❛ 𝑪𝑨𝑷𝑰́𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑼𝑵𝑶
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
DARKSIDE
lado oscuro.
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
01. 𝕳𝖎𝖏𝖆 𝕬𝖘𝖐𝖆𝖗𝖎.
Soledad. ¿Cómo explicar un término que acaba con la mentalidad de aquellos que la consideran una salida? ¿Era correcto apretar con sus manos aquel cráneo entre sus dedos? ¿Tendría que haber escuchado sus alaridos de piedad luego de haber visto como degollaban aquel cuerpo sin compasión? No, tendría que haberlos sacrificado.
Muerte. ¿Qué era la muerte? ¿Si no era más que un pozo negro que guiaba a los caídos a terminar en pedazos hasta el puente final? ¿Así terminaría ella cuando tocara los trozos restantes que faltaban de su vestimenta? ¿Debería sentirse completa cuando sus dedos se entrelazaran con las manos garabateadas de él en sus sueños?
No, ese no sería el final de una guerrera como ella.
──Levanta los puños, cariño ──anunció el macho que la observaba sin despegar sus ojos de ella, la niña asintió mientras volvía a atacar con la misma ferocidad.
"La estaba probando."──murmuró en sus adentros, otra vez temiendo que sus pensamientos volaran alrededor de él. Los azotes era un buen castigo por andar metiéndose en mentes ajenas, pero al daemati no le importaba aquello mientras viera retazos de piel cayendo por su cuerpo, y con ello, experimentará el placer. Una de las lecciones principales de las askari era obtener placer a través del dolor, sin importar que fueran ellas la que recibieran tales actos.
── ¿Algún problema, serakio? ──preguntó hacia su dirección, y negando acato la orden de seguir observando hasta que le tocara su turno.
"Ninguno."──anuncié por lo bajo, mi voz era como un alarido reclamando atención, aunque este no fuera escuchado. Él lo sabía, porque eso me demostró luego de haber rozado la línea de partida, y eso no se volvería a repetir porque era la jodida reina, y nadie volvería a llamarme perra; el antiguo hogar de las askari eran una grieta en el espacio, ningún ilirio sabía de su existencia hasta que la guerra comenzó, y con ella, el dolor de perder a sus juguetes se volvió un juego de niños. El Cazador buscaba a la bestia para torturarla, matarla, hacer lo que deseaba porque su semejanza de sangre no importaba.
"Éramos su arma letal, y nuestro honor se basaba en vivir para ellos, matar para ellos, y morir por ellos."──nadie podría impedirlo, porque los serakio eran débiles, y las askaris pertenecían a sus dueños. Kyoko alzó sus armas, a su corta edad, solo podía dar un grito de guerra, mientras guiaba aquella aguja con fuerza hasta cortar la garganta del primer tipo que sujetaba su pierna como si intentara desenvainarla ─desnudarla─, los alaridos de su madre fue lo que escuchó a lo lejos, pero en su mente todo quedó en blanco cuando solamente logró distinguir como un cuerpo se desplomaba al suelo.
──Porque debes morir por tu Señor, Askari.
El filo rozó su vientre, dispuesto a seguir avanzando. Curvó sus dedos, irguiéndose sobre la niña, intentando ir más allá por el poderío que cruzaba entre sus brazos; acariciando sus mejillas, unió su frente con la hermosa princesa de orbes obsidianas, procurando que toda su atención se centrara en él.
──No ──refunfuñó.
──De eso se trata el control, mi niña.
Kyoko cerró los ojos con fuerza, ahogando su lástima entre las débiles paredes que la atormentaban por su fricción, sin embargo, lo único que ocupo su vista fueron los susurros de sus antiguas compañeras que pedía en silencio la justica que ella necesitaba para vivir, entre ellas, asesinar al daemati. Aseguró la hoja entre sus dedos, bailando como si estuviera sosteniendo una baraja de cartas, y cuando sintió su cuerpo ─otra vez─, apuntó directamente a la izquierda. "Infeliz".
