
09. i've watching you
' my boyfriend's pretty cool
but he's not as cool as me '
chapter nine : daylight
— ( ⚠️ : Capítulo extenso, y con escenas subidas de tono, no son muy detalladas, pero por las dudas. Recomendación de canciones: brooklyn baby, love song, lonely dancers.
El dojo estaba en silencio, salvo por el suave sonido de las respiraciones controladas y el eco de las voces ajenas. Logan y Astrid compartían espacio en una esquina, estirando antes de que el entrenamiento comenzara. Los músculos de Logan se flexionaban con precisión, mientras Astrid luchaba por mantenerse concentrada. No podía evitar mirar de reojo a Logan, quien, como siempre, parecía completamente ajeno a cualquier distracción externa. Kyler, al otro lado del lugar, no paraba de hablar sobre el baile escolar, un tema que a Logan no le interesaba en absoluto.
—Ese tipo no se calla nunca, ¿verdad? —murmuró Logan, rompiendo el silencio entre ambos.
Astrid soltó una risa suave, como si hubiese estado esperando que él comentara algo al respecto.
—Debe pensar que repetirlo mil veces lo hace más interesante —bromeó ella, mirándolo con complicidad.
Logan sonrió, aquella sonrisa discreta que lograba hacerla sentir especial, como si fuera la única persona en el mundo que él dejaba ver ese lado. Pero, de pronto, Astrid pareció ponerse seria, como si una idea la estuviera rondando desde hace rato. Sus manos comenzaron a moverse con nerviosismo, jugueteando con los extremos de su camiseta, hasta que finalmente se atrevió a hablar.
—Le conté a mi abuelo sobre nosotros... —dijo casi de golpe, deteniéndose un instante—. Si es que hay un nosotros.
Sus mejillas adquirieron un leve color carmesí, y Logan dejó de estirarse para mirarla de frente. Sus palabras lo tomaron por sorpresa, pero en lugar de confundirse, sonrió con ternura, sintiendo cómo su pecho se calentaba al verla tan nerviosa.
—Astrid, claro que lo hay —respondió, acercándose a ella con tranquilidad.
Antes de que pudiera reaccionar, Logan tomó suavemente una de sus manos, percibiendo cómo sus dedos se agitaban ligeramente. Con un gesto lleno de cariño, inclinó la cabeza y dejó un beso en su frente. Astrid cerró los ojos al sentir aquel contacto, y por primera vez en minutos, sus manos dejaron de moverse.
—Mi abuelo quiere que vayas a cenar esta noche... quiere conocerte fuera del dojo —dijo en voz baja, sin despegar la mirada del suelo—. Pero no te sientas obligado o algo así, es solo... importante para él.
—¿Esta noche? —Logan la observó con cuidado, como si evaluara cada palabra—. Estaré ahí. Quiero conocerlo. Y, aunque no prometo ser el mejor en cenas familiares, espero agradarle.
Astrid alzó la vista hacia él, sorprendida por lo fácil que le resultaba decir cosas que a ella le costaban tanto. Su sonrisa fue amplia, llena de alivio y algo más profundo: confianza. En un impulso, lo abrazó con fuerza, apoyando su cabeza en el pecho de Logan, hasta donde su altura le permitía. Él respondió al abrazo con naturalidad, como si aquel gesto fuera lo más normal del mundo entre ellos.
—Le agradarás —murmuró ella con convicción—. Tenlo por seguro. Ya me agradas a mí, así que tienes ventaja.
Logan rió bajo, sintiendo cómo las palabras de Astrid tenían un efecto genuino sobre él, algo que pocas personas lograban.
—Eso espero —respondió, mientras deslizaba una mano por su espalda, intentando reconfortarla.
Astrid pareció relajarse, pero la pausa no duró mucho. Se separó un poco, y de inmediato sus manos volvieron a moverse con inquietud.
—Y... —comenzó titubeante— me gustaría que después de la cena fuéramos al baile de la escuela.
Logan arqueó una ceja, divertido por la forma en que ella lo soltaba todo como si temiera que él fuera a rechazarla.
—¿Al baile? —repitió, como si intentara asegurarse de haber escuchado bien.
—Sí, al baile —confirmó ella con un ligero puchero, cruzándose de brazos como si quisiera protegerse de su reacción—. Sé que no te gustan esas cosas, pero creo que sería divertido si vas conmigo.
—Sería genial ir contigo, Astrid, pero hay un problema... —dijo Logan, encogiéndose ligeramente de hombros—. No tengo ropa para algo así.
Astrid lo miró con incredulidad por un segundo, y luego rodó los ojos, sonriendo como si aquello no fuera un inconveniente en absoluto.
—¿Y qué? —respondió con soltura—. ¿Tienes tiempo después del entrenamiento? Porque si es así, te voy a llevar de compras.
—¿De compras? —repitió Logan, esta vez con una mezcla de resignación y diversión.
—Sí. Confía en mí, Logan —dijo ella, tomando de nuevo sus manos y entrelazando sus dedos—. Te dejaré aún más guapo de lo que ya estás.
Logan soltó una carcajada baja y negó con la cabeza, sin poder evitarlo. Le gustaba la forma en que Astrid tomaba el control cuando algo le importaba.
—Está bien, está bien —cedió finalmente—. Tienes suerte de que no pueda decirte que no.
Astrid sonrió con satisfacción, sus ojos brillando con alegría. Pero antes de que pudieran continuar con su conversación, la voz firme y grave de Kreese interrumpió el momento.
—¡Fórmense! —ordenó, y el dojo entero pareció cobrar vida con el ruido de los movimientos rápidos de todos los estudiantes.
Astrid y Logan se miraron una última vez, como si compartieran un secreto silencioso. Sin decir nada más, ambos se apresuraron a ocupar su lugar, listos para el entrenamiento, aunque en sus mentes ya comenzaban a imaginar lo que les esperaba aquella noche.
Silver, la cena y el baile. Logan no podía evitar preguntarse si podría manejar todo eso sin meter la pata, pero al mirar de reojo a Astrid, quien aún sonreía ligeramente, sintió que valdría la pena intentarlo
El centro comercial resplandecía bajo una luz artificial que realzaba los escaparates de las tiendas, pero Logan apenas lo notaba. Caminaba al lado de Astrid, quien parecía disfrutar cada momento de su búsqueda. Con un entusiasmo contagioso, ella lo llevaba de tienda en tienda, decidida a encontrar el atuendo perfecto para el baile. Aunque Logan la seguía con aparente indiferencia, sus ojos brillaban con una chispa de diversión y algo más profundo cada vez que la miraba.
Astrid se detuvo frente a una vitrina que mostraba elegantes trajes para hombre y sonrió con confianza, jalándolo hacia el interior de la tienda. Sin darle tiempo a protestar, seleccionó una camisa de vino tinto con dos botones superiores desabrochados, un blazer negro ajustado que definía los hombros y el torso, un pantalón del mismo tono, y un cinturón de cuero negro que complementaba el conjunto.
—Aquí está. Entra y pruébatelo —ordenó, empujándolo con suavidad hacia el probador mientras le entregaba las prendas.
Logan alzó una ceja, observando la ropa en sus manos y luego a Astrid, quien cruzó los brazos con una sonrisa satisfecha.
—¿Y si no me queda bien? —preguntó, aunque su tono era más juguetón que serio.
Astrid le devolvió una mirada que mezclaba seguridad y ternura, esa combinación que siempre lograba desarmarlo.
—No me hagas reír, Logan. Podrías ponerte un saco de papas y aún te verías bien. Pero créeme, esto es mucho mejor.
Él dejó escapar una risa suave y desapareció detrás de la cortina del probador. Mientras se cambiaba, Astrid paseaba por la tienda, seleccionando accesorios y asegurándose de que todo fuera perfecto. Cuando Logan finalmente salió, ella alzó la vista, y por un momento, sus palabras quedaron atrapadas en su garganta.
La camisa vino tinto se ajustaba perfectamente a su torso, dejando entrever parte de su clavícula por los botones desabrochados, mientras que el blazer negro realzaba su porte. El pantalón ceñido y el cinturón de cuero completaban el conjunto con un aire de elegancia relajada que parecía hecho a su medida. Logan, consciente del efecto que estaba causando, sonrió con un destello de seguridad y giró ligeramente para mostrarle el conjunto completo.
—¿Entonces? —preguntó con un tono desenfadado, aunque sus ojos no se apartaban de los de Astrid.
Ella lo inspeccionó de cerca, alisándole la camisa con manos delicadas, como si quisiera asegurarse de que todo estuviera perfecto. Su expresión era crítica, pero la sonrisa que curvaba sus labios la traicionaba.
—Estás... perfecto —admitió finalmente, su voz más suave de lo habitual.
Logan arqueó una ceja, divertido.
—¿Perfecto, eh? Qué alivio. Pensé que me ibas a hacer probarme otras diez opciones.
Astrid soltó una risa ligera, pero su mirada seguía fija en él.
—No hace falta. Así estás increíble.
Tras pagar por el traje, comenzó el verdadero desafío: encontrar el vestido ideal para Astrid. La primera tienda estaba llena de opciones, pero ninguna parecía cumplir con sus expectativas. Mientras ella inspeccionaba los percheros con mirada crítica, Logan se recostó contra una pared, observándola con una mezcla de fascinación y adoración. Para él, Astrid se veía hermosa en cualquier cosa, pero sabía que ella era mucho más exigente consigo misma.
—¿Qué tal este? —preguntó ella, mostrando un vestido corto de color borgoña.
Logan asintió, seguro de que se vería espectacular, pero Astrid frunció el ceño.
—No es el indicado, aún no.
Con paciencia, Logan la siguió mientras ella continuaba probándose vestidos. El primero, negro con espalda descubierta, casi lo dejó sin aliento. El segundo, azul oscuro con pedrería, lo obligó a desviar la mirada para no quedarse observándola demasiado tiempo. Cada vez que Astrid salía del probador, Logan tenía que recordarse que estaban en público.
—¿Qué opinas de este? —preguntó ella con una sonrisa, girando lentamente para mostrarle cada detalle.
Logan se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos recorriéndola sin disimulo.
—Astrid, te ves hermosa en todos. Estoy empezando a pensar que no necesitas un vestido nuevo.
Ella rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonrojarse.
—Eres un caso perdido... pero gracias.
Finalmente, tras una larga búsqueda, Astrid salió del probador con un vestido que parecía hecho para ella. Era rojo oscuro, del mismo tono que la camisa de Logan, ceñido en la cintura y con un diseño elegante que acentuaba cada curva. El escote, discreto pero sensual, añadía un toque perfecto. Astrid se detuvo frente a Logan, un leve nerviosismo reflejado en sus ojos por primera vez.
—¿Qué tal este? —preguntó con voz baja.
Logan la miró con tanta intensidad que ella tuvo que aclararse la garganta para sacarlo de su trance. Se levantó del asiento y caminó hacia ella con pasos decididos, deteniéndose justo a un paso de distancia.
—Es perfecto. Te ves... increíble.
El rubor en las mejillas de Astrid se profundizó, pero antes de que pudiera responder, Logan tomó su mano y la guió con suavidad de regreso al probador. Ella lo miró, desconcertada.
—¿Qué estás haciendo?
Él echó un vistazo rápido alrededor, asegurándose de que nadie los viera, y luego cerró la cortina tras ellos.
—Confirmando lo increíble que te ves —susurró antes de rodearla con los brazos y levantarla con facilidad, haciendo que entrelazara las piernas alrededor de su cintura.
El beso que siguió fue intenso, una mezcla de urgencia y pasión contenida. Logan la sostenía con firmeza, mientras sus labios exploraban los de ella con determinación. Astrid deslizó sus manos por el cabello de Logan, devolviéndole el beso con la misma intensidad.
—Logan... —susurró ella, tratando de contener una sonrisa entre beso y beso.
Las manos de Logan se movieron hacia su cintura, apretándola ligeramente, pero antes de que las cosas fueran más allá, ambos escucharon pasos acercándose. Se congelaron, mirándose con respiraciones entrecortadas.
—Supongo que deberíamos calmarnos, ¿no? —bromeó él en voz baja, sin soltarla todavía.
Astrid se apartó primero, su rostro encendido y una sonrisa divertida en los labios.
—Eres un idiota... pero sí, deberíamos calmarnos.
Con cuidado, Logan la bajó al suelo, asegurándose de que estuviera bien acomodada antes de apartarse. Ambos se miraron, aún con los labios hinchados y las mejillas ruborizadas.
—No me arrepiento de nada.
Ambos salieron del probador como si nada hubiera pasado, pero la chispa entre ellos era imposible de ocultar. Logan la observó pagar el vestido con una sonrisa satisfecha en el rostro.
—Definitivamente, este es el vestido.
Astrid rodó los ojos, aunque su sonrisa delataba su propia satisfacción.
—¿Y lo dudabas?
Caminaron juntos por el centro comercial, con la complicidad y el magnetismo de dos personas que sabían que no podían apartarse el uno del otro.
La casa de los LaRusso estaba llena de vida, con un bullicio que recorría cada rincón del lugar. La familia Díaz, junto con Lucille, Louie y Vanessa, estaban reunidos en la sala, riendo y compartiendo historias mientras Vanessa, cámara en mano, inmortalizaba el momento. Sin embargo, bajo esa aparente calidez, existía una tensión que flotaba en el aire, apenas perceptible para quienes no conocían los secretos de la familia.
—¡Okay, momento de juntar a los LaRusso! ¡Anthony, Logan! —llamó Vanessa con entusiasmo mientras ajustaba el lente de su cámara, preparada para capturar la foto familiar perfecta.
Amanda, quien estaba sirviendo café en la cocina, levantó la vista con una expresión de incomodidad.
—Logan no está, Vanessa. Y Anthony... no es necesario que baje.
Vanessa frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué no? Vamos, es solo una foto.
Antes de que Amanda pudiera responder, Anthony apareció en lo alto de las escaleras, bajando lentamente con una expresión resignada.
—¿No debería quedarme en mi cuarto el resto de mi vida? —preguntó con sarcasmo, aunque su tono tenía un dejo de amargura.
Lucille, quien estaba acomodada en un sillón, miró a Daniel con una mezcla de preocupación y autoridad.
—¿Dónde está mi niño Loggie? —cuestionó con cariño, aunque su voz estaba cargada de inquietud.
Daniel se tensó visiblemente, tratando de mantener una expresión neutral.
—Debe estar en el dojo, entrenando. No debe tardar en regresar —respondió rápidamente, como si quisiera evitar más preguntas.
Miguel, que estaba sentado junto a Sam, levantó la vista, confundido por la respuesta de Daniel.
—¿No se había ido de la casa? —preguntó con la inocencia de quien no sabía que acababa de encender una chispa peligrosa.
El latino apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Sam le diera un codazo en las costillas, lanzándole una mirada de advertencia. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Un silencio pesado cayó sobre la sala, y todas las miradas se dirigieron a Daniel y Amanda, quienes parecían haberse congelado en su lugar.
Lucille fue la primera en romper el silencio, su tono incrédulo y cargado de reproche.
—¿Cómo permitieron que se fuera de la casa? —preguntó, casi gritando—. ¡Es solo un niño! ¿Al menos saben si no está pasando hambre? ¿Dónde está durmiendo? Mi pobre niño...
—Mamá, por favor, esto no es el momento —respondió Daniel, intentando mantener la compostura, pero su incomodidad era evidente.
—¿No es el momento? —intervino Louie, cruzándose de brazos mientras miraba a su primo con desaprobación—. Tal vez deberías empezar a explicarte, primo, porque esto suena muy mal.
Amanda suspiró, colocando las manos sobre la mesa para intentar calmar el ambiente.
—Logan tomó esa decisión después de... algunos problemas. Pero hemos hablado con él desde entonces. Está bien.
—¿Está bien? —repitió Lucille, su voz subiendo una octava mientras se inclinaba hacia adelante en su asiento—. ¿Cómo puedes decir que está bien si ni siquiera está aquí con su familia? Daniel, Amanda, ¿qué clase de padres permiten que un adolescente se vaya de casa?
—¡No es tan simple, mamá! —explotó Daniel, su voz más fuerte de lo que pretendía. Todos en la sala se quedaron en silencio, sorprendidos por su reacción.
—¿No es simple? —respondió Lucille, ahora de pie y enfrentando a su hijo—. Logan es un niño, Daniel. Necesita a su familia, no estar quién sabe dónde.
—Está entrenando. Está... enfocado en sus metas —dijo Amanda, intentando suavizar la situación. Pero incluso ella parecía no estar del todo convencida.
—¿Entrenando con quién? —preguntó Vanessa, su mirada se fija en Daniel, quien parecía tan incómodo como todos los demás. La pregunta quedó en el aire, sin respuesta.
Finalmente, Lucille suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Esto no está bien. Logan debería estar aquí, con su familia. No importa lo que haya pasado, ustedes son sus padres. Es su responsabilidad.
Daniel miró a Amanda, como buscando apoyo, pero ella desvió la mirada, incapaz de responder. Logan había tomado la decisión de irse, sí, pero en el fondo ambos sabían que algo había fallado en su relación con él, y esa culpa pesaba sobre ellos como una carga que no podían compartir.
Mientras posaban para la foto familiar, la tensión seguía palpable, como un recordatorio de que, a pesar de las sonrisas forzadas y las palabras de consuelo, algo en la familia LaRusso estaba roto. Y Logan, aunque ausente, era el epicentro de todo.
La cena en casa de los Silver transcurría con una elegancia abrumadora. Los candelabros iluminaban los oscuros muebles de caoba, mientras las paredes parecían susurrar historias de riqueza y poder. Logan, sentado frente a Terry Silver, sentía el peso del ambiente, pero su postura permanecía firme, incluso después de haber recordado su derrota ante Jaeho.
—Perder no es un fracaso, Logan —dijo Silver con voz tranquila, cortando con precisión su filete—. Es una oportunidad para crecer.
Logan asintió lentamente, sin levantar la vista del plato.
—Lo sé, señor Silver, pero no puedo evitar sentir que lo decepcioné. Kreese ha invertido tiempo en mí, y todavía no estoy al nivel que debería.
Astrid, sentada al lado de Logan, le dirigió una mirada de advertencia a su abuelo.
—Abuelo, Logan ya es increíble. Jaeho solo es... —Se detuvo, buscando la palabra adecuada.
