07. be reborn
chapter seven : daylight
be reborn
' baby, nothings comes for free '
El primer día de entrenamiento con Kreese fue una bienvenida al infierno. Logan cruzó las puertas del almacén con pasos inciertos, aún con los brazos envueltos en vendas y los músculos resentidos por el accidente que casi lo mata. Lo recibió un eco inquietante de órdenes cortantes y el retumbar de botas contra el suelo de cemento. El lugar no tenía nada del espíritu deportivo de un dojo tradicional; era una forja, y Kreese era el herrero.
Desde el instante en que sus miradas se cruzaron, Kreese lo evaluó como un herrero inspecciona el metal antes de moldearlo al calor del fuego.
—Para crear a un soldado, hay que eliminar sus debilidades —le dijo con una voz áspera, cargada de autoridad—. Aquí, el dolor no es tu enemigo. Es tu forjador. Vas a arder, LaRusso, pero cuando salgas de estas cenizas, serás un fénix.
Las palabras se clavaron en Logan como un puñal. No podía retroceder. No después de haber perdido tanto.
El entrenamiento comenzó con una brutalidad que desafió todos los límites físicos y mentales que Logan creía tener. Kreese le ordenó cargar sacos de cemento mientras corría en círculos interminables alrededor del almacén. Cada tropiezo era recibido con un empujón o un golpe seco que lo lanzaba al suelo. El polvo se mezclaba con el sudor que corría por su frente, y los brazos, aún débiles por las fracturas, ardían con un dolor que le robaba el aliento.
Cuando el cansancio amenazaba con consumirlo, Kreese se inclinaba sobre él, su sombra proyectándose como un peso insoportable.
—¡Levántate! —rugía, con los ojos inyectados en intensidad—. Las cenizas no descansan. Solo sirven para alimentar el fuego.
Logan se tambaleaba, pero se ponía de pie. No había espacio para la autocompasión.
Días después, Kreese lo llevó al límite con ejercicios aún más crueles: flexiones con los puños sobre grava afilada, golpes a postes de madera hasta que sus nudillos se abrieron en heridas sangrantes, planchas mientras le colocaban discos de hierro en la espalda. Los días pasaban en un torbellino de esfuerzo extremo, pero lo que realmente lo devastaba no era el dolor físico, sino el emocional.
Con cada golpe, con cada grito de Kreese exigiendo más, Logan sentía que una parte de él se desmoronaba. Los recuerdos de su antigua vida, de sus amistades y de Tory, se desvanecían, reemplazados por una furia latente que crecía en su interior.
—Para volar como un fénix, primero debes quemar todo lo que te ata al suelo —le decía Kreese cada noche, con una mirada casi paternal, pero siempre fría.
Logan regresaba a casa cada noche destrozado. Apenas podía moverse, y cada paso lo hacía temblar de agotamiento. En el espejo del baño veía un reflejo que ya no reconocía. Las cicatrices, los moretones y los nudillos en carne viva eran testigos de su lucha, pero lo que más lo perturbaba era su mirada. Donde antes había determinación, ahora veía algo frío, algo oscuro.
—No puedo rendirme —se decía en voz baja, aferrándose al lavabo con las manos temblorosas. A pesar del dolor, algo en él comenzaba a cambiar.
Kreese lo notó. Intensificó aún más el entrenamiento. Logan debía golpear sacos de metal reforzado, sus patadas debían hacer temblar las cadenas que los sostenían. Kreese lo empujaba, exigiendo más con cada ejercicio.
—Una patada no es solo fuerza, LaRusso. Es intención. Quiero que tu enemigo sienta que su mundo colapsa cuando lo golpees.
Logan entrenaba hasta que sus piernas fallaban, hasta que su cuerpo gritaba por descanso. Pero Kreese no le daba tregua. Cada vez que caía al suelo, jadeando, el hombre lo levantaba a la fuerza, empujándolo de nuevo al combate.
—¿Duele? Ese es el punto. El dolor es tu maestro. Permítele enseñarte.
Un día, Kreese decidió probar su límite real. Le ordenó escalar una cuerda que colgaba del techo del almacén, un ejercicio que parecía imposible para un chico en su estado. Con los brazos aún frágiles por el accidente, Logan lo intentó. Cada ascenso era un suplicio. Sus músculos temblaban, el sudor le nublaba la vista, y el dolor punzante en sus brazos le hacía rechinar los dientes. Cuando estaba a punto de alcanzar la cima, sus manos se resbalaron.
Logan cayó al suelo, golpeando su espalda contra el cemento. La respiración se le cortó, y por un momento creyó que su cuerpo se había rendido por completo.
Kreese lo observó desde lo alto, su mirada fría como el acero.
—¿Eso es todo? —preguntó, su voz cargada de desprecio. Bajó lentamente y se colocó frente a Logan, inclinándose para mirarlo directo a los ojos—. ¿Crees que en el campo de batalla alguien te dará una segunda oportunidad? ¿Que tu enemigo se detendrá a ayudarte cuando caigas?
Logan trató de levantarse, pero su cuerpo no respondió. Kreese lo pateó en el costado, obligándolo a girarse sobre el polvo.
—La caída no es el fin, LaRusso. Es el comienzo. Cada vez que te derriben, te levantarás más fuerte. El verdadero fracaso no está en caer, sino en no intentarlo.
Las palabras resonaron en Logan como un eco en una caverna vacía. Algo dentro de él, enterrado bajo la desesperación y el dolor, se encendió. No podía darse por vencido. No aquí. No ahora.
Con un grito desgarrador, Logan se levantó tambaleándose.
—Ahora sube de nuevo —ordenó Kreese, señalando la cuerda.
Logan obedeció. Sus brazos gritaban en protesta, su cuerpo temblaba como si fuera a colapsar en cualquier momento. Pero esta vez, cada movimiento estaba cargado de rabia, de determinación. Cuando alcanzó la cima, sus manos sangraban, y su cuerpo estaba al borde del colapso, pero lo logró.
Kreese sonrió, apenas perceptiblemente.
—El hombre más fuerte no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta. No lo olvides.
El verdadero punto de quiebre llegó semanas después. Kreese reunió a tres de sus viejo alumnos más experimentados, y colocó a Logan frente a ellos.
—Hoy peleas con ellos. Todos. Y no te detendrás hasta que yo lo diga.
Logan recibió el primer golpe antes de poder reaccionar. Cayó de rodillas, el dolor lo cegaba, y la sangre brotaba de su labio partido. Pero no se detuvo. Se levantó, jadeando, enfrentando a cada adversario con una furia que crecía con cada golpe recibido.
Sus movimientos, torpes al principio, se volvieron más rápidos, más precisos. Golpeó con una fuerza que lo sorprendió a sí mismo, derribando a sus oponentes uno por uno. Cuando el último cayó al suelo, Logan se desplomó, cubierto de sangre, sudor y polvo.
Kreese se acercó lentamente, observándolo con satisfacción.
—Te lo dije, LaRusso. El dolor te ha reducido a cenizas. Pero mira lo que eres ahora. Mira lo que puedes hacer.
Logan alzó la mirada, su pecho subiendo y bajando rápidamente. En sus ojos no había solo agotamiento, sino algo más: orgullo. Había sido destruido, pero lo que quedaba de él era algo nuevo, algo más fuerte. En su interior, el fuego seguía ardiendo, inquebrantable, listo para consumir a cualquiera que se interpusiera en su camino.
El estudio de tatuajes olía a desinfectante y tinta fresca, con el zumbido constante de las máquinas llenando el aire. Era su última sesión. Logan observaba el espacio con una mezcla de nostalgia y alivio. Este lugar había sido testigo de su transformación. Desde su primera visita, cuando apenas podía sostener el peso de su propio dolor, hasta hoy, cuando cada trazo de tinta en su piel contaba una historia de lucha y renacimiento. Hawk, como en cada ocasión, estaba a su lado, recargado contra la pared, con los brazos cruzados y una expresión que oscilaba entre la curiosidad y el apoyo silencioso.
—Entonces, ¿listo para terminar lo que empezamos? —preguntó Hawk, aunque conocía la respuesta.
Logan solo asintió, sus ojos fijos en sus muñecas, cubiertas aún con vendajes de las sesiones anteriores. Las cicatrices que solían dominar su piel ahora estaban ocultas bajo un negro profundo, un diseño que las convertía en algo poderoso en lugar de un recordatorio de sus momentos más oscuros.
Las primeras cicatrices se las había hecho él mismo, en noches donde el dolor emocional se volvía insoportable. Las del abdomen, en cambio, eran resultado del brutal entrenamiento bajo Kreese, quien no mostraba piedad en su exigencia de perfección. Y las de la espalda... esas eran las más difíciles de soportar. Cada una de ellas era un recuerdo vivo de los golpes de Daniel, quien descargaba en él su rabia y frustración cuando nadie más estaba cerca. Cada marca era una carga, un peso que Logan había decidido ya no llevar.
—Quiero empezar con el fénix —dijo Logan al tatuador, su voz firme, pero cargada de una emoción que Hawk reconoció al instante.
Era algo más que dolor o esperanza; era decisión. Logan se sentó en la silla, inclinándose ligeramente mientras el tatuador comenzaba a trabajar en el diseño en su pecho. Con cada trazo, sentía como si las cenizas que lo habían envuelto durante tanto tiempo finalmente comenzaran a disiparse.
—Un fénix... renace de las cenizas —murmuró Hawk, casi para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que Logan lo escuchara—. Apropiado, ¿No crees?
Logan no respondió de inmediato. Su mente estaba viajando por los últimos meses: el accidente que lo había dejado al borde de la muerte, las noches en el hospital, atrapado en su propio silencio, y la voz de Kreese resonando en su cabeza, instándolo a levantarse, a no dejar que el mundo lo quebrara. Finalmente, respondió, su voz baja pero firme.
—Es más que eso... es porque siempre vuelvo. No importa cuánto me destrocen, siempre encuentro la manera de regresar
Hawk se quedó en silencio, asintiendo lentamente. Sabía que Logan no buscaba compasión ni lástima. Esto era algo que necesitaba hacer por sí mismo.
Después de horas, el tatuador se movió hacia la espalda de Logan. Allí, comenzó a trabajar en el diseño de la araña y las espinas. La araña no era solo un símbolo de resiliencia, sino también de las conexiones que Logan había perdido y las que intentaba reconstruir. Las espinas que la rodeaban representaban el dolor que había soportado, un recordatorio de que incluso las cosas más hermosas podían crecer en medio del sufrimiento.
—¿Por qué no algo menos... oscuro?—preguntó Hawk, intentando aligerar el ambiente. Logan esbozó una leve sonrisa, la primera de la noche.
—Porque el dolor no desaparece —respondió—. Solo aprendes a vivir con él. A usarlo.
Finalmente, el tatuador pasó a las enredaderas que cubrían las marcas en la parte baja de su espalda. Estas eran diferentes, casi delicadas, como si representaran una parte de Logan que todavía creía en algo más allá del dolor, en algo que valía la pena proteger. Las líneas se entrelazaban suavemente, cubriendo las cicatrices que Daniel había dejado, ocultándolas como si nunca hubieran estado allí.
La última parte fue la estrella con la coma. Hawk, que había estado distraído con su teléfono, levantó la mirada cuando el tatuador comenzó a trabajar en el diseño.
—Siempre he visto ese tatuaje por ahí —dijo Hawk, inclinándose hacia adelante—. ¿Por qué lo cambiaste? ¿Por qué la estrella?
Logan dudó por un momento antes de responder. —Porque necesitaba algo único... algo que dijera que sobreviví a lo mío, no a lo de alguien más.
Cuando todo terminó, Logan se levantó lentamente, dirigiéndose al espejo. Se quedó en silencio, observando cómo el fénix parecía alzar el vuelo desde su pecho, cómo las muñecas negras ocultaban las heridas que solían atormentarlo, y cómo la espalda se había convertido en un lienzo de significados profundos. Ya no era el chico roto que había entrado por primera vez en ese lugar. Ahora, cada tatuaje era una parte de su historia, una armadura que cubría las cicatrices del pasado y lo preparaba para el futuro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Hawk desde atrás, su tono sorprendentemente serio.
Logan respiró profundamente, su reflejo mirándolo de vuelta con una intensidad que no había visto antes.
—Como si finalmente pudiera dejar todo atrás.
Hawk sonrió, dándole una palmada en el hombro. —Eso es bueno, porque ya era hora.
Mientras salían del estudio, la noche era fresca y tranquila, y Logan se sintió ligero por primera vez en mucho tiempo. Hawk comenzó a bromear sobre los tatuajes que planeaba hacerse algún día, exagerando con ideas ridículas como un halcón en el pecho que se extendiera hasta su rostro. Logan solo sonrió mientras lo escuchaba, sintiendo algo que hacía mucho no experimentaba: paz.
Les voy a dejar las referencias para que se hagan una idea de los tatuajes de Logan.
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