El rojo pintó la habitación con grandes cantidades, pero las respuestas de aquel sujeto que se creyó un sabio delante de niñas desamparadas, huérfanas o mujeres siendo arrebatadas del seno de su madre. No. Él merecía mucho más que una muerte tan mediocre. Ese ser desquiciado merecí que ella entrar a su mente, que lo torturara día y noche mientras sus dedos se colaban por su ropa, ingresando aquel objeto sin compasión, sin importar si su llanto era escuchado. Kyoko volvió a alzar su Tessen, dispuesta terminar con su tarea principal, la misión que nadie habría descubierto detrás de su impura alma, una guerrera Askari revelándose contra una secta de machos insolentes, unos que nunca se atrevieron a pensar que las mujeres tienen mucho más poder que ellos.
"I mallkuar". Recitó entre dientes.
Andar a rastras era el término que buscaba luego de haber presenciado como torturaban día y noche a una hembra de su clase. Las Askari tenían reglas para sobrevivir, aunque muchas de ellas no sirvieran para ser tomadas por la fuerza de la cabeza; la primera regla de una mujer askari era terminar con su trabajo, así fuera una atrocidad, debía cumplir con su deber. La segunda consistía en reconocer los puntos débiles de su oponente, y usarlas en su contra. No era tan difícil, ¿verdad? Doble patada. Torcedura en el pie izquierdo. Cabeza. Heridas profundas... La tercera regla eran los golpes, tendrían que saber todo tipo e artes para poder usar sus atributos como fuerza sostenible. La cuarta regla era la seducción. Un arma tan letal para cualquier hombre dispuesto a enredarse entre sus sábanas. Así dictaminaban si la presa era tan ingenua como ellas creían.
──Piedad...──susurró el macho estando herido, arrastrándose, dejándole en claro quien tendría la ventaja ahora.
Nadie podría detenerla, porque ella lo destrozaría.
La quinta regla era someter las emociones en un proceso de aceptación y repulsión. Agobiarlas hasta el cansancio, desaparecerlas de un chasquido. Solo una niña de ocho años logró controlarse, pero con ella se fueron todos sus segundos de oxígeno, porque el daemati le advirtió que las emociones le harían daño, y su desobediencia fue su castigo a la traición.
──Las Askari nunca tenemos piedad ──sus frívola mirada atravesó la del macho daemati sin importarle su estado──, eso deberías saberlo, ¿o es que te has perdido demasiado entre sus piernas que no lo recuerdas?
──Parecían disfrutarlo, a fin de cuentas, las perras solo sirven para procrear y...──un golpe llegó a su mejilla, sacándole un poco más de sangre que las otras heridas.
Cabeza. Patada. Fracturas en ambas piernas.
Más gritos, más pisadas que guiaban a al límite ese cuerpo que nadie deseaba tocar por temor a recibir esa hoja afilada de metal ilyrio. «La llamaban Willbreaker», porque nadie era capaz de provocar a su amo, era la favorita custodiada por machos de alta élite. Ahora solo estaba siendo presenciado por millones de enemigos que recibían aquel trozo de metal clavado en un diámetro de treinta y cinco centímetros, un punto muerto entre su resistencia de marfil, y sus sesos. Apuntando con fuerza, su rodilla volvió a estrellarse con la cabeza de su enemigo, un gruñido convertido en alarido llamó la atención de aquel intruso que había ingresado con intenciones claras de salvar a las hembras que estaban desaparecidas desde la guerra, el cual solo logró adentrarse mucho más en aquel insólito pozo de deseos.
Él macho ilyrio que ingresó corriendo junto a los demás soldados, corrían dispuestos a encontrar al responsable detrás de todos los hechos que se topaban sus desorbitantes miradas, en cambio, los nuevos presentes al oír gritos solo pudieron ir en búsqueda de las mujeres que clamaban desesperadas por ayuda, algunas llorando, otras estando armadas. Delante de sus ojos, un abanico ensangrentado era sujetado con firmeza entre las pequeñas manos de una joven iliria, quien aun sufría por la reciente pérdida de su ala derecha, un tessen entre sus dedos entumidos, y retazos de ropa que aún quedaba por tironear revelando partes de su cuerpo que no deberían ser admirados por ningún otro que no fuera ella misma. Lord Devlon dirigió su filosa mirada hacia donde se encontraba la jovencita, sin embargo, fue interrumpido por aquellos orbes desesperados de una mujer que se había tomado la molestia de ver hacia él.
Una promesa, su perdición.
"Cuide de la niña Askari." ──señaló sin fuerzas hasta el cuerpo de la niña quien seguía observando al macho inerte en el suelo, cubierta de marcas de las cuales estaba muy seguro eran más que heridas de guerra. Ocultando la hoja entre sus zapatos, se acercó a la chica, la cual no puso siquiera un gramo de fuerza para detenerlo, él la observó con ligereza, por primera vez temiendo haber llegado tarde a cumplir con su objetivo ──. "Por favor, recuerde que su amada K'lisa la cuidará desde lejos".
──Ella murió, ¿verdad?
Devlon observó los cadáveres, a su alrededor lo máximo que encontraba era más caos que una simple posibilidad de vida mezclada con hedor a sangre subyugante.
──No.
- ̗̀ ❨ ✹ ❩ ̖́-
Su corazón latía fuertemente, estando en brazos del macho que la salvó, quien se había animado a cargar a la única mujer que podría considerar «madre» entre sus brazos, llevándole a creer que su corazón era mucho más pequeño su mirada de preocupación. Kyoko admiraba la fuerza del ser a su delante, pero los recuerdos de lo vivido aún eran tan palpables como la seda de los vestidos ajustados que solían obligarle a usar; «oro puro cruzando por los ríos de Stone City, llenando de gritos a los habitantes que intentaban huir de semejantes atrocidades», así se lograba mantener la paz entre los últimos. Kyoko estaba de nuevo en la realidad, pero por más que deseaba pronunciar una palabra, en su cabeza amedrentaban los solidos hechos semejantes a su relativa existencia.
──No hables ahora ──aseguró Devlon mientras la cubría con una capa de cuerpo ilyrio. Un soldado se acercó a ellos, sonriendo mientras cargaba una especie de arma que brillaba con fuerza en su esplendido interior. ¿Una piedra preciosa?
Nadie era un héroe, todos somos cobardes. El tiempo fue un gran aliado, porque solo trajo más desgracia y miseria a ilirias.
──Lo he recuperado, ¿ahora si me he ganado mi relevo? ──preguntó muy curioso aquel muchacho de tez dorada. Su brillante mirada se fijó en la niña, con una sonrisa saludó dejándola embobada ──. ¿Te encuentras bien?
──No.
El se rascó la nuca.
──Me refería a...──el señaló su propio ser, dándole a entender a la niña su punto, dejando a la vista una cabeza gacha que el rápidamente intentó evitar sin éxito ──. No llores, ¿por favor? ¡Oh mi abuela va a matarme! ¡Provoqué que una niña llorara!
Kyoko lo escuchó con atención, Devlon por su parte se dedicó en llamar a la primera sanadora que estuviera disponible, claro, sin abandonar su posición al lado de la menor. En cambio, sus recuerdos se volvían cada minuto más intensos. «Persiguiéndome como indigente en busca de comida, como prisionero escapando de su perpetuo castigo, era la fugitiva virgen que intentaba llevar una vida en paz. Nunca lo logró». ¿Ese sería su castigo? ¿Recordar sus errores?
── ¿Cómo te llamas? ──preguntó de repente el muchacho a su lado,
La pequeña observó al otro soldado, quien tenía la vista en un punto fijo del suelo, como si intentara buscar explicaciones allí, pero eso era imposible. ¿O no?
── ¿Cuál es tu nombre? ──preguntó ella rápidamente, provocando que el mayor colocara su vista en ella, ignorándola, ambos jovenes tendieron su mano en señal de paz.
──No le digo mi nombre a extraños con facha de...
──Tristán.
──¿Tri-qué?
El muchacho resopló.
──Que exagerada eres, ni que fuera tan difícil de...
──Kyoko, un gusto Tristán.
Devlon alzó la mirada hacia el muchacho que estaba de lo más impactado, sin embargo, sus manos fueron directamente al abrigo que le había ofrecido a la niña, la cual parecía hacerse un ovillo como un animal buscando calor, provocando que la mirada del Lord volviera a ser más sensible de lo que acostumbraba. Kyoko dirigió su mirada hacia el soldado, quedando atrapada en ese brillo intermitente que recordaría el resto de su vida. Sus labios se movieron con impaciencia, intentando pronunciar una misera palabra, pero cuando lo intentó, sus brazos la rodearon para cargarla de nuevo rumbo la sanadora.
──Gra-gra...
──No hables ──sentenció el mayor──, no hables hasta que te sientas segura para hacerlo.
Kyoko solo pudo agradecer en sus pensamientos, aunque esta no supiera si realmente el soldado era capaz de entenderla en aquel doloroso momento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro