07. revalities
chapter seven : daylight
revalities
Logan caminaba hacia la entrada del dojo con el peso de sus pensamientos hundiéndolo. Había encontrado refugio en ese lugar tantas veces antes, pero ahora cada paso parecía más un recordatorio de las cosas que había perdido. El aire era denso, casi sofocante, y su mente no podía dejar de divagar en los errores que lo habían llevado hasta allí.
Detuvo su andar cuando escuchó la voz de Tory. Se filtraba a través de la puerta abierta, cargada de frustración y enojo. La reconoció al instante, pero lo que más lo inquietó fue la dureza en su tono, una dureza que no recordaba haber escuchado antes. Se asomó lo suficiente para ver la escena: Tory estaba frente a una mujer que no conocía, con los hombros tensos y los puños apretados. Su cuerpo entero parecía estar al borde de estallar.
Sin pensarlo demasiado, Logan avanzó hacia ellas, su instinto de protegerla empujándolo más allá de la incertidumbre.
—¿Todo bien? —preguntó, su voz tranquila a pesar del nudo que sentía en la garganta.
La mujer lo miró de arriba abajo, como evaluándolo. Una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios.
—¿Y el niño bonito quién es? ¿Tu novio, Tory?
Logan sintió un escalofrío recorrerle la espalda al ver cómo Tory se tensaba aún más. Había algo en esas palabras, algo afilado, que parecía haberla herido profundamente. Ella apartó la mirada y, aunque intentó ocultarlo, Logan pudo notar el temblor en sus manos.
—No es tu asunto, Logan —respondió Tory, su tono frío y cortante, pero con un leve temblor que traicionaba la barrera que intentaba levantar.
Logan frunció el ceño, su preocupación creciendo con cada segundo.
—¿Quién es ella, Tory?
—No importa —replicó rápidamente, con un filo en la voz que pretendía ponerle fin a la conversación. Pero Logan sabía leerla, sabía reconocer cuándo las cosas no estaban bien.
La mujer soltó una carcajada amarga.
—Ah, Tory. Siempre tan fuerte, ¿no? Fingiendo que no necesitas a nadie. Pero mírate, sigues siendo la misma niña perdida, tratando de escapar de algo que siempre será parte de ti.
Las palabras atravesaron a Tory como una cuchilla. Sus hombros se desplomaron levemente, y el brillo en sus ojos se apagó. Por primera vez, Logan la vio incapaz de responder, de contraatacar como lo hacía siempre. Esa vulnerabilidad, tan rara en ella, lo llenó de una mezcla de rabia y dolor.
—¿Por qué no te largas? —Logan dio un paso adelante, su voz firme, casi amenazante. Pero la mujer solo se encogió de hombros, satisfecha con el daño causado, y se marchó, dejando tras de sí una tensión insoportable.
Tory permaneció inmóvil, mirando al suelo como si intentara recomponerse. Logan quiso acercarse, pero no sabía cómo. Cada parte de ella parecía estar gritando en silencio que lo dejara en paz, pero él no podía ignorar lo que acababa de presenciar.
—Tory... —susurró finalmente, dando un paso hacia ella—. ¿Estás bien?
Ella levantó la mirada, pero había algo roto en sus ojos, algo que hacía que Logan sintiera un nudo en el estómago.
—No importa. No te preocupes por mí.
—Claro que importa —replicó él, con más urgencia en su tono—. Tú me importas, Tory.
La reacción fue inmediata. Tory lo miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de incredulidad y dolor. Soltó una risa amarga, aunque había un temblor en su voz que delataba lo mucho que estaba luchando por mantener la compostura.
—¿Te importo? ¿De verdad, Logan? —su voz se quebró al pronunciar su nombre, pero lo disimuló al dar un paso hacia él, con el rostro lleno de reproche—. Porque no parecía que te importara tanto cuando estabas con ella.
El aire se volvió más pesado. Logan sintió como si lo hubieran golpeado en el pecho. Astrid. El nombre que no se atrevió a decir flotaba entre ellos, cargado de recriminaciones no dichas y heridas abiertas.
—Tory... yo... —empezó a hablar, pero no pudo encontrar las palabras.
—Eso pensé. —Tory rió de nuevo, pero esta vez sus ojos brillaban con lágrimas contenidas—. Dijiste que te importo, que siempre estarías para mí. ¿Dónde estabas, Logan, cuando más te necesitaba?
Él tragó con dificultad. La culpa lo aplastaba, un peso insoportable que no podía ignorar. Sabía que ella tenía razón. Había estado ausente, había fallado cuando ella más lo necesitó, y no podía negarlo.
—Tory, lo siento —dijo finalmente, su voz casi inaudible.
—No quiero tus disculpas. No necesito tus promesas vacías —espetó ella, dando un paso hacia atrás, creando una distancia que lo desgarró.
—Por favor, no hagas esto —pidió Logan, con la desesperación evidente en su rostro—. Quiero ayudarte.
Tory lo miró, y por un momento, él creyó ver una grieta en la muralla que ella había levantado. Pero entonces, ella volvió a cuadrar los hombros, con una determinación fría que lo dejó helado.
—No insistas, Logan. No te necesito
Se dio la vuelta y caminó hacia el dojo, dejando a Logan allí, parado, viendo cómo se alejaba de él. El vacío que quedó tras su partida parecía absorber todo a su alrededor.
Logan cerró los ojos, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con salir. La culpa ardía en su pecho. Sabía que había fallado, y ahora, no estaba seguro de si alguna vez tendría la oportunidad de arreglar las cosas.
Porque, en el fondo, entendía algo que le dolía admitir: Tory tenía razón. Y el arrepentimiento sería una carga que lo acompañaría siempre.
El dojo estaba sumido en una calma expectante, un silencio que solo era roto por los pasos de Kreese y Silver mientras se colocaban frente a los alumnos. La atmósfera estaba cargada, como el aire antes de una tormenta. Kreese dio un paso adelante, con las manos detrás de la espalda, y dejó que su mirada cortante recorriera el lugar, haciendo que más de uno enderezara la postura instintivamente.
—El comité del torneo ha decidido implementar cambios significativos este año —comenzó, su voz grave resonando en las paredes como un juicio inminente—. Habrá una división para chicas y otra para chicos.
El anuncio cayó como una piedra en un estanque, generando una serie de murmullos y miradas entre los alumnos. Tory sintió cómo su pecho se tensaba, y su mandíbula se apretó al instante. Había esperado que el torneo fuera su oportunidad para demostrar su valía, para destacar en un enfrentamiento sin distinciones. Pero ahora... ahora todo se reducía a ella y Astrid.
Astrid, que estaba a pocos metros de distancia, no mostró reacción alguna. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa casi despectiva, mientras cruzaba los brazos con una confianza que Tory detestaba. Era como si ya supiera el desenlace, como si la competencia ni siquiera valiera su esfuerzo. Tory desvió la mirada hacia el suelo, sus pensamientos un caos. ¿Era esto lo que esperaba? ¿Ser minimizada antes siquiera de empezar?
Antes de que pudiera procesar del todo, Silver levantó una mano, acallando las conversaciones con un movimiento fluido y calculado.
—Esto significa que todos ustedes participarán, y ambos campeones, tanto el masculino como el femenino, serán reconocidos por igual —su voz adquirió un tono serpentino, cada palabra cargada con la intención de encender algo en sus alumnos—. Sin embargo, no habrá espacio para la mediocridad. Queremos campeones dignos del nombre Cobra Kai.
Tory sintió que los ojos de Silver se posaban en ella, aunque solo fuera por un breve instante. Era suficiente para que su piel se erizara. No era un halago ni un gesto de aliento; era una advertencia. Si fallaba, no habría lugar para excusas.
Mientras los estudiantes asimilaban las palabras, Kreese volvió a tomar la palabra, dirigiendo su atención hacia el grupo masculino.
—El título de campeón estará disputado entre los mejores. Y hasta ahora, solo hay tres nombres en la lista: Logan, Robby y Jaeho.
La tensión en el dojo se duplicó de inmediato. Logan levantó la mirada al escuchar su nombre, sus ojos brillando con una mezcla de orgullo y determinación. Robby, al otro lado de la sala, cruzó los brazos y le dedicó una mirada desafiante. Y Jaeho... Jaeho simplemente se recostó contra la pared, con una sonrisa ladeada que exudaba desdén.
Tory desvió la mirada hacia Logan. Allí estaba él, de pie con esa confianza característica, como si la idea de competir contra Robby y Jaeho no fuera más que un trámite. Ella lo conocía demasiado bien; sabía que en su mente, él ya había ganado.
Jaeho, sin embargo, no parecía compartir esa perspectiva. Dio un paso adelante, manteniendo su sonrisa burlona, y dejó que su mirada recorriera lentamente a Logan. Había algo en la forma en que lo hacía, como si quisiera provocarlo, como si estuviera evaluando exactamente dónde golpear.
—¿De verdad, senseis? —dijo Jaeho con un tono tan ligero que bordeaba el sarcasmo—. ¿Logan? Pensé que estábamos buscando a los mejores.
Los murmullos resurgieron, y Tory sintió cómo el cuerpo de Logan se tensaba, aunque no se movió ni un centímetro. Su rostro permaneció inexpresivo, pero sus ojos estaban fijos en Jaeho, como si estuviera desafiándolo en silencio a repetir esas palabras más de cerca.
—¿Tienes algo que probar, Jaeho? —respondió Logan finalmente, su tono calmado, casi aburrido, pero con un filo que cortaba el aire como una navaja.
Jaeho sonrió más ampliamente y se encogió de hombros.
—No necesito probar nada. Pero tú... —sus ojos se estrecharon levemente, y su voz se volvió más baja, más peligrosa—. Tú tienes mucho que perder.
Antes de que Kreese pudiera intervenir, Silver lo hizo, levantando las manos con teatralidad.
—Perfecto. Esto es lo que quiero ver —dijo, con esa sonrisa siniestra que parecía disfrutar del conflicto—. Rivalidad. Competencia. Pero recuerden: las palabras son solo palabras. Quiero ver acción en el tatami.
Mientras los murmullos se disipaban, Logan volvió a cruzarse de brazos, su mirada fija en Jaeho durante unos segundos más antes de girarse hacia Tory. Sus ojos buscaron los de ella, como si intentara medir su estado de ánimo. Pero Tory desvió la mirada rápidamente, incómoda con el momento.
Porque ahí estaba Astrid, justo al lado de él, como si tuviera un derecho inherente a su atención. Le tocó el brazo, murmurando algo que lo hizo sonreír, y Tory sintió que algo se quebraba dentro de ella. Era un contraste brutal con la mirada fría que Astrid le había dedicado antes, una que parecía decirle que ni siquiera valía la pena considerar la competencia entre ellas.
—Tory —llamó Kreese, su voz rompiendo sus pensamientos—. No pierdas el enfoque. Si Astrid quiere ser campeona, tendrá que pasar por ti.
Tory asintió, aunque por dentro se sentía como si la estuvieran arrancando en pedazos. La mirada de Astrid volvió a encontrarla, y esta vez, sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. No necesitó decir nada; su expresión lo decía todo: Tú ya perdiste.
El entrenamiento comenzó, pero para Tory, cada movimiento se sentía como una batalla interna. No solo contra Astrid, sino contra los recuerdos, las inseguridades, y la sensación de que había perdido algo mucho más importante que un torneo.
Logan podría ignorar a Jaeho, Astrid podía subestimarla... Pero Tory sabía que esta guerra no era solo en el tatami. Era una guerra consigo misma. Una que no estaba segura de poder ganar.
La atmósfera en la tienda era asfixiante, y no por el aire rancio de los pasillos, sino por el peso invisible que Logan cargaba sobre sus hombros. Caminaba junto a Robby en silencio, cada paso resonando en su mente como un eco que no lograba silenciar. Fingía buscar algo en los estantes, pero en realidad no podía concentrarse. Sus pensamientos giraban en torno a la sensación de estar atrapado en un abismo del que nadie parecía querer rescatarlo.
De repente, una voz familiar rompió el silencio, haciendo que todo en su interior se tensara.
—Robby...
Era Daniel.
El corazón de Logan pareció detenerse por un momento. Levantó la mirada y lo vio ahí, de pie, con esa expresión que intentaba ser casual, pero que no lograba ocultar la incomodidad. Logan sintió cómo una mezcla de rabia y dolor comenzó a hervir en su pecho. Robby, en cambio, solo sonrió y le dio una palmada en la espalda.
—Bueno, parece que este es mi momento de salir. Nos vemos luego, hermano. Suerte con... lo que sea esto —dijo, antes de deslizarse por la puerta, dejándolo solo con Daniel.
El silencio que siguió fue peor que cualquier grito. Daniel lo miraba, pero no decía nada, como si estuviera buscando las palabras correctas y no pudiera encontrarlas. Logan, por su parte, no tenía intención de ayudarlo a encontrarlas.
Desde que se había marchado de casa, no había habido ni una sola llamada, ni un mensaje, ni una visita. Nada. No era que él hubiera cortado todas las líneas de comunicación; no les había bloqueado el número ni cambiado el suyo. Ellos simplemente no lo habían buscado. Ni Daniel, ni Amanda, ni siquiera Anthony, su propio hermano pequeño, con quien antes compartía tardes enteras de videojuegos y risas.
Pero Robby... Robby era diferente. Para él, Daniel sí se movía. Se presentaba en cualquier lugar, dispuesto a buscarlo, a apoyarlo, a tenderle una mano. Ese contraste era como una daga clavándose cada vez más profundo en su pecho. Logan sentía que la sangre hervía en sus venas, pero también que su corazón se rompía un poco más con cada latido.
Respiró hondo, intentando calmar el temblor en su voz antes de hablar.
—¿Por qué? —soltó finalmente, su tono cargado de una mezcla de rabia y desesperación.
Daniel frunció el ceño, confundido.
—¿Por qué qué?
Logan dejó escapar una risa amarga, que resonó en el pasillo como un eco vacío.
—¿Por qué estás aquí? —aclaró, con un tono más frío esta vez. Su mirada lo perforaba, buscando una verdad que ya sabía pero que necesitaba escuchar de labios de Daniel.
Daniel suspiró, y en ese suspiro Logan encontró su respuesta. Claro que no estaba ahí por él. No lo había estado desde hace mucho tiempo.
Logan apretó los dientes, su mandíbula tensándose mientras las palabras que había enterrado en su memoria volvían a la superficie, tan afiladas como cuando las pronunció por primera vez. "Están muertos para mí." Había dicho eso frente a Kreese, con una frialdad que había sorprendido incluso al maestro. Pero ahora, esas palabras pesaban más que nunca, porque no eran del todo ciertas.
No estaban muertos para él. Daniel no lo estaba. Amanda tampoco. Anthony menos. Lo que estaba muerto era la esperanza de que alguna vez volvieran a ser una familia, la ilusión de que él importara tanto como los demás.
—Olvídalo —murmuró Logan, apartando la mirada. Sus manos estaban temblando ligeramente, y sabía que si seguía ahí un segundo más, terminaría perdiendo el control.
Se giró y salió de la tienda apresuradamente, con las emociones desgarrándolo por dentro. El aire frío de la noche golpeó su rostro, pero no fue suficiente para calmar el caos en su interior. Caminó hasta la acera, apoyándose contra una pared, tratando de recuperar el aliento.
Sus ojos comenzaron a arder, y por un instante, las lágrimas amenazaron con salir. Pero no iba a llorar. No frente a él. No frente a nadie de esa familia.
Mientras el dolor seguía apretándole el pecho, recordó el rostro de Robby y la facilidad con la que Daniel lo buscaba, lo apoyaba, lo cuidaba. Esa atención, ese afecto, era lo que Logan había deseado desde que era un niño. Pero nunca llegó. Nunca.
Apoyó la cabeza contra la pared, cerrando los ojos con fuerza. Su voz, en un susurro apenas audible, rompió el silencio de la noche.
—¿Por qué no fui suficiente para ti?
Nadie respondió. Nadie estaba ahí para escucharlo. Solo estaba él, enfrentándose al vacío que había dejado una familia que alguna vez pensó que lo quería.
Cuando Logan entró al dojo, lo hizo con los hombros caídos y el rostro marcado por el peso de todo lo que no podía decir en voz alta. Sus pasos eran lentos, casi vacilantes, hasta que sus ojos encontraron a Astrid, sentada sobre una colchoneta, con las piernas cruzadas y el celular en las manos. Ella levantó la mirada al escucharlo, y al instante supo que algo estaba mal.
No dijo nada. Solo dejó el dispositivo a un lado y esperó. Logan no necesitó una invitación. Se acercó y, con una mezcla de vulnerabilidad y agotamiento, se dejó caer de rodillas frente a ella. Sin pensar, recostó la cabeza en su regazo, como si ese pequeño gesto fuera su única forma de protegerse del mundo que sentía que lo aplastaba.
Astrid parpadeó, sorprendida, pero no preguntó nada. En cambio, llevó una mano a su cabello y comenzó a acariciarlo con una ternura que hizo que Logan se tensara aún más, como si su cuerpo no estuviera acostumbrado a recibir algo tan genuino. Ella sintió el temblor en sus hombros, la respiración irregular que se mezclaba con los latidos de su propio corazón.
—Logan... —murmuró finalmente, en un tono tan suave que apenas rompió el silencio—. ¿Qué pasó?
Logan cerró los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera contener el caos en su interior. No quería hablar. No sabía cómo poner en palabras todo lo que lo estaba consumiendo.
—Daniel —fue todo lo que dijo, su voz ronca y apagada—. No quiero hablar de eso.
Astrid asintió lentamente, dejando que el silencio se asentara entre ambos. No iba a presionarlo. Sabía que él se abriría cuando estuviera listo, y si no lo hacía, también estaría bien. No necesitaban palabras para entenderse.
—Está bien —respondió, su tono cálido como un refugio en medio de la tormenta.
