11. ultraviolence
chapter eleven : daylight
ultraviolence
La tensión en el ambiente era palpable. Astrid y Tory estaban cara a cara, ambas con expresiones que eran una mezcla de determinación y resentimiento. La reciente rivalidad entre ellas había convertido aquel combate en algo más que un simple enfrentamiento: era una guerra personal. Astrid intentaba mantener la calma, pero las palabras hirientes de Tory antes del encuentro seguían rondando en su cabeza, mientras que Tory solo tenía en mente una cosa: aplastarla.
El árbitro levantó la mano, marcando el inicio. Tory atacó primero, lanzando un golpe directo que Astrid esquivó con elegancia. El combate estaba en marcha, y las dos se movían con rapidez y precisión. Astrid, aunque más técnica, parecía dividida. Sus ojos vagaban constantemente hacia los costados de la colchoneta, buscando a Logan. No estaba en ninguna parte, y el vacío que eso generaba en su pecho comenzaba a desmoronarla por dentro.
"Concéntrate," se dijo a sí misma, regresando su atención al combate justo a tiempo para bloquear una patada de Tory. La pelea seguía pareja, aunque poco a poco Tory comenzaba a tomar ventaja. Sus movimientos eran más agresivos, casi brutales, y el árbitro, de forma sutil pero evidente, favorecía cada uno de sus ataques. Un golpe dudoso le otorgó un punto a Tory, mientras un contraataque claro de Astrid no fue contabilizado.
Astrid apretó los dientes. "¿Es en serio?" pensó, sintiendo cómo su frustración comenzaba a mezclarse con la presión que ya llevaba encima. Este combate no era solo por ella; era por su abuelo. Quería verlo orgulloso, quería demostrarle que todo el entrenamiento, todo el sacrificio, no había sido en vano. Pero ahora, el peso de esa expectativa la aplastaba más con cada punto que le arrebataban.
El combate continuó hasta que el árbitro levantó la mano, declarando a Tory como ganadora. La ovación llenó el lugar, pero para Astrid, el ruido era un eco lejano. No podía apartar la mirada del marcador, de la injusticia evidente. Apretó los puños y trató de mantener la compostura, mientras Tory celebraba su victoria con una sonrisa triunfante que solo añadía sal a la herida.
Astrid se alejaba de la colchoneta con pasos apresurados y el rostro marcado por una mezcla de frustración y enojo. Su mirada, afilada como una daga, finalmente se encontró con Logan, quien acababa de salir del área de descanso. Su expresión estaba tensa, el ceño fruncido y los labios apretados, pero a Astrid no le importó.
—¿Dónde carajos estabas? —le espetó sin preámbulos, su voz cargada de reproche.
Logan levantó la mirada, sorprendido por el tono con el que le hablaba. Su ceño se frunció aún más, como si estuviera luchando por contener una explosión de emociones que ya lo tenían al límite.
—¿Qué mierda? —respondió, su voz firme, pero cargada de cansancio—. ¿Y tú por qué carajos estás enojada?
—¿Por qué? ¿De verdad quieres saber? —soltó Astrid, cruzándose de brazos, mientras su mirada se clavaba en él como un desafío—. Perdí, Logan. Ni siquiera llegué a la final. ¿Y sabes qué es lo peor? Pensé que al menos tendría a mi novio apoyándome, animándome... pero, ¿dónde estabas?
Logan se pasó una mano por el cabello, un gesto que delataba su frustración creciente. Cerró los ojos un segundo antes de hablar, intentando calmarse.
—Joder, Astrid, lo siento de verdad. No estuve ahí y sé que estuvo mal, ¿vale? Pero no estoy de humor para discutir. Fui a ver cómo estaba Kenny, y me enteré de algo que... —hizo una pausa, sacudiendo la cabeza como si las palabras le pesaran—. Algo que me decepcionó bastante.
Astrid lo miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Dio un paso hacia él, invadiendo su espacio personal.
—¿Eso es todo? ¿En serio? —exclamó, su voz subiendo de tono—. ¡Ni siquiera puedes decirme qué fue! Siempre te guardas todo, Logan. Siempre tienes una excusa. Y mientras tú estás ahí lidiando con tu "mierda", yo estaba aquí, sola, tratando de dar lo mejor de mí, esperando que al menos te importara.
Logan abrió la boca para responder, pero se detuvo. Su mirada se endureció, y dio un paso hacia atrás, como si tratara de crear una barrera invisible entre ambos.
—Astrid, no voy a hacer esto ahora. No voy a discutir contigo.
—¡Pues claro que no! —gritó ella, acercándose más—. Siempre haces lo mismo. Cuando las cosas se complican, te cierras. Te escudas en tu mal humor y tus problemas, y mientras tanto, yo... yo soy la que termina pagando las consecuencias.
Logan apretó los puños, sus hombros tensándose.
—¡No es cierto! —rugió, su voz finalmente explotando—. ¿Sabes cuántas cosas tengo en la cabeza ahora mismo? ¿Cuántas veces he tenido que tragármelo todo porque no quiero cargarte con mis problemas? ¿Crees que no me importas? ¡Joder, Astrid, lo que menos quiero es fallarte, pero soy humano!
—¡Pues hoy lo hiciste! —gritó Astrid de vuelta, sus ojos llenos de lágrimas de furia—. ¡Fallaste, Logan! Y no estoy pidiéndote que seas perfecto, solo quería que estuvieras ahí. ¡Eso era todo lo que necesitaba!
Logan retrocedió un paso, respirando hondo, intentando calmarse. Pero Astrid no había terminado.
—¡Eres un egoísta, Logan! —continuó ella, sus palabras como golpes directos—. Siempre es "tu" carga, "tu" enojo, "tu" culpa. ¿Y yo? ¿Dónde quedo yo?
Antes de que pudiera detenerse, la ira de Astrid se materializó. Su mano se alzó, y golpeó el pecho de Logan con fuerza, empujándolo hacia atrás.
—¿Qué carajos haces? —Logan la miró incrédulo, frotándose el pecho donde el golpe había caído.
—¡Esto es lo que haces que sienta! —gritó Astrid, descargando otro golpe, esta vez en su brazo—. Me haces sentir inútil, invisible. Como si solo estuviera aquí para soportar todo lo que no sabes manejar.
Logan levantó las manos, no para devolver el golpe, sino para detenerla.
—¡Basta, Astrid! —rugió, atrapando su muñeca cuando intentó golpearlo de nuevo—. ¡Ya basta!
Ambos se quedaron inmóviles, respirando con dificultad, las emociones desbordándose como una tormenta imparable. Logan soltó su muñeca con cuidado, como si temiera romper algo más que físico.
El silencio entre ambos se alargó, pesado, roto solo por las respiraciones agitadas de Astrid y Logan. Ella seguía inmóvil, con las manos temblorosas y los ojos brillando de furia y tristeza. Logan, frotándose el pecho donde había recibido sus golpes, bajó la mirada. Se quedó en su lugar, luchando contra la marea de emociones que lo asfixiaban, pero al observar cómo las lágrimas de Astrid comenzaban a correr por su rostro, algo dentro de él cedió.
—Astrid... —su voz era apenas un susurro, quebrada y llena de arrepentimiento—. Tienes razón. Tienes toda la razón.
Ella levantó la cabeza, sorprendida por sus palabras, pero aún con el ceño fruncido, el dolor reflejado en su mirada. Logan avanzó un paso, con cautela, como si temiera que un movimiento en falso pudiera romperla por completo.
—Lo siento —su voz ahora sonaba más firme, pero no menos vulnerable—. Perdóname por no estar ahí para ti, por fallarte. Sé que cometí un error, pero nunca quise hacerte sentir sola.
Astrid lo miró fijamente, las palabras resonando en su interior. Sus manos seguían temblando, como si aún no pudiera procesar lo que acababa de pasar.
—¿Por qué siempre tienes que cerrarte, Logan? —preguntó, su voz quebrada, pero con menos ira que antes—. ¿Por qué no puedes dejarme estar ahí para ti, así como yo espero que tú estés para mí?
Logan tragó saliva, sintiendo cómo las palabras se atoraban en su garganta. Dio otro paso hacia ella y, esta vez, tomó sus manos con delicadeza.
—No sé por qué lo hago... —admitió, sus ojos buscando los de Astrid con una honestidad desarmante—. Pero lo que sí sé es que no quiero perderte por mi estupidez. Lo siento por no apoyarte, por hacerte sentir así. Eres lo más importante que tengo, Astrid, y juro que voy a hacer las cosas mejor.
Astrid lo miró, su expresión suavizándose poco a poco mientras las lágrimas seguían cayendo. Finalmente, dejó salir un largo suspiro, como si con él se deshiciera de parte del peso que cargaba.
—Yo tampoco debí reaccionar así —murmuró, bajando la mirada—. Me dejé llevar por mi enojo, y no tenía derecho a golpearte. Perdóname...
Logan negó con la cabeza y, sin pensarlo más, la envolvió en sus brazos, atrayéndola hacia él. Astrid se tensó al principio, sorprendida, pero luego se rindió al calor de su abrazo, dejando que su rostro descansara contra su pecho.
—Está bien —susurró Logan, acariciando su cabello con ternura—. Está bien, Astrid. Ambos nos equivocamos, pero no quiero que esto nos aleje. Te amo, y no quiero perderte por nada en el mundo.
Astrid cerró los ojos, dejando que las lágrimas fluyeran mientras se aferraba a él con fuerza.
—Yo también te amo, Logan —respondió, su voz amortiguada contra su pecho—. Solo quiero que confíes en mí, que podamos apoyarnos el uno al otro, pase lo que pase.
—Lo haré. Te lo prometo —Logan la besó suavemente en la frente, como un juramento silencioso.
El silencio que siguió no fue incómodo ni pesado, sino cálido y reconfortante. Se quedaron así, abrazados, dejando que el mundo a su alrededor se desvaneciera por un momento, reparando las heridas que las palabras y los actos habían dejado. Ambos sabían que aún quedaba mucho por trabajar, pero por ahora, el perdón era suficiente.
El gimnasio estaba envuelto en una tensión eléctrica. Todos estaban expectantes mientras Hawk y Jaeho se miraban desde sus posiciones en el centro del tatami. La intensidad en sus miradas no dejaba dudas: ninguno cedería fácilmente. Ambos eran guerreros, distintos en estilo pero iguales en determinación.
Jaeho flexionó los hombros, su postura relajada, casi burlona, contrastaba con la rigidez calculada de Hawk, cuyo mohicano rojo parecía vibrar con la misma energía que irradiaba su cuerpo. La atmósfera era densa, casi opresiva, pero ambos combatientes parecían alimentarse de ella.
La señal del árbitro marcó el inicio. Jaeho se movió primero, su patada alta cortando el aire como una guadaña. Hawk apenas logró esquivarla, inclinándose hacia atrás con la precisión de un resorte. No había margen para errores. Hawk reaccionó con una serie de golpes rápidos, buscando el punto débil en la defensa impecable de su oponente, pero Jaeho bloqueó con una fluidez que parecía casi insultante, su cuerpo girando con una elegancia que bordeaba la arrogancia.
Desde una esquina, Robby observaba en silencio, su mandíbula apretada. Trató de ignorar la chispa que veía entre ellos, esa conexión invisible que solo podía nacer entre dos oponentes que reconocen la valía del otro. Hawk y Jaeho no solo peleaban; estaban sincronizados en una danza de fuerza y precisión. Y a pesar de que Robby lo negaba, la idea de que Jaeho pudiera admirar a alguien más le calaba en lo más profundo.
Hawk lanzó una patada giratoria con toda la fuerza que pudo reunir. El impacto resonó cuando alcanzó el torso de Jaeho, obligándolo a retroceder un par de pasos. Pero Jaeho no vaciló. Se recompuso rápidamente, avanzando con una combinación de golpes que hicieron tambalear a Hawk. Un rodillazo al costado dejó al mohicano sin aire por un momento, pero no retrocedió.
El público rugía, los gritos indistinguibles entre los ánimos a cada contrincante. Jaeho sonrió, apenas un leve levantamiento de sus labios, un gesto que parecía desafiar a Hawk a intentarlo de nuevo. Hawk, con el ceño fruncido, respondió con una patada frontal que impactó de lleno en el pecho de Jaeho, enviándolo hacia atrás.
La intensidad subió otro nivel. Robby cruzó los brazos, tratando de concentrarse en la pelea, pero su mente volvía una y otra vez a las expresiones de Jaeho: ese brillo en sus ojos, la forma en que sus movimientos parecían tan naturales, como si estuviera jugando un juego que dominaba desde siempre.
Hawk tomó la delantera, lanzando golpes rápidos y certeros. Algunos encontraron su marca en el abdomen y los hombros de Jaeho, pero el coreano no cedió. En un giro magistral, atrapó el brazo de Hawk y lo llevó al suelo. La sala quedó en silencio.
Hawk, sin embargo, no se dejó intimidar. Aprovechó la posición para barrer las piernas de Jaeho, derribándolo con un impacto sordo. Los dos se levantaron casi al mismo tiempo, sus respiraciones rápidas, el sudor resbalando por sus frentes, pero ninguno bajó la guardia.
El intercambio final fue brutal. Cada golpe, cada patada era calculado, ejecutado con una precisión que dejaba sin aliento a los espectadores. Jaeho lanzó una patada giratoria que Hawk esquivó por un suspiro, y Hawk respondió con un codazo que dejó a Jaeho tambaleándose. Sin darle respiro, Hawk se impulsó y lanzó una patada voladora que impactó de lleno en el pecho de Jaeho, enviándolo al suelo con fuerza.
El árbitro levantó la mano.
—¡Punto! ¡Ganador: Hawk!
El gimnasio estalló en vítores, pero Hawk no celebró de inmediato. Miró a Jaeho, que seguía en el suelo, respirando con dificultad, pero con la misma sonrisa orgullosa de siempre. Hawk extendió la mano hacia él, y por un momento, la sala pareció contener el aliento.
Jaeho no tomó la mano, pero su mirada fue suficiente. Una promesa silenciosa de que esto no había terminado. Mientras Hawk se alejaba, Robby sintió un nudo en el estómago, una punzada de algo que no quería admitir.
La conexión entre ellos era innegable, y aunque trató de convencerse de que solo era una cuestión de rivalidad, sabía que había algo más. Algo que lo hacía desear estar en el lugar de Hawk, no solo en el combate, sino en los pensamientos de Jaeho.
El ambiente en el gimnasio era electrizante. La tensión se palpaba en el aire mientras los nombres de Logan y Hawk resonaban en los altavoces, anunciando la gran final. Ambos habían recorrido caminos distintos para llegar hasta este momento, y ahora el destino los ponía frente a frente, no como aliados, sino como rivales. La multitud rugía, dividida entre gritos de apoyo para cada luchador, mientras el presentador explicaba las reglas.
Logan subió a la colchoneta con una expresión de seguridad que apenas ocultaba la intensidad de las emociones que sentía. Su mirada se clavó en Hawk, recordando las batallas que habían librado juntos, pero también el resentimiento que aún pesaba en su pecho. Este no era solo un combate; era una oportunidad para demostrar su valía, para reclamar lo que le pertenecía y superar los fantasmas del pasado.
En la multitud, su abuela y su tía Nessa lo animaban con fervor, gritando su nombre como si quisieran llenar cada rincón del lugar con su apoyo. Pero fue el rostro de Astrid lo que realmente ancló su determinación. Ella estaba ahí, sonriéndole con orgullo, pese a las diferencias que habían tenido antes del torneo. Verla significaba que no podía permitirse fallar; su victoria sería para ella, para su familia, y para sí mismo.
Logan no perdió tiempo y lanzó el primer ataque, moviéndose con una agilidad impecable que descolocó a Hawk. Su golpe conectó de lleno, marcando el primer punto a su favor. La multitud vitoreó, y aunque Hawk pidió tiempo fuera, Logan se mantuvo firme, regresando con sus senseis, quienes lo felicitaron brevemente antes de recordarle que mantuviera la cabeza fría.
