conocía desde hacía más tiempo que a sus hermanos. Así de sencillo.

Edmund Bridgerton, en pocas palabras, ocupaba el mismísimo centro del mundo de Anthony. Era alto, de hombros anchos y cabalgaba a caballo como si hubiera nacido sobre la silla.

Edmund enseñó a montar a Anthony. Enseño a Anthony a disparar. Le enseñó a nadar. Le llevó él mismo a Eton, en vez de enviarlo en un carruaje con sirvientes, que fue como llegaron la mayoría de los futuros amigos de Anthony. Y cuando pilló a Anthony observando con mirada nerviosa el colegio que iba a convertirse en su nuevo hogar, mantuvo una charla íntima con su hijo mayor para asegurarle que todo iría bien.

Pero de repente, un día, todo cambió.

Sucedió cuando Anthony tenía dieciocho años, había vuelto a casa para pasar el verano. Regresaba de una larga y dura cabalgada con Benedict y acababa de entrar por la puerta principal de Aubrey Hall, el hogar ancestral de los Bridgerton, cuando vio a su hermana Daphne de diez años sentada en el suelo llorando desconsoladamente. Era inusual que estuviera llorando.

Daphne nunca lloraba.

Y fue entonces, cuando le hizo la pregunta a su hermana pequeña. Edmund Bridgerton había muerto a la edad de treinta y ocho por una picadura de abeja.

Hasta la fecha, Anthony no podía comprender cómo un hombre, como su padre, tan fuerte y de una musculatura poderosa podía morir por la picadura de una abeja. Era imposible. Una completa locura. Sin embargo, ocurrió.

Anthony se quedó horas y horas mirándolo con fijeza sin parpadear. Y cuando salió de la habitación, lo hizo con una visión nueva de su propia vida, una nueva noción de su propia mortalidad.

Y desde ese momento, Anthony simplemente no podía imaginarse superar a su padre en nada, ni siquiera en años.

Anthony volvió a la realidad gracias a los quejidos de Eloise por ser obligada a aprender a bailar. Todos estaban allí, reunidos, excepto de sus hermanos Daphne y Colin. Francesa tocaba el piano, Hyacinth observaba a Eloise pisar a Gregory, Benedict acostado en otro de los sofas del salón con su libro de dibujo en las manos apoyado en sus piernas, Violet de pie con una taza de té insistiendo a Eloise aprender la coreografía.

Su cabeza giró a la derecha para observar la pintura de la figura de su padre. Su muerte fue repentina e inesperada, Anthony nunca se había tomado el momento para pensar en que debía hacer si en algún momento debía tomar el cargo de vizconde, o hacerle una pregunta de lo quería que hiciera tras dejar salir su último suspiro. Pero de algo estaba seguro, que no abandonará a su familia. Y lo hizo, durante años, no los había abandonado, los cuidaba, tal vez no de la manera que su padre quisiera, pero lo hacía.

De una y otra forma Anthony siempre terminaba arruinándolo y la decepción con la que lo miraban era cada vez más notoria.

Pero al ver a su hermana Daphne y su buen amigo Simón Basset casados, supo que era tiempo de poner los pies en la tierra y enorgullecer los corazones de su familia. Está temporada estaba decidido a encontrar una esposa, cómo primer pasó a su cambio.

Después de todo, era un primogénito Bridgerton de un primogénito Bridgerton por nueve generaciones. Sostenía sobre sus hombros la responsabilidad de ser fértil y reproducirse para transmitir a alguien el título que ahora poseía desde sus dieciocho años.

—Escuche unos rumores. Al parecer lady Amstrong ha vuelto de París con intenciones de pasar está temporada aquí en Londres.

—¿Amalia ha vuelto? —preguntaron al unísono las tres hermanas mujeres Bridgerton.

Como bien se sabe, los Amstrong y los Bridgerton se han llevado de maravilla durante años. Amalia es la más cercana a la familia Bridgerton, ella no solo se lleva de maravilla con Benedict, también comparte buena relación con las mujeres Bridgerton. Con Daphne siempre ha sentido más apego de hermandad ya que ambas siempre han deseado lo mismo, casarse, un hogar e hijos. Con Eloise adoraba pasar el tiempo en la biblioteca de la casa Amstrong comentando sobre libros ya que ambas son amantes de letras y papeles. Con Francesa hacía duetos en el pianoforte, podían pasar horas en eso, y finalmente con Hyacint, los juegos en los jardines eran sus favoritos.