Siguió acariciando su cabello, lenta y rítmicamente, como si con cada movimiento pudiera calmar la tormenta que veía reflejada en él. Logan permaneció inmóvil, su rostro oculto contra el regazo de Astrid, mientras el peso en su pecho parecía aligerarse, aunque fuera solo un poco.
—A veces siento que no importa lo que haga, nunca será suficiente —murmuró de pronto, su voz rota.
Astrid inclinó la cabeza, sorprendida por su confesión, pero no dejó de acariciarlo.
—¿Suficiente para quién? —preguntó suavemente.
Logan tardó en responder, y cuando lo hizo, su voz temblaba.
—Para él. Para ellos. Siempre es lo mismo. Nunca me buscaron, nunca intentaron entenderme, pero ahí estaba Daniel hoy, buscándolo a él. No a mí. Robby siempre será el hijo al que prefiera.
El dolor en su voz era palpable, y Astrid sintió cómo se le rompía algo por dentro al escucharlo. Quiso abrazarlo más fuerte, arrancarle ese dolor de alguna manera, pero sabía que lo único que podía hacer era estar ahí.
—Logan... —susurró, inclinándose un poco hacia él, hasta que su frente rozó suavemente la parte superior de su cabeza—. No tienes que ser suficiente para ellos.
Él soltó una risa amarga, pero no se apartó.
—¿Y para quién entonces? ¿Para ti?
Astrid levantó su rostro con delicadeza, obligándolo a mirarla. Sus ojos se encontraron, y en los de ella no había ni lástima ni juicio, solo algo cálido, algo tan profundo que Logan no supo cómo sostenerle la mirada.
—No, Logan. No para mí. Para ti mismo. Pero si necesitas un recordatorio, aquí estoy. Porque para mí ya eres más que suficiente.
La sinceridad en su voz lo dejó sin palabras. Ella nunca había sido de usar frases vacías ni de consolar sin razones. Si lo decía, era porque lo sentía, porque lo creía con cada parte de sí misma. Y esa intensidad, esa devoción, lo desarmó.
—Astrid... —comenzó a decir, pero se interrumpió, tragando el nudo que amenazaba con quebrarlo por completo.
Ella sonrió con ternura, deslizando sus dedos por sus mejillas para atrapar una lágrima que él no se dio cuenta que había caído.
—Tienes que dejar de llorar por personas que no ven lo increíble que eres —le dijo, sin perder esa suavidad que parecía ser solo para él—. Porque créeme, Logan, si ellos no lo ven, es su pérdida.
Se quedó en silencio, permitiendo que sus palabras hicieran eco en el espacio entre ellos. Siguió acariciándolo hasta que sintió que su respiración comenzaba a estabilizarse, y solo entonces dejó que una pequeña sonrisa apareciera en sus labios.
—Aunque, ahora que ya logré calmarte, tengo algo que decirte.
Logan la miró con un poco de recelo, aunque su pecho ya no se sentía tan apretado como antes.
—¿Qué pasa?
Astrid lo observó con esa mezcla de picardía y seriedad que siempre lo desconcertaba.
—El torneo se acerca, y ahora esto de las divisiones. Si vamos a demostrarle al mundo quiénes somos, necesitamos mover nuestros traseros.
Logan arqueó una ceja, confundido por el repentino cambio de tema.
—¿El torneo?
Ella asintió, dejando que una sonrisa confiada se apoderara de su rostro.
—Sí. Y no basta con participar. Tú y yo vamos a ser campeones. Juntos. Nadie nos va a detener, pero para eso necesitamos esforzarnos el doble.
Él soltó una risa suave, algo que no había hecho en días.
—¿De verdad estás pensando en eso ahora?
—Siempre estoy pensando en eso. Y tú también deberías —respondió, dándole un leve empujón en el hombro—. Así que, levántate. Nada de quedarte aquí sintiéndote miserable.
Logan negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ante la determinación de Astrid. Esa chispa que tenía, esa forma de arrastrarlo fuera de sus propios pensamientos oscuros, era algo que nunca había encontrado en nadie más.
—¿Cómo logras siempre sacarme de mis malos momentos?
Astrid lo miró con una sonrisa triunfante.
—Porque somos un equipo, Logan. Y no voy a dejarte atrás. Nunca.
Él tomó su mano, entrelazando los dedos con los de ella, y en ese momento supo que no estaba solo. Mientras ella estuviera a su lado, siempre habría algo por lo que valía la pena seguir adelante.
No sé cómo le voy a hacer para que estos dos se separen, me encantan. 😭
Y no quiero romperle el corazón a Astrid, ni a Logan.
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