04. reformatory
chapter four : daylight
reformatory
' i feel your pain, it's mine as well '
La cafetería de la correccional tenía un aire opresivo, con charlas a medias y miradas desconfiadas. Robby y Jaeho se encontraban sentados en silencio, enfrascados en sus propios pensamientos mientras comían el desayuno insípido que les ofrecían. En el televisor montado en la pared, un programa de noticias llenaba el ambiente con un murmullo constante, pero ninguno de los dos le prestaba atención. Todo cambió cuando Robby escuchó una voz conocida que lo sacudió como un rayo.
Se giró bruscamente hacia la pantalla, su mirada fija en ella. Sam. Allí estaba, su rostro iluminando el noticiero mientras daba una entrevista, probablemente sobre uno de los eventos del dojo. Jaeho, notando la reacción de Robby, siguió su mirada, bufando al ver a la LaRusso.
—¿Es tu chica? —preguntó Shawn, acercándose con una sonrisa burlona, su tono cargado de provocación—. Hmm, no sé, parece que ya no le gusta la vainilla. Ahora prefiere la horchata. ¿Quién sabe? Quizás después quiera probar algo más oscuro.
Robby se levantó abruptamente, sus puños apretados y su mandíbula rígida por la rabia. La mención de Sam de esa manera encendió algo en su interior. Jaeho también se puso de pie, aunque menos por ira y más por instinto de proteger a su amigo, aunque no entendía bien el significado de los comentarios.
—¿Qué diablos estás diciendo? —soltó Robby con voz tensa, desafiando a Shawn.
—¿Qué? ¿Te molestó, karateca? —dijo Shawn mientras se inclinaba hacia él, simulando un golpe en su propia mejilla—. Anda, adelante. Te doy un golpe gratis antes de que te saque los dientes.
—Mi karate no es para atacar —respondió Robby con frialdad, aunque sus ojos ardían de rabia contenida—. Es para defensa personal.
En cambio, Jaeho entendió que no era momento de discursos pacifistas. Sin dudarlo, lanzó un golpe directo al rostro de Shawn, cuyo impacto resonó por el comedor y lo hizo tambalearse.
—Pues el mío no lo es, bastardo —dijo con frialdad.
Sin pensarlo dos veces, los compañeros de Shawn se lanzaron contra Jaeho. Este esquivaba los golpes con movimientos calculados, bloqueando con los antebrazos y devolviendo cada ataque con fuerza, su experiencia en combate evidente en cada movimiento. Un golpe rápido a la mandíbula dejó fuera de combate a uno de los agresores, mientras que otro retrocedió con una ceja abierta tras un impacto certero.
Mientras tanto, Shawn aprovechó la confusión para abalanzarse sobre Robby. Lo empujó violentamente contra los casilleros metálicos, el sonido del impacto resonando por toda la cafetería. Robby intentó defenderse, pero Shawn era más grande y más fuerte. Lo tomó por los hombros y lo lanzó al suelo con una fuerza despiadada, comenzando a patearlo sin piedad.
—¡Robby! —gritó Jaeho al notar la situación. Esquivó un golpe dirigido a su rostro y giró rápidamente, enviando una patada directa a la cabeza de Shawn. El impacto fue lo suficientemente fuerte como para hacerlo tambalear, pero Shawn se recuperó rápidamente, sujetando a Jaeho por los hombros y lanzándolo al suelo junto a Robby.
—¡Idiota, aléjate! —gruñó Robby, tratando de apartarlo mientras el grupo los rodeaba.
Jaeho, sin embargo, tomó una decisión impulsiva pero protectora. Se colocó sobre Robby, usando su cuerpo como escudo para recibir la lluvia de golpes y patadas que el grupo descargaba sin piedad.
—¡Quítate, maldita sea! ¡Te estás lastimando! —protestó Robby, tratando de empujar a Jaeho, pero el chico era más fuerte y no cedía.
—Cierra la boca —respondió Jaeho con voz entrecortada, jadeando por el esfuerzo.
Los golpes siguieron cayendo, el sabor metálico de la sangre llenó la boca de Jaeho, pero no se apartó ni un centímetro.
La alarma de la correccional rompió el caos, llenando el espacio con su estridente sonido. Shawn y su grupo lo tomaron como una señal para detenerse, pero no antes de darle un último golpe a Robby en el abdomen. El impacto lo dejó jadeando de dolor en el suelo mientras Shawn escupía una última amenaza:
—Esto fue solo el calentamiento. No hemos terminado con ustedes.
El grupo se retiró con risas burlonas, dejando a Jaeho y Robby malheridos en el piso. La respiración de ambos era irregular, y el dolor les recorría el cuerpo como un fuego lento. Jaeho, a pesar de estar visiblemente peor, se arrastró hacia Robby, ayudándolo a sentarse en una banca cercana. Ambos permanecieron en silencio por un momento, el eco de la pelea aún presente en sus mentes.