Cuando el combate se reanudó, Hawk salió al tatami con más determinación, buscando oportunidades para desequilibrar a Logan. Sin embargo, este no se dejó intimidar. Sus movimientos eran una mezcla de fuerza, técnica y una agresividad controlada que lo hacía imparable. Mientras esquivaba y bloqueaba los ataques de Hawk, las enseñanzas de Terry Silver resonaron en su mente: "Un hombre que no puede pararse, no puede pelear."
Aprovechando un descuido de Hawk, Logan realizó un barrido impecable, derribándolo al suelo. Sin dudarlo, lanzó una patada dirigida al torso de su oponente, pero Hawk logró bloquearla con el brazo, mostrando su resistencia. La pelea era reñida, y el público lo sabía; cada golpe, cada bloqueo y cada movimiento eran recibidos con exclamaciones de asombro y emoción.
Logan regresó con sus senseis mientras Hawk hacía lo mismo con Daniel. Logan notó que la parte superior de su gi estaba mal ajustada. Intentó acomodarlo, pero desistió rápidamente, quitándoselo con un movimiento despreocupado que dejó al descubierto su torso tatuado. Las luces del gimnasio reflejaron las marcas que ahora adornaban su piel, sorprendiendo a Daniel, que desde su esquina parecía escandalizado "¿Cuándo se hizo esos tatuajes? ¿Cómo se los permitieron?", pensó.
Logan no pudo evitar esbozar una sonrisa burlona al ver la expresión del sensei de Hawk. Girándose, le entregó su gi a Astrid, quien lo tomó con una mezcla de orgullo y diversión.
—¡Ese es mi novio, chicas! ¡No lo miren mucho! —gritó Astrid desde la primera fila, provocando una risa contenida en Logan.
Hawk, decidido a igualar el momento, se quitó también la parte superior de su uniforme, mostrando su propia constitución atlética, pero Logan no dejó que eso lo desconcentrara. Sabía que el combate aún no estaba ganado.
El árbitro dio la señal y ambos luchadores avanzaron con todo. Logan, implacable, volvió a escuchar las palabras de Silver en su mente: "Un hombre que no puede ver, no puede pelear." En un movimiento rápido, bloqueó un ataque de Hawk con el codo, impactando accidentalmente sobre los ojos de su oponente. Hawk se tambaleó, desorientado por el dolor, y Logan no perdió la oportunidad. Su puño encontró su objetivo, impactando en el torso de Hawk. El árbitro marcó el punto entre protestas de Daniel, pero Logan no se detuvo a celebrarlo; aún no había terminado.
Hawk, ahora desesperado, intentó un último ataque, buscando romper la defensa de Logan. Sin embargo, este estaba preparado. Con una rapidez casi sobrehumana, conectó un golpe directo al pecho de Hawk, dejándolo sin aliento. "Un hombre que no puede respirar, no puede pelear." Las palabras de Silver se hicieron realidad, y Hawk cayó al suelo, incapaz de continuar.
El árbitro levantó la mano de Logan.
—¡Ganador: Logan!
El gimnasio estalló en vítores. Los gritos de su abuela, su tía y Astrid se mezclaron con el rugido de la multitud. Logan levantó el trofeo con ambas manos, sus músculos aún tensos por el esfuerzo, pero con una sonrisa que lo decía todo. Había ganado. Todo su entrenamiento, su dolor y su lucha habían valido la pena.
Antes de que pudiera procesar completamente el momento, Astrid corrió hacia él, lanzándose a sus brazos. Logan la alzó sin esfuerzo, girándola mientras sus labios se encontraban en un beso lleno de emoción y orgullo.
—Sabía que lo harías —susurró ella contra su oído.
Logan cerró los ojos, sosteniéndola con fuerza. Había luchado no solo por la gloria, sino por las personas que amaba. Y en ese momento, con el trofeo en una mano y Astrid en la otra, sintió que todo era posible.
Logan: "Me golpeó durante una competencia de karate, frente a todos, encima quien se disculpó fui yo y aún así me quedé."
Ay, chicos yo quiero abrazar a Logan, me da una pena, ya hay que dejarlo ser feliz.
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