—No se que tan cierto sea tales rumores, pero, según dicen...ha tomado la decisión de volver a Londres para presentar en sociedad a miss Amstrong.

—¿A Amalia? —cuestiona Benedict. Violet asiente.

Hyacinth se movió del sofá para asomarse por la ventana, observando la escultura de la casa Amstrong al otro lado de la calle.

—¿Alguien más sabía que Colin aparentemente añadió Albania, o algo parecido, a su itinerario de viajero? —comentó Anthony, mirando los papeles que tenía en el pequeño escritorio, evitando dar más atención a los Amstrong.

—No, pero que bueno que él pueda decidir hacerlo —contestó Eloise desviando su concentración de la coreografía.

—¿Te quedas para el té, Anthony?

—Me temo que no. Tengo muchos pagos que hacer —responde a su madre —. Ya que empezó la temporada, debo surtir sus ajuares con la modista y ver que se contraté a más personal. Y, cuando puedas, necesito tu anillo.

La viuda vizcondesa miró horrorizada a su hijo Benedict ante el comentario de su primogénito.

—¿Requieres de mi anillo?

—Tu anillo de compromiso —declaró con más explicación.

—¿Alguien llamó tu atención en la presentación, hermano, o es que ahora quieres consumar tu matrimonio con Amalia? —dijo Benedict con una sonrisa de lado.

El comentario sarcástico de su hermano no le hizo ni la más mínima gracia. Es bien sabido que ambos nunca han congeniado a pesar de que han tratado de unirlos. Ni siquiera sabían con seguridad lo que hacía que ambos chocarán tanto.

—Yo creo que todas se veían hermosas —agregó Hyacint.

—Nadie en particular —hizo énfasis en esas palabras —. Y todas se veían igual, son señoritas —contestó a Hyacint luego de tomar una bocanada de aire —. Quiero estar preparado para cuando se dé la oportunidad.

—¿La oportunidad? —inquirio la vizcondesa.

—Hice un índice de las señoritas casaderas y organice entrevistas.

La viuda vizcondesa soltó unas carcajadas delicadas sosteniendo sus estómago calmando su risa.

—Querido, con mucho gusto te daré mi anillo cuando encuentres a alguien de quién estés muy enamorado. Además, está resguardado en Aubrey Hall —camino hacia donde estaba Benedict —. Cuida de tu hermano.

—¿Yo?

—No necesito niñera —declaró Anthony al escuchar a su madre y hermano —. Les aseguro que todo está en orden.

Violet y Benedict comprenden que nada estaba bien. Eloise estaba más concentrada en leer su libro que en su hermano y los menores Gregory y Hyacint optaron por no opinar.

La temporada pasada, los Amstrong optaron por desaparecer del ojo público de Londres y residir en la tierra natal de Diana Amstrong, París Francia. Pero está temporada, Diana estaba decidida que su hija mayor mujer debía hacer su debut a la sociedad, y ahora tenía la responsabilidad de una de sus sobrinas también.

El aire cálido entrando por la ventanilla del carruaje, era lo que disfrutaba Amalia mientras llegaban a la casa que tenían en Londres. Las calles estaban llenas de caballeros con trajes elegantes, algunos paseando montados a caballo y otros solamente iban a pie. Las damas con bellos vestidos finos y tocados elegantes, sentadas en bancas, o simplemente agrupadas hablando entre sí. Pero lo que llamó la atención de Amalia era que todos, sin excepción, cargaban en sus manos un panfleto, unos reían mientras lo leían.

—¿Crees que nos hayamos perdido de mucho, madre?

Diana que estaba concentrada leyendo el periódico miró con sus deslumbrantes ojos verdes a su hija. Amalia señaló con la cabeza los panfletos que cargaban las damas y caballeros. Anne, la sobrina de Diana no se quedó atrás y también se acercó a mirar. Anne no tenía tanto conocimiento de la sociedad londinense, pues solo tenía diez años de edad cuando sus padres decidieron abandonar Londres e ir a vivir a París.

—¿Qué crees que leen con tanto gustó?

—No lo sé, cielo. Esperemos darnos cuenta cuando lleguemos —Diana optó por adoptar su postura anterior —. Quizás lady Featherington, o la viuda vizcondesa Bridgerton, si es que aún sigue en Londres.

—Aun lo hacen. Según Eloise, Daphne se casó la temporada pasada con el duque de Hastings y ya tienen un hijo —recito, recordando las palabras de Eloise en las cartas que le enviaba —. ¿No te parece adorable?

Diana sonrió. Los recuerdos de Daphne pequeña compartiendo tiempo con sus hijos vino a su cabeza. Se le hincho el pecho de orgullo y nostalgia.

—Violet debe de estar muy contenta.

Amalia y Anne sonrieron al ver la escultura de la casa a su frente cuando el carruaje se detuvo. Amalia caminó para saludar a sus hermanos, Allan y Aiden que habían decidido negarse a acompañar a su madre y hermanas a París.

Amalia sintió un enorme sentimiento de calidez abrazarle el corazón. Iba a extrañar mucho el clima de París, pero no podía negar que extrañaba enormemente su hogar en Londres.

—Jovencitas, no se pongan cómoda que iremos con la modista —hablo Diana a Amalia y Anne —. El baile de lady Danbury es pronto y si ya nos perdimos la presentación a su majestad, debemos dar una exquisita presentación en el baile.

—¿Yo también iré, madre? —pregunto la pequeña Alana con euforia.

Diana sonrió.

—Alana, cielo. El baile es solo para las jóvenes debutantes —le acaricio la mejilla al ver el rostro desilusionado de su hija menor —. Yo será tu turno.

Comieron unos bocadillos antes de salir a la tienda de la modista. El olor a tela y ambientador de lavanda inundó la nariz de Amalia cuando entraron a la tienda. La mujer de piel morena y cabello negro rizado extremadamente hermosa ante los ojos de Amalia, apareció luego de escuchar la campana de la puerta.

—Lady Amstrong, miss Amalia y compañía. Sean bienvenidas —les hizo un gesto con la mano para que la siguieran —. Vengan, recientemente me han llegado nuevas telas.

—No le había presentado a mi sobrina. Miss Anne Griffin —la rubia le sonrió con cortesía a madame Delacroix —. Por favor tomele las medidas, necesito varios vestidos para esta temporada.

Anne se subió al taburete circular mientras que madame Delacroix le tomaba las medidas. Amalia recorría la habitación observando las telas, o algunos modelos de vestidos ya realizados siendo usados por maniquíes.

—Miss Amalia, por favor, venga. Quiero verificar que sus medidas siguen igual —Amalia se subió al taburete mientras se observaba en el espejo —. Dígame, ¿qué le gustaría usar esta temporada? Puedo hacerle algunos diseños que están de moda en París.

—Quisiera volver al estilo de Londres. Ya estuve bastante tiempo vistiendo a la moda de París.

Estuvieron un rato más caminando por las calles de Abbey Green, mirando las tiendas hasta que a Amalia se le antojo ir a Gunter's Tea Shop.

—Amalia, hemos comido bocadillos antes de venir —comentó su madre con discreción.

—Mamá, he pasado un año en París extrañando Londres. Déjame disfrutar de sus maravillas nuevamente —Diana le dió unas palmadas en las manos aceptando —. Además, Anne no recuerda lo placentero que son los helados aquí.

—Supongo que un poco de helado no hará daño a nadie. Está bien, entremos.

Los Amstrong eran una familia extremadamente rica y de perfectos y guapos miembros, por lo que, al entrar a algún lugar, su presencia no pasaba desapercibida, y ahora más, de haber vuelto al país.

La figura femenina de Amalia no pasó desapercibida para Anthony Bridgerton, lamentablemente. Anthony que estaba en una de las entrevistas con una de las jóvenes de su lista, trato de apartar su vista de los recién entrados al local.

Había algo diferente en ella, lo podía notar. Quizás se trataba de su cabello, ahora estaba más oscuro de lo que recordaba. No, no era eso. Su postura más recta tal vez. No, Amalia siempre ha tenido una postura perfecta. Tampoco era su vestimenta, siempre vestía elegante y delicado. La vio sonreír a una joven rubia a su derecha, quizás se trataba de eso, su sonrisa, era más...que va, tampoco era eso.

—Lord Bridgerton —Anthony trajo de vuelta sus ojos a la joven al frente —. ¿Le mencioné que también hago mis propios sombreros?

La madre de la joven se inclinó hacia atrás para que Anthony la mirará. Traía un sombrero de flores. Anthony se limitó a sonreír y se despidió de la joven. No quería pasar más tiempo en el mismo local que cierta jovencita que ni siquiera había notado su presencia.

Notita:

Al fin pude publicar el primer capítulo jeje. En fin, no olvides votar y comentar. Cuidense mucho, besitos.

Con amor, Fey

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