—Un obstáculo más —terminó Silver, su mirada fija en Logan. Dejó el cuchillo sobre el plato con un gesto calculado y continuó—. No necesitas disculparte, chico. Si crees que no estás al nivel, trabajaremos en ello.
Logan levantó la cabeza con una mezcla de sorpresa y determinación.
—¿Usted me ayudaría?
Silver sonrió, pero no era una sonrisa cualquiera; era una que transmitía promesas y expectativas.
—Por supuesto. Pero recuerda, Logan, no hago esto por bondad. Lo hago porque veo potencial en ti. Y cuando veo potencial, lo desarrollo hasta que alcance la perfección.
El ambiente pareció relajarse un poco cuando los sirvientes trajeron el postre, pero el siguiente comentario de Silver volvió a tensar el aire.
—Astrid me contó que ya no vives con tu familia.
Logan tragó saliva, dejando la cuchara a un lado.
—Así es. Me fui porque ya no podía soportar cómo eran las cosas en casa. No me entendían... y no lo intentaban.
Silver lo observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Finalmente, asintió, mostrando algo que casi parecía compasión.
—Entiendo lo que es sentir que no hay un lugar para uno. A veces, el camino más difícil es el que uno elige solo. Si necesitas apoyo, Logan, puedes contar conmigo.
Astrid apretó la mano de Logan bajo la mesa, como si quisiera transmitirle su apoyo. Él le devolvió un leve apretón y esbozó una pequeña sonrisa, agradecido por la intervención implícita de ella.
El resto de la cena transcurrió sin incidentes. Silver continuó haciendo preguntas sobre el karate, sus metas y su entrenamiento, dejando claro que estaba evaluándolo en todo momento. Sin embargo, para cuando se levantaron de la mesa, Logan sintió que había superado una prueba importante.
—Fue un placer tenerte aquí esta noche, Logan —dijo Silver al despedirlos en la puerta—. Espero que recuerdes lo que te he dicho. Y cuida bien de mi nieta.
—Gracias, señor Silver. Haré mi mejor esfuerzo.
En el auto, Logan finalmente permitió que toda la tensión de la noche se evaporara con un largo suspiro. Astrid, al volante, lo miró de reojo y sonrió.
—Lo hiciste increíble.
—¿Tú crees? Porque sentí que me estaba sometiendo a una entrevista de trabajo durante toda la cena.
Astrid rió, pero su tono fue tierno.
—Créeme, Logan, le gustaste. Mi abuelo no es de ofrecer ayuda a cualquiera.
—Lo sé. Y se lo agradezco, pero... —Logan hizo una pausa, mirando por la ventana mientras las luces de la calle parpadeaban—. Fue más difícil hablar de mi familia que de Jaeho.
Astrid tomó su mano mientras detenía el auto frente al gimnasio de la escuela.
—Lo que importa es que ahora no estás solo. Él está dispuesto a ayudarte, y yo también.
Dentro del gimnasio, la música vibraba en el aire, y las luces bailaban en colores vivos. Astrid lo llevó directamente a la pista de baile, dejando atrás el peso de la cena. Por primera vez en toda la noche, Logan se permitió sonreír de verdad.
—¿Sabes algo? —dijo mientras giraban juntos al ritmo de la música—. Creo que la cena fue un éxito. Pero estoy seguro de algo más.
—¿Qué cosa? —preguntó Astrid con una ceja alzada.
Logan la miró, sus ojos brillando con una mezcla de cariño y alivio.
—Que no importa cuántas veces pierda o tropiece. Tenerte a mi lado hace que todo valga la pena.
Astrid sonrió y, sin decir una palabra, lo jaló hacia un beso, ignorando por completo a las parejas que los rodeaban. Logan cerró los ojos, dejando que el calor de ese momento lo llenara. Esta noche no solo había ganado la aprobación de Terry Silver, sino algo mucho más importante: la certeza de que no estaba solo.
Todos los presentes parecieron contener la respiración. Era como si una bomba acabara de activarse, dejando a todos atrapados en un campo minado emocional. En un rincón, Sam y Miguel intercambiaron miradas incómodas; al lado opuesto, Jaeho clavó los ojos en ellos, su postura rígida, los puños apretados con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.
Pero Jaeho no miraba a Tory. Era Robby quien atrapaba toda su atención. Y ese brazo que ella sostenía, ese lugar que Jaeho había imaginado mil veces como suyo, lo hacía arder por dentro. Una sensación extraña se le enredaba en el pecho, un nudo que reconocía pero se negaba a aceptar. Porque sabía que no se trataba solo de envidia. Era amor, ese amor que siempre trató de ocultar pero que ahora le explotaba en la cara.
Y Robby... Robby seguramente lo sabía. Siempre lo había sabido. Había algo en la forma en que lo miraba a veces, en esas sonrisas que parecían durar un segundo más de lo necesario, que lo delataban. Pero ahora, allí estaba él, con Tory a su lado, dándole lo que Jaeho nunca se había atrevido a reclamar.
El nudo en la garganta de Jaeho era insoportable. Las lágrimas querían salir, pero se negó a dejarlas caer. En lugar de eso, apretó más los puños y miró al suelo, como si eso pudiera apagar el incendio que le consumía por dentro.
Mientras tanto, Logan estaba inmóvil junto a Astrid. Su mirada también estaba fija en Robby y Tory, pero no con la misma intensidad de Jaeho. No podía explicar lo que sentía. ¿Le dolía verlos juntos? Sí, pero no sabía si era por celos o por la culpa que llevaba arrastrando desde que perdió a Tory. Si no la hubiera cagado, pensó, tal vez él estaría en ese lugar, sosteniendo su brazo, sintiéndose digno de estar junto a ella.
—¿Estás bien? —preguntó Astrid en voz baja, pero su tono tenía un filo que Logan no podía ignorar.
Logan giró hacia ella, y lo primero que vio fue el nudo en su garganta, el brillo en sus ojos que trataba de ocultar. Se sintió como un completo idiota.
—Astrid... lo siento, de verdad —murmuró. No estaba seguro de por qué se disculpaba exactamente, pero lo hacía desde el fondo de su corazón—. Es solo que... todo es tan reciente, y no sé qué sentir.
Astrid mantuvo su mirada fija en él, sin pestañear.
—¿Qué sientes por mí, Logan? —preguntó al fin. Su tono no era acusador, pero había una vulnerabilidad ahí, una necesidad de saber que lo que compartían no estaba teñido por fantasmas del pasado.
Logan tragó saliva, sintiendo que cada persona en la sala desaparecía por un momento, excepto ellos dos. La pregunta le perforó el pecho, obligándolo a enfrentarse a sus propios sentimientos.
Cerró los ojos por un segundo, y su mente lo arrastró de vuelta a Tory. Siempre había sido así con ella: tormentoso, caótico, como una media noche lluviosa. Amarla era como intentar contener una tormenta con las manos desnudas, y por más que se entregara a ese amor, siempre terminaba empapado, desgastado, sin saber si estaba feliz o destruido. La intensidad entre ellos era hermosa, pero también agotadora. Era un amor que lo hacía sentir vivo y al mismo tiempo lo consumía, como una llama que no dejaba de arder pero que siempre quemaba un poco más de lo que podía soportar.
Sin embargo, Astrid... Astrid era diferente. Ella era un atardecer. Un respiro después de un día largo y agotador. Con ella, no había caos ni tormentas; solo calma. Ella silenciaba el ruido en su cabeza, llenaba sus días de soledad con una paz que nunca había sentido. Lo que tenía con Astrid no era una chispa abrasadora que amenazaba con destruirlo, era una llama constante, una luz cálida que iluminaba su vida de maneras que no sabía que necesitaba.
Finalmente, abrió los ojos y la miró.
—Astrid... contigo, todo se siente más fácil —admitió, su voz quebrándose un poco—. Como un atardecer después de un día largo. Cuando estás cerca, el mundo deja de girar tan rápido. El ruido... desaparece.
Ella lo observó en silencio, esperando más, necesitando más. Logan tragó saliva.
—Con Tory era diferente. Era como una media noche lluviosa, llena de emoción y caos. Nunca sabía si terminaba feliz o destruido. Pero contigo... contigo encuentro paz.
Astrid bajó la mirada, tratando de procesar sus palabras, mientras el nudo en su pecho parecía hacerse más grande. Logan tocó su mano, tratando de conectar con ella, de transmitirle lo que su voz no podía.
Mientras tanto, el ambiente seguía siendo un campo minado. Cada movimiento, cada mirada contenía algo que nadie se atrevía a decir. Jaeho seguía de pie, clavando las uñas en sus palmas para no mirar a Robby ni a Tory, y sin embargo, no podía dejar de hacerlo. Sam y Miguel intercambiaban susurros tensos, ajenos al torbellino emocional que se desataba a su alrededor.
Logan soltó un suspiro. Aunque una parte de él sabía que siempre llevaría la huella de Tory, también entendía que Astrid era quien le daba algo que nunca había tenido antes: tranquilidad. Y, por primera vez, se dio cuenta de que eso era lo que necesitaba.
La pista de baile era un campo minado de emociones. Tres parejas se movían al ritmo de la música, pero la atención de todos gravitaba inevitablemente hacia Robby y Tory. Su sincronía era impecable, como si cada paso estuviera coreografiado por algo más que simple química. Era imposible no mirarlos.
Logan, sin embargo, hizo un esfuerzo por mantenerse presente. La tensión seguía latiendo en su pecho, pero el calor de la mano de Astrid sobre la suya lo anclaba a la realidad.
—Parece que están dando un buen show —dijo Astrid con una sonrisa ladeada, su tono ligero tratando de romper el hielo—. Pero nosotros podemos hacerlo mejor.
Astrid tiraba de él hacia el centro, su sonrisa era una invitación a dejarlo todo atrás. Cuando Brooklyn baby comenzó a sonar, la atmósfera cambió. El ritmo era contagioso, desenfadado y perfecto para ellos.
—Vamos, Logan, olvida todo —dijo Astrid con una chispa en los ojos mientras entrelazaba sus manos.
Logan la miró, sorprendido por lo fácil que era dejarse llevar con ella. Había algo en Astrid, en la manera en que lo miraba como si él fuera lo único que importaba en ese momento, que hizo que todo lo demás desapareciera: las miradas de Tory, la incomodidad de Robby, incluso las cicatrices que aún no se cerraban.
Con cada movimiento, se sincronizaban como si hubieran estado bailando juntos toda la vida. Astrid giraba con naturalidad, riendo bajo la luz tenue, y Logan la seguía, sus manos firmes en su cintura, guiándola con soltura. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió ligero, libre de la carga que había llevado durante tanto tiempo.
—They say i'm too young to love you, they say i'm too dumb to see—cantó Astrid con una sonrisa, alzando una ceja mientras giraba de nuevo.
Logan soltó una risa baja, una que no había escuchado de sí mismo en mucho tiempo. Ella se dejó caer ligeramente hacia él en uno de los movimientos más suaves de la canción.
Desde fuera, parecían flotar. Sus pasos no eran ensayados ni perfectos, pero había algo en ellos que era genuino, una conexión que no necesitaba gritos ni un exceso de atención para brillar. Eran solo ellos, riendo, compartiendo miradas que lo decían todo sin necesidad de palabras. Logan no sentía que estuviera compitiendo; sentía que finalmente estaba viviendo.
Las miradas en la sala empezaron a desviarse hacia ellos. Aunque Robby y Tory continuaban con su baile impecable, calculado y lleno de química, algo en el baile de Logan y Astrid capturaba el momento. Había autenticidad en su sincronía, una naturalidad que hacía que todo lo demás pareciera forzado.
Incluso Tory notó la diferencia. Mientras intentaba concentrarse en sus propios pasos, sus ojos volvieron a Logan, y la imagen la atravesó como una espina: él no solo estaba bailando con Astrid, estaba disfrutándolo. De verdad. Era como si ella ya no existiera en ese mundo que él había construido en la pista.
Robby, por su parte, también lo notó, aunque no quiso darle demasiada importancia. Sus pensamientos seguían en Jaeho, en esa incomodidad que no podía sacudirse al verlo hablar tan cerca de alguien más.
—Te dije que podíamos hacerlo mejor —dijo Astrid, cuando la canción empezaba a decaer, su voz apenas audible entre los últimos acordes.
Logan asintió, mirándola como si nunca la hubiera visto realmente hasta ese instante.
—No me lo esperaba —respondió él, y su sonrisa fue sincera, cargada de algo que llevaba tiempo sin sentir. Paz.
La música se detuvo, y por un momento, solo quedó el silencio en su cabeza. Un silencio bueno, calmado, como si Astrid realmente hubiera logrado apagar el ruido que siempre lo perseguía.
En ese instante, Logan lo supo: con Astrid, no necesitaba ganar la atención de nadie. Con ella, simplemente existía, y eso era suficiente.
La casa de Mantaraya estaba en su máximo esplendor, un festival de luces de neón y música ensordecedora que hacía vibrar las paredes y a los asistentes. El ambiente olía a cloro de la piscina mezclado con alcohol barato y perfumes caros, creando una atmósfera intensa que no dejaba indiferente a nadie. Sin embargo, para Logan, nada de eso importaba.
Su atención estaba completamente en Astrid, sentada sobre su regazo, sus dedos jugando distraídamente con el borde de su camisa. Ella reía con suavidad mientras hablaban, y cada sonrisa que le dedicaba hacía que Logan olvidara los nervios que había sentido durante la cena en casa de Terry Silver. Todo parecía más fácil cuando ella estaba cerca.
—¿Sabes? Creo que alguien está a punto de hacer un espectáculo —dijo Astrid de repente, inclinándose ligeramente hacia la puerta del patio.
Logan alzó la mirada, frunciendo el ceño al escuchar voces familiares que subían de tono. Con un suspiro, apartó la vista de Astrid y observó la escena: Sam y Tory estaban cara a cara, rodeadas por un círculo de curiosos que olían el conflicto como lobos hambrientos.
—Otra vez... —murmuró Logan, llevándose una mano a la frente.
Astrid, divertida, se puso de pie, sacudiendo ligeramente su vestido.
—Esto va a estar bueno. Vamos, no te lo pierdas.
Él la siguió hasta el umbral de la puerta, apoyándose contra el marco mientras analizaba el intercambio. Sam estaba rígida, su rostro enrojecido, y sus manos apretaban los puños con tanta fuerza que parecía que iba a explotar en cualquier momento. Tory, por otro lado, sonreía con esa arrogancia tan característica, como si estuviera disfrutando cada segundo del enfrentamiento.
El aire parecía cargado de electricidad, y la multitud contenía la respiración. Un empujón torpe de Sam rompió el silencio, haciendo que Tory retrocediera un paso. Por un segundo, Logan pensó que la pelea podía detenerse ahí, pero sabía que Tory nunca dejaba pasar una provocación.
Tory reaccionó con rapidez, devolviendo el empujón con más fuerza, haciendo que Sam tropezara hacia atrás. Miguel apareció de la nada, interponiéndose entre ambas.
—¡Sam, ya basta! —gritó, sujetándola por los hombros.
—¡No me digas qué hacer, Miguel! —respondió ella, sacudiéndose. Sus ojos ardían de rabia mientras apuntaba un dedo hacia Tory—. ¡No voy a seguir soportándola!
Tory, estaba detrás de Sam lista para golpear, pero Miguel se interpuso, ambos cayeron al suelo, forcejeando mientras la multitud gritaba. Robby intervino, jalando a Miguel por el brazo, y empujándolo lejos de Tory.
—¿Qué demonios haces? —espetó Robby, pero Miguel no respondió. En lugar de eso, se abalanzó sobre él, y los dos comenzaron a intercambiar golpes. Sam se puso entre ellos, y detuvo el puño de Robby—
Tory aprovechó el caos para hacerle un barrido a Sam, derribándola al agua con un gran chapoteo. La multitud soltó una carcajada ahogada, y Tory se giró justo a tiempo para ver cómo Miguel empujaba a Robby hacia atrás. Este perdió el equilibrio, tropezando, y en un intento de estabilizarse, terminó empujando a Tory con él.
Ambos cayeron a la piscina, y el público estalló en carcajadas y gritos. Tory emergió con el cabello empapado y una sonrisa que desafiaba todo.
—Supongo que me tocaba un baño —dijo, burlona, mientras estiraba una mano hacia Robby—. ¿Me ayudas?
Robby extendió la mano sin pensarlo demasiado, pero Tory lo jaló con fuerza, tirándolo de nuevo al agua. Esta vez, no pudo evitar reírse.
—¡Estás loca! —dijo él, escupiendo agua, pero había una chispa de diversión en sus ojos.
—Un poco, tal vez. Pero tú no estás tan cuerdo tampoco —respondió Tory, acercándose más a él. Sus miradas se encontraron por un segundo, y el caos alrededor pareció desvanecerse. Había algo en la forma en que lo miraba, algo que hablaba de dolor, pero también de comprensión.
Mientras tanto, Logan observaba todo con una mezcla de diversión y exasperación.
—Esto es ridículo —murmuró, girándose hacia Astrid—. ¿Sabes qué sería más ridículo?
—¿Qué? —preguntó ella, aún riendo.
Antes de que pudiera reaccionar, Logan la cargó en brazos y corrió hacia la piscina.
—¡Logan, no te atrevas! ¡No sé nadar! —gritó, forcejeando en el aire, pero era demasiado tarde.
Ambos cayeron al agua, y Astrid emergió segundos después, lanzándole una mirada furiosa mientras pataleaba.
—¡Eres un idiota!
—Un idiota que te ama —Logan se acercó a ella, rodeándola con un brazo para sostenerla. Astrid no pudo evitar reírse, aferrándose a él mientras el agua fría calmaba el calor del momento.
La fiesta continuó con risas y bromas, mientras todos los involucrados, mojados y agotados, decidían que tal vez era momento de dejar atrás el drama, al menos por esa noche. En un rincón más alejado, Jaeho observaba en silencio, bebiendo de una botella mientras su mirada se clavaba en Robby y Tory. Había algo en la forma en que se miraban que lo hacía apretar los dientes.
—Imbecil —murmuró, llevándose la botella a los labios. El sabor amargo del alcohol no era nada comparado con el que sentía en su pecho.
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. Oh, be my once in a lifetime
lying on your chest, in my party dress.
Logan siguió a Astrid hasta la segunda planta, con el eco de sus pasos llenando el aire entre ellos. Su respiración era irregular, y cada paso parecía acercarlo a algo inevitable, algo que podía sentir ardiendo bajo su piel. Cuando Astrid empujó la puerta de la habitación, el olor a madera vieja y a perfume, ese perfume que ahora asociaba con ella, lo golpeó como un recordatorio de su proximidad.
—¿Puedes ayudarme? —preguntó Astrid, girándose hacia él. Sus dedos recogieron su cabello hacia un lado, dejando al descubierto su cuello. La invitación en su gesto no podía ser más clara, pero su voz tenía un matiz suave, como si supiera exactamente lo que provocaba en él.
Logan tragó con dificultad, sus manos levantándose lentamente hacia el cierre del vestido. Cuando sus dedos tocaron la tela, también rozaron la calidez de su espalda. Bajó el cierre con cuidado, el sonido metálico resonando en el silencio, mientras sus ojos seguían la línea de su piel descubierta, como si trazaran un mapa que no quería dejar de explorar.
El aire entre ellos se volvió denso, cargado de un deseo palpable que ambos podían sentir. Cuando el vestido se deslizó por sus hombros, Logan contuvo el aliento. La prenda cayó al suelo en un suave susurro, dejando a Astrid de pie frente a él, vulnerable y provocadora al mismo tiempo. No apartó la mirada, no podía, sus ojos se movían por ella con un hambre que no intentaba disimular.
—¿Qué estás esperando? —susurró Astrid, su voz era baja, pero cada palabra era como una chispa sobre él.
Logan no respondió. En lugar de eso, dio un paso hacia ella, cerrando el espacio entre ambos en un movimiento que se sentía tan natural como respirar. Sus manos se posaron en su cintura, apenas tocándola al principio, pero al sentir cómo su piel reaccionaba bajo sus dedos, la atrajo hacia sí, su boca buscando la de ella en un beso que fue todo menos tímido.
Astrid respondió con la misma intensidad, sus manos subiendo por su pecho, agarrando su camisa con una fuerza que lo hizo retroceder apenas, tambaleándose hacia la cama. Él la inclinó con cuidado, aunque la urgencia estaba en cada uno de sus movimientos. Cuando ella quedó sobre las sábanas, su mirada encontró la de él, oscura, retadora, y Logan sintió que su control se desmoronaba.
Se colocó sobre ella, atrapando sus muñecas contra el colchón, sus dedos firmes pero cuidadosos. El ritmo acelerado de sus respiraciones se mezclaba en el aire; la habitación parecía haberse reducido a ese momento, a ellos dos. Astrid se arqueó bajo su cuerpo, sus labios rozando los de él en un roce apenas perceptible que lo encendió aún más.
El resto se volvió un borrón de sensaciones. El calor de sus cuerpos, el murmullo de palabras ininteligibles que compartían en la penumbra, y el tiempo que parecía diluirse mientras sus límites se desdibujaban. La noche los envolvió, y cuando todo quedó en silencio, solo quedaba la certeza de que, en esa habitación, habían cruzado una línea que no podrían desandar.
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. We're lonely dancers, baby,
dance with me so we don't cry.
El rugido del motor del auto que Terry Silver les había prestado rompía el silencio de la noche. Robby conducía, su risa resonando en el pequeño espacio del vehículo mientras relataba cómo había dejado sin palabras a Miguel en un comentario ingenioso durante la fiesta. Tory, sentada a su lado, se reía también, recordando el caos y las pequeñas victorias que habían compartido esa noche. Era raro encontrar un momento así, uno donde podían relajarse y sentirse libres de las cadenas que los ataban a sus problemas.
Pero conforme avanzaban las calles iluminadas por las farolas, la conversación comenzó a decaer. Una sombra cruzó el rostro de Robby mientras giraba el volante, y Tory, quien había estado viendo las luces pasar por la ventana, también se quedó en silencio. El ambiente, que había estado lleno de energía, se tornó introspectivo.
Tory dejó escapar un suspiro largo, el tipo de suspiro que llevaba consigo más de lo que las palabras podían explicar. A su lado, Robby soltó uno parecido, como si estuvieran sincronizados. Sus miradas se cruzaron al instante, y en ese momento no necesitaban hablar para entender lo que sucedía.
Logan. Jaeho. Los nombres se formaron en sus mentes como un eco doloroso. Ambos sabían lo que significaban para cada uno, las emociones mezcladas de rabia, deseo y confusión que giraban alrededor de esos nombres.
—¿Por qué seguimos haciendo esto? —murmuró Tory, rompiendo el silencio. Su voz estaba cargada de una vulnerabilidad que no solía mostrar.
—Porque somos humanos —respondió Robby suavemente, sus ojos buscando los de ella. Había una empatía sincera en su mirada, un entendimiento mutuo que los acercaba.
Sin pensarlo, Tory se inclinó hacia él, su rostro a pocos centímetros del suyo. Robby no retrocedió. El peso de todo lo no dicho, de todo lo sentido y reprimido, los empujó el uno hacia el otro. Cuando sus labios se encontraron, fue lento al principio, lleno de dudas y preguntas. Pero rápidamente, el beso se volvió más intenso, como si intentaran borrar con él todo lo que los atormentaba.
Sin romper el contacto, Tory se movió hasta sentarse en el regazo de Robby. Sus manos se aferraron a su cuello mientras las de él la rodeaban por la cintura, atrayéndola más cerca. El calor entre ellos aumentaba, pero no era solo físico; había una urgencia emocional detrás de cada movimiento, como si ambos intentaran llenar un vacío que ni siquiera sabían que compartían.
La intensidad del momento se sentía como un alivio y una tormenta al mismo tiempo. Era la forma en que ambos decidieron perderse, aunque fuera por un instante, en alguien que entendiera el caos que llevaban dentro.
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. Because love can burn you like a cigarette and leave you with nothin
El cuarto estaba en penumbra, iluminado solo por la tenue luz que se filtraba a través de las cortinas. Logan descansaba sobre el pecho de Astrid, su respiración tranquila sincronizándose con la de ella. La habitación estaba impregnada de un calor íntimo, pero todo se quebró cuando la puerta se abrió de golpe.
Una figura tambaleante cruzó el umbral, dirigiéndose al baño con pasos vacilantes. Un sonido inconfundible, un retumbar húmedo, llenó el espacio. Logan frunció el ceño, cuidando de no despertar a Astrid mientras se deslizó fuera de la cama. Tomó sus bóxers del suelo, se los puso y se dirigió hacia la fuente del ruido.
En el baño, Jaeho estaba arrodillado frente al inodoro, jadeando entre arcadas. Su piel estaba pálida, el cabello desordenado y empapado de sudor. Logan lo observó en silencio, dejando que el momento siguiera su curso hasta que el ruido cesó.
—¿Cuánto bebiste? —preguntó Logan al fin, su voz entre seria y burlona.
Jaeho se sobresaltó, girándose para encontrar a Logan apoyado en el marco de la puerta. Su mirada recorrió la figura de Logan, quien estaba apenas vestido, y frunció el ceño al unir las piezas.
—Parece que tuviste una buena noche —Jaeho dejó escapar una carcajada amarga antes de bajar la vista—. Ojalá pudiera decir lo mismo.
Logan cruzó los brazos, su expresión firme.
—¿Qué estás haciendo, Jae? En serio. ¿Pretendes ahogar tus problemas con esto?
Jaeho apretó los labios, desviando la mirada. Sus rodillas estaban dobladas frente a su pecho, como si intentara encerrarse en sí mismo. Durante un momento, el silencio se hizo pesado, pero finalmente suspiró, derrotado.
—No lo entenderías.
Logan se agachó frente a él, inclinando un poco la cabeza para mirarlo directamente a los ojos.
—Inténtalo. Sorpréndeme.
Las palabras de Logan fueron suaves, pero algo en su tono lo invitó a abrirse. Jaeho tragó saliva, las palabras atoradas en su garganta.
—Robby... —comenzó, su voz quebrándose—. Él... no lo admite. Prefiere fingir que no siente nada. Ni siquiera me mira como... como yo lo miro.
Logan frunció el ceño ligeramente, pero no dijo nada. Dejó que Jaeho continuara.
—¿Sabes lo que es querer a alguien y verlo pretender que no le importas? —la voz de Jaeho temblaba, como si cada palabra fuera un peso imposible de cargar—. Me hace sentir como si yo tampoco debería sentir nada. Como si lo que hay aquí dentro —dijo, llevándose una mano al pecho— no importara.
Un silencio profundo cayó entre ellos. Jaeho se frotó los ojos con el dorso de la mano, intentando contener las lágrimas que comenzaban a acumularse. Logan, que nunca había sido particularmente bueno con las emociones ajenas, hizo lo único que se le ocurrió: puso una mano en su hombro.
—No eres el único que se siente así, Jae. Y no tienes que enfrentarlo solo.
Jaeho soltó una risa amarga, alzando la mirada hacia Logan con los ojos enrojecidos.
—Es fácil decirlo cuando no estás atrapado en esto —se interrumpió y suspiró, sacudiendo la cabeza—. Nunca pensé que alguien como él pudiera romperme de esta forma. Pero lo hizo. Y duele como el infierno.
El peso de la confesión dejó a Logan sin palabras. Su propia historia con el dolor era distinta, pero entendía ese vacío, esa sensación de impotencia.
—Mira, no soy un experto en esto, pero sé que el amor, o lo que sea esto que sientes, no debería destruirte así —dijo Logan con una sinceridad que no esperaba de sí mismo—. Si duele tanto, tal vez no es que no seas suficiente para él... sino que él no es suficiente para ti.
Jaeho bajó la mirada, procesando las palabras de Logan. Su pecho seguía doliendo, pero algo en ese momento, en esa simple verdad, hizo que se sintiera un poco menos solo.
Logan extendió una mano y lo ayudó a levantarse.
—Gracias, pero... —Jaeho lo miró de arriba abajo, y una media sonrisa apareció en su rostro—. Podrías ponerte algo de ropa antes de seguir jugando al terapeuta.
Logan soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza mientras buscaba su camisa y pantalones.
Cuando ambos bajaron a la planta baja, la casa estaba desierta. Solo quedaban botellas vacías, vasos olvidados y el eco de una fiesta que hacía rato había terminado. Logan caminó directo hacia una bocina abandonada y conectó su teléfono. Encontró también un par de botellas que aún tenían algo de alcohol.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jaeho, confundido, mientras Logan abría una botella.
—Es hora de karaoke —Logan le lanzó la otra botella con una sonrisa ladeada—. Esta noche... quiero perderme en el alcohol y en la música. Mañana enfrentaremos lo que tengamos que enfrentar.
Jaeho observó la botella por un momento, como si debatiera consigo mismo. Finalmente, la abrió y tomó un largo trago antes de responder:
—Por primera vez en mucho tiempo, estoy de acuerdo contigo.
La música comenzó a sonar. Primero, ambos cantaron con timidez, pero a medida que las botellas se vaciaban y la música subía de volumen, las risas y las letras desafinadas llenaron el espacio vacío.
Por unas horas, el dolor quedó a un lado. Jaeho olvidó a Robby y Logan dejó atrás las complicaciones que lo rodeaban. Cantaron, rieron y compartieron un momento de humanidad pura, una conexión que no necesitaba palabras para explicarse.
Esa noche, en medio del caos, encontraron un respiro, dos rivales convertidos en cómplices por la soledad y el alcohol.
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dios mío, lo que me costó escribir este capítulo, soy pésimo narrando escenas subidas de tono, hice mi mayor esfuerzo. ahora si les exijo que cometen, suelten sus opiniones, ¿les gusto, o no? ¿críticas? ¿recomendaciones?
siento que logan y astrid juntos son muy lana del rey.
por el momento ganaron los astrid y logan shippers. (ya pónganle nombre a su shipp) por el momento porque ya encontré como puedo separarlos sin necesidad de infidelidad, o romperles totalmente el corazón. solo diré que el nuevo album de rosé me inspiró.
me da gracia que mientras logan y robby la andaban poniendo, jaeho andaba botella tras botella (yo en la vida).
en otras noticias, ya toca escribir el torneo y una flojera que me da. y el fanfic de astrid donde zara será el interés amoroso se viene en camino. 😈
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