Ignoro por completo la existencia de mis "amigos" y sigo de largo hasta llegar al lado trasero del anfiteatro.

Sí, estoy siendo muy rencoroso. Pero a ver si a ellos les agrada que les hagan una broma tan pesada como la que me hicieron a mí. En serio me preocupé pensando que algo malo le podía haber sucedido a Yoon.

—Vamos, amigo, perdónanos ¿sí?

Esquivo a Namjoon y sigo de largo.

—Solo por esta vez —ahora es Min quien me intercepta.

Lo miro mal. Él es quien más culpa tiene en todo esto.

—Por favor, por favorcito —insisten ambos a la vez.

Resoplo.

—A la próxima que me jueguen una broma así —digo deteniendo mi andar—, juro que les pondré pegamento en la silla para que se les quede pegado el trasero —farfullo.

Se miran uno al otro, aunque no en un gesto que indique preocupación. Está claro que yo no les haría algo así, por más que lo jurase a los cielos.

—Claro que sí, amigo. Lo prometemos.

Nam me toma por el cuello y me estrella contra su pecho, a la altura de la garganta. No hago el más mínimo intento por soltarme porque, vamos, es Namjoon; mientras que yo cuento con la fuerza ínfima de una ardilla, el tiene la de un rinoceronte.

Maldito adicto al gimnasio.

—Entonces, ¿qué podríamos hacer hoy?

—Lo que sea que vayan a hacer, no cuenten conmigo —tanto Nam como yo miramos a Yoongi—. Tengo entrenamiento hoy.

Cierto, que Min hace parte del equipo de atletismo de la escuela.

—En ese caso, ¿qué opinas tú, Jung?

Frunzo el entrecejo. Ha dicho mi apellido con toda la intención de darme a entender que yo no puedo escaquearme de hacer un plan con él para divertirnos.

—No lo sé. Tengo trabajo en la pastelería.

Y con esa frase consigo librarme de lo que sea que Kim Namjoon haya querido hacer. Sin embargo, parece que he cantado victoria antes de tiempo, puesto que de un momento a otro lo tengo adherido a mí como una lapa siguiéndome hasta mi lugar de trabajo.

—Noona, me temo que tenemos un problema —digo ni bien llegar a la pastelería.

Sus ojos examinan mi rostro, como si buscasen algo grave en ellos; no obstante al mirar a mi derecha puede comprender a qué me refiero con problema.

—Ya veo —murmura—. Pues ni modo, tocará sacarle provecho a su ineludible presencia.

Entonces está extendiendo un delantal para el chico en cuestión y este, con el ceño fruncido, lo toma con un poco de duda.

—¿Qué se supone que...?

—Necesitamos ayuda. Si vas a estorbar en lugar de ayudar, entonces puedes irte —escupe con severidad.

Sí, Im Youso literalmente acaba de escupir esas palabras; tan brusca como severa.

Aunque me tiene sorprendido, dicha reacción no perdura debido a la llegada de un cliente. O varios, más bien. Se trata de un grupo de niñas de preescolar con dos mujeres que las acompañan.

—Buenos días —saluda una de las mujeres.

—¡Yo quiero pan de canela, mami! ¡Pan de canela!

Sonrío ante el chillido de la pequeña. Me coloco el delantal y el gafete con mi nombre y finalmente soy quien las atiende.

—Acompáñame a la cocina.

Y eso es lo último que escucho antes de perder de vista a mi amigo.

Pobre, no tiene idea de en dónde se ha metido.

*Total de palabras: 559.