—¿Por qué demonios hiciste eso? —preguntó Robby finalmente, mirándolo con una mezcla de incredulidad y gratitud.
—Porque nadie más iba a hacerlo —respondió Jaeho con una sonrisa amarga, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano. Su tono era ligero, pero sus ojos reflejaban el peso de la violencia que acababan de enfrentar.
Ambos sabían que esta no sería la última vez que se enfrentarían a algo así. Pero, por ahora, ese momento de camaradería silenciosa era suficiente para mantenerse en pie.
Robby y Jaeho entraron al dormitorio asignado a los reclusos, el sonido de sus pasos apagándose cuando ambos se detuvieron en seco. Frente a la cama de Robby estaba Shawn, junto a su séquito habitual de imbéciles. Había algo en sus sonrisas torcidas que hacía hervir la sangre. El coreano, siempre más expresivo que su compañero, apretó los puños con fuerza, sus ojos oscuros centelleando con una mezcla de ira y cansancio.
—Vaya, vaya —dijo Shawn, con un tono que hacía evidente su intención de provocar—. ¿Esta es tu cama, Keene? No lo sabía. Solo necesito la almohada. No te importa, ¿verdad?
Sin esperar respuesta, tomó la almohada con un gesto descarado, ignorando deliberadamente la mirada fulminante de Jaeho y la tensa quietud de Robby. El grupo estalló en risas burlonas mientras se marchaban, dejando tras de sí una nube de desdén y humillación. Robby no dijo nada, pero el nudo en su garganta era evidente. Su mandíbula estaba tensa, sus manos temblaban apenas perceptibles.
Jaeho suspiró profundamente y, sin decir una palabra, caminó hasta su propia cama, tomó su almohada y la dejó en la cama de Robby. Lo hizo con una naturalidad casi desafiante, como si quisiera dejar claro que no le importaban las consecuencias.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Robby, finalmente rompiendo el silencio. Su tono era una mezcla de irritación y algo que se acercaba peligrosamente a la preocupación—. ¿No crees que ya fue suficiente con lo de antes? Deberías empezar a preocuparte un poco más por ti mismo.
—Estoy bien —respondió Jaeho con firmeza, pero sin brusquedad. Su voz tenía un toque de cansancio, como si el agotamiento físico no fuera nada comparado con el peso de lo que cargaba internamente—. Y no voy a aceptar esa almohada de regreso, Keene.
Robby bufó, cruzándose de brazos. Sabía que discutir con Jaeho era como golpear una pared. El coreano podía ser tan inquebrantable como un muro de concreto, y a veces, eso era frustrante.
—Eres un idiota terco. No me culpes cuando termines con el cuello roto.
Jaeho rodó los ojos y dejó escapar una risa breve, apenas audible, que sorprendió a Robby. Pero antes de que pudiera responder, la puerta del dormitorio se abrió de golpe. Un oficial de mirada seria y voz monótona entró, sosteniendo una lista.
—Visitas mañana: Velázquez, Binder, Espinosa, Keene. Si mencioné su nombre, estén listos a primera hora.
Robby frunció el ceño al escuchar su apellido. Una sensación incómoda se instaló en su pecho. Apenas el oficial terminó de hablar, Robby corrió tras él, alcanzándolo antes de que saliera.
—Oiga, ¿puede decirme quién me va a visitar?
El oficial ni siquiera se molestó en mirarlo. Apenas hizo una pausa para leer algo en la lista antes de responder:
—Lawrence, John.
Robby sintió un vuelco en el estómago. Su expresión se endureció, aunque no estaba seguro si era por sorpresa, frustración o algo más complicado que no quería explorar en ese momento. Johnny Lawrence. Su padre. ¿Qué demonios estaba haciendo viniendo a verlo después de todo lo que había pasado?
Se quedó parado ahí, en silencio, tratando de procesar la noticia. Fue entonces cuando sintió una mano en su hombro. La presión era firme, pero no invasiva. Miró de reojo y vio a Jaeho a su lado, su expresión calmada pero seria.
—No lo pienses demasiado —dijo Jaeho, sin adornos ni juicios—. Si viene, es por algo. Tú decides cómo lo manejas.
Robby quiso responder, pero las palabras parecían haberse quedado atoradas en su garganta. Por primera vez en mucho tiempo, no estaba seguro de qué hacer. Pero había algo en la presencia tranquila de Jaeho que le permitió inhalar profundo y, al menos por ahora, dejar de lado la incertidumbre.
Ambos regresaron al dormitorio, en silencio, con los pensamientos más pesados que cualquier golpe recibido ese